El manantial perenne de dulzura imperecedera está dentro de cada uno.
(Meher Baba, gurú de la India)
Qué difícil es diferenciar la sustancia del espejismo cuando uno está sediento y expuesto a este bombardeo constante de información, que únicamente se enfoca en la necesidad de afirmar este punto de separación que nos creemos y de protegerlo de las intrusiones de otros las cuales desafían esas fortalezas de definición que nos llamamos nosotros mismos.
Pensemos en este modelo al que todos suscribimos: nacemos, crecemos y morimos. Los que nos precedieron nos cuentan sus puntos de vista como verdades; en la historia, la costumbre y la tradición; nos representan sus miedos, sus conquistas, sus percepciones y las de sus generaciones anteriores.
Toda esta aparición, de la cual nos damos cuenta, se describe como un valle de lágrimas, un paraíso perdido, una sopa cuántica aleatoria o variaciones de estos conceptos. Yo no sé, solo trato de adivinar. Siento el dolor, el anhelo, la confusión, pero también la alegría, la belleza y la profundidad de este cuento. Es profundo y a veces abrumador, ya sea que estés en alegría o dolor. Pero creo que el receptáculo y nuestro ego no son lo suficientemente amplios como para contener esta explosión de ser; es como poner el océano en una taza. Sin embargo, a veces nos derramamos y fluimos fuera del contenedor, y vislumbramos y vemos la belleza de todo, que parece ser un valle de lágrimas combinado con una alegre taberna, un paraíso perdido y a la vez encontrado, una partícula cuántica y un todo integral a la vez.
Se da en esos instantes una alegría intensa mezclada con tristeza, una especie de sentimiento que va más allá de las emociones; una totalidad, que deriva su naturaleza y abarca todos los matices de esta energía que nos rodea por dentro y por fuera en un campo unificado de anhelo y realización tan estrechamente entrelazado que uno es el otro, mientras que ninguno lo es al mismo tiempo. Está más allá de toda comprensión.
La esencia de esta visión es tan simultánea y holística que es la más adorable y amorosa de todas las construcciones posibles, imaginadas o no, de los universos y del más allá. Es un atisbo a una aparición que se realiza a sí misma en el ser.
Ni el lenguaje ni el pensamiento pueden expresar este estado, esta energía, esta dimensión, esta totalidad, este flujo dentro de un mismo punto. Hay una simplicidad en su manifestación.
Es tan profundamente bello y embriagador que todo el tejido de todo y el más allá de lo imaginado está impregnado de esta totalidad, la cual resulta tan prevaleciente y dulce, imposible de comprender, donde cada punto es sagrado, fundamental y parte integral de todo lo demás.
Sí, la vida corre profunda, sus átomos y moléculas desenfrenados, y los neutrinos y quarks se rebelan ante la sola mención de control ejercido por estos egos nuestros tan tiernos. Y ni siquiera quiero decirles lo que dicen las cosas aún más grandes, como los soles, las galaxias y los corazones. Todos siguen su propio curso, a pesar de las reglas y regulaciones, y no les importan las tradiciones, las percepciones y el consenso científico moderno.
Parece haber un Universo salvaje, desplegándose afuera adentro, con pasiones ocultas de amantes aislados. Un universo que se ríe de nuestros intentos de digitalizar momentos en rigidez y construir refugios de seguridad, en medio del imperativo de cambio constante.
Los sentimientos profundos, ondulados como mariposas en migración hacia los néctares de las flores, eluden a los ingenieros y a los expertos místicos y hacen travesuras espontáneas; saltan sobre fórmulas y recetas para desbloquear torrentes de amor; invitan pasiones cósmicas y amaneceres a una realización infinita que supera todos los conceptos de la creación y de Dios en un cumplimiento amoroso y caprichoso.
Todo el tiempo compartimos nuestros ritmos imaginarios de los vaivenes de la vida, desde el contexto de nuestras percepciones y puntos de vista, pero debemos siempre sonreír. Hay una criatura dentro de nosotros que gorgotea y enciende fuegos en pozos de agua oscura cada vez que nuestra ensoñación se escapa de nuestra manía de categorizar en cajas clases y dominios de todas las cosas definidas y monitoreadas. Y libres entonces nos elevamos por sobre los diferentes estados de ánimo que opacan nuestras alegrías e impiden que nuestro canto.
La vida se manifiesta de manera implacable, mientras las palabras nacen de nuestra condición humana, algunas con signos de interrogación, otras con símbolos exclamativos. Y nos atrapan detrás de las esquinas, como ladrones en centros urbanos, y nos quitan el aliento, nos roban el silencio y nos dan un fraudulento camino para ser mejores o diferentes. Nuestras mentes se han vuelto tan buenas para decir que conocen lo desconocido, que lo repetimos y lo decimos en oraciones y párrafos, incluso en páginas, y les decimos a nuestros hermanos en este universo brillante que la noche es el día.
Sí, pretendemos que el amor es como un jugo que se puede exprimir de una naranja o de un pomelo si se hace presión. Sin embargo, vemos flores silvestres floreciendo en praderas abandonadas y sonrisas naciendo en rostros sombríos, y todo finalmente recupera el azul del cielo, a medida que las tormentas se atenúan. Todos lloramos por no saber, y sin saberlo, anhelamos ese anhelo de volar a baja altura, por esas llanuras del recuerdo, donde la serenidad reside en océanos de comprensión, donde podemos tocarnos desnudos, sin temor a exponer, las pieles vulnerables de nuestros sentimientos y la naturaleza omnipotente de nuestra fragilidad.
Todos suspiramos y nos maravillamos, a veces, ante la risa que salpica el jardín con flores de todos los colores y desplaza las nubes en arco iris, después de las lluvias, cada vez que nuestros ojos y mentes se encuentran en armonía con el Ser, y recordamos quiénes somos realmente: esta increíble singularidad, que se asoma a sí misma, a través de infinitos puntos de vista para descubrir y celebrar su esencia.
Y sabemos entonces qué dicha es vivir, caer, levantarse, luchar, creer, amar y perdonar.