Me ha encantado su Diario, lástima que la edición que leí (la primera en castellano: 1946, Diario, Libros de nuestro tiempo) no tenía los dos años anteriores a 1939, que en cambio sí posee la de Editorial Crítica del 2004. De igual forma quedé fascinado, y no me importa que me critiquen por estar escribiéndole a un fascista que la historiografía y la memoria colectiva han condenado. Como siempre hago en mis semblanzas y en la serie de «cartas» que he escrito a muchos que desarrollaron la literatura autobiográfica durante la Segunda Guerra Mundial, lo que más me interesa es valorar el testimonio. En especial los diarios y cartas, porque ellas nos permiten «vivir» los hechos antes de conocer el final de la historia y conocer las dificultades en el proceso de toma de decisiones. Y probablemente el mejor ejemplo sean las entradas que le dedica a los primeros meses del año que inició la guerra, donde todo parecía favorecer a Italia. A ello dedicaremos esta carta y su despedida una vez conocida la sentencia del «Juicio de Verona» (8-10 de enero de 1944).
Por otro lado, estaba en deuda con usted, porque quise escribirle el mes pasado en el 80 aniversario del 11 de enero de 1944. El día del cumplimiento de la «sentencia», mejor hablar de venganza contra los cinco miembros del Consejo Fascista que destituyeron a Benito Mussolini el 25 de julio de 1943. Se cumplía de esa forma la venganza contra los 19 «traidores» de los 28 que lo formaban (13 fueron juzgados en ausencia porque lograron esconderse o pasar al territorio ocupado por los Aliados). ¡Hasta los juristas que apoyaban en ese absurdo que fue la República Social Italiana, afirmaron que dicho juicio no tenía ninguna base legal! Estoy seguro de que, de haber caído en manos de los Aliados, todo habría sido distinto. Me gustaría saber si usted se habría atrevido a pedir disculpas a su pueblo por apoyar a un régimen que terminó generando tanto dolor a sus compatriotas y a la humanidad.
Tal como le dije, esos primeros meses antes de la invasión alemana a Polonia (01 de septiembre de 1939), usted es partícipe del gran optimismo que existe entre los fascistas italianos por convertirse en una potencia que emularía al Imperio Romano al dominar el Mediterráneo. La victoria en abril de su aliado en España, el general Francisco Franco, sumado al control de Libia y Albania (ese mismo mes); y las negociaciones de una mayor alianza con Alemania que terminó en mayo con la firma del Pacto de Acero (tratado militar); establecen un ambiente muy diferente a todos los temores que va mostrando desde el comienzo de la Segunda Guerra Mundial. La muerte del Papa que había firmado el Tratado de Letrán (Pío XI) y el ascenso del cardenal Eugenio Pacelli (Pío XII) en febrero, le genera esperanzas porque este inicia de forma conciliadora y no con las fuertes críticas que había generado Pío XI contra el nazismo en Alemania y el fascismo italiano.
Me impresionó mucho cuando fallece su padre. Del 26 al 30 de junio de 1939 elabora una sola entrada en que relata los hechos y el largo duelo. Logra transmitir el profundo cariño que le tenía. «Ahora que la soledad reina a mi alrededor y dentro de mí, deseo, papá, permanecer unos momentos contigo en esta gran estancia del Palacio Chigi, donde, a veces, venías a verme y a traerme la seguridad de tu optimismo confiado y perspicaz». Y lo peor es que en octubre fallece también su hermana María. Promete escribir una biografía, pero creo que nunca pudo hacerlo. Se recuerda que no solo luchó en la Primera Guerra Mundial, sino que estuvo desde el principio entre los líderes de la «revolución» fascista. El funeral fue multitudinario; desde el Rey, el Duce y el pueblo en Liorna. En este escrito, sin caer en alguna cursilería, se expresa vuestra maestría como escritor.
He pensado en la posibilidad que su Diario haya sido editado para mostrarlo menos fascista, más acorde con su posición contraria a Alemania y finalmente a favor de la destitución de su yerno en 1943; pero realmente no lo creo. Hay coherencia en el discurso y los cambios son graduales, y el sentimiento contrario a los alemanes es permanente al igual que su admiración y cariño por Mussolini. Siempre se muestra como una persona que se piensa cada decisión y que teme por las consecuencias de los errores. Es claramente un político y diplomático, considero que esto último es lo que tiene mayor peso en su pensamiento. Fue evidente el distanciamiento con el Duce desde mediados del 42, para iniciar el 43 con su salida de la cancillería. Siempre se muestra desconfiado ante el acercamiento al Tercer Reich, y mucho más en lo que se refiere a la entrada a la guerra.
El 24 de agosto de 1939 señala el diagnóstico de las condiciones del Ejército, la nación y la opinión pública de cara a la posibilidad de entrar en la guerra, por lo que se mantienen neutrales los primeros meses: «La oficialidad es mala y los medios viejos e impropios. A esto se debe agregar el estado de ánimo del país netamente antialemán». El 27 de agosto agrega: «los alemanes son desleales y embusteros. Toda alianza con ellos se vuelve, al cabo de poco tiempo, una mala alianza». Estas afirmaciones tan contundentes, tan premonitorias, son las que me generan dudas por los momentos.
A lo largo de mi serie sobre el 80 aniversario de la Segunda Guerra Mundial, cuando he analizado el papel de Italia, he consultado vuestro Diario. No quiero ahora repetir esas entradas que comienzan con los artículos que se refieren a octubre de 1940 cuando Italia ataca a Grecia (publicados en octubre de 2020), sino dedicarme a vuestra opinión previa. Y lo que se percibe es que los acontecimientos no son controlados por Mussolini e Italia. Alemania los arrastra desde el principio, pero especialmente por la personalidad del Duce. Por su envidia de los alemanes, por la fantasía de ser cómo ellos, pero en el sur de Europa. Todo tirano es infantil en sus caprichos e irracionalidad, el problema es que es un adulto que tiene todo el control de un pueblo que padecerá las consecuencias de su mentalidad irresponsable.
Y es así como el 31 de diciembre de 1939 en su Diario afirma en contra de la «germanofilia» de su yerno: «La guerra al lado de Alemania no debe hacerse y no la haremos nunca; sería un crimen y una idiotez. (…) La falta de preparación es absoluta».
Pero en mayo de 1940 llegó la victoria del ejército de Adolf Hitler frente a la potencia de Europa: Francia, y esto lo cambió todo; incluso cuando todavía no se había firmado el Armisticio, pero ya era clara su derrota. Se piensa que todo terminará en meses e Italia no podrá aprovechar el momento.
Todo esto impresiona mucho a los italianos, hasta a los insospechables. Hasta Dino Grandi (sí, el mismo que luego tendrá un papel fundamental en la caída del Duce) ha venido a verme y me ha dicho, con acento muy dramático ‘que teníamos que reconocer que nos habíamos equivocado del todo’ y prepararnos para los nuevos tiempos. (…) Sigo con mi opinión. Hay que juzgar a los caballos en las carreras largas. Y nadie es capaz, ni tan solo imaginar, la duración de esta carrera (19 de mayo de 1940).
El rey era otra voz de sensatez, pero se resignó a pesar de dar el ejemplo de 1915 cuando sí existía entusiasmo (01 de junio).
Ahora quiero finalizar dando un brinco en el tiempo y solo dedicarme al escrito que preparó como texto introductorio de su Diario desde la Celda 27 en Verona el 27 de diciembre de 1943, cuando supo que ya «el Cielo» no le «concedía una vejez serena, como elemento para escribir los recuerdos de mi vida», y por tanto para pulir lo que era la materia prima de sus Memorias. Pero valora que «esa misma desnudez, en la absoluta falta de lo superfluo, está el valor de este diario mío».
Acusa a los alemanes y no a los italianos como los autores intelectuales de su fusilamiento que realizará «un pelotón de desgraciados vendidos al extranjero». Aunque Hitler y sus «secuaces» trataron a Italia no como un aliado sino como «criados», señala que Mussolini fue «un torpe cobarde». Termina por reconocer que su esposa «en las horas de dolor, se ha revelado como una compañera incomparable, segura y fiel». Ante la muerte se aclaró toda duda ¿arrepentimiento?
En la mañana del 11 de enero de 1944 en el campo de tiro del Fuerte San Patroclo Verona, un pelotón de fusilamiento dispara a los sentenciados que están atados de espaldas a una silla. Solo uno se voltea para mirar a sus verdugos, era el conde Galeazzo Ciano.