Margaretha Geertruida Zelle, más conocida como Mata Hari, fue fusilada por los franceses en Vincennes el 15 de octubre de 1917, durante la Primera Guerra Mundial, acusada de espiar para los alemanes. Era tal la belleza de esta holandesa dedicada a los bailes exóticos y precursora del estriptis que, según se cuenta, el oficial a cargo de la ejecución pensó en algún momento vendar la vista a los fusileros para que no fallaran en los disparos. Lo cierto, al margen de esta inverosímil anécdota, es que ella rechazó la venda y lanzó un beso al pelotón antes de la descarga.
La de Mata Hari es una de las historias más novelescas del espionaje, tanto por la vida tormentosa de la protagonista como por el hecho de que nunca fue la peligrosa agente que la inteligencia francesa creyó cazar. Revelaciones históricas muy posteriores a su muerte dieron cuenta de que fue una doble agente de poca monta y que los propios alemanes le tendieron una trampa para distraer a sus enemigos de otras operaciones durante la guerra.
Este halo a veces romántico, trágico, ora heroico, tiende a desaparecer. El espía tradicional se ve reemplazado por la tecnología. Las imágenes de alta resolución que transmiten los satélites detectan instalaciones militares secretas sin arriesgar el pellejo. Los hackers o piratas informáticos son efectivos agentes de escritorio para descubrir e intervenir puntos vulnerables bélicos y de servicios esenciales en el territorio del enemigo.
En junio de 1963 el ministro de Guerra británico John Profumo renunció con deshonra al cargo, luego de que el MI5, servicio de contra inteligencia, reveló sus vínculos con la hermosa corista Christine Keeller, quien a su vez era amante del diplomático y espía soviético Yevgeny Ivanov. El escándalo, que arrastró dos meses después la caída del primer ministro Harold Macmillan, se habría develado hoy con más celeridad con el virus Pegasus, por ejemplo.
Creado en secreto por la empresa informática israelí NSO, este programa espía fue descubierto casi casualmente en 2016. El Pegasus actúa a través de un virus que se instala subrepticiamente en los celulares o computadores y rastrea desde mensajes de texto a contraseñas y llamadas y es capaz de intervenir todas las aplicaciones.
Pese a que NSO argumentó que vendía el software a gobiernos para “combatir el terrorismo y el crimen organizado”, se comprobó que el gobierno salvadoreño de Nayib Bukele lo usó para espiar periodistas. En México, bajo la administración de Felipe Calderón (2006-2012), se empleó también contra periodistas y defensores de los derechos humanos.
¿Cuántos programas espías más existirán hoy, manejados por los servicios de inteligencia en esta época de reedición de la Guerra Fría? ¿Cuántos analistas se especializarán en desentrañar perfiles de sospechosos “sujetos de interés” a través del rastreo de datos que ellos mismos ingresan en sus perfiles o avatares? En una asertiva caricatura, el dibujante argentino Daniel Paz atribuyó el origen de Facebook a un congreso mundial de espías.
Volvamos al pasado. La profesión de espía fue siempre difícil y a la vez fundamental para los Estados, sobre todo durante las dos guerras mundiales y también bajo la Guerra Fría. Un buen agente podía causar tanto daño al enemigo como el más avezado mariscal o almirante, con la diferencia de que mientras la fama y los homenajes como héroes colmaban a estos últimos, el espía debía permanecer casi siempre en el anonimato, como característica esencial de su trabajo.
Y a menudo en lugar de reconocimientos, un buen espía podía ser víctima del propio gobierno para el cual trabajó. Fue el caso de Leopold Trepper, el judío polaco y agente soviético que desde 1939 montó una red de 290 “pianistas” (telegrafistas clandestinos) para informar a Moscú de los movimientos militares del Tercer Reich desde los países ocupados por los nazis. El almirante Wilhelm Canaris, jefe de la inteligencia militar de Hitler, dijo que la “Orquesta Roja” causó unas 200.000 bajas a las tropas alemanas.
La Orquesta Roja es el título de la extraordinaria novela que el periodista francés Gilles Perrault publicó en 1967, traducida a 19 idiomas y publicada en español en 1982, donde se narra la vida de Trepper, recibido con honores en Moscú en 1945 y que poco después, en un acto típico de la paranoia del dictador Joseph Stalin, fue enviado a la cárcel de Lubianka. Estuvo preso diez años. Liberado bajo el deshielo de Nikita Jrushov, viajó primero a Polonia y en 1976 pudo radicarse en Israel. Vivió modestamente en un apartamento en Jerusalén hasta su muerte en 1982.
Otro relevante espía al servicio de Moscú fue el alemán Richard Sorge, instalado como periodista en Japón, quien informó que el imperio nipón no atacaría la Unión Soviética, lo cual permitió reforzar la defensa contra la invasión nazi, pese a que el propio Stalin había desoído su informe sobre el inicio de la ofensiva germana en 1941. Sorge fue descubierto por los japoneses y ejecutado en noviembre de 1944.
En el reclutamiento de espías se mezclaron el compromiso ideológico y el chantaje. El homosexualismo, el adulterio, las deudas de juego y las trampas de cualquier tipo eran factores propicios de extorsión, lo mismo que un pago generoso. No obstante, la historia del espionaje consigna que los agentes más efectivos fueron los que asumieron todos los riesgos del oficio por una identificación política o patriótica.
En una nota publicada en 2022, The Economist destacó ese rasgo en los numerosos infiltrados por el servicio secreto de Cuba en la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de los Estados Unidos. El caso tal vez más relevante de un topo (como se apoda en la jerga especializada a un agente encubierto) fue el de Víctor Manuel Rocha, quien durante 42 años trabajó para La Habana desde que ingresó al Departamento de Estado en 1981.
Rocha llegó a ser el máximo encargado para las Américas en el Consejo de Seguridad Nacional y fue diplomático en La Habana, así como embajador adjunto en Argentina y embajador estadounidense en Bolivia. Después de jubilado, fue asesor del jefe del Comando Sur del Pentágono, que se encarga de América Latina.
Duyane Norman, exdirector de operaciones de la CIA en América Latina, reconoció que el de Cuba es uno de los mejores servicios secretos del mundo. Como Rocha, Ana Montes estuvo infiltrada 17 años en la agencia de inteligencia del Pentágono. Norman opinó que en los espías cubanos predomina el factor ideológico y supuso que tanto Rocha como Montes trabajaron gratis para La Habana.
En Israel consideran héroe nacional a Eli Cohen, el espía nacido en Egipto que trabajó para el Mossad, servicio de inteligencia judío, infiltrado en Siria como ciudadano de ese país que regresaba de Argentina. Con una cobertura de inversionista cultivó amistades en altos círculos políticos y militares de Damasco. Sus informes fueron esenciales para exitosas operaciones bélicas israelíes en la llamada Guerra de los Seis Días de 1967, entre las que se destaca la destrucción de la fuerza aérea siria en sus propias bases, antes de que los aviones despegaran.
Cohen no fue testigo de sus éxitos. Descubierto cuando realizaba una transmisión en Damasco, fue ahorcado por las autoridades sirias en mayo de 1965.
Yael Man, otra célebre espía de Israel, falleció en cambio en la paz de su hogar a los 85 años en agosto de 2021. Fue pieza clave en la Operación Primavera de Juventud, montada por el Mossad para detectar a los palestinos que en los Juegos Olímpicos de Múnich (1972) dieron muerte en un atentado a once atletas israelíes.
Infiltrada en El Líbano como escritora que trabajaba en el guion de un documental, logró descubrir a integrantes de la organización Septiembre Negro para identificar a los jefes del ataque de Munich, ultimados a su vez en la operación que comandos israelíes llevaron a cabo el 10 de abril de 1973.
Como Mata Hari, Yael Man se imponía por su belleza y su arma más efectiva de espionaje fue su mirada ingenua, que ella definió a la vez como su mejor instrumento de manipulación.