Mi madre falleció a los 93 años, el 9 de septiembre de 2001. Mientras estuvo viva, solía visitarla periódicamente en Puerto Rico. Era una buena conversadora y su mente estuvo hasta el final, muy alerta del contexto humano, y de la historia. Nos sentábamos en su balcón y hablábamos sobre el estado del mundo. En esos tiempos yo estaba trabajando para la ONU, en el campo del desarrollo sostenible, involucrado en negociaciones globales y regionales y viajando mucho.
Ella me hablaba de sus preocupaciones, de la creciente desigualdad, de la falta de respeto intergeneracional, de la ola de materialismo y codicia. Yo le respondía con los avances que habíamos logrado como humanidad en las libertades civiles, en el reconocimiento de los derechos humanos universales. Le señalaba que el mundo ahora era un poco mejor que cuando ella era joven, en la década de 1930, porque en ese momento la desigualdad y la supresión de los derechos humanos eran más desenfrenados, y los prejuicios raciales, de género y sociales más agudos. Y así, compartíamos impresiones intergeneracionales del mundo, en ese pequeño balcón en San Juan, en un debate intenso pero muy amoroso.
Hoy, viviendo la segunda década del siglo 21, ya no tengo la alegría de conversar en persona con mi madre, pero continúo internamente nuestras conversaciones. Sobre el mismo tema: ¿estamos progresando como especie humana? ¿Estamos mejor ahora que antes? ¿Cómo medimos el progreso? ¿Derechos humanos, igualdad económica, autoconsciencia, esperanza de vida, disponibilidad de educación? ¿Son todos ellos igualmente importantes para medir el progreso de la humanidad? ¿Qué es realmente el progreso?
Ahora me encuentro yo al final de mi vida, como estaba ella en ese balcón memorable, y me doy cuenta, como ella lo hacía, de que el mundo actual es muy diferente de aquel en el cual crecí, y reflexiono: ¿estaremos progresando, estaremos mejor o peor?
Parecería ser, pienso, que algo hemos mejorado, en el acceso a oportunidades y la libertad de elección, en el reconocimiento de la humanidad como una condición igual de todos los seres humanos. La definición de «nosotros» hoy en día, es más amplia que nunca, y al menos en principio, estamos hoy más allá de aceptar, la servidumbre, la esclavitud y la demonización de otras tribus. Sí, todavía hay prejuicios, intolerancia, prejuicios tribales y raciales, pero no parecen tener una amplia aceptación como antes aunque hay focos prevalecientes y emergentes.
Otra preocupación es la sostenibilidad. Somos tantos ahora. Hoy tenemos una población 15 veces mayor que la que teníamos en el siglo XVI. Una población que utiliza recursos per cápita más vastos y tiene un mayor impacto en nuestros sistemas de soporte vital que nunca. Por un lado, parece que, en general, nuestra aceptación de la interconexión de los sistemas vivos y el medio ambiente es hoy mayor que nunca. Pero junto a este crecimiento de conocimiento también hay una multiplicación de una codicia insaciable que nos lleva, a una aparente incapacidad de administrar las energías de la naturaleza. Lo cual nos está colocando en una encrucijada de civilización. Si no llegamos a un consenso de comportamiento social, que coincida con la consciencia de la interconexión y del impacto negativo de la explotación desenfrenada de los sistemas de soporte vital, estaremos estableciendo las bases de un futuro sombrío.
Así continuo, en soliloquio interno, mis conversaciones con mi madre en su balcón. Por supuesto, sobre todos estos asuntos hay tratados bien informados, analizados desde todas las perspectivas y opiniones, materiales, políticas y espirituales. También hay innumerables y extrañas teorías de conspiración sobre esto y aquello. Teorías que antes de las redes sociales eran sólo fantasías de imaginaciones aisladas, rumores entre grupos pequeños, y ahora son conglomerados ideológicos de distribución instantánea y amplia.
Pero más allá de los contextos de palabras que manifiestan pensamientos, opiniones, creencias y hechos, intuyo, que quizás haya un diseño, y que la aparente turbulencia y contradicción, son parte del desarrollo de ese diseño desconocido.
Esta reflexión intuitiva me ha llegado con la vejez, porque cuando conversaba con mi madre, pensaba que mis fuentes eran impecables por ser intelectual y científicamente sólidas. No había lugar entonces para detectar diseños «desconocidos».
Recuerdo, que ella me miraba como si todavía yo fuera su niño y sonreía. Y por un momento, casi sin saberlo, dejaba de ser un experto y, de alguna manera, una sabiduría sutil se apoderaba de mí, coincidiendo con el momento en que ella me daba su abrazo de despedida. En ese momento, yo sentía su fragilidad y su fuerza, mientras ella me daba una bendición secreta, para mi regreso al mundo. Nunca llegamos a un acuerdo sobre el estado de la humanidad, pero de alguna manera insondable, yo salía de su balcón sintiendo que todo estaba bien.
El mundo continúa hoy gestándose y agitándose en contradicciones. Por un lado, parece que la consciencia de la interconexión se está fortaleciendo; los activistas sociales, los gobiernos y las empresas se están involucrando, aunque no al ritmo que se requeriría, en la restricción del impacto de la actividad humana en el medio ambiente. Y nuevas tecnologías de comunicación, la proliferación de viajes internacionales, y la globalización de los esfuerzos económicos, posibilitados por un mundo en gran medida en paz, están haciendo que el planeta sea más pequeño. La mezcla de las tribus se está llevando a cabo a un ritmo nunca visto.
Pero a la misma vez los sistemas de colaboración internacional, puestos en marcha después de la segunda guerra, para la integración global, se han debilitado. Los países que alguna vez se clasificaron en bloques subdesarrollados ahora están floreciendo, el modelo económico del capitalismo, en diferentes matices, se ha adoptado en todo el mundo, y las líneas de producción en masa están distribuidas globalmente.
Esto último, junto con la aparición de tecnologías de automatización, han creado desempleo y segmentos de población olvidados. La migración pasó de 77 millones en el decenio de 1960 a unos 300 millones en la actualidad genera tensiones, que estimulan el renacimiento de ideologías nacionalistas y racistas latentes.
Las redes de comunicación mejoran la interconexión, pero también se utilizan para promover la separación y el miedo. Hoy, en un mundo que se enfrenta a la encrucijada de la sostenibilidad o el colapso, ejemplificado por la exacerbación de la desigualdad y el impacto del cambio climático, líderes autocráticos están alcanzando el poder. Los políticos con visiones retrógradas se aprovechan del miedo, despiertan el nacionalismo y erosionan las plataformas de integración regional y global.
Los influenciadores icónicos habituales basados en los principales sistemas establecidos están siendo reemplazados por múltiples plataformas aisladas generadoras de información y desinformación.
Pero recuerden yo no soy un experto debatiendo en un panel, ni estoy afirmando que lo que estoy diciendo aquí sea cierto o no. Sólo estoy teniendo una conversación con mi madre en el balcón de mi mente. Y ella me hubiese contestado “¿y entonces, que va a pasar?”.
Y tendría que responderle, no lo sé. Después de ver la reacción global a la reciente pandemia, la falta de coordinación internacional ante esta, la polarización de una ignorancia política en cuanto a sus soluciones y la escasez de un liderazgo visionario, ¿quién sabe qué pasará? El impacto del cambio climático, la guerra de Ucrania, las matanzas en Palestina, el desplazamiento laboral posible con el auge de la Inteligencia Artificial, la aceleración de las migraciones, el aumento del populismo y el nacionalismo fanático. La cosa no pinta bien.
¿Será que la gente reflexionará sobre su fragilidad? ¿Qué se intensificará su sentido de compasión? ¿La necesidad de colaboración? ¿La comprensión de que estamos todos en el mismo barco? Le digo.
A estos momentos, los signos externos prevalecientes, en las plataformas habituales de organización política, tanto a nivel nacional como internacional, sugieren una acumulación de ideologías aislacionistas y nacionalistas. La colaboración internacional se ha debilitado. Y así ansiosamente, le pregunto a mi dulce e invisible interlocutora y progenitora; ¿Será que el miedo, en lugar de la esperanza, va a dar forma a la imaginación cultural del siglo 21? Las tendencias políticas sugieren que el mercado del miedo está prosperando, y que los medios de comunicación, los políticos y los bandoleros de las redes sociales están ganando y manipulando este miedo con mucho éxito.
“Lo que necesitamos, -interrumpió mi madre allá adentro en mi mente- lo que necesitamos, es un proceso de despertar, más que de comprensión, un despertar del amor. Las personas sólo se unirán cuando se sientan auténticamente en el mismo barco, cuando su instinto de auto supervivencia, el miedo, sea reemplazado por un sentido de «estamos juntos en esto». Entonces la fuerza colectiva superará la desesperación individual. No importa cuán hábilmente la gente declare algo, si está desprovisto de alma, no los moverá. Es el corazón el que necesita liderar ahora, porque hemos estado confiando en la mente durante demasiado tiempo. Sin embargo, todavía no creemos en la sabiduría de nuestros corazones”.
Su intervención me hizo sentir, como cuando me abrazaba en despedida, en aquel balcón de siempre. Y le respondí:
“Quizás tengas razón. Los jardines pasan por diferentes etapas, y uno tiende a mirarlos sin una visión de continuidad, de modo que cuando se retira la tierra para plantar semillas, o cuando se aplica el estiércol para fertilizarla, se ven como si estuvieran en un estado crítico horrible, descuidados, casi perdidos. Pero los jardineros saben más que eso.
Y los jardines crecen y progresan como un todo, pero no todas las plantas florecen al mismo tiempo, por lo que la humanidad, como un jardín, ha experimentado progreso en un sentido colectivo, a lo largo de la evolución y la historia, y todos sabemos que ha habido muchas flores magníficas, cuya fragancia todavía inspira el entorno, y que el jardín ahora es más grande, que hay más plantas, y que muchas más están recibiendo agua. Y a veces las malas hierbas tienden a crecer. Pero tal vez, como en todos los jardines, hay algo de poda y limpieza que ocurre de vez en cuando, y podría parecer a los no iniciados, que están mirando solo ese momento del jardín y no la continuidad del proceso -que el jardín está condenado.
Tal vez -continué- hay otro plano en nuestra humanidad; una interioridad, que está fuera de nuestro control, que está desplegando todo su potencial, superando barreras aparentemente infranqueables, en un nuevo pulso del cosmos. Después de todo, las fuerzas autoorganizadas de la vida han superado tantas veces antes, circunstancias insuperables. Tal vez, este en desarrollo, un nuevo experimento de consciencia, una civilización de sabiduría, un momento planetario de alegría y compasión”.
Mi mente estaba completamente de vuelta en aquel balcón, diciéndole de nuevo adiós a mi madre, y silenciosamente sintiendo que todos los conceptos y teorías no se comparan con la revelación que está presente en un sólo abrazo de una madre.