A Marcial Rasgado Felipe y Roberto Fuentes y Fuentes, con gratitud.
Eros llegó en forma de ventarrón. Y esta vez se reveló en una fuente de aromas y se llevó la filosofía del Trismegisto para dispersarla en miles de piezas exquisitas del museo de las caricias. Después de vivir entre ellos, los juntó en un abrazo eterno y único en el que se fundieron. Eros jugó con ellos, se escondió en sus carnes y sus vestidos. Finalmente, desaparecieron sublimados, junto con su dios.
(Último párrafo de la bitácora de Baruj R., profesor de filosofía)
Carta del profesor Baruj R. (fragmento)
¿La facultad, pregunta usted? Sí, yo trabajé en esa institución. Algunos años después de jubilarme la cerraron definitivamente. No me pregunte usted, querido amigo, por qué motivos desapareció, pues esa discusión todavía sigue y, como siempre, cada uno tiene su punto de vista según el lugar que tenía en el momento del derrumbe definitivo (digo «derrumbe» a propósito y no «declive», porque este se inició desde el momento mismo en que la escuela fue fundada, como sabemos, por funcionarios educativos obtusos e incompetentes, pero esa es otra historia que tendré ocasión de contarle después). Cada uno tiene, entonces, su postura sobre cuál fue el motivo final de la clausura de ese simulacro angustiante de edificios hostiles, vacíos la mayor parte del tiempo. Se especuló (se escandalizó) en la opinión pública sobre las causas, y se achacó a la ineficiencia y mediocridad proverbial de sus funcionarios, se alegaron las cuestiones de presupuesto, las agendas políticas de entonces, la petrificación académica de la mayoría de sus docentes, la carga social que implicaba tener estudiantes que no iban jamás a clases (alguien incluso publicó en un diario que el destino de las joyas obsequiadas a los necios era el cesto de basura), se aludió también a la negación oscurantista para la educación virtual, y otros motivos. Pero ahora, soy sincero cuando le digo que no lo recuerdo bien. Aún con la ayuda de dos tazas de café, no alcanzo ya a tejer nada coherente de un puñado de memorias deshilachadas.
Usted sabe que no me gusta perder el tiempo hablando de mí, así que omitiré explicaciones largas e innecesarias sobre el asunto que se describe en la bitácora que le envío junto con estas líneas. Ni siquiera registré el año de su redacción y configuración, pero debo advertir dos cosas: la primera, es que los acontecimientos tuvieron lugar en esa universidad algún tiempo antes de jubilarme, en algún momento posterior a la pandemia de los años veinte. La segunda cuestión que deseo señalar es que usted puede hacer lo que le venga en gana con los documentos que le envío ahora (estoy incluyendo los archivos de texto y de audio originales, que tuve la fortuna de conservar). Decididamente, para cuando usted termine de revisarlos, todos mis átomos se habrán fundido con el céfiro. Disfrute pues con la lectura y, si no es mucho pedir, no tenga muy en cuenta el descuido, la parquedad de la explicación de las situaciones, y todo lo que pudiera echarme en cara sobre este conjunto de piezas; no he tenido el ánimo de volver a escribir y, aunque lo hubiera intentado, la bruma del tiempo es tan densa para mí que solo lograría enturbiar más lo que ya no puede aclararse: esto es lo que tengo y, como siempre, se lo brindo a usted como la prueba de mi más ferviente amistad y aprecio.
Vale,
Prof. Baruj R.
Textos y transcripciones de los audios de la bitácora del Prof. Baruj R.
9 de enero: primer día de clase
Entré al salón: un silencio sombrío que brotaba desde cada pupitre me cubrió de inmediato. Me sentí asediado por tantas miradas inquisitivas, hostiles, retadoras y punzantes... había algo extraño allí que, definitivamente, me incomodaba. Lamenté no haberme tomado en serio las advertencias de algunos colegas. Traté de sentarme (esto es, en realidad, de esconderme) detrás del escritorio (debo decir que raras veces llego a hacerlo). Las miradas se volvieron nuevamente hacia mí y entendí que en esta postura no iba a lograr nada. «Los estudiantes se han puesto todos de acuerdo y me quieren hacer flaquear», pensé, «pero, conmigo no pueden…», añadí para mis adentros. En algún momento, como una especie de inspiración, llegó a mí la idea de dejar la silla y adoptar la pose infame de sentarme en el escritorio (lo cual, pensé, me daría una perspectiva «desde lo alto», mientras que, a la vez, hacía un guiño de rebeldía). Pero todo siguió igual y me di cuenta de que, seguramente, esta táctica ya había sido intentada por algún otro docente. Así que, después de unos minutos, esa postura me pareció estúpida y, luego de anotar algo en el pizarrón, regresé a la seguridad de la silla. El resto de la clase transcurrió toda en ese mismo ambiente.
Audio
Se trata de un grupo de veinte estudiantes, claramente en proceso de afirmación de su propia identidad. Sus vestimentas muestran cierto descuido personal (aunque sin llegar a la suciedad o al franco desaliño). Llama la atención el predominio de colores obscuros (indicando, seguramente, el desacuerdo con las normas e inconformidad con ellas; ¿tal vez alguna postura anacrónicamente existencialista?) Ningún rasgo aparente de violencia verbal ni física.
Hipótesis sociológica: la conducta socialmente aceptable en los adultos jóvenes se determina con mayor claridad en el individuo, justo (tal vez paradójicamente) cuando el sujeto adquiere una consciencia más profunda de sí mismo (como independiente y autónomo). Los estudiantes de este grupo se encuentran en el dilema de la liberación personal y la represión que acompaña la asunción de roles sociales propios de la madurez.
Nota de febrero
Apenas tres semanas después de iniciar el semestre, yo sabía (como los otros profesores de la universidad), que el ausentismo de los alumnos se agravaba: más de la mitad de un grupo «normal» dejaba de asistir a clase y los pocos que llegaban no habían leído absolutamente nada del tema a tratar en la sesión. Esto sucedía en casi todas las asignaturas. Pero este caso era, extrañamente, la excepción: el grupo completo acudía al aula y, raramente alguien se ausentaba.
Además, todos estaban enterados de la temática y discutían amablemente conmigo: parecían entender los conceptos filosóficos de manera más que satisfactoria e, incluso, en ocasiones estaban de acuerdo con la necesidad de conducirse según un cierto tipo de criterio establecido con base en la plena racionalidad (aunque algunos no dejaron de cuestionar si esto era posible, considerando los últimos descubrimientos de la neurociencia).
Aun así, había algo que a estas alturas del curso ya me inquietaba sobre los estudiantes de ese grupo: la poco discreta «cercanía corporal» que había entre ellos y la afición que todos mostraban por «tocarse». Pero de esto hablaré más adelante.
Audio del 23 de febrero
He notado desde el inicio, que todos en ese curso procuran ávidamente el contacto físico entre ellos, continuamente hay miradas sugerentes, caricias y «besos de saludo» más largos que en la mayoría de los grupos de estudiantes que conozco; sobre esto último hay algo que definitivamente me inquieta: el beso de saludo entre los miembros de la clase no es precisamente un beso, sino un acercamiento muy sutil acompañado de un suspiro profundo, seguido por una mirada, casi íntima, de reconocimiento entre ellos.
Hipótesis psicológica: la afirmación de la personalidad es acompañante indisociable de la consolidación de la propia sexualidad. Las frustraciones, temores y emotividad propias de estos individuos son trasladados al campo erótico. El problema es que, por lo que he observado, no hay evidencia conductual de ninguna frustración, miedo o algo similar. Más bien los sujetos parecen confiados, apacibles y cordiales. Creo que estoy lejos de aclararme el tema todavía. Pero este caso me ha despertado tal interés, que le dedicaré más tiempo y realizaré una suerte de investigación personal al respecto.
Notas de marzo
Quien responde a mis cuestionamientos, en la mayoría de las ocasiones es Violeta, una estudiante que descuella por sus respuestas inteligentes, incómodas para muchos, y también oscuras. Los otros profesores también le temen (al respecto, debo decir que ese temor es perfectamente explicable pues, desde que muchos colegas obtuvieron su cátedra definitiva en esta escuela, ya no han abierto más un libro, ni siquiera para olerlo). Violeta es una especie de guía moral del grupo, una suerte de consejera que a veces se da aires de chamana y, conforme el curso avanza, he alcanzado a reunir en mi bitácora sus comentarios sobre algunos filósofos; con ellos pude confeccionar una especie de Historia de la filosofía según Violeta.
Sobre Agustín de Hipona ella afirmó: «Para combatir la inteligencia de la filosofía griega, el obispo tuvo que echar mano de la histeria cristiana».
Tomás de Aquino: «Un gigante emponzoñado por el narcótico de sus propias revelaciones».
Descartes: «Una ficción historiográfica del siglo diecinueve».
Nietzsche: «El patético, rabioso e insuflado aprendiz de futurista».
Freud: «Un fraude que ha producido cuantiosas ganancias a lo largo de la historia. Superado solo por el catolicismo».
Heidegger: «Obcecado equilibrista del galimatías».
De Beauvoir: «Sus párrafos tienen la profundidad de un vulgar puesto de periódicos».
Zambrano: «Su verdadero exilio está en esa prosa ininteligible».
Foucault: «Un mimo de utilería en el Teatro de las paradojas».
Haraway: «Al volverse cíborg, la filosofía se ha quedado sin ideas».
Con ese tipo de frases Violeta despacha a los grandes filósofos.
Notas de mayo
Trato de ganar la confianza del grupo y, de algún modo, estoy convencido de que mis clases han tenido cierto éxito. Frente al pizarrón no me he perdido la oportunidad de bromear e ironizar sobre cualquier tema, incluso podría decir que en algún momento los estudiantes de este grupo tan mal afamado me han parecido personas sumamente simpáticas (por supuesto, no dejo de concebirlos como un inigualable objeto de estudio). Tampoco pierdo la oportunidad de hacerles ver lo irracional de su comportamiento preocupantemente cercano, «cariñoso»... no sé, tal vez afectivo en exceso. A estas alturas del semestre, ya no disimulaban su afán por acariciarse, besarse o, simplemente, tomarse de la mano afectuosamente con quien estuviera al lado.
Por la política de la institución, más que por convencimiento propio, he enfatizado la importancia de la confianza y del amor como condiciones sin las cuales el sexo es solo apareamiento y otros discursos del mismo jaez. La respuesta de ellos es, invariablemente, una mirada comprensiva o tal vez compasiva (ni siquiera risas nerviosas), todo esto finaliza con la aseveración de parte de alguno de que, en el fondo, es una cuestión de olfato.
Audio del 3 de mayo
Hipótesis marxista: la sublevación de las clases sociales obreras ha adquirido formas interesantes y nuevas, una de ellas es el cuestionamiento de la moral sexual burguesa. La revolución del proletariado (o de las generaciones que descienden directamente de este) no es política: más bien se enmascara en la transvaloración de lo social a partir de lo erótico. Este grupo de estudiantes, conscientes de su papel crítico, realizan la tarea de subvertir a la sociedad entera desde un punto de vista mucho más radical, y van directamente (en la teoría y en la práctica) contra los roles sexuales establecidos por «la mayoría». Esto tiene las ventajas, por una parte, de que la violencia social es notoriamente «dulcificada» y, por otra, tales conductas constituyen un cuestionamiento que puede ser llevado al campo laboral o al campo escolar. Lo que tenemos en esta clase es una especie de revolución sexual en pequeña escala.
Audio del 25 de mayo
Hipótesis filosófica: ¿hasta qué punto es posible un análisis fenomenológico de la experiencia erótica?, ¿puede ser el encuentro erótico una especie de revelación?, ¿revelación del otro, encuentro del otro, conocimiento del otro?, ¿es posible conocer a otro a partir de una turbación tan primitiva como la atracción sexual? Tal vez sí: posiblemente las conductas que se registran en este grupo sean una forma única de conocerse, es el medio que han preferido para saber uno del otro. Pero, en este caso, habría que considerar arduamente el factor tiempo. Entonces se conocen, se aman hoy, pero el siguiente día es distinto y, por tanto, hay que reconocerse. Ahora bien, de ser así, ¿tiene sentido hablar ya de «conocimiento»?
Nota del 21 de junio
Después de meses de haber iniciado mi investigación sobre las características de ese grupo tan especial, después de varias hipótesis e intentos de solución fallidos, hoy estallé. Las prácticas eróticas parecían ir en aumento entre ellos y eso me exasperaba. Todo eso constituía ahora un laberinto asfixiante para mi investigación personal que me devolvía, por cierto, una imagen ridícula de mí mismo. Así que hoy, al ver que alguien se atrevió a levantarse para «saludar con una caricia y un beso» a otros estudiantes situados en el extremo opuesto del aula, suspendí el tema y lancé una ofensiva casi insultante:
—Abran bien los ojos: ustedes se están enredando sin pensar mucho en la responsabilidad y los peligros que este comportamiento vuestro les acarrea. No me interesa su vida privada, pero esa adicción a los tocamientos, besos, caricias y juegos amorosos que ustedes exhiben los puede conducir al fracaso personal. No sean hipócritas y díganme qué les dio por burlarse de mí de ese modo.
Después de un par de minutos de silencio, Violeta se levantó y se tomó el tiempo para un profundo respiro:
—Te tenemos una sorpresa, Baruj y, como ya habíamos olido, la recibirás hoy. Lo hemos discutido mucho y has sido aceptado como nuestro alumno. Debes saber primeramente que, al nacer, todos tenemos olfato, el cual no solo consiste en la capacidad de percibir aromas: por «olfato» nosotros entendemos algo mucho más complejo, es una actividad de acceso a las verdades más ocultas por vía de la percepción inmediata. Todos los seres que ves aquí hemos nacido con esa característica, nos hemos adivinado desde siempre, y hemos construido nuestras vidas para coincidir en este lugar (esta facultad, esta carrera de filosofía), y en este momento. Desde el principio de nuestras vidas sabíamos (olíamos) que estaríamos juntos. Debes entender, Baruj, que la historia de los hombres ha limitado esta capacidad «olfativa» y se ha encargado de hacer que desaparezca, prueba de ello son los perfumes que la mayoría de la gente utiliza: con la estridencia de un olor artificial se pretende imposibilitar nuestra hermenéutica intuitiva. Hemos superado ya la etapa del olor mortecino de la decadencia racionalista: el sueño de la razón no solo produce monstruos, sino hedores que nos impiden acceder a los otros de la manera más simple e inocente.
—Todo el mundo se ha equivocado al afirmar que, en medio de las caricias, con los aromas, se conoce realmente a alguien más. No, eso es engañarse. En el erotismo se conoce, no a otra persona, sino se comprende la posibilidad del origen de todo lo que existe, la esencia misma de la historia de un cuerpo, el resumen de un organismo vibrante y el entramado alquímico de una vida que se condensa justo en ese momento. Aproximarse a un cuerpo distinto, saborearlo, someter nuestros sentidos a los efluvios de alguien más, nos remite siempre a las combinaciones infinitas de elementos que no podemos descifrar y que estuvieron presentes desde el nacimiento del mundo. El origen de todo está oculto, es el misterio de la fecundidad de un impulso creador. La teología descubrió (o se asomó) antes a esta fórmula, pero terminó pudriéndose al infectar esta pregunta vital y esa experiencia inefable con la certeza de sus dioses, que derivaron siempre en efigies inertes y grotescas.
Violeta concluyó este discurso con otro suspiro lento. Ante mi estupor solo había, otra vez, miradas de compasión; no pude evitar cerrar los ojos. Después me explicaron que cada olor acumulaba todos los elementos que se habían conjuntado para formar los átomos, las moléculas y, finalmente, los organismos vivos. Bajo esta perspectiva, el erotismo era una emulación de la actividad vital por la que se había formado el universo. Para ellos, el juego erótico consistía en el descubrimiento de los secretos más velados: la honda intuición del proceso del origen del tiempo y de la naturaleza misma. El olor de cada uno en el acto amoroso refleja, en su riqueza, los procesos de pulsión y ordenamiento del mundo y, en tanto que estos procesos son infinitos, no es la limitada capacidad racional la que debe operar para comprenderlos, sino lo que ellos llamaban «olfato».
Última anotación (sin fecha)
La noche que me gradué como su alumno apagaron las luces y todo el grupo empezó a desnudarse con minucioso y tierno cuidado. Cada uno se dejaba guiar por su olfato y me sentí arropado por una emoción metafísica, generosa y fundamental que sería infructuoso tratar de explicar aquí. Las caricias copiaban los movimientos perezosos de la materia primigenia y los besos eran los azarosos choques de partículas, mientras que el coito grupal coincidía con el surgimiento de un orden circular, incomprensible y vasto; los abrazos eran la analogía perfecta del diseño inexplicable e indecible de millones de explosiones temblorosas que darían como resultado la engañosa espontaneidad de un organismo unicelular.
En algún momento se me ocurrió preguntar: —¿qué pasará cuando se gradúen de filósofos? Alguien respondió:
—Dado que ya hemos conocido la esencia de lo humano, la esencia cíclica de la naturaleza, la indefinible esencia del cosmos, al graduarnos en filosofía desapareceremos en el aire: ese siempre será el destino de todas las substancias que danzan perpetuamente con los ritmos aéreos, como la tuya y la nuestra.