Las oscuridades siempre impactan y acrecientan la incertidumbre (sombras), en estas se mueven animales como las lechuzas y los murciélagos, cuyo aspecto impresiona, aunque sean tan sólo una criatura más de la diversidad que puebla el planeta.
En mi infancia, cuando salía de noche con mi hermano menor a andar las calles del pueblo, iluminadas con una luz “achiotosa” (baja y amarillenta como la cúrcuma), arrojaban sombras muy largas, que, jugando, intentábamos cazar y majar nuestras propias sombras.
Hoy en día esas vicisitudes me motivan a reflexionar acerca del pisotear de nuestras propias sombras, pues es bastante significativo como para dejarlas al garete y sin aplicar a alguna realidad. Siempre me interesó la hermenéutica que nos da herramientas para interpretar los textos y deducir un aprendizaje certero.
Con oscuridades, chaparrones renegridos, relámpagos zigzagueantes en el firmamento u otros signos de malas prácticas en la vida actual, asimilo cuando se guardan los asuntos importantes debajo de la manga, evitando que los demás se percaten de las posibilidades que pudieran alcanzar si todo fluyera de manera diáfana, pero por desgracia no ocurre así.
La presente reflexión la motivan aquellos episodios oscuros de otro tiempo y que aún eclipsan el entorno, atizados por envidias, celos profesionales o trabajos que quedaron sin hacer.
En estos días trascendió la noticia anunciando los artistas invitados por el curador Adriano Pedrosa a la Bienal de Venecia 2024, acontecimiento que a lo largo de la historia aporta visibilidad a esta bienal –a pesar de sus altos y bajos–, pero que en sus años de oro brilló a la luz de personalidades que pusieron lo mejor que tenían a su haber, para que esa luminosidad irradiara desde “I Giardini”.
La noticia reta a razonar ¿por qué Costa Rica y otros países centroamericanos no aparecen como invitados? Me refiero a sus creadores, para que exhiban en la 60° edición de esta bienal.
Entre los invitados guatemaltecos destaca Margarita Azurdia, a quien el Museo Reina Sofía de Madrid dedicó en 2023 una muestra curada por Rosina Cazali, además que Virginia Pérez-Ratton y Tamara Díaz incluyeran en Estrecho Dudoso en 2006. La representación chapina suma a tres artistas indígenas más y ese signo es en suma positivo.
Impele a preguntarnos a nosotros como centroamericanos: para que los artistas regionales tengan posibilidades efectivas de ser vistos en la bienal (la más antigua competición artística del mundo) ¿cuáles son las instituciones actuales que deberían cultivar en el terreno internacional para conseguirlo?
Por lo general, esta puede ser una respuesta: en este país se espera que lo hagan los museos, aunque los últimos años fue TEOR/ética la que tuvo esa responsabilidad. Pero hoy, importa preguntarse, ¿a quién corresponde?
Conversando con algunos colegas, en un sucinto análisis se deduce la realidad: el arte regional y de Costa Rica en particular hoy es como una barca al garete, a la deriva de lo incierto y la persistencia de nubarrones oscuros.
La cultura nacional y regional es como un elefante caminando en el hilo de una tela de araña…, similar a como se canta el estribillo de un juego infantil.
En aquellos años -y, como ya dije-, la iniciativa la abanderó TEOR/ética, pero hoy pareciera que las alternativas no dan muestra de ir más allá, a ponerse un pañuelo en los ojos y dar palos a ciegas a diestra y siniestra, sin saber qué nos traerá la piñata.
Pienso que no tenemos estrategias exteriores y volvemos a caer en las oscuridades de los años anteriores a los noventa, cuando a Venecia mandaban las embajadas en Roma a la prima del embajador que pintaba el concuño del ministro que le gustaba el arte, y veíamos expuestos en los salones del IILA cuadritos de campesinos con chonete, casitas con guarias moradas en el corredor, o cuadros de papagayos multicolores y tersos tucanes representando el arte contemporáneo del área.
Tampoco quiero actuar de excluyente a sabiendas que hoy, como ocurriera en los noventa, todas las manifestaciones por diversas que parezcan son consideradas por la cultura contemporánea, y una sola que desaparezca el todo lo resentirá.
Importa preguntarse, por ejemplo, cuál fue la pócima mágica para que se diera la muestra Mesótica II: Centroamérica re-generación en 1996 y 1997, propuesta regional que se expuso en varios países europeos organizada por el Museo de Arte y Diseño Contemporáneo (MADC), curada por Rolando Castellón y Virginia Pérez-Ratton.
Eso ya lo sabemos. En esos años se vio a la directora del MADC potenciando esa pócima a través de una amplia labor diplomática con los embajadores de Centroamérica acreditados en Roma. Acudió a las instituciones culturales de Madrid (Casa de América), París (Casa de América Latina), Roma, Galería del IILA en Piazza Cairoli, Via dei Pettinari y en el Doc ́s Dora de Turín, además de Apeldoorn Holanda, donde se exhibió la propuesta de arte contemporáneo regional con catálogos, seguros y transporte de ida y retorno incluido.
Las razones de Adriano Pedrosa
Con motivo de Stranieri Ovunque (Extraños en todas partes) se invitó a un importante cuerpo de artistas actuantes del mundo, y en el istmo centroamericano se destacó solo a Guatemala, Nicaragua y Panamá. Esa selección razona muy bien las circunstancias del creador contemporáneo, de actuar como un extraño para todos por la singularidad de las visiones creativas y contextuales que aporta a esta reflexión.
Esta parte central del continente es atravesada a diario por migrantes provenientes no solo de América del Sur y el Caribe, sino de todo el mundo, dejando huellas de su interacción con nuestra cultura y naturaleza mesoamericana, alentando su ya elevada hibridez.
Pero siempre habrá artistas que se sientan extraños en su propio contexto, como demuestra la diversidad de “nortes” atractivos a los cuales intentar llegar. Por ello llimani de los Andes y quien suscribe como curadores reflexionamos hoy con la muestra Mesoamérica: Tierra de huellas, que estará en programación hasta mediados de julio del presente año en la Sala Principal del Museo de Arte y Diseño Contemporáneo (MADC).
El razonamiento del curador de Venecia 2024 acota:
La figura del extranjero se asocia al forastero, al straniero, al estranho, al étranger, y así la exposición se despliega y centra en la producción de otros sujetos relacionados: el artista queer, que se ha movido entre diferentes sexualidades y géneros, a menudo perseguido o proscrito; el artista outsider, que se sitúa en los márgenes del mundo del arte, al igual que el autodidacta y el llamado artista folk; así como el artista indígena, frecuentemente tratado como extranjero en su propia tierra.
(Adriano Pedraza en Arte al día)
Soy consciente de que este cuestionamiento es incómodo de tratar, pero importa hacerlo para que se aclaren “esos nublados del día” (condición que pareciera estar en el ADN del costarricense desde sus orígenes) y que impele esta reflexión al respecto: preguntarse qué ocurre con las discusiones acerca de las políticas exteriores de la cultura desde la oficialidad, para gestionar propuestas como Mesótica II en 1996, y otras itinerantes que contribuyeron a alumbrar el arte de esta región en los contextos abiertos de lo internacional.
Para abrir posibilidades para el arte de la región, importa discutirlo, no solo para que las naciones compren un saco de café más, o bananos y chayotes, que para peores son cargas que llegan contaminadas con el trasiego de drogas que burlan los escáneres en los puertos, que han costado millones al país y hoy le dan fama de puestos de contrabando.
Es sano preguntar dónde están puestas las gestiones para que nuestros artistas nacionales, quienes abordan estos asuntos migratorios y existencias como artistas queer y LGTBI+, que los tenemos, iluminen el panorama cultural que será apreciado en “I Giardini” en 2024, u otras arenas internacionales y, con ello, romper esas oscuridades tan tremendas que recubren el horizonte de este país y la región.
En un artículo del portal Arte al Día, con la reflexión que atañe a todos los artistas invitados o no al evento de la región Véneta italiana, el curador Pedrosa afirma:
La Bienal en sí –un acontecimiento internacional con numerosas participaciones oficiales de distintos países– siempre ha sido una plataforma para la exposición de obras de extranjeros de todo el mundo. Así pues, la 60ª Exposición Internacional de Arte de La Biennale di Venezia será una celebración de lo extranjero, lo lejano, lo forastero, lo queer, así como de lo autóctono.
(Adriano Pedraza en Arte al día)
Los presupuestos curatoriales son geniales, pero aun así el asunto no pierde lo quisquilloso; en el fondo del párrafo citado no excluye a artistas binarios o no binarios, ni a artistas indígenas, reconsiderando el valor de lo autóctono y vernáculo de nuestras bioculturas, que no han tenido una voz notoria en el panorama cultural de estos países, para que sean escuchados por curadores, gestores culturales, críticos, docentes de arte y organizaciones civiles.
Aclaro que no cuestiono en nada la selección de los artistas y de los abordajes caracterizados por lo diverso, esa es la opción del curador general y plausible por el carácter de diversidad, que es una palabra poderosa hoy en día; pero es tiempo de que la comunidad de nuestro istmo, al interno o al externo, amplíe los criterios y pensamientos de todos. No es un asunto a silenciar o a relegar a los comentarios que no provocan nada y que duermen a la razón de un silencio u oscuridad persistente. Hoy necesitamos poner el dedo en la llaga porque las heridas duelen y no existe la pócima que alivie ese escozor.
Esta razón me llevó a consultar a gente de la cultura del istmo, al artista y curador hondureño Julio Méndez Lanza, quien externa su posición crítica: Considero que la débil y casi inexistente participación de Centroamérica –y en particular Honduras– dentro de las principales bienales de arte a nivel mundial se debe principalmente a dos problemáticas relacionadas con la marginalidad y la condición periférica de nuestro mundo artístico. Por un lado, la débil infraestructura del arte en nuestra región –con casos excepcionales en Costa Rica–, ha evitado que se potencie una valoración crítica seria, basada en procesos curatoriales comprometidos con la construcción de propuestas visuales capaces de representar a nuestra región en estos espacios. Por otra parte, las y los artistas de nuestros países producen desde condiciones de precariedad y sus propuestas creativas –que en muchos casos son sumamente interesantes– no pueden insertarse en los cánones estético-visuales que han sido planteados desde el sistema mundo occidental y que son a su vez los ejes rectores de las grandes bienales de arte.
Por su parte, la salvadoreña Dalia Chévez opina: Después de 59 ediciones de la Bienal de Venecia se celebra el logro de darle el timón a un latinoamericano. Después de 58 ediciones se celebró el logro de darle espacio a más mujeres y personas de género no binario. Después de 57 ediciones se celebra la paridad entre artistas hombres y mujeres… y así, así, van dándose los logros narrativa y mediáticamente celebrados que gustosamente se repican en nuestras regiones. Y es que la aparición central-monumental de Centroamérica quizás sea uno de esos noticiones allá por la 120ª edición, cuando las convulsiones actuales hayan ganado en importancia para leer (otra vez) el mundo “desde los márgenes”. Quizás haya que cambiar el chip y dejar de sobrepensar por qué se usa tan poco “condimento centroamericano” en este tipo de megaeventos consagradores (de artistas, de curadores, de relatos).
Illimani de los Andes, curadora de Nicaragua, por su parte cuestiona: Cabe mencionar que Centroamérica ha sido la periferia de Latinoamérica, o sea “la periferia de la periferia”. Esto proviene de varios factores, como es el caso de la falta de fondos, de estímulos fiscales, e inclusive de espacios de formación profesional; no menos importante podríamos sumar comportamientos egocéntricos que existen en algunos que conforman el reducido gremio, el cual nos vuelve distantes unos de otros, sumidos en una eterna competición, praxis de un pensamiento neoliberal en nuestros circuitos artísticos. También hay que hacer una reflexión en base a la honestidad en los procesos artísticos y curatoriales, si éstos son procesos reales, o solamente un reflejo de “la moda”, lo fashion de las alfombras rojas para llegar a esos escaparates bienaleros, los cuales algunas veces se abordan de forma oportunista.
Asimismo, reflexiona: Hoy en día, si bien hay artistas y curadores interesados en fortalecer las identidades de nuestros pueblos y plantear responsablemente nuestras realidades particulares en las dinámicas del arte global, también existe el expolio hacia las comunidades por parte de personas sin ética, quienes solamente utilizan dichos saberes comunitarios como “una marca” para ganar aplausos y fondos.
Ante lo dicho por Julio, Dalia e Illimani, debiéramos incrementar la elevación o el tono de la presente reflexión, no debiéramos quedarnos viendo hacia el cielo a ver si bajan ángeles a hacer el milagro. Ese milagro nos toca a todas y todos hacerlo, y con esto cierro este discurso. Pero también es cierto que abre un signo de interrogación muy visible en el firmamento renegrido que nos debe incomodar, y sobre el que sobrevuelan aves de mal agüero –que no tienen alguna culpa de serlo pues son proyección de nuestras propias sombras (Carl Jung)–: si será posible evitar esos chubascos interiores e imprimir mayor claridad para que los curadores de los megaeventos revisen las documentaciones de muchos artistas que merecen esa pócima mágica y sean así invitados sin tener que esperar –como expresa Dalia– sesenta años más.
(Texto en colaboración con Illimani de los Andes, Dalia Chévez y Julio Méndez Lanza.)