Que las cosas sean claras desde el inicio: con el perdón de Dios y de la santísima firgen... en mi familia siempre hubo milicares.
Mi abuelo materno fue Practicante en el ejército, oficio que luego ejerció en el ámbito civil con una devoción y una dedicación que estuvieron en las antípodas del sitial que ocupaba y ocupa el vil billete. Al punto que los vecinos de Achao le eligieron como alcalde en una época en la que servir al prójimo no era negocio como ahora. Ya lo conté, en alguna parida, mi abuelo fue socialista, amigo de Salvador Allende, a quién conocí en su casa de Achao durante la campaña presidencial de 1958.
Mi abuelo curaba de todo, incluso aquello, sacaba muelas, hacía de enfermero, obstetra, curapupas, partero y hasta de médico forense. Cuando había que cerrarle las pepas a un difunto, ahí estaba mi abuelo, ayudándole a sentir, tú ya sabes, antes de hacer el discurso de despedida en el cementerio.
Uno de sus hijos, tío mío, fue técnico de transmisiones de radio y si entendí bien incluso de radares, en la FACH. Otro, más joven, ingresó en la escuela milicar Bernardo O'Higgins y fue oficial de ejército.
Pero ahora te quiero contar del sordao Villegas, milico elemental en el regimiento de la Escuela de Ingenieros Milicares “Tejas Verdes”, Avenida El Arrayán s/n, Población Tejas Verdes, Provincia de San Antonio... de triste y siniestra memoria.
El tío Waldo casóse con una hermana de mi madre, y cuando niños fuimos a visitarle en Tejas Verdes. Familia modesta, con cuatro hijos, tal y cual hicieron mis progenitores.
El sordao Villegas era el afecto hecho persona. Además, tenía cualidades muy similares a las de la penicilina: era bueno para todo: carpintero, soldador, plomero, pintor, jardinero y electricista... nunca le hizo asco ni a la albañilería ni a la mecánica.
Lo cuento porque si había alguien imprescindible en esa pijotera escuela de ingenieros milicares, ese era el sordao Villegas. Cada día de la semana había un superior jerárquico que... mitad dando órdenes, mitad rogando, le pedía ayuda para reparar algo en casa, hacer funcionar algún artefacto, ponerle un grifo, instalar alguna lámpara, hacer andar el autito, transportar las compras de la doña, tú ya sabes, cuando hay un rango de por medio... salteo es salteo.
Si no lo sabes te lo cuento ahora, en el antro que después sirvió de escuela de torturas había una piscina. Para los oficiales, desde luego, el picanterío nunca necesitó piscinas para nadar, divertirse, ejercitar la musculatura o simplemente mostrar el cutis.
Dicha piscina tenía una característica curiosa: siempre estaba vacía. En esos años aún no se torturaba, a los milicos no les gustaba el agua, frecuentarse empelotas entre clases, suboficiales, oficiales, capitanes, comandantes y galonados de mis dos no se llevaba, anda a saber, lo cierto es que mi tío se ocupaba del mantenimiento de la jodida piscina y así supe de su existencia.
Empezar a romperle cojones al sordao Villegas para que nos permitiese bañarnos en la piscina no tardó ni siquiera lo que lleva esperar la próxima diana.
El tío nos explicó que tan augusta institución reservaba el uso de sus paradisíacas instalaciones a los weones con jinetas, que el personal, o sea él mismo y el 95% de los efectivos tenían que ir a mear a otro sitio, que esto que lo otro y lo de más allá, que nadie permitiría jamás que los privilegios asociados a la verticalidad del mando temblaran en sus centenarios cimientos. ¿Dónde se ha visto?
Nosotros, cabros chicos, semillas de maldad, rebeldes sin causa viviendo al este del paraíso, con este pechito al frente (en esa época nadie decía “el líer”), no lo entendíamos así de modo que el sordao Villegas se tuvo que mamar días enteros de ruegos, lloros y amenazas de sufrir imborrables traumas infantiles que pondrían en riesgo lo que ya se anunciaba como brillantes futuros... hasta que la tía Eliana se sumó al coro y ahí... cagaste.
Un día pues, acompañé al sordao Villegas en el procedimiento llamado “conducto regular”, si hasta ese momento no sabía porqué coños los milicos son tan weones entonces lo supe. Lo primero es lo primero, mi tío se acercó a un cabo:
- Permiso para hablar con Ud. mi cabo...
- Ud. lo tiene sordao.
- Conducto regular mi cabo, solicito permiso para hablar con mi sargento.
- Ud. lo tiene sordao.
La técnica es sencilla, ya comprendiste, el segundo paso consistió en buscar al sargento:
- Permiso para hablar con Ud. mi sargento...
- Ud. lo tiene sordao.
- Conducto regular mi sargento, solicito permiso para hablar con mi teniente.
- Ud. lo tiene sordao.
Y así... no te voy a repetir la misma cantinela, el escalafón es el escalafón, llegar al comandante nos llevó el día entero, hasta que mi tío pudo explicarle al que te dije la eminente razón que le conducía a hablar con Su Santidad, perdón con el mando extremadamente superior.
Mi comandante... mi familia está de visita en mi casa, y mis sobrinos -de los cuales me acompaña el mayor- quisieran tener la ocasión de bañarse en la piscina del regimiento, razón por la cual, con su autorización, me tomo la libertad de solicitarle su permiso para ello.
Y ahí... el sordao Villegas no podía creer lo que escuchó: el comandante, repantigado en su blanca nube celestial, mirando displicentemente hacia abajo, con una generosidad poco común en oficiales de su rango y nivel, acaso despidiendo un leve tufillo a pisco vernáculo, sentenció en parcas palabras:
Ud tiene el permiso, sordao.
Dicho lo cual regresó raudamente a sus alturas y se desentendió de nosotros como de la más pinche munición de artillería.
Gracias al sordao Villegas, milico elemental y básico pero con un corazón más grande que las glorias patrias, nos pudimos bañar en la piscina de la jodida oficialidad de la escuela de ingenieros milicares Tejas Verdes, algunos años antes de que transformasen ese paraíso en un infierno lleno de mierdas. Lo de “mierdas” se refiere -desde luego- a los torturadores.
Para decirlo no necesito seguir el “conducto regular”.
Cuando el golpe, mis tíos milicos fueron reprimidos, encarcelados, torturados, expulsados de las filas gracias a Dios y a la santísima firgen, y murieron en el exilio.
Me cuesta no terminar esta parida sin sugerir que la pijotera piscina de Tejas Verdes se la pueden meter en el orto.