Juchiteca
I
Quiso convidarme
a cada una de sus orillas,
y se detuvo conmigo
para vaciar
mi memoria, hasta el
último recuerdo.
Alargué pues mis brazos
para encontrar sus relieves,
aunque ella misma me condujo a ellos.
Respiré hondo
en su regazo hasta que
la escencia del zapandú
inundó mis pulmones.
En la hora en que
nadie reclamaba
su armadura,
el ritmo delirante
de sus latidos
acompañó ese canto lejano,
sin destino.
II
Ella caminó a través de mí
como entre cardos.
Pausadamente dispuso
los dobleces de su huipil.
Ella se abrió frente a mí,
ascendió,
y con su tulipán granate
escarbó en sí misma
hasta la raíz.
Triunfal,
después de su caída,
recogió las migajas
del silencio,
quitó las cenizas
que se pegaron
en sus caderas,
mientras
arrastraba mi cuerpo
perseguido por
el polvo de las maldiciones.
La Sanjuanera
I
Una mujer danza
alrededor de una gran piedra circular.
El ritmo acelerado y el compás ronco
del tambor acompañan su vaivén.
Sus pies se deslizan ágiles sobre el barro.
De pronto, el silencio:
mi quejido se ahoga,
y la obsidiana se rompe
cuando es empujada
flor adentro.
La piedra sangra.
II
Una mujer danza
con un frenesí dislocado e incierto:
cohetes y gritos
pueblan el estrado
erosionado por tanto ruido.
Sigo su andar desde
la acera opuesta.
De pronto, el silencio:
todo oscurece salvo su imagen,
y con ella la certeza del destierro;
cae su jicalpestle y se rompe:
las piezas en la grava
atestiguan el nacimiento inenarrable
del temblor que hiende su matriz.
III
Una mujer danza
con el oleaje sosegado
de la marimba.
El rumor de la marea se prolonga
más allá de mis tímpanos,
y se hunde en la respiración quieta
de su sueño abisal.
De pronto, el silencio:
me enternece encontrarla desnuda.
Otra historia vuelve a
romper en la arena.
La mujer extiende sus brazos,
me levanto y la sigo por laberintos
cuyas salidas
ella tampoco sabe
si en verdad existen.
Los años de Isabel
Antes de la luz
descansa este cuerpo nuevo,
intacto de mis palabras
y de mi sed.
En sus abismos
yace la lumbre de mi huella,
su rostro apenas se descubre
y asciende con la luna;
su espalda descubierta
es el prólogo
para mis vicios.
Levántate y anda:
—dijo una diosa de piedra—
«Camina sobre mi bahía
de silencio;
descálzate
en las rocas tibias,
baña tus dedos,
esculpe sílabas en los ríos,
apaga tu virtud
en éste mi océano».
Un bramido de cíclopes
me devuelve su nombre;
he abandonado el remo
al tiempo que mi barca juega
sobre la blanda corteza
de la sinuosa memoria.
Quinto Sol
Después del suplicio,
el Quinto Sol colgó mis vísceras
en un paisaje
desteñido
sin distancias
danzó en Ranchu Gubiña,
jadeante,
con máscara y piel
de ocelote.
Guardó en su nicho
las piedras azules
de un vértigo estéril
y la herrumbre inquieta
de mi espada
y de mi fe.
Ítaca-Tehuantepec
miras tu reloj
resoplas
hace diez minutos
salió el último tren.
la única opción es el autobús. el autobús.
pagas el boleto
y reconoces
a los que serán
tus compañeros
de viaje.
arriba
el vaivén el calor el hambre
(después del último hotel
el conductor aceleró
hasta poco antes del muelle)
desciendes
cruzas la avenida
ahora a la derecha
solo dos calles más.
al final de la empalizada
alcanzas la puerta.
huele a silencio:
un perro se acerca y te adivina.
si reconoces
las flores secas
el ventanal roto
y no
te has muerto en el camino,
tal vez
has llegado a casa.
David acampa junto al Guiigu Bicu
(Para Biaani y Alonso)
A escondidas
te miraba correr
hace no mucho tiempo,
al frente de una docena de niños
(tal era entonces,
tu único ejército).
De haberte detenido
habrías visto la grandeza
de mi obra:
surcos que nunca se unen,
trazados con las yemas
de mis ágiles dedos.
Debía pues guardarme
de tu piel limpia
y de las piedras
bajo tus sandalias.
No esperé demasiado
para que él también te viera:
(su mirada acecha
desde siempre
los muslos vírgenes).
Bastó que el susurro
que algunos escuchan
se deslizara una tarde,
cerca de tu rebaño,
para saber que
él iba a dirigir tu mano.
Armadura, polvo y sangre
han sido mis alimentos
(y su regocijo providente)
desde que mi barba
empezó a crecer.
Pero ahora
su venganza rodea mi espalda
y punza mi costado.
Esta vez, sin embargo,
no le daré ese gusto:
saldré desnudo
al campo de batalla
y ataré mis manos
al son de la Petrona,
para nadar en el dulce
río de los Perros
—sea esta osada y juguetona burla
mi consuelo.
Mañana mismo,
después de cebarme
con el agua turbia de coyol,
(nisa-bigara’agu),
arrancarán las aguamarinas
de mi frente,
con todo y su sonrisa.
La muerte de tehuana
(A la memoria de mi padre)
I
Amado mío:
tus pulmones han gemido toda la tarde:
ya preparo mis encajes
para ti
en la pleamar.
Voy ahora
a mojar tu boca
Inquieta
por la sed,
con este riego
venéreo.
¡Ven tú, amado,
ven a libar de esta nube enferma,
a morder mi cuerpecillo abierto
de zanate!
Soy la herida de los locos,
de los ladrones,
de los alquimistas.
En la sombra
de los tiempos
reconóceme,
y vacía las órbitas de tus ojos
dentro de mis enaguas.
(En mi taberna beberás
mezcal y ruibarbo)
II
Vuelve pronto a Juchitán
pues estoy húmeda y acre,
para que puedas oler
el semen que los poetas
han vaciado en mi fémur.
Móntame
en la hamaca que tejí con los restos
del sepulcro familiar,
(móntame, hombre, sin fe o con ella),
oye el ruido escarchado de
la marimba
que te ofrecen mis vértebras
cuando estás a punto de sucumbir.
debajo de mi sacro pon tu lengua,
como una larva que recién sale de su pulpa,
como una lombriz furiosa,
como fuelle serpenteante.
No demores paseando tu falo por mis cuencas,
apura ya el sorbo de mi último temblor,
ven entonces justo ahora,
por tu nobilísimo puesto de Primer Cadáver.
Guéela/Noche
Guéela di,
nacahui ‘ra guidxi layú di,
‘rindisa luá,
ne ruuya ti beu’ shirooba
lu nisa dóo sti xha guibáa.
¡Ridxagayá
‘pabiá sicarú rindani!
Rixhuí luá nuá xhaguete
ti gunáa ni láaca zhindani
dxi ni gunadxiibe naa.
Esta noche:
oscuridad en la tierra,
Levanto la vista,
y miro una luna enorme
sobre la mar del cielo.
¡Me asombra
cuán hermoso es su brillo!
Imagino que estoy debajo
de una mujer que también brillará,
el día en que ella me ame.