El 31 de mayo próximo se cumplirán tres años desde que nos dejó Enrique Badosa, uno de los mejores poetas españoles de la llamada Generación del ‘50, por eso no quiero dejar pasar más días sin compartir aquí su recuerdo. El tiempo es algo ilusorio que se nos va entre los dedos sin avisar, aunque el paso de Enrique por la vida, su ejemplo como persona y poeta perdurará indeleble entre los que lo conocimos, pues compañeros de viaje como él, siempre nos hacen mejores.
En 2012, nació la colección de poesía in-VERSO, de Parnass Ediciones, bajo la dirección de Amalia Sanchìs. Tuve el honor de ser el primer autor al que se le publicó un poemario, La niña de la colina, que solo me ha traído alegrías.
Tengo que aclarar, con la indulgencia que supone el tiempo, que tuve muchísimas dudas a la hora de decidirme por el título, porque sé que resuenan lugares comunes, que es una pura asonancia y, en fin, que suena cursi. Todo esto lo tenía en cuenta cuando me lo estaba decidiendo y Enrique, que hizo el prólogo, disipó mis vacilaciones con sus palabras:
¿Título atrevido? Pero adecuado al propósito del autor, y que, sin estridencias, irá vertebrando los que constituyen la obra. ¿Y qué suerte de poemas? Elegíacos, sin duda alguna. Rotundos en su plasticidad formal, incluso en su comedida extensión. Felipe Sérvulo está asistido por el deseo de la plasticidad versal y verbal en la que busca y encuentra un decir necesario, de necesario lirismo ajeno a oropeles superfluos. Este poemario carece, y qué bien, de toda suerte de retórica abstrusa, de presuntuosidad, de enigma.
Sin embargo, ¿por qué la niña? «La niña» es ese ser que llevamos dentro, porque somos nosotros con nuestras más íntimas fantasías, que pocas veces se materializan. «La colina» es Tara, la Colina de los Reyes de Irlanda. Lugar sagrado e ideal, pero también hay otra Tara de tierra roja, en un lugar lejano. Y la niña, quiere vivir en ambas, porque los reyes, Vivien, Escarlata O’Hara, todos los niños… mezclan verdad con sueños. Pero, en nuestra cotidianidad, a veces, hay realidades que hermosean:
Percibo el cansancio en tu mirada
y tus párpados llevan
el íntimo secreto de tantos domingos
domados por la vida.
Pero hoy no voy a hablarte de tristezas.
Ahora, con el cerezo ya en sazón,
ahora que está como pan de oro
nuestra calle
y las ventanas se van abriendo
mientras caminas,
la primavera está temblando
en sus esencias
y pronto vendrán los niños
del colegio. Con sus risas tan blancas, con sus risas tan blancas.
Son como la propia floración:
llegan del frío y saturan de savia nueva
nuestras venas.(Felipe Sérvulo)
Las leyendas, las ilusiones, los sueños, los recuerdos…, ya nunca se los llevará el viento, a pesar de la inmortal puesta en escena que hicieron Vivien Leigh y Clark Gable y que tras el paso de cinco directores dio como fruto una película que perdura en nuestra herencia romántica.
Tuve la suerte de compartir emociones y palabras con Enrique Badosa, a quien conocí hace muchos años en las tertulias, que junto a Florentino Huerga, organizábamos en el Ateneu Barcelonés con el colectivo de escritores que ambos fundamos, llamado El Laberinto de Ariadna. En esas tardes del jardín del Ateneu que ya no volverán, Enrique nos traía siempre el magisterio de la palabra a través de sus poemas:
Es hora ya de hablar. En esta puerta
el día terminó. Ven y reposa
junto a la luz de nuestras noches blancas,
la luz de estar a solas.
Ya todo es del amor, y velaremos
en las palabras tenues,
pues de nuevo sucede que la noche
deja de ser oscura en nuestras horas.
Agua fresca en tu voz, yo que la bebo,
tú cercana, tan cierta,
dormir y despertarnos poco a poco
en palabras de amor madrugadoras.
La luz de cuanto hablamos, fue dejando
un horizonte azul en la pared…
¡El día una vez más, y ven conmigo
a dar un nombre nuevo a cada cosa!(Enrique Badosa)
Nació en Barcelona en 1927, licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Barcelona y graduado en periodismo, fue considerado uno de los más brillantes poetas y traductores de poesía en lengua castellana. Como escritor destacan sus ensayos sobre crítica literaria, también son excelentes sus traducciones en verso del catalán, del latín —Epodos y Odas de Horacio—, del francés y de otros idiomas.
Durante más de veinte años fue director literario del departamento de Lengua Española de Plaza & Janés. Obtuvo numerosos premios y en 2006, recibió la Creu de Sant Jordi, uno de los máximos reconocimientos que se pueden recibir de la Generalitat de Catalunya. Su obra abarca más de cincuenta libros entre poesía, ensayo y traducciones.
Recibió el reconocimiento del mundo académico e intelectual de Barcelona, en la sede central de la Universidad, el 1 de junio de 2017. Allí estuve con él y recordamos lo que llamaba, generosamente nuestro libro». Se refería a aquella niña que ya vivía en su colina para siempre.
Decía al final del prólogo:
Sin duda, el poemario abarca mucho más de lo que aduzco, pero me arriesgo en insistir en que lo aducido posee calidad poética evidente. Y, desde luego, espero y deseo que esta no haya sido un autoelogio de elogiador, como a menudo sucede en prólogos y críticas. Que sean solo palabras en respuesta a un amigo, Felipe Sérvulo, que con naturalidad me pidió un parecer, no una alabanza.
Mi agradecimiento, querido Enrique, por tu amistad y por tanta bondad que siempre brindabas a todos los que nos acercábamos a ti.