Sólo los poetas deberían ocuparse de los líquidos…

(Novalis)

Agua en movimiento

Su taoísta búsqueda de lo más bajo hace del agua un camino de cascadas, lágrimas, lluvias y rocíos. Pero su cristiana búsqueda del ascenso vaporoso es misteriosa e invisible hasta que coagula en nubes en lo más azul del cielo; como vapor no necesita del apoyo material de árboles, rocas o mejillas: sus caminos son secretos y silenciosos. Y ya sea el ominoso tronar de las olas sobre los acantilados o la garganta mortífera del Maelstrom noruego o sea la feliz canción siempre irresuelta de los arroyos, todas sus voces son promesa fantasmal de tormentas y aguaceros o de tranquilos estanques u olvidados pantanos. El agua espera al sol para volar hacia las alturas, y ya en lo alto, se convierte en una dínamo monstruosa que descarga furias eléctricas o se agrisa en dóciles mensajes de lluvias doradas y cenicientas de otoño. A su vez, ondas, olas y espumas cruzan los caminos que van desde y hacia la tierra y el cielo. El agua viaja desde el horizonte hasta nuestros pies... de nacientes a desembocaduras, para volver a las nacientes como lluvia. El agua modela y modera la tierra. Trae y lleva.

Dice el Rig Veda:

¡Vosotras, las Aguas, que reconfortáis:
¡traednos la fuerza, la grandeza, la alegría, la visión!…
Soberanas de las maravillas,
regentes de los pueblos.
¡Las Aguas!, yo les pido remedio.
¡Vosotras las Aguas, dad su plenitud al remedio
y que sea como coraza para mi cuerpo
y que así vea yo por mucho tiempo al Sol!
Vosotras las Aguas ¡llevaos
ese pecado cualquiera que sea,
por mí cometido..!

El agua traduce la quieta voz de la materia y la energía y se hace ola, goteo, nubes, ruido, fluidez, animismo. Es la sangre del planeta que baña, disuelve, resuelve y devuelve... y soluciona: su molécula electrizada obedece al principio alquímico del “similia similibus disolventis”: lo similar disuelve a lo similar. Ignorando moléculas sin carga y aliándose a otras con carga, construye y destruye la materia. Cualquier problema de lo vivo halla solución en una solución acuosa... salada o dulce, el agua disuelve los conflictos de la Tierra y genera otros nuevos que nutren la evolución del planeta...

El agua de mar, reducida adecuadamente su salinidad con agua dulce, genera un plasma isotónico con una composición mineral casi idéntica a la de nuestras lágrimas, sudor o plasma sanguíneo. De hecho, este plasma (de un 90% de agua circulante) contiene sales en proporciones análogas a las del agua de mar, haciendo que los seres vivos terrestres sean, en última instancia y en general, sacos de agua marina retenida en estructuras impermeables... El conjunto hace que la hidrosfera y biosfera marinas superen sus propios límites e invada la tierra seca donde su cuerpo acuoso no hubiera podido llegar en forma directa, salvo como nubes o lluvias sin sales, recorriendo el mundo.

Según Heráclito, nadie podía bañarse dos veces en el mismo río: la movilidad del agua era la fatalidad del tiempo. Sus ciclos fueron identificados por Lao Tse: “El agua no para ni de día ni de noche. Si circula por la altura, origina la lluvia y el rocío. Si circula por lo bajo, forma torrentes y ríos. El agua sobresale en hacer el bien...”. Arreando las focas de Poseidón, Proteo, el anciano dios antes egipcio, se hizo olímpico. Su hija Idotea lo describe conociendo “las profundidades del mar” y los secretos del tiempo. Como el agua, Proteo cambia a voluntad para no dejarse atrapar por Odiseo, y en formidable aoristo homérico, se convierte también en agua... El agua es proteica por naturaleza.

A su vez, la móvil agua terrestre llegó viajando como cometas que coagularon en un protoplaneta donde, entre cambios de estado (dilatándose como vapor o como hielo) terminó en un complejo mundo, millones de años después, dando materia viva y, tras otros millones, a los seres humanos.

El agua inmóvil

Se dice que la letra “M” deriva del jeroglífico egipcio que representa al agua en una línea angulada de pequeñas crestas agudas. Su triplicación simbolizaba las aguas del océano primordial y la protomateria que genera. Así, el agua es la sustancia fundamental para la mayoría de las culturas: como decía Lao Tse, buscará siempre el nivel más bajo para ser fundamento inmóvil de todo: será origen de la vida y regeneración corporal y espiritual y símbolo de fertilidad, sabiduría, pureza, virtud y gracia. Fluida, tiende a disolver gran cantidad de sustancias, y a pesar de poder absorber cualquier soluto, en su fondo sigue siendo inmóvil: solve et coagula: se disuelve para coagular. Para los hindúes, como base inmóvil de lo cósmico, en el principio “...todo eran aguas...”, llamadas mátritamáh (“las más maternas”), siendo sattva su cualidad de pureza. Al buscar lo bajo, su tendencia era tamas: la oscuridad. Y oscilando como olas y ríos, tiene la cualidad rajas: actividad. Estas tres modalidades del prakriti (la materia) hacen del agua una neutralidad estática... neutralizada por su propia dinámica.

Para los taoístas “...las vastas aguas no tenían orillas...” y es el soplo sobre la superficie de las aguas en el Génesis así como la indistinción china de origen: “wu-ki”: “Las aguas sin cumbre...”. Como fundamento disolutorio, se lleva lo impuro al abismo de lo inexistente: lo inferior a lo inferior... Es purificadora en el ritual de los fu-chuei taoístas (“los señores del agua consagrada”), pasando por la aspersión curativa en el catolicismo o, igualmente, en el budismo. Está en el bautismo de las confesiones cristianas que efectivamente sumergen a las personas en agua siguiendo el rito esenio, y en las abluciones judías e islámicas. Ella es “el emblema de la suprema virtud” (Lao Tse) y de la sabiduría taoísta, ya que nada se le opone: libre, buscará la quietud del estanque.

Y si en el taoísmo el vino es símbolo del conocimiento, alivianarlo con agua (como hacían los griegos) es llevar al conocimiento (“kenoma”: el mundo del vacío) hacia la sabiduría (“pleroma”, el mundo de la plenitud estática). Busca lo profundo en el trigrama *k’an del I Ching (el Libro de las Mutaciones), aunque se la asocia al rayo surgiendo de su abismo en el cielo. Así, cuando los alquimistas chinos hablaban de “la reducción al Agua” afirmaban que ella era, también, el fuego: lo que el cristianismo dividía como purificación por agua y por fuego (el Espíritu Santo), entre los chinos ocurría en simultáneo.

En la tradición judeocristiana, los manantiales y pozos, así como ríos y lluvias (Jehová como “lluvia de primavera” -Oseas 6:3-) son símbolos de vida y fertilidad. Se le ruega a Jehová por agua, así como se lavan los pies de los visitantes para su buen descanso... y tal lavamiento es común entre cristianos e hindúes -lo hicieron tanto Cristo como Shiva-. Mientras el agua visible se da a conocer (el primer diálogo mesiánico de Cristo con la samaritana en el pozo de Jacob), también existe un agua misteriosa en el corazón de los Hombres que oficia como cisterna sagrada. Leemos en Jeremías 2:13: “me han abandonado, a mí, la fuente de agua viva, para excavarse cisternas… que no retienen el agua”. Escritura muy cercana a las palabras de Jesús en Samaria: “Quien beba el agua que yo le daré ya nunca tendrá sed, pues el agua que yo le daré se convertirá en él en manantial de agua para vida eterna”: manantial primero, inmóvil eternidad después.

Símbolos

Para Tertuliano (“De baptismo”), el Espíritu Divino prefiere el agua para originar “materia perfecta, fecunda y simple, totalmente transparente”, y el medio para esto es la ablución (del latín ablutio: lavado). La ablución ritual judía, según la Torá, incluye una inmersión total en una fuente natural, como un río, o un baño ritual en el Mikvé para purificar a las personas u objetos corrompidos por contacto con fuentes impuras (especialmente sangre y cadáveres). Para los cristianos, la ablución se vuelve única: el bautismo (del griego “sumergir”) es única porque del agua “nacerá” un Hombre Nuevo. Al bautismo se lo considera equivalente al Diluvio que “limpió” al mundo entero. Esta muerte ritual destruye la Historia (la del bautizado y la del Mundo) y abre las puertas a una plenitud soteriológica: es el primer paso a la salvación, es decir, a la exaltación como un Dios hijo, amplificando hasta el infinito el poder y amor del Dios/Padre: sus infinitos serán y fueron infinitos.

En “El Pastor de Hermas” (texto del s. II d. C., excluido del Antiguo Testamento pero citado por Tertuliano y San Ireneo de Lyon) se habla “de los que descendieron al agua muertos y volvieron de ella vivos” y San Calixto (el papa “liberto” de la esclavitud) cita a San Ignacio Teóforo: “Lo que yo tengo en mí es el agua que obra y que habla”, afirmación que acerca al agua del corazón, a la de la Castalia de Delfos, inspiradora de la Pitia en sus profecías.

El agua precede a la Creación y actúa en la Re/creación bautismal y, para Guigues II el Cartujo, operan en el bautismo tanto “aguas superiores” (renacimiento) como “aguas inferiores” (muerte) ya vistas en el Génesis.

El agua es tan ordalía como el fuego. La cosmogonía del agua corresponde a dos complejos simbólicos complementarios agua/fuego: la descendente celestial -lluvia, nieve- es semen uránico que fecunda la tierra asociada al fuego del rayo. El agua primordial terrestre, masculina e hija del amanecer -el rocío... muchas veces la única fuente de agua en el desierto-, es femenina asociada a la luna: fecundidad. La otra perspectiva hace equivaler el agua descendente que lo invade todo, a la sangre (fuego) de la Tierra: por eso, el agua lumínica, celestial e inmarcesible, y la terrestre, sangre corrompible, salen juntas de la herida del costado de Cristo, incluyendo, por ser entre las costillas, tanto al varón como a la mujer que de sus costillas se había engendrado... y como ya vimos en el simbolismo femenino1 ella es siempre símbolo negativo.

La relación sangre/vida se establecía entre los aztecas en el “agua verde” chelchevatl que manaba de los cuerpos sacrificados al través del color “vegetal” del cuchillo Técpatl de jade. La relación agua/sangre o agua/fuego era también importante para los celtas: en el agua lustral que los druidas empleaban contra maleficios, el rito reclamaba que se apagara un hierro al rojo extraído del fuego sacrificial. Entre los druidas de Irlanda, los poetas adúlteros eran ahogados en aguas lustrales en relación agua/sangre: el poeta que con sus decires sacralizaba la luz del agua, por adulterio traicionaba a la sangre: ahogado en agua, lo espiritual recibía su desagravio en carne... después de todo, los poetas celtas recibían su inspiración contemplando aguas lustrales, al modo de las profecías hidrománticas de Nostradamus.

Para Hesíodo -Teogonía- “La Tierra (…) dio también a luz, pero sin el deseable amor, a Ponto, el estéril piélago de hinchadas olas; y más tarde, acoplándose con el Cielo (Urano), dio origen a Océano, de profundos remolinos...”: la vida del mar reclamaba amor para nacer. Las aguas estancadas -pantanos, lagos- eran plasmas germinales, como la llamada “sopa de Haldane” que, en el laboratorio no sobrepasó el límite de los aminoácidos.

En la cosmogonía babilónica, cuando no había ni cielo ni tierra, había una materia indiferenciada de aguas primordiales extendiéndose desde siempre, y de donde nacieran Apsu y Tiamat: los principios elementales. El dios Apsu es el agua dulce sobre la que vuela la Tierra. Tiamat es el mar: el abismo de agua salada de donde salió la vida.

Para los egipcios “un gran loto emergió de las aguas primordiales, tal era la cuna del sol en la primera mañana”, metáfora perpetua del río Nilo que resumió muchas tradiciones de caos acuáticos iniciales en el Cercano Oriente... y de los cuales, particularmente en el cristianismo, había que rescatar a “el pez como animal psíquico” (según Ernest Aeppli) por medio de pescadores psíquicos quienes, con redes espirituales, desafiaban las aguas materiales “pescando” Hombres.

Superficie, profundidad y conclusión

Reflotada por Freud, los dos niveles fundamentales de la mente habían alcanzado una explicación simbólica quizás más comprensible que las teorías psicológicas: las aguas superficiales por las que navegan héroes de todas las épocas son la capa consciente de la mente que envuelve a las aguas profundas del inconsciente... aunque a veces, este surja monstruoso como pesadillas, alucinaciones o fallidos... y también como deriva poética del océano mental.

El vagar por mares abiertos, sin referencias, expone a los marinos a todos los peligros que la vida consciente debe afrontar, uno de cuyos epítomes es Ulises atado al mástil de su barco para no ceder al llamado de las sirenas... pero sí conocer lo que los monstruos de la profundidad tienen para decirle (psicoanálisis). En su sermón de Assapuram, Buda habló del lago de la montaña como aguas de superficie límpida “que permiten ver la arena, los caracoles y los peces, así como la vereda que lleva a la red...”: agua sin el peligro de lo invisible: lo inconsciente profundo se revela a la vista con una mentalidad libre de los fantasmas de la consciencia (Maya).

En el abismo se diferencian lo inferior (lo maléfico) de lo profundo (lo espiritual), pero en su etimología griega de abyssos, al significar “sin fondo”, incluye tanto la infinitud de la condena como la de la sabiduría: no tiene fondo el vientre de Acuario para el que se bautiza en Piscis2. En este sentido, la deriva del semantema aplicado a los océanos indica una infinita dispersión de lo material: el abismo acuático disuelve toda carne corrupta así como permite la expansión del mero conocer material en el saber las eternidades espirituales y cósmicas.

De una u otra forma, el agua participa en todas las cosmogonías: su infinitud lo inicia y lo culmina todo. Es nuestro primer espejo... es “la madre cariñosa y terrible” de Jung: esa madre de la que surgen equivalentes simbólicos del agua profunda: la fuente rota, la leche, la sangre y la vida. A su vez, su abismo anatómico llevó al varón a perder su consciencia en el orgasmo y a volver al semen en equivalente simbólico del agua que asciende como savia vegetal desde el chakra Muladhara hacia el fuego solar... ese mismo fuego que será nuestro próximo paso.

Notas

1 Para ampliar sobre este tópico, leer el artículo La mujer y su simbolismo.
2 Como ya establecimos en el artículo El simbolismo zodiacal y la puerta de los hombres.