Los petrograbados o petroglifos son enormes piedras en las cuales los antepasados originarios grabaron una simbólica e indescifrable escritura para dialogar con el universo, manifestar el grito existencial que emergía de su interioridad al elaborar la dura materia del planeta, la piedra viva, cuyo significado en la cultura vernácula persiste. Aún hoy apreciamos nuevos glifos esgrafiados o hundidos en la superficie de las piedras, que son difíciles de inventariar en tanto hoy están y mañana no sabemos, cuando a veces parece que la misma tierra se los traga. Son abundantes entre los cafetales de Cachí y zonas cercanas a la cuenca del Reventazón.
Quizás existan algunos aún desconocidos, están ahí porque un torrencial aguacero tropical provocó un deslave y arrancó de la entraña de “Iriria” (la niña madre tierra en la cosmogonía cabecar y bribri, etnias originarias actuales que pueblan la cordillera de Talamanca y las zonas costeras del Caribe), o la Pachamama o “I be tap” en lengua brunca, noción de una madre parturienta y dadora de los bienes necesarios para la subsistencia y que habita la cueva o útero del mundo, ahí donde nacen los ríos; de esos fenómenos naturales emergieron estas rocas que hablan como voces y grafismos del pasado.
Algunas se colectan en parques y/o están protegidas por la ley de Patrimonio y el Museo Nacional, pero otras se encuentran en un potrero, finca, cafetal, cañaveral, o al ir caminando a la deriva por los cafetales puede que de repente nos encontremos parados frente a una de estas manifestaciones arqueológicas del ayer. Esto nos ocurrió un día de tantos que salimos a explorar los territorios aledaños con miembros de la Asociación Cultural Güitite y, poco a poco, al subir del sol y despejar las brumas del amanecer, las florecillas silvestres empezaron a cerrarse y fueron aflorando esas muestras del arte originario, cobijadas por los líquenes responsables de embalarlas para la eternidad.
Algo nuevo que encontramos en esta exploración al pasado local fueron unas enormes piedras en forma de mesa o altar, con gradas esculpidas en la misma roca, quizás para subir a realizar algún ritual o culto funerario. Estas eran culturas animistas, elevaban sus creencias al universo para propiciar una mejor caza o cosecha, e incluso enterraban a sus muertos amenizados con cantos, danzas, comidas, menjunjes u otras maneras de rito que acompañaban al desaparecido hasta sumirse en las aguas del río donde moran los muertos.
Simbología pétrea y una posible lectura
Siempre me pregunto cómo aprendieron esos lenguajes y caracteres de glifos o trazos en la materia dura, y no he hallado otra respuesta: nuestros ancestros eran atentos observadores de la naturaleza y de ahí derivaron sus lenguajes. Al mirar la serpiente enrollarse en sí misma aprendieron el trazo de la espiral, al igual que al apreciar las corrientes de los ríos cuando encuentran una piedra que parten las aguas y se crean remolinos o vórtices, los mismos que con abundancia aparecen en estas piedras esculpidas en forma de espiras de paso simple. Apreciaron el zigzag del rayo, el sube y baja de los oleajes en la pleamar y bajamar, el tremor sísmico u otras manifestaciones telúricas que remueven las profundas capas del planeta; también observaron el vendaval, el aguacero, el incendio y tuvieron lecturas para interpretar ese lenguaje vernáculo, que aún hoy desconocemos, pero nos comunica su estética.
Un día no tan lejano, caminado sobre las arenas pardas de las costas, me percaté que los cangrejos trazan surcos al bajar la marea y eso me develó rasgos muy similares al lenguaje con el cual aquellos ancestros dialogaron con los cuerpos celestes, o con las constelaciones. Pero de pronto venía otro oleaje y los borraba. Esa es la naturaleza, tan conocida como desconocida.
Hoy pasamos por ahí, entre esos cafetales capturando fotografías, analizando esas configuraciones o jerga simbólica de aquellos imaginarios, y mañana quizás no estén pues puede que la creciente los arrastre. Hace unos años visité con una pariente cercana, doña Zoleila Solano Ramírez, que fue maestra rural en una escuelita cercana al lugar, y ella aseguraba que ahí observó una enorme piedra que trajo le río Urasca, esculpida en forma de pirámide; pero por más que la buscamos solo permanece la certeza de que el mismo río se la llevó. Trasciende que en la parte alta de Urasca, precisamente en el Duán, hay cementerios indígenas no explorados. Ella especulaba al decir que, si algún día secaran la represa de Cachí, en sus fondos hallarían ciento de pretrograbados y muchas figuras de piedra y cerámica, pues todas esas aguas bajan a la represa. Comentaba que no era extraño, que en clases o durante los recreos, algún niño o niña gritara “ahí va una ollita de indio”, que no recogían por temor, porque los ancianos de las familias decían que tenerlas en casa atraía la mala suerte. En la muestra actual Mesoamérica Tierra de Huellas en el Museo del Arte y Diseño Contemporáneo, se expone un librito suyo con narrativas y dibujos titulado El enigma de la piedra (2014).
Uno de esos petrogabados, el más pequeño, cuya superficie tenía una coloración distinta y no había sido recubierta de líquenes, pues quizás estaba boca abajo y algún trabajador de la finca le dio vuelta para exponer a la vista el petrograbado, demuestra que al estar enterradas las piedras se conservan mejor que cuando permanecen a la intemperie, y aunque existe vandalismo, para moverlas se requiere de equipo especializado.
Muestras e investigaciones
El tema de los petrograbados en Costa Rica es un profuso escenario pues hacia donde uno mire encuentra referencias de las comunidades originarias que habitaron estos valles y cordilleras, sobre todo, cerca de los cauces de los principales ríos que atraviesan el país. Los científicos identifican zonas arqueológicas como esta en la cuenca del río Reventazón, provincia de Cartago, y se extienden a las llanuras caribeñas. No tan lejos se ubica el Monumento Arqueológico de Guayabo, al pie del volcán Turrialba, además están las zonas de Tucurrique, Pejibaye y Aquiares, muy activas en este abordaje. Esto se debe a que en tiempos inmemoriales, antes de la llegada de los europeos, los nativos caminaban y habitaban en estos lugares; antes de que existiera el ferrocarril o la carretera a Turrialba, andaban por detrás de estas montañas del sistema Duán. Trasciende que de la zona de Talamanca, Aquiares o Atirro llegaban a Pejibaye hasta llegar a Purisil, de ahí a Orosi y luego a Cartago. Algunos cortaban distancia y bajaban por el Duán para llegar a Urasca y Ujarrás, un lugar de considerable número de habitantes durante la colonia.
También está la Cordillera de Guanacaste, en las faldas de los volcanes, Orosí, Rincón de la Vieja y Tenorio, donde recién concluyeron una importante investigación internacional con un equipo arqueológico francés, alemán y costarricense, fundamento a su vez para la muestra titulada Un pasado entre líneas. Manifestaciones rupestres en la cordillera de Guanacaste, 2023, en Museos del Banco Central de Costa Rica. También se recuerda otra exposición en el Museo de Jade, la cual comenté en la revista española Experimenta: Diseño Simbólico en la roca / Manifestación rupestre.
En aquella oportunidad comenté: Se trata de una propuesta educativa muy bien articulada y documentada, curada por el arqueólogo del Vechio del Museo Nacional, quien en el libro-catálogo de la exhibición acota lo siguiente: “las manifestaciones rupestres son un elemento cultural inherente al ser humano y fueron elaboradas por todos los grupos sociales en el mundo”, conclusión central en tanto declara la universalidad de los lenguajes simbólicos con los cuales se expresaron nuestros ancestros originarios, que fueron esgrafiados en la roca viva y eran registros de una imperativa necesidad del individuo de comunicar sus acciones, costumbres, creencias, así como de la visión cósmica y cosmogónica de aquellas sociedades del pasado.
Acompañaban aquella muestra algunos objetos de origen funerario en cerámica y lítica, además de ofrendas halladas en excavaciones arqueológicas en distintas regiones de Costa Rica, fueron definidas, como ya se mencionó, como la Gran Nicoya, la Central-Caribe y la subregión Diquís al Sur del país, colindante con Panamá, donde se conservan las enormes esferas de piedra. Las mismas fueron declaradas por la UNESCO a inicios de la década de los años diez como Patrimonio de la Humanidad y son otro misterio a esclarecer.
A manera de conclusión
Uno de aquellos petroglifos encontrados en Cachí, valle de Ujarrás, era como una mesa de piedra, donde nuestros antepasados dibujaban el paisaje que tenían en frente: la cima en la cual yergue el coloso Irazú. Quizás en ese mismo punto nuestros ancestros pudieron apreciar las grandes erupciones de grises cenizas que no son otra cosa que piedra fundida y molida. Aquellos antepasados fueron personas que tenía un pensamiento no lineal, de ahí se deduce la organicidad de las composiciones pétreas, motivada por la asidua contemplación del entorno de ríos, montañas, árboles, flora y fauna, nubosidad del firmamento; lo mismo que tenemos hoy, pero sin contaminar, en una profunda convivencia armónica y pura, entre el creador del universo y ellos.