El arte como institución o emprendimiento cultural en sus diversos procesos evolutivos transformó los procedimientos de validación de la obra. Desde la década de los años ochenta y noventa gestaba una importante reflexión al observar los bordes fronterizos entre las diversas manifestaciones creativas: la pintura, la escultura, la arquitectura y el diseño de objetos o artefactos industriales, y la cultura popular. Hoy, la convivencia entre estos tópicos se vuelve porosa y se desvanecen las fronteras en favor de anclajes de espacio y visibilización.

Para ilustrarlo mejor recurro a un artículo periodístico de Damián Bayón de los años noventa publicado en La vuelta de los días, y que también está en internet, el cual esclarece el origen de esta confrontación:

En el MOMA de Nueva York se acaba de inaugurar una exposición con el ambiguo título de High and Low que propongo traducir como Lo alto y lo bajo: arte moderno y cultura popular (como aclara el subtítulo).1

Bayón, con su respectivo análisis, observa el origen de la ruptura de los límites:

Magníficos cuadros, litografías, dibujos de Picasso, Braque, Gris y Delaunay sirven para mostrar cómo esos artistas empiezan a utilizar “artísticamente” elementos de la vida corriente incorporándolos a sus propias creaciones. Rotella y Stains “arrancaban” literalmente tiras de los avisos callejeros para convertirlos en “cuadros” populares y monumentales: sería una forma “baja” de arte; la “alta” –en ese mismo campo– estaría representada por Picasso o Dubuffet (y tal vez Paul Klee, me atrevo a agregar yo ahora).

Aquella controversial muestra en el Museo de Arte Moderno (MOMA) de Nueva York –y que en lo personal logré apreciarla en el Instituto de Arte de Chicago– involucraba al visitante a repensar la convivencia del arte con los productos creativos o de la industria cultural. Evóquese que, en aquellos tiempos, se daba a la pintura y escultura una fastidiosa “estatura mayor” respecto a las mal llamadas “artes menores” o “artes aplicadas”, fronteras disipadas en esos mismos años por conceptos de transparencia y porosidad que no solo cambió la cultura de finales de milenio, sino también la política y sociedad posmoderna: Sazonaron paradigmas sociales como “Yo soy tu”, la caída del Muro de Berlín, la distensión de la Guerra Fría, signos de la Posmodernidad que beneficiaron las condiciones de mutualidad en contra de los odios raciales, étnicos y políticos, que hoy a más de tres décadas parecen volver a tensar aquellos ejes Este-Oeste, Norte-Sur; la política mundial vuelve a calentarse.

Importa aclarar que la artesanía y los productos del diseño por sí solos sean arte,2 pero los tolera en contextos entre el objeto, la obra artística y la calidad, la ingeniosidad del producto es lo que los acerca pero exige rangos de funcionalidad, y, como dije, alta calidad.

Entonces, el arte hoy está más cerca del diseño de productos o industrial; los discursos estéticos cuestionaron esa distancia en favor de la disrupción de los límites: la artesanía liga mejor dentro de la instalación artística, como también lo hace el arte naife, el arte originario ancestral, lo popular, y la misma arquitectura e incluso la gastronomía demuestra una creatividad envolvente. Hoy apreciamos propuestas que calan en esos estratos de validación en los productos alimentarios, pero no es solo por el sabor e ingredientes que agregan los factores nutritivos en lo gastronómico, sino por la presentación cuando los factores estéticos son puntos sobre las íes a considerar en tanto se dice que todo entra por los ojos antes que por el paladar.

Dicha actitud de romper viejos preceptos e innovar, son ocupaciones del pensamiento creativo y crítico, fundamentan la exigencia y vigencia de los parámetros de calidad. Las diferencias motivan a disentir, pero importa más que nunca buscar un punto de anclaje entre sí, y estas nociones hoy definen y lo subrayo: el binomio naturaleza y cultura. Por esta razón las artesanías locales y populares demuestran mayor tolerancia, pero en nada son complacientes si las comparamos con las baratijas del mercado global que inundan las urbes con subproductos que pronto pasan a ser basura y contaminantes.

Algunos anclajes a la cultura guanacasteca

La “casa de alto” de Santa Bárbara en el cantón de Santa Cruz, es similar a una barca a la deriva, azotada por el polvazal, el viento y las soleadas jornadas que exigen a nuestros cuerpos reposar en unas hamacas colgadas en la segunda planta. Es una vieja estructura totalmente de madera, sin ventanales, pero por una única oportunidad mirar al tiempo, a la vida que se va a cada segundo: de pronto se borran y desaparecen esos testimonios patrimoniales, pero en una mirada quizás fugaz aquellas casonas permanecen como añoranzas, pues, como dicen la memoria está viva. Aquellas casonas guanacastecas antiguas no conocen pinturas, ni barnices, ni ceras, ni resinas para preservarlas, solo el polvo y el agua de las lluvias les dan una pátina para soportar las contingencias del tiempo, las añejan como las pieles ásperas y terrosas de los habitantes originarios. Son casas extensas, como las narrativas de sus pobladores, largas como el chiflido o grito del sabanero que va tras la res para llevarla al comedero.

Las artesanas de Islita

Odilí Vásquez y Juana López junto con Marta Figueroa conforman el grupo “Bosquemar” de Islita y Corozalito, cantón de Mandayure. Colectan palos, piedras, bejucos y maderas bruñidas por las aguas marinas, u otras materias que acrecientan el filoso hilo de su forma de creatividad. El grupo fue formado en el 2003 con el apoyo del Museo Islita, y con fondos de Fundecooperación llevaron al diseñador Rodolfo Morales para apoyar la creación y producción de esas huellas. También está el grupo de ceramistas “Las Cantarrias”, que fabrican piezas para el hogar, y las mujeres grabadoras que elaboran las matrices con maderas compensadas, láminas que sirven para imprimir en sábanas de tela desechadas por el Hotel Islita, para que perdure la materia y renazca la expresión visual con algunos rasgos naife de enorme tolerancia cultural.

En esa comunidad costera las mujeres emprenden el trabajo cotidiano buscando materias en la playa, en la naturaleza y la cultura, y reciben el nombre del grupo según donde ubiquen su taller, que puede ser bajo la sombra de un árbol como es caso de “Las Papaturras”. También destaca la señora Juana López que con materias recogida en el campo crea una especie de serpiente con la cual manifiesta sus temores y/o venturas, aunque para esta manifestación crítica requiere sentir las pulsiones del alma: el performance.

Ruth Guevara de Nicoya elabora la jícara (de árbol Crescentia cujete o alata, singular en la cosmovisión de los pueblos mesoamericanos y en especial de la cultura maya). Investiga qué puede innovar con esa dura materia: grabarla, pintarla, cortarla, ensamblarla con otras materias como el pabilo, yute, cuero, madera, tela, piedra, conformando un producto de calidad y estética contemporánea en este ámbito de lo utilitario y, sobre todo, del hogar y parafernalia femenina. También en la ciudad de Nicoya el artesano Luis Aguilar Cáceres trabaja los jícaros grabados con motivos del arte originario del ancestro, con importante rigor gráfico y dibujo que destaca entre ese carácter de productos.

En la zona de Matambú, cantón de Hojancha, don Pedro Pablo y su esposa trabajan con el abundante jícaro grabado con referentes simbólicos originarios. Uno de los productos notables por su dimensión lúdica y tradición, nos motiva a bailar el trompo.

En el campo de la cerámica destacan las de San Vicente y Guaitil, quienes desarrollan la referencia a la cerámica chorotega ancestral, sus diseños, tazo o dibujo, uso de curioles para preservar la técnica. En Puerto San Pablo de Nandayure, doña Zeneida Trejos encabeza a un grupo de mujeres al elaborar la loza sin engobes, pulida al natural pero con la gracia y color de la tierra que extraen de manera tolerante con esa cultura y naturaleza, nos evoca la alfarería chibcha de antes de las migraciones del siglo IX y X. En este mismo ámbito se conoce la cerámica funcional de Jafet Briceño de La Cruz y se recuerda el legado de doña Flora Cano y su hijo Crescencio en el hacer loza de barro cocido quemada con maderas de raleo y técnicas también ancestrales.

Recién apreciamos el uso de la fibra del árbol conocido como majagua (familia botánica Malvaceae la cual se liga a la Ceiba pentadra, también significativo en la cosmogonía mesoamericana). Isabel Gallo y su familia del cantón de La Cruz extraen la fibra de la corteza y producen textiles, alfombras, cestería, sombras para lámparas, algunas se acercan a la forma orgánica del nido de oropéndola, cercanas a las esculturas blandas de importante estética y presencia muy contemporánea.

Este breve repaso abriga hoy a la cultura guanacasteca, rica en tradiciones y materias extraídas de la naturaleza, reinventa el legado legendario y algunos escalan otros bordes creativos como los textiles artísticos de Rocío Ajún, oriunda de Tilarán, quien recién expuso estas creaciones en la galería de la Escuela Casa del Artista del MAC. Cada zona observa diversidad de productos arraigados como he repetido de manera copiosa pero importante en la cultura y naturaleza, principal eje de su expresividad y rigor creativo, buscando el factor de la calidad para mejorar su presencia en el competitivo mercado de lo cultural.

A manera de conclusión repito el abordaje teórico e histórico del inicio: para el arte contemporáneo la validación de estas manifestaciones creativas es un importante punto de inflexión para poner nuestras miradas en esta naturaleza y cultura local. Las manifestaciones de la Otredad predicaron aquella disrupción de los bordes: las diferencias no tienen por qué desunirnos, al contrario, son las que nos atan sustentando una mejor relación entre los frutos de la creatividad, la innovación, la calidad, con el arte de punta y por ende la sensibilidad humana que posee un tono o golpeteo continuo el cual emerge desde la entraña y hondo del pecho.

Notas

1 Bayón, Damian. “Alto” y “bajo” en el arte moderno. La vuelta de los días.
2 Quiróz-Valverde, Luis Fernando. (2023). En el templo de las ilusiones. Revista Meer.