Maribel, a quien le han dado la última sesión de quimioterapia anteayer en el ICO, se coloca un turbante, se maquilla, se pone guapa y se va a hacer el vermut al Alba.
Me cuenta, con un brillito en los ojos, que ha sacado pasaje para Japón y quiere recorrer los santuarios de Kumano Kodo. ¡Felipe, son 99! No sé si me dará tiempo, me dice entrañablemente socarrona.
El Camino de Santiago ya lo hizo hace tres años, antes de que le diagnosticaran el mal.
Francesca, mi vecina, que cada año se viste de sheriff con dos pistolas, desfila en los carnavales del pueblo. El sombrero le tapa las cejas.
Los padres que el domingo llevan a los niños al campo o al parque en lugar del Ànecblau, el centro comercial que está abierto 365 días al año y donde nunca se ven el sol ni las estrellas.
Los niños listos, que se hacen los tontos porque ya saben quiénes son los reyes, pero disimulan porque no quieren quitarle la ilusión a los padres.
Ya no recordaba el enigmático olor que emana del útero de la tierra con las primeras gotas de lluvia, con un nombre que agoniza por no usarse: petricor.
Esta mañana llueve y ha seguido lloviendo en Castelldefels todo el día; una lluvia amorosa, que todo lo vivifica. A la madrugada, un trueno, me ha despertado. Entonces, he salido a la terraza, me he mojado y he respirado un fragante aire húmedo que daba gloria.
Curiosamente, al día siguiente, me llegó otro inesperado y precioso regalo en forma de libro de poesía. Se llama Humuvia. Busco la palabra en la RAE y me dice que no está en el diccionario.
Me entero de que escritores andaluces: Francisco Domene. Santiago Aguaded, Dionisio Pérez, bastetano, lepero y molviceño, respectivamente (me encantan los gentilicios), han propuesto este nuevo término para definir ese olor tan peculiar y placentero que nos evoca la naturaleza en plenitud, cuando comienza a llover. Así nacen las palabras vivas que nos hacen más humanos.
Las personas de abrazos gratis (Free Hugs). Potencian el afecto con desconocidos como un acto de bondad para que el abrazado se sienta mejor.
«Hay tres lugares mágicos donde el mundo deja de doler durante un rato: la ducha, el sueño, el abrazo». Dicen en Facebook.
Pronto cumpliré años. Demasiados, pero como todo, es relativo. Lúa fue a cantar a una residencia de personas mayores (gent gran, dicen en Cataluña) con su colegio. Vino asombrada de que hubiera personas «más viejas» que su àvia y yo. Es un pequeño consuelo.
Pronto descubrirá que ni un segundo somos libres en el proyecto de la vida.
Mientras paseo una noche por Zaragoza, aterido por el frío —este año no hay invierno, me dicen—, leo en la valla de una obra: Muro, resguardo del cierzo, dile que la quiero. Pocas palabras bien puestas y la belleza surge pletórica.
Lo escribió Acción Poética.
Carlitos, un niño del colegio, está jugando tan contento con su patinete en la plaza. Mañana lo ingresan en Sant Joan de Deu para una revascularización quirúrgica cardíaca. Dicho así, suena horrible y, en la realidad, es horrible. Él no lo sabe, pero su madre sí.
La señora que tengo enfrente está preciosa leyendo —¡en libro de papel!—: Estaciones de paso, de Almudena Grandes. Volando en el tren de cercanías, camino de Sants Estacio, cruzamos: Gavà, Sant Boi, Bellvitge y hemos pasado el río Llobregat, que da pena verlo.
Nati Ribés es actriz del grupo Metanoia, pero no actúa: da a luz sin anestesia a sus personajes, y, en el quirófano, los espectadores, damos testimonio de su trabajo y nos amamanta con la palabra, como a neonatos asombrados.
Se transfigura, ocupa el escenario y si tiene que llorar, llora porque le duele. Se desgarra y las lágrimas le brotan de los ojos, que son del color de los castaños cuando llega el otoño, resbalan por su rostro compungido y se pierden camino del mar.
En un instante, cambia de registro y si tiene que reír, lo hace y ya es otra. Sabemos que su risa es auténtica, pero intuimos, que, al reír, qué contradicción, está sufriendo, porque el desarrollo de la representación, como la vida misma, tiene pocos momentos felices y esa alegría es circunstancial en toda la obra.
Actrices como ella, naturales, son rizoma de teatro, actúan y afloran emociones y afectos. Conmueven cuando baja el telón, se apagan las luces del escenario y al abrazarlas, aún están temblando.
Suenan flabiol y tamboril. Despiertan las tenoras, las trompetas, los fiscornos, los tibles y los trombones. La Principal de la Bisbal entabla la sardana. La plaza se abre y ya es fiesta y ya es paisaje.