Hielo que te cría fuego, ¡y por tu fuego más su hielo crece!

(Turandot, G. Puccini)

Hablando del agua, el filósofo presocrático Tales de Mileto ensambla racionalmente la materia imponiendo al agua como la naturaleza inicial y última del mundo. Ella es origen del universo y con esa idea sistematiza lo que los griegos llamaban arjé (ἀρχή: principio u origen). De esta manera nació la primera teoría occidental sobre el mundo físico. En nuestro trabajo sobre el agua, dejamos fuera a Tales, precisamente por esta causa: no queremos cursar el camino de lo “objetivo” de lo cual no formamos parte.

Cuando Dante afirma, en el comienzo de De Monarchia, que la paz es condición para la contemplación, y siendo el estado natural del Hombre, con ella el alma se acerca a lo que no es. En los portales de la contemplación ya no hay cosas que ver porque no hay un “alguien” que vea: sólo queda lo que hay. Así es, asimismo, cómo accede el símbolo al Todo. Conjunto que, por el ego, se corrompe hasta hacernos creer que estamos “rodeados” de un entorno al que pretenderemos “entender”... y así caemos en el mismo error: el símbolo no es algo que haya que entender. El símbolo no se explica. El símbolo surge cuando no hay un espectador de la obra teatral sino cuando se es esa obra. Cuando actuamos sin público, esto es: cuando no hay un yo que pague entradas por verse... porque mientras la realidad se trafica, la verdad no.

Ya habíamos explicado en “El símbolo”1 que éste se encuentra más allá del arte: tiene potentes metáforas y magníficas acrobacias literarias, pero excede lo artístico: mientras el arte disuelve realidades para informarnos acerca del Todo, en su experiencia de “no ser siendo”, el símbolo se desprende de lo real y exige un compromiso mayor que el arte. Y entendemos, oscuramente, que participamos del Todo más intensamente: tendremos estética, pero bajo un manto ético. El símbolo atrapa en una verdad de la cual ya no podemos escapar. Se dice con acierto que un iniciado no puede “desiniciarse”, y así, mientras del arte podemos entrar y salir, una vez que hemos transformado nuestro pensar y sentir con el símbolo, el alma empieza su deriva hacia el “no ser” y queda apresada en las matinales brumas de la libertad.

Naturaleza simbólica del fuego

Heráclito enseñaba que “el mundo, unidad de todo, no ha sido creado por nadie entre dioses, ni por nadie entre Hombres, sino que fue, es y será un eterno fuego vivo, que se enciende y se extingue con sujeción a leyes”. Es decir, la causa de todas las cosas en una primera sustancia material: el fuego. Pero no somos materialistas... antes bien, tratamos de asir lo anímico, que es como asir una llama: nuestra mano no sólo no tocará nada, sino que, de paso, se quemará... Y así nos encontramos con el Espíritu Divino: “Brahma es idéntico al fuego”, dice el Gītā: no asimos nada pero nos quemamos. ¿Y qué es quemar? Por un lado destruir, pero por otro, crear. En el hinduismo, donde el fuego es central, Agni, Indra y Surya son, respectivamente, los fuegos terrenales, intermedios y celestiales: el fuego ordinario, el rayo y el sol. Vaishvanara es el fuego celestial que, o penetra y actúa, o redime y cura nuestros errores. Dice el Athava Veda:

El Dios Agni ha escalado las cimas del cielo
y liberándose del pecado,
nos ha liberado de la maldición.

El fuego se corresponde a las pasiones “ardientes” amor e ira. A su vez, asimilando el aliento al fuego, éste corresponde al trigrama li del I Ching ya que es emisión del espíritu divino y adivinatorio que nos habita: la intuición que nos precave del peligro o nos acerca al bien. Pero cuando el cuerpo muere, este fuego puede permanecer errante como fenómeno sobrenatural (fantasmas o fuegos fatuos). Por esto el festival de las linternas que, por respeto a Buda, se encienden el 15º día del primer mes lunar, desde Ming de Han, el segundo emperador de la dinastía Han (206 a.C.-25 d.C.), dándole cuerpos a los fuegos.

El fuego sagrado debe ser generado -en muchas tradiciones- por medios no humanos, llamándose “fuego marcial”: sea de rayos; lava volcánica o el sol -a través de recursos técnicos como la lupa esférica de cristal de roca incaica o el espejo cóncavo griego- este fuego debe ser custodiado: no debe apagarse, y esta tradición escurre desde Oriente a Occidente y sigue manteniéndose en muchos monumentos occidentales religiosos o militares actuales, incluyendo los Juegos Olímpicos modernos.

También la renovación del fuego o “fuego nuevo” en la noche del Sábado Santo, representa la perpetuación en la resurrección del Cristo, apagando todas las velas y reencendiéndolas. La llama de la vela (de cera de abejas: la miel como símbolo del sol) implica la concentración del fuego en un cuerpo, como si fuera en el hornillo del herrero o en el atanor del alquimista... o las linternas chinas o el punto radiante solar hinduista en el “el calor del pecho” del regazo materno; en el pecho del guerrero o en el chakra Manipura, a la altura del “hornillo alquímico” del corazón. No es en vano que en castellano hablemos “del amor del fuego” por el amable calor del “hogar” de la casa: esa oquedad donde arde el calor de divinal entre humanos. Dice Buda en Sumyuttanikāya: “Atizo en mí una llama… Mi corazón es el hogar, la llama es el yo domado”.

Louis Claude de Saint-Martin afirmaba que “el Hombre es fuego” y que “su ley, como la de todos los fuegos, es disolver su envoltura y unirse a la fuente de la que está separado”. ¿Será la Energía negativa de la Cosmología moderna, acelerando la expansión cósmica y asimilándola a la “Nada Cuántica”? Ese “estado de vacío” cuántico que no es un mero espacio vacío sino enjambre de ondas electromagnéticas fluctuantes y partículas que saltan dentro y fuera de la existencia... milagrosamente. Según dijimos en La Nada2: “(somos)... un eslabón de una Nada prodigiosa, milagrosa, que no se agota en las Escrituras o en libros de texto (...) sino que se prolonga en la red absoluta de la Nada... la misma Nada desde donde se multiplicaron los peces, los panes y el vino... Esa misma Nada desde donde apareció el Universo todo que hoy nos habita”.

Dinámica del fuego

El teósofo islámico Abū Ya’qūb Sejestāni considera al fuego como el encargado de “llevar las cosas al estado sutil” uniendo lo bajo a lo elevado. Así, la versión de Mateo 25:40 que él da suma texto al texto bíblico. En Mat. 25:40 leemos: “Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos, mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”. Abū Ya’qūb traduce el mismo texto como: “...aquello que se han dado a sí mismos (bi anfusikum: “a sus propias almas”) a mi me lo han dado”. Abū Ya’qūb exalta el “sí mismo” y el alma universal en la unción que simboliza el fuego.

Según la tradición iniciática de la etnia Peúl de Nigeria, el fuego es celeste porque sube, mientras que el agua es terrestre porque cae como lluvia. El ascenso del fuego, genera -parafraseando al profesor Pavel Florenskij-, una perspectiva inversa del “ascenso” hacia lo previo al observador respecto de los sesgos cognitivos occidentales (algo presente tanto en los íconos rusos como en la gráfica japonesa)... ascenso hacia la Noosfera de Wernadski o la Pneumatosfera del propio Florenskij. La altura que busca el fuego es el punto de fuga inverso en tanto que profunda altura que antecede a lo humano. Esta altura que el fuego sagrado busca no está en ningún “arriba” o “abajo”, sino en un “alrededor” no espacial, sino lógico. Y es por esto que puede ser ascensional y a la vez punitivo y demoledor: promete luz a la vez que oscuridad.

El fuego es siempre infernal: trabaja sobre nuestra inferioridad (palabra “madre” de “infierno”). Por esto es que recordamos a Prometeo, Psyche y Lucifer en Elogio de la oscuridad3: los tres fueron castigados por querer que veamos la luz cuando nuestro destino material era la lobreguez. En este sentido, el “fuego marcial” mencionado debe ser conservado como recordatorio de aquel fuego que se nos niega por naturaleza y que estos tres lo quisieron para nosotros, como gloria inmerecida. Y en la sacralización simbólica de la luz eterna de la fogata nocturna, reuniendo a los temerosos primates expulsados de sus cavernas/úteros, vemos a los recién iniciados en la plenitud de la luz pero con los ojos vendados, como en una iniciación masónica.

En efecto: en las abrasadoras manos del fuego que busca, desde la tierra, el cielo, está inscrito el camino intermedio entre el fuego celestial y el ctónico. Ambos fuegos son infernales para el que no recorre el camino bautismal, destructor y constructor, del fuego: el infierno celestial está en la oscuridad del útero materno -la noche del alma-. Allí se pune la inocencia sin mérito del timorato que busca no ser, que busca no nacer al desafío de vivir, limitándose al ser embrionario del promedio. A este fuego se le opone la profunda oscuridad psicológica infernal de aquel que quiso ser más que lo permitido. Ambos fuegos son infernales a su manera: el uterino es la oscuridad nocturna para aquellos Hombres que no han querido honrar con humidad su oscuridad esencial en el vientre materno, y que por no arder en ese helado fuego del error esencial de la conciencia humana (que el símbolo ayuda a destruir), es vomitado por tibio por Dios a las venenosas buferas de Dante.

Y por el otro lado, sucumbimos al uterino fuego infernal por haber buscado la helada y oscura nada del alma sin dios, tal como dijimos en La noche4: “Lo que brille de noche será una grieta a la opacidad de la conciencia”: quisimos brillar por nuestra cuenta y llenar la noche propia del Hombre natural y sabiamente ignorante con la luz vanidosa del fuego vulgar del conocimiento frente a la Verdad Absoluta, donde descansan las cenizas de los que fueron fuego y cayeron con Prometeo, Psyche y Lucifer... y a quienes podríamos sumarle a Faeton, hijo de Helios, que quiso dominar los corceles del Carro Solar y fue bruscamente detenido por un rayo de Zeus, cayendo como brasa ardiente a las agua del río Eridanus. Sus hermanas lo lloraron con lágrimas de ámbar, como gotas de luz solar hecha piedras doradas... y, sea casualidad o no, en la misma constelación de Eridanus se halla el “Punto Frío de Eridanus”: una vasta región del Universo demasiado fría en relación con las propiedades esperadas de la Radiación de Fondo Cósmica. Como sea, el agua y su frío acaban con las ambiciones absolutistas de fuego del imprudente Faetón y de la prepotente -y casi mítica- teoría del Big Bang.

Fuego, agua y cenizas

La sexualización del fuego por la vía positiva es la pureza del hijo. En este sentido positivo, el fuego es pureza -en sánscrito “puro” y “fuego” son una misma palabra-, y lleva al Hombre hacia su natural condición divinal, sea como Agni, Cristo o Thor... pero ya sacrificados. El fuego es psicopompo: lleva al cielo al muerto, en general, dejando atrás al agua. Hermes psicopompo ayuda a atravesar los cinco ríos que separan al difunto del corazón del Hades, usando su vara para arrear a los espectros a su través. En el ritual vikingo se quema con una flecha ardiente (un rayo de sol) al cadáver flotando sobre el agua amniótica. Las llamas llevan el alma del difunto al Walhalla o “salón de la guerra”, desde las manos húmedas de la madre terrestre al eterno padre Sol.

Agua y fuego comparten carácter ctónico y uránico: ambos se necesitan y complementan. En todos los ritos iniciáticos de muerte y renacimiento aparecen el agua y el fuego, como entre los Gemelos del Popol Vuh quienes, tras su paso por el fuego, renacen del río donde habían sido echadas sus cenizas. Más tarde los dos héroes se convertirán en el nuevo Sol y la nueva Luna: de nuevo fuego y agua. A su vez, cuando la alquimia china menciona la síntesis del vapor entre agua y fuego, remitía al vapor ascendente que antes fue lluvia, y al fuego que, antes ascendente, ahora, hecho cenizas, busca la tierra.

Por su lado, el antiguo dios azteca del fuego, Huehueteotl (“Dios Viejo”), tiene diversos emblemas: un ave azul, una mariposa de pectoral, un perro y una cinta frontal donde se interpenetran dos triángulos isósceles como alquímico Saturno, Estrella de David o el chakra Anahata hinduista. El triángulo ascendente es la llama masculina y el descendente, obviamente, la lluvia femenina. También en muchas de sus representaciones, el fuego es su corona y pendiendo de sus orejas, el glifo del agua: el sol elevado y el agua “cayente” formando la muerte-tierra. Aunque el diglifo más presente era el del “agua quemada”, del náhuatl atl (‘agua’) y tlachinolli (‘que se quema’).

Este simbolismo se aplicaba en las llamadas “guerras de flores” o Xochiyáoyotl (de xōchi- ‘flor’, yao- ‘guerra’ y el derivativo ). Esta guerra pasó desde matanzas y canibalismo, a tomas de prisioneros con sacrificios humanos tras previos acuerdos entre ciudades-estado y frente a grandes sequías. Los prisioneros de cada bando eran sacrificados para verter el “agua quemada” es decir, la sangre de las víctimas, con el rojo del fuego solar y la líquida y fría consistencia del agua: ejemplo de ambos elementos simbólicos operando en conjunto: ardiente fuego evaporando agua y fría agua apagando fuego: “¡Vamos extranjero! Ese hielo que crea tu fuego ¿qué es?”, pregunta Turandot... Calaf responde: “¡La victoria tú me has dado! ¡Mi fuego te deshiela: Es Turandot!”

Nadie puede decir el fuego sin arder en la palabra misma. Nadie puede asirlo y el castigo por intentarlo, es la caída en el dolor. Señor de la Muerte en el eje Fuego-Tierra, es de la Salvación en el eje Fuego-Cielo: dualidad presente en Heráclito, los Puranas, el Tao-te-Ching o en el Apocalipsis. Para la Alquimia, está en el centro de todo y define la fuente de donde manan los cuatro ríos paradisíacos y que contiene el fuego del agua de la Vida Eterna: la fuente de la juventud: forts juventutis o la amrita hindú o el νέκταρ griego: el néctar de los dioses... Con el fuego todo es, para nosotros, ascenso y descenso. Conflicto y solución... y acompañando el concierto de nuestro paso por el mundo, nuestro fuego apenas será una pálida llama que en pocos años se habrá hecho lápida: una triste lengua de fuego convertida en piedra, señalando el tiempo que se nos dio en el mundo para que un simple nombre soñara el sueño de nuestra existencia.

Notas

1 Acceso al artículo “El símbolo”.
2 Seguir el siguiente enlace para leer el artículo “La nada”.
3 Link al artículo “Elogio de la oscuridad”.
4 Enlace al artículo “La noche”.