Ternura, alegría e ilusión.Tres sentimientos que se basan en tres valores fundamentales que les dan plenitud, la coherencia, la transparencia y la lealtad.
Placenteridad
Me miró con tristeza infinita y miedo, siguió su camino de aislamiento y se aisló también de su propio cuerpo. Nunca superó ni su propio nacimiento, Quizá fuera un niño en un sueño perfecto, en el vientre del limbo, en un sueño perfecto, placenta y amor, amor placentero, al ver que la vida será su alimento.
(San Juan Autista. Chucho, del álbum “Los diarios de petróleo” Fragmento II, 2001)
En el vasto paisaje de la experiencia humana, tres emociones emergen como faros que guían el curso de la vida: la ilusión, la ternura y la alegría. Estos tres sentimientos, entrelazados en la trama de nuestra existencia se erigen como pilares fundamentales en el edificio de la vida.
La ilusión, a menudo malinterpretada como un simple juego de sombras que desdibuja la realidad, revela su nobleza cuando se la considera como la chispa que enciende la esperanza en nuestro ser. Es el hilo de Ariadna que nos conduce a través del laberinto de la vida, invitándonos a vivir más allá de lo tangible. Como un espejismo en el desierto, la ilusión nos empuja a explorar lo aún no conocido, desafiando las limitaciones de lo posible. Pero, esta emoción solo alcanza su culmen cuando está arraigada en la coherencia, una coherencia que equilibra el sueño con la realidad, permitiendo que nuestras ilusiones florezcan sin perder el contacto con la tierra firme.
La ilusión implica alegría o felicidad experimentada con el anhelo, contemplación o esperanza de algo. Es complicado vivir sin dinero y más sin salud, pero es imposible vivir sin sueños, sin ilusión. La definición de ilusión es mucho más que lo que define simplemente algo material, es un rumbo y una finalidad. Es un sentido frente a la angustia. Aun así, hay muchas personas que (no) viven sin ilusionarse.
Según la ciencia, en el hipotálamo del cerebro se encuentra el llamado circuito de la búsqueda. Este circuito, que alerta los resortes de placer y de felicidad, sólo se enciende durante la búsqueda y no durante el propio acto. Por eso, más allá del propio objeto que genera ilusión, lo importante es la ilusión en si, el motor de búsqueda, aquello que hace que nuestro ser se active, por eso, cuando hay ilusión, somos capaces de dar lo mejor de nosotros. Pero, uno no se ilusiona porque si, la búsqueda de ilusiones, de anhelos, es una responsabilidad, una labor vitalmente obligatoria.
La ilusión, esa musa que danza en el límite entre lo tangible y lo efímero, como el reflejo de las estrellas en el oscuro manto del cielo nocturno. Al igual que cada estrella brilla con la promesa de lo desconocido, la ilusión enciende la chispa de la imaginación, invitándonos a explorar los vastos confines de lo que podría ser. Es la constelación de posibilidades que puebla nuestra mente, guiándonos a través de la noche hacia horizontes inexplorados.
Bestieza
Que no eres real, un sueño nada más, antinatural. Dictaminan los expertos: Que vuelva ya a la realidad, sin más. No entienden que sin ti estaría muerto. Mientras yo cabalgo en sueños por tu reino, siete mil canciones, un jardín y tu sonrisa, en sueños te despeino como un premio, sin dueño. Un esclavo, un admirador, tu siervo.
(Siete mil canciones. Los Enemigos, del álbum “Bestieza”, 2020)
Las ilusiones deben tener metas realizables a las que podamos aplicar alguna dosis de voluntariedad y voluntarismo, si no es así, no serán ilusiones, serán ideales. No aparece un genio de la lámpara a la puerta de casa para servirnos lo que deseamos e ilusionarnos. En la vida, somos nuestro propio genio de la lámpara, magos de nuestras ilusiones al poner la semilla a través de la actitud.
Juan Rulfo dijo: “¿La ilusión? Eso cuesta caro. A mí me costó vivir más de lo debido”. Y es que ilusionarse es un trabajo, mejor dicho, requiere algo parecido al esfuerzo, mejor aún, necesita que apliquemos nuestra voluntad. Debemos estar presentes para ejercer esa voluntad para querer, desear y, en consecuencia, poder ilusionarnos. Después vendrá el resto… la ternura y la alegría, la primera durante todo el proceso de “ilusionamiento” y logro, la segunda, in crescendo desde el proceso a la consecución.
Tener y cultivar la ilusión es uno de los motores de nuestra existencia y está estrechamente unida a los sentidos. Es esa capacidad que poseemos las personas para reunir todas nuestras fuerzas y concentrarlas hacía un objetivo. La ilusión sirve para no rendirse, es la guía y motivación que nos llena de aliento y nos empuja a lograr anhelos y tesoros, relaciones y estrellas.
Pero, ¿es ese voluntarismo esfuerzo o predisposición? Ambos, o es que ¿la ilusión no tiene también sus vaivenes, subidas y bajadas?, ¿sus dudas, sus “desesperaciones”? Puede atacarnos cuando más bajo estemos y puede dejarnos en un momento álgido, por ello debemos “trabajarla”, seducirla y alimentarla, al fin de la cabo, forma parte de nosotros, de lo más importante de nosotros, de lo que siente nuestro ser.
La ilusión debe ser cuidada, protegida y mantenida porque es un elemento que nos predispone para la acción. Y, lo más importante, la ilusión es lo que nos estimula, al mismo tiempo que lo hace con las acciones que llevamos a cabo para conseguirlo, así como la propia consecuencia en si. Es decir, formando toda una amalgama con efecto multiplicador cuando todo se alinea, de ahí que lo que se haga con ilusión, nos provee del mayor de los placeres, de la alegría tierna. Y al ligar esta ilusión a la alegría, aparece de forma tautológica y redundante lo más importante: las ganas de vivir en sentido pleno.
La ilusión, esa marejada del océano que agita nuestras tripas, como el vaivén de las olas danzando al compás de una melodía secreta. Vendaval de emociones que se manifiesta en el estómago, como olas rompiendo contra la costa de nuestro ser interior. Océano de posibilidades que se extiende más allá del horizonte visible, invitando a navegar por aguas desconocidas y explorar los arrecifes de nuestros sueños más profundos.
Destrozares
He advertido a los que habitan el infierno de la luz, los has traído tú. Por tu risa una tormenta, por tu sueño una explosión. Total destrucción. El cielo que ahora vemos no es cielo ni es azul, lo has traído tú.
(Carmen Celeste. Lagartija Nick, del álbum “El shock de Leia”, 2006)
La ilusión nunca pierde la ilusión, más correcto es decir que nunca desespera. Desesperamos nosotros, la perdemos nosotros o los acontecimientos que nos afectan, pero siempre hay motivos para re-ilusionarse. Si se lleva un golpe, si es asesinada, siempre busca motivos para levantarse y volver a encontrar una motivación que la vuelva a su ser. Hay que cuidarla para que siempre sea inquebrantable.
Cuando uno está ilusionado todo fluye, pero desde la sensación de vacío o falta de ilusión es difícil. Pero se puede recuperar, aunque el camino para hacerlo no sea fácil y requiera un trabajo personal intenso. Recuperar la ilusión será un camino de esfuerzo en el que hay que caminar poco a poco, viajando a nuestro interior, para buscar y recordar cómo era la ilusión y encontrar como éramos nosotros con ella. Recordaremos, y con esos recuerdos hay que imaginarnos hacia delante. Será necesario persistir, no abandonar y, sobre todo, pasar a la acción.
Comenzamos nuestros primeros años de la vida creyendo en hechos y personajes fantásticos, en la magia, en fábulas e historias que nos han ido contando y despertaban en nosotros ese sentimiento tan natural en la infancia al que llamamos Ilusión. A lo largo de los años nuestro raciocinio, nuestras vivencias y nuestro día a día, hace que vayamos olvidando lo que experimentábamos. Perdemos la capacidad de creer. No me refiero a creer en cosas vanas sino a la capacidad de creer en proyectos o deseos vitales latentes. Los vamos dejando olvidados y lo enterramos, justificándonos como que eran más bien fantasías inalcanzables.
Sin embargo, por circunstancias de la vida, la ilusión se puede perder y ahí debe entrar el voluntarismo, es decir, la actitud. Al fin de al cabo, las mejores cosas de la vida, son gratis, y sirven de palanca para orientar nuestras ilusiones.
La belleza y la alegría se encuentran en las cosas más simples de la vida. Observa un amanecer, escucha la risa de un niño, tomar una cerveza bien fría en una terraza. Pero debemos comenzar por tener al inicio metas sencillas y alcanzables. Debemos rodearnos de personas positivas (personas campanilla) y huir de toxicidades (personas cencerro). También es imprescindible cambiar de rutina, la monotonía no ayuda a que la ilusión respire. Hay también que quererse y cuidarse, por fuera y por dentro, material e inmaterialmente. Y, sobre todo, debemos practicar la gratitud hacía cosas y personas, centrarnos en lo positivo ayuda a apreciar lo que tenemos y a recuperar el halo de vida, la ilusión aparecerá casi sola.
Chapoteosis
Es pura necesidad, saltar al fondo de este cuento, déjame bailar desnudo, por debajo de tu cuerpo. Contigo el ritmo escribe, nuestro mejor verso, el ritmo contigo escribe nuestro verso. Miro a los demás, y rara vez sonríen, en la calle se respira, un aire con olor muy triste y aquí estamos tú y yo, como dos galgos viejos, que ya no sirven para andar siempre corriendo, por caminos imposibles.
(Por caminos imposibles. El Drogas, del álbum quíntupla “Sólo quiero brujas en esta noche sin compañía” Disco I: Timbre acústico, 2019)
Como la ilusión es un sentimiento, un no tangible, puede sentirse a través elementos no tangibles. Digo elementos no tangibles y no sentimientos no tangibles porque la ilusión puede estar compuesta de otros sentimientos, como el deseo, la conexión, la atracción, la esperanza, la fe, etcétera, y los llamados elementos, como la intuición, la perspicacia, la hermenéutica y, como corolario de todos, el afán. La ilusión no se limita a la esfera de los sentimientos, se nutre de elementos no tangibles que añaden profundidad y complejidad a su tejido. La intuición, esa guía interna que va más allá de la lógica, actúa como pilar fundamental. La perspicacia, que permite vislumbrar más allá de las apariencias, y la hermenéutica que interpreta los significados ocultos. Como momento álgido de esta sinfonía, surge el afán, fuerza dinámica que confiere dirección y propósito en pos del objeto.
Un ejemplo tangible de esta dinámica se encuentra en la ilusión de conocer a quien (lo que) no se conoce, pero donde la intuición sugiere una conexión significativa. Aquí, la ilusión se alimenta del deseo de establecer una conexión única, una atracción que guíe hacia lo inexplorado y de la esperanza que teje un futuro de conocimiento reciproco. La intuición, elemento crucial, actúa como el faro que ilumina el camino en pos de la ilusión, hacía lo que va más allá de lo evidente.
La ilusión y el afán están intrínsecamente ligados, formando una simbiosis que impulsa la acción y otorga sentido a la búsqueda. La ilusión proporciona el sueño, la visión deseada, mientras que el afán actúa como el motor lo transforma en una meta alcanzable. La ilusión, por sí sola, es una llama titilante, pero es el afán el que le proporciona la energía necesaria para arder de manera constante. Así, la ilusión aporta dirección y el afán proporciona fuerza impulsora.
La conexión y la ilusión entran en juego cuando se trata de relaciones humanas y experiencias compartidas. La ilusión de una conexión especial puede inspirar el deseo de establecer lazos significativos. La ilusión actúa como catalizador, creando una narrativa emocional que impulsa a cultivar conexiones. Por otro lado, la conexión real, basada en experiencias compartidas y entendimiento, refuerza y nutre la ilusión, dando sustancia y significado. La intuición y la ilusión están vinculadas por su capacidad de ir más allá de la lógica y de percibir posibilidades no evidentes. La intuición actúa como guía interno que valida o desafía a la ilusión. La intuición puede fortalecer la ilusión, proporcionando un respaldo emocional a la visión imaginada. Y también, la intuición actúa como advertencia, señalando incongruencias entre la ilusión y la realidad.
En última instancia, la ilusión, con su complejidad intrínseca, invita a explorar el terreno fértil entre lo tangible y lo intangible. En este baile entre sentimientos y elementos no tangibles, la ilusión se manifiesta como una expresión sublime de la riqueza de la experiencia. Y es el afán, como el hilo conductor que entrelaza cada elemento, el que da coherencia a esta danza, confiriéndole sentido.
Odiseo
Llega hasta el fondo, mi amor, cantaban las sirenas. Átame al palo mayor, con cadenas. Me he vuelto a desorientar, por favor, si supieras, dime, la felicidad, ¿dónde queda?
(Viajando por el interior. Robe, del álbum “Se nos lleva el aire”, 2023)
Las sirenas, criaturas mitológicas que seducen a los marineros con sus cantos, representan las tentaciones que desvían a los individuos de sus metas y valores, de sus ilusiones ideales. Sus voces, embriagadoras y seductoras, simbolizan las bajas pasiones y las ilusiones efímeras que pueden desviar del verdadero camino. Ulises, sin embargo, muestra una resistencia ejemplar a las sirenas. Para protegerse de la atracción de sus cantos, opta por atarse al palo mayor de su barco, simbolizando la necesidad de controlar las tentaciones y permanecer enfocado en objetivos más elevados, incluso cuando la nueva ilusión parece irresistible. Comprende que ceder a las sirenas podría proporcionar una gratificación momentánea, pero ¿abandonar el camino hacía los anhelos?
A veces, la vida presenta opciones aparentemente tentadoras, y la elección de resistir puede conducirnos a un camino desconocido y desafiante. Ulises, al aferrarse a su mástil, sigue el camino de la resistencia consciente, aunque no garantiza necesariamente que su elección sea la única senda vital, pero debe resistir porque esa es la verdadera ilusión que enciende el alma.
La dualidad entre la resistencia y la rendición plantea preguntas sobre la naturaleza de la ilusión. ¿Son todas las ilusiones simples espejismos fugaces, o pueden algunas servir como guías en la búsqueda de significado? El camino a veces es la ilusión, y la verdadera sabiduría radica en discernir entre las ilusiones transitorias y aquellas que conducen a la realización auténtica. Invitando a considerar la complejidad de la ilusión en nuestras propias vidas y cómo nuestras elecciones determinan el curso de nuestra búsqueda de significado y propósito.
Debemos entender la intrincada red de elecciones que tejemos en nuestras propias vidas y como estas determinan la dirección de nuestra búsqueda de significado y propósito. Así, entre los cantos de sirena, navegamos la odisea de la vida, siempre desafiados a discernir las ilusiones efímeras que nos desvían de nuestro ilusionante y real propósito.
¿Lo que nos ilusiona está basado en nuestra experiencia?, ¿debe algo al pasado? Y, si es así, ¿no estará “prejuicidado”, mediado incluso, viciado?, ¿por qué no caer pues en las redes de las sirenas? La dualidad de la ilusión, oscilando entre el pasado y el futuro, revela la complejidad inherente a nuestras esperanzas y aspiraciones. Las ilusiones tienden a ser un reflejo de nuestras percepciones y anhelos más profundos. Al reflexionar sobre si buscamos ilusiones similares, surge la cuestión de si nuestra búsqueda está influenciada por patrones recurrentes o si estamos abiertos a nuevas y transformadoras ilusiones.
Las ilusiones pasadas actúan como anclas emocionales, proporcionando sentido de continuidad y comodidad en la incertidumbre del presente. Sin embargo, la repetición constante de estas ilusiones puede limitar nuestra capacidad de explorar nuevas facetas de la vida y descubrir ilusiones que puedan ofrecer un crecimiento y realización más profundos.
Pero, sea como sea, necesitamos que la ilusión sea nuestra, que nos posea y poseerla. En el camino está la satisfacción, no en la consecución. Navegar por las ilusiones requiere sabiduría, autoconocimiento y la capacidad de discernir entre las promesas tentadoras y las oportunidades auténticas. Y, reitero, aunque las sirenas pueden ofrecer melodías cautivadoras, resistir sus encantos puede ser la clave para descubrir ilusiones que realmente enciendan el alma.
Cárites
Para contarte que quisiera ser un perro y oliscarte, vivir como animal que no se altera, tumbado al sol, lamiéndose la breva. Sin la necesidad de preguntarse si vengativos dioses nos condenarán. Si por Tutatis el cielo sobre nuestras cabezas caerá.
(Cuarto movimiento: la realidad. Extremoduro, del álbum “La ley innata”, 2008)
La ternura, suave como la caricia de una brisa cálida, representa la conexión humana más profunda. Se manifiesta en gestos delicados, en palabras susurradas y en la mirada compasiva que reconoce la vital existencia del otro. Florece en la transparencia de las emociones, donde la autenticidad y la vulnerabilidad se entrelazan. Como un río que fluye sin obstáculos, encuentra su fuerza en la pureza de la entrega, en la honestidad de los sentimientos compartidos. Solo cuando se nutre de la transparencia, la ternura se convierte en un faro que ilumina las relaciones humanas, tejiendo un lazo indestructible entre almas afines. La alegría, resplandeciente como el sol en su apogeo, corona la tríada de los sentimientos nobles. A diferencia de la felicidad efímera, la alegría es un estado profundo que se nutre de lealtad, un compromiso firme con lo que realmente importa en nuestras vidas. No es un destello fugaz, sino una llama constante que arde en el núcleo de nuestro ser. En la lealtad a nuestras pasiones, relaciones y propósito, encontramos la sustancia de la alegría, convirtiéndola en un faro duradero que nos guía a través de las tormentas de la existencia.
Imagina la ilusión como un jardín secreto, donde las semillas de nuestros sueños se arraigan en la tierra fértil de la esperanza. Cada pétalo despliega una visión, cada hoja es un susurro de lo que podría ser. La ilusión es el jardinero apasionado que cuida de este rincón mágico, regando las flores con la expectativa de un futuro floreciente. En este jardín, las ilusiones no son engaños fugaces, sino brotes que crecen con raíces sólidas en la coherencia, creando un paisaje interior vibrante y lleno de color. La ilusión es la melodía que resuena en el corazón, una sinfonía de sueños y esperanzas que eleva nuestro espíritu. Como el músico que compone una pieza maestra, la ilusión nos invita a afinar nuestras cuerdas internas y a dejarnos llevar por la armonía de lo que podría ser. Es el eco etéreo de lo que anhelamos, recordándonos que, a veces, la realidad más hermosa es la que construimos a partir de las notas de nuestra propia ilusión.
Al fin de al cabo, la vida es como una travesía en un barco pequeño, navegando por las aguas tumultuosas de la imaginación. Cada ola que sacude la embarcación es una nueva posibilidad, una oportunidad de descubrir tierras inexploradas en el vasto océano de nuestras aspiraciones. La ilusión, como la marejada que levanta el barco, impulsa a aventurarnos más allá de la seguridad de la costa, desafiando la calma aparente de nuestras aguas internas. Es como la marea creciente que eleva la embarcación hacia nuevos horizontes, recordándonos que la verdadera grandeza se encuentra en la capacidad de zarpar hacia lo desconocido. La ilusión, como esa marejada en el estómago, nos empuja a soltar las amarras de la rutina y a dejarnos llevar por las corrientes de lo posible. Invita a confiar en el viaje, a pesar de la incertidumbre que le acompaña, y a permitir que la emoción de lo desconocido nos envuelva como las olas abrazan la proa del barco.
En la danza de la ilusión, nuestras tripas se convierten en el termómetro de la emoción, vibrando al ritmo de la expectativa. Es como sentir la marea interna que nos recuerda que estamos vivos, que cada ola de ilusión es una oportunidad de renacimiento. La ilusión nos conecta con la esencia misma de la aventura humana, recordándonos que la vida está destinada a ser explorada y que cada revuelo en nuestro interior es una invitación a descubrir lo que yace más allá del horizonte visible. Estos tres sentimientos nobles, ilusión, ternura y alegría, son tres hilos entrelazados que forman la tela de nuestra experiencia. En su coherencia, transparencia y lealtad, encuentran su máxima expresión, revelando su nobleza en la complejidad de la vida humana. Como metaforizados faros, nos iluminan, guiándonos hacia una comprensión más profunda de nosotros mismos y del mundo que habitamos. La tríada noble nos invita a abrazar estas emociones con plena conciencia, reconociendo su poder transformador y su capacidad para tejer el tapiz de una vida plena y significativa. Al fin de al cabo la ilusión es el motor de nuestra vida.
Aullido
Yo a mi manera he dejado a su lado de todas las reglas, que en este tejado la única bandera son sus bragas negras.
Vivo siempre fuera de todas las reglas, mi única bandera son sus bragas negras, y veo todo pasar desde fuera.
Pero hoy al mundo renuncio, juro que hoy al mundo renuncio.(Hoy al mundo renuncio. Robe, del álbum “Destrozares. Canciones para el final de los tiempos”, 2016)
En la gran película Antonia’s Line, hay dos personajes menores, pero expresión máxima de la vida ilusionada. Ella, la Madonna Loca, vive sola en la primera planta de una casa, no se conoce nada de su vida, sólo que las noches de luna llena, se asoma a la ventana a aullarla, desando poseerla. En el bajo de la misma casa, vive El Protestante que también vive solo y, de igual manera, nada se sabe de su vida, salvo que desea a la Madonna Loca, y desespera por ella al oírla aullar a la luna. Nunca han tenido contacto. Un buen día, la Madonna Loca, muere. Desde ese día, El Protestante aúlla a la luna en su lugar, pero, no por mucho tiempo, al poco él también muere. Los entierran juntos, su epitafio dice: “No compartieron el pan, no compartieron la cama, ahora comparten una tumba”.
¿No es esta una explicación sencilla y certeza de lo qué es la ilusión?, ¿no era la posesión de la luna lo que ilusionaba a la Madonna Loca que, a su vez, activaba la ilusión de El Protestante por poseerla?, ¿no era la ilusión de ambos la misma cuando ella muere y él comienza a aullar a la luna?, ¿no compartían los dos la misma ilusión o, al menos, ilusiones complementarias, que daban sentido a sus vidas? Da igual, lo cierto es que ambos tenían una ilusión para sentirse vivos, aunque sus anhelos fueran imposibles, ¿imposibles? No, la ilusión es el camino y a ese camino es a lo que llamamos vida. No se trata de lograr metas, se trata de que el camino sea lo suficientemente ilusionante para seguir en él, para rodearse de quienes lo merezcan, de quienes nos merezcan, de compartir alegría, ternura… así, la ilusión, estará en todo. Por eso, a la ilusión le llamamos vida.