Ha venido ocurriendo desde hace 80 años. La primera vez que me di cuenta de ello fue cuando tenía cuatro años. Desde entonces, es algo que sucede todos los días. La vida, quiero decir, esta consciencia de mí mismo al percibir las cosas que suceden, en mi cuerpo, en mi mente y en lo infinito que hay afuera.

Crecí como todos, aprendiendo los códigos culturales propios y descubriendo los instintos, capacidades y molduras prefabricadas del cuerpo y la mente. Construyendo este ego y personalidad, descubriendo las posibilidades, limitaciones y la muerte, pero siempre asombrado ante esta cosa de ser.

Los convencionalismos y costumbres aprendidos en el hogar, el vecindario y la escuela, con la familia, maestros y compañeros, se limitaban a la interpretación, en mi país insular caribeño, de los elementos básicos de la civilización occidental: religión cristiana o católica, e historia europea y norteamericana, salpicada con un poco de historia antigua romana, griega y egipcia. La mayoría de las otras personas que conocí en ese camino temprano por la vida compartían una composición cultural y similar, aunque todos exhibían sus propias interpretaciones de la vida que eran diferentes a las mías.

El resto de la historia de la humanidad, todas las experiencias, cultura y creencias religiosas africanas, asiáticas y nativas americanas eran inexistentes o notas remotas a pie de página, en el marco educativo y de información cotidiana que rodeaba entonces mi contexto cultural.

A temprana edad, comencé a intuir que la diversidad en todas sus expresiones era una de las principales características definitorias de la vida. Tenía mucha curiosidad sobre la vida, descubrí la muerte cuando era niño y cuestioné las contradicciones de la religión: un ser amoroso, creador de todo, que era al mismo tiempo crítico, excluyente y lleno de normas y regulaciones punitivas. Al comienzo de mi adolescencia, simplemente esto dejó de tener sentido.

La lectura se convirtió en un hábito temprano en mi búsqueda de puntos de vista alternativos, algo fuera del código enseñado en la escuela y el contexto tribal de mi burbuja. Profundicé en “El Principito”, “El Profeta”, “Por qué no soy cristiano”, “El fenómeno del hombre”, “El ser y la nada” y otros escritos similares. Quería conocer otras ideas sobre lo que era la vida.

Una vez en la universidad, me enfoque en la ciencia, en particular en la biología, en mi búsqueda por querer saber sobre la sustancia y los procesos que componen todo, para poder entender su propósito.

Por supuesto, junto con esta búsqueda de explicaciones de los fenómenos externos, fui testigo de mi propio desarrollo personal. Las relaciones que establecía con los demás, mis complejos, gustos y disgustos, deseos y frustraciones, inhibiciones, mi lado oscuro y mi lado positivo, los excesos. Y también la interacción con diferentes corrientes de pensamiento colectivo, la política, los prejuicios, las ideologías, el fanatismo, etc.

Todo esto al tratar de resolver, desesperada y personalmente, qué es esta cosa irremediable de ser, qué es esto de estar vivo. Aprendí sobre los átomos y las partículas subatómicas; diseccioné especímenes de varios géneros biológicos para aprender sobre los constituyentes de la vida, estudié los ciclos de respiración y fotosíntesis que transforman la energía, los tejidos vivos de elefantes, gorriones, y corazones humanos. Y descubrí que, en realidad, somos ecosistemas andantes de entidades vivas coordinadas.

Me di cuenta de que el universo está íntimamente hilvanado, desde la formación de las estrellas, hasta la evolución de la vida, como un vasto cosmos que se despliega hasta llegar al “Fenómeno del Hombre”, una resultante que es auto observador del universo. Comprendí por qué Loren Eisley dijo: “Uno no puede arrancar una flor sin perturbar a una estrella”.

Me preguntaba entonces, ¿y por qué? ¿Cuál es la razón de este ser? ¿Qué es esta consciencia de la consciencia que tenemos, esta autoconsciencia, esta mente que le da a nuestra especie la capacidad de comprender, manipular, manejar, amplificar o sanar este sistema enmarañado y holístico del que formamos parte, y, al mismo tiempo, la capacidad de destruirlo y causar un gran daño a nosotros mismos y a los demás que comparten este concierto de vida?

Sí, nuestra humanidad crea obras de gran belleza, catedrales que sobreviven a los siglos, composiciones musicales que cautivan el espíritu, imágenes que combinan la visión interior con el entorno, en colores y formas que cobran vida. Nuestra mente alberga individualidad, creencias, prejuicios, miedos, servicio desinteresado, vicios, amor sin ataduras, consumo egoísta y vano, codicia, corazón, cosmovisiones materialistas y espirituales. Luchamos por encontrar las respuestas más profundas. A la vez que nuestra credulidad y miedo nos hacen seguir falsos carismas, y crear ideologías y cultos de masas, para escapar de la pregunta profunda de ¿quién soy yo?

Hoy, en el silencio de otra mañana, volví a asomarme a las visiones interiores de mi propia vida y de los “otros” que me rodean y me han rodeado. Tratando de imaginar un campo unificado de la vida.

Jugando con la imaginación, coloqué en mis ojos un instrumento imposible, que tenía la capacidad simultánea de ser ultramicroscopio y telescopio de alta potencia, para mirar todo lo que estaba cerca y adentro y afuera y más allá. Y vi en mi imaginación un campo vibratorio continuo, que se extendía desde mí hasta los confines del universo, hasta donde el telescopio Webb se está enfocando ahora, capturando vistas de galaxias y estrellas que ya no existen.

Simultáneamente, dentro de mi mente, detrás de mis ojos, exploré conversaciones y contextos que he tenido con los demás, las relaciones en este pasar, mi propio desarrollo, las experiencias alegres y tristes, el egoísmo y el altruismo en mí, el dolor y el amor sentido. Pensé en los innumerables otros que he encontrado al pasar, como extras en una película, aquellos con los que uno nunca intercambia ni siquiera una mirada, una palabra o un momento de corazón. La gente, la gente que fluye por todas partes.

Reviví los momentos de amor. Estos regresaron en un modo silencioso, vestidos de nostalgia y alegría, y también de momentos dolorosos y de lecciones aprendidas, de oportunidades perdidas y fracasos. Y una alegre melancolía de ser me envolvió, a medida que esta visión combinada interna y externa, revelaban una inmensidad continua, un tapiz increíble, que se extendía dentro, fuera y a través de mí.

Recordé las palabras de grandes místicos y poetas, describiendo un amor, una visión más allá del ensamblaje fragmentado de las cosas, cantando la canción del ser, cantando a la unicidad, susurrando una fragancia de un Amor tan profundo, que hace que uno se pregunte, reflexione y sea humilde, acerca de no saber de qué se trata este Ser, mientras a la vez siente una esencia invisible, que lo impregna todo.

Esencia que no puede ser captada con conceptos ni fórmulas, o predicha, diseccionada o descrita. Que está presente en el abrazo simple y profundo con un ser querido, en un momento de asombro al amanecer, en una mirada amorosa, una sonrisa, un intercambio compasivo, en la fragilidad de una mariposa, y en el poder de un sol naciente.

Los poetas le llaman amor.

Sí, hoy, por un breve instante, mi exploración combinada de adentro y afuera, reveló un campo unificado de esencia, más allá de los contrastes de cualquier tipo, un flujo de una canción que vibra a través de puntos infinitos. Y por un santiamén, o una eternidad, me fundí en esa unicidad.

Mi meditación matutina improvisada terminó. Caí de nuevo en mi identidad de exclusiva, mi ego y mi punto de vista. Convencido, después de 80 años de vivir, que todo lo que sucede, parece seguir el mismo guion; una totalidad fragmentada, que pugna por conocer, y mientras crea en su camino de dualidad, la belleza, las historias de amor, el odio y la ignorancia. Sospecho que todo va conduciendo, hacia ese momento en el que cada fragmento alcanza y permanece consciente del campo unificado.

Así volví a mi día a día. Y mientras tomaba mi taza de café, encendí la tele en las noticias de última hora. Y de nuevo lo mismo, las disputas constantes, las fuerzas hostiles, las voces opuestas, los odios, los intereses propios, la división en ideologías y tribus, el mismo pensamiento lineal. Ninguna mención remota de la percepción del campo unificado, de nuestros constituyentes comunes, del ensamblaje hilvanado de la vida, de esa fuerza secreta, llamada amor, que parece impregnarlo todo.

Tal vez, pensé, estas fuerzas antagónicas son como los productos químicos en un laboratorio. Sus energías explosivas, siempre calentándose y agitándose, entremezclándose, son un continuo proceso de síntesis. Tal vez, a pesar de que juzgamos y responsabilizamos a los demás por esta o aquella acción, todos estamos actuando, de acuerdo con los potenciales de una síntesis anterior, manifestando fuerzas opuestas almacenadas, como las energías que desplegaron y evolucionaron el universo. Como los volcanes, que explotan, entran en erupción y destruyen, mientras que, a la vez, crearon condiciones que permitieron la evolución de la humanidad.

Quizás estas energías opuestas están en todas partes, incluso en el desarrollo interior de los humanos, a medida que evolucionan, en su consciencia individual y en la civilización colectiva, en pos de la toma de consciencia del campo unificado. No sé la respuesta. Pero estoy asombrado por la increíble manifestación del Ser, por su pulsación entre puntos de vista individuales y el enmarañado campo unificado, que ocurre todos los días, cada instante.

Es un milagro.

Todas las personas, todas las permutaciones posibles
del bien, del mal, del pensamiento, de la pasión.
Las lámparas son diferentes, pero la Luz es la misma.
Una materia, una energía, una luz, una mente de luz,
Emanando infinitamente en todas las cosas.
Un diamante que gira y arde,
Uno, uno, uno.
Conéctate, desnúdate,
al silencio ciego y amoroso. Quédate ahí, hasta que veas
Que estas mirando a la Luz con sus propios ojos eternos.

(Rumi)