De mi reciente viaje a Mozambique, en septiembre de 2023, no podía regresar sin traer en mente una nueva idea para un próximo film. Mi hermano africano, Haroon Patel, antes, mi socio, con quien realicé la mayoría de mis 22 documentales en ese país, hoy, es un importante empresario, socio de una universidad, y un destacado dirigente del fútbol. Luego de asistir a una de las sesiones de mis filmes en el cine Scala, al parecer le bajó la nostalgia, me comentó que le encantaría nuevamente ser parte de la producción de un film. Eso gatilló inmediatamente mi interés de ponerme a trabajar alguna idea que pudiera dar pie a una nueva aventura en conjunto.
Ya en Chile, sentado en mi escritorio, la nube, en el segundo piso. Lo primero que hice fue releer algunos libros de autores mozambiqueños en búsqueda de historias que pudieran adaptarse a una idea central que rondaba ya en mi cabeza. En la búsqueda de inspiración continué mi lectura con Kapuscinski, autor polaco a quien descubrí hace varios años, y que vivió diversas experiencias en África al igual que yo. La idea que ronda en mi cabeza surge al ver a tanto joven africano morir en el Mediterráneo en busca de una vida mejor. Pienso en un film que valore la rica diversidad de África, en todos los sentidos. Si de algo sirve el cine en este caso me encantaría poder inspirar las nuevas generaciones para que se motiven en la búsqueda de resolver las dificultades del subdesarrollo que los aquejan sin tener que pensar en escapar de la realidad, sino todo lo contrario, enfrentarla y asumir que es tarea de todos superar los problemas que son normales de una joven nación en formación.
Mozambique logró su independencia recién en 1975. Entender que no hay nada más placentero, y motivador que vivir con los suyos. Emigrar a Europa no es la solución. Siempre serán cabezas negras. Asimilarse a ellos, despojarse de su identidad, para de alguna forma ser aceptados, no es lo más digno. Hay que evitar ser humillado. Es necesario dejar de someterse a sus valores, modas, criterios, ordenanzas. El momento actual permite aventurarse. Al parecer el mundo ha tomado conciencia de lo importante que es la protección de la naturaleza, de la defensa de la rica y diversa fauna, de la explotación de los recursos naturales con controles ambientales, del respeto de la diversidad cultural y de género. En el continente africano se manifiestan con claridad todos estos temas. Pero son ellos, los propios africanos, los llamados a defender, a implementar y conducir estos cambios en sus territorios, y así evitar que nuevamente sean los europeos y otros, quienes continúen la explotación del territorio africano y sus riquezas naturales.
Buscando información de primera mano, recurrí a desempolvar mis más de 20 cuadernos o libretas de apuntes en los cuales he ido escribiendo o «esculpiendo el tiempo», como diría el incomparable Tarkovski. Mis apuntes comienzan el año 1978, cuando vivía en Suecia, y continúan alimentándose del presente. En esas libretas siempre encuentro trozos de libros, anécdotas, historias diversas, frases famosas, metáforas e ideas que me nutren. Entre papeles sueltos que surgían al pasar de página en página, apareció uno que me llamó la atención debido a que estaba escrito con tinta verde, era del año 1980. Habla de un posible guion que surgió de conversaciones con Adolfo, el tigre Silva, seguramente durante alguno de nuestros regados encuentros con tinto y un trozo de carne al horno, en su modesto departamento en un suburbio de Estocolmo.
Adolfo, un viejo cineasta chileno, que llegó becado por la dictadura en vuelo directo desde la isla Dawson al país nórdico. Nuestro anterior proyecto juntos había sido un homenaje a Allende, titulado, La Nacencia, que filmamos en Bubión, España. Me gusta escribir con tinta verde, por dos razones; la primera, y la más importante, es que relaciono el verde con mi querido Wanderers, hago la misma asociación con la flor llamada cala, que curiosamente proviene de África. El otro motivo, es que he visto varios textos o libros firmados por Neruda con ese color, y tengo la suerte de tener uno. Al leer el escrito, se me vinieron de inmediato a la memoria imágenes de varios momentos de cuando filmábamos Pintores Mozambicanos. Uno de ellos era con el pintor Chichorro, a quien podríamos llamar el Chagal africano.
Con Chichorro, recorrimos diversos suburbios de Maputo. Visitamos bares abarrotados de sedientos machos al son de Fany Mpfumo. La pintura de Chichorro se caracteriza por describir escenas suburbanas con mujeres que vagan cada atardecer en busca de un amor fugaz por estrechos callejones de tierra y cercos de caña y zinc, como auténticos laberintos. El paisaje sonoro de aquellos suburbios proviene de múltiples gaiolas con coloridos pájaros que acompañan con su canto el andar sinfín de esas bellas mujeres que buscan sobrevivir y resolver su triste realidad circundante. Son ellas los personajes fundamentales en la obra pictórica de Chichorro. Obras que transmiten calidez, y nostalgia, a través de la maravillosa técnica, donde las sutiles transparencias de sus colores permiten al espectador introducirse en el mundo interior de cada uno sus protagonistas. Tomé el verde texto y con esas escenas en mente comencé a transcribir a Word. A medida que escribía, su ADN, fue mutando a la siguiente historia…
En el interior de un bar de mala muerte, en Xipamanini, barrio popular de Maputo, ex Lourenço Marques, un tipo ya mayor, bastante borracho, bebe sin freno. Al mirar hacia la calle ve pasar a su hija. La llama. La chica no sobrepasa los 18 años. El tipo para obtener dinero para continuar bebiendo, con groseros ademanes ofrece su hija a los parroquianos que beben en otras mesas. La chica huye despavorida. Su padre grita que vaya a casa y traiga más dinero mientras con dificultad se levanta e intenta seguirla. La chica, a pesar de que renguea, corre y desaparece por unos callejones estrechos y oscuros. Al doblar en una esquina choca con un joven, quien reacciona con felina rapidez y la esconde en un rincón oscuro al comprender que la niña está en peligro. A los pocos segundos pasa el padre sin percatarse de ellos. Los jóvenes continúan abrazados, se miran, pero no dicen nada. Una vez que el padre ha desaparecido, la chica relata lo sucedido. Concluye diciendo que no puede ni desea volver a casa. Solo en ese instante la chica descubre que el joven es mudo.
Vemos a los jóvenes tomados de la mano que caminan en la penumbra hasta llegar a una humilde casa de barro y caña. La chica tirita de nervio o por la fría noche. El joven toma un lápiz y en un trozo de papel escribe. Me llamo Valente. La chica en forma espontánea escribe. Yo Angelina. Valente sonriendo se toca su oreja haciéndole ver que no es sordo. Ambos ríen. Valente le cede su cama, luego tira una frazada al suelo y se acomoda, muy cerca de lo que sería la cocina.
Al amanecer, mientras ella aún duerme, Valente sale de casa. Sus compañeros del taller mecánico acostumbran a incomodarlo con el tema mujeres y sexo. Como es habitual en este tipo de trabajo, las paredes están tapizadas con imágenes de bellas mujeres desnudas en antiguos y múltiples calendarios. Entre los chistes que Valente debe soportar está el que dice que quedó mudo de tanto hacer la miné. Ese atardecer al regresar a casa es sorprendido al verla totalmente ordenada, y limpia. La mesa para dos está dispuesta. De una cacerola que se ve que han tratado de sacarle el hollín, surge un sabroso aroma. Disfrutan en silencio un humeante plato de sopa. Cruzan sus miradas esbozando leves y tímidas sonrisas.
Al día siguiente nuevamente muy temprano el joven sale rumbo al trabajo. Se ve feliz. Mientras repara un vehículo con sus colegas escuchan noticias en un radio Xirico que cuelga del techo. «Noticia de último segundo. Se informa que la ciudad está siendo atacada por la Renamo». Quedan completamente mudos. Renamo es un grupo armado apoyado por la Sudáfrica del apartheid para desestabilizar al vecino país gobernado por negros. Las ráfagas de ametralladoras se dejan oír cada vez más cerca. Valente corre hacia la calle para ver de donde provienen los disparos. Con estupor constata que el ataque al parecer ocurre en la zona donde está ubicada su casa. Desesperado corre y corre. A medida que se acerca, los disparos van desapareciendo permitiendo que el silencio domine las terribles escenas que van surgiendo en el camino. La casa ya no existe, está totalmente en ruina. Desesperado remueve escombros en busca de Angelina. Las sirenas de ambulancias, y bomberos suenan a la distancia. En el suburbio reina el caos. Llora desconsoladamente mientras busca desesperadamente por los callejones. Pregunta por ella a cada persona que se le cruza en su dramático recorrido. Hay muchos heridos, y niños llorando, escena que se repite por doquier. Muchos corren de un lado a otro.
Al hospital llegan múltiples ambulancias con decenas de heridos. En uno de los pasillos del hospital un médico pregunta a una enfermera, ¿qué hay de la chica que llegó inconsciente? Está bien doctor, fue mayormente el susto, tiene solo algunos magullones. Pero el parte médico señala un problema a la cadera, acota el médico. Si claro, pero eso no es producto del ataque, eso es anterior. Que importa eso, si ella está aquí. Preparen todo que ya voy. Momentos después a través de una ventana se ve al médico operando. Elipsis. La chica ya no renguea al caminar, va rumbo a la casa de Valente. Las estrechas calles aún exhiben restos de escombros que recuerdan el pasado ataque. Al llegar descubre que de la casa casi no existe rastro alguno, solo hay ceniza que el viento va haciendo desaparecer. Solo encuentra un peine de ébano que logra rescatar. Desesperada y sollozando pregunta a los vecinos si saben algo de Valente, nadie conoce su paradero. Corre a través de los estrechos callejones que forman un auténtico laberinto de caña y zinc. Finalmente llega al garaje. Los mecánicos comentan que al parecer enloqueció al ver su casa destruida. Hasta ese momento ninguno de sus colegas se había imaginado que hubiera existido alguna otra razón que provocara su locura. Comentan que al parecer está internado en una casa para enfermos mentales.
Sin terminar de escuchar Angelina desesperada corre hasta desaparecer. Al interior de aquella casa, Angelina observa a Valente, quien está en una silla de ruedas mirando en dirección de una pared que indica el fin del patio. Valente tiene la vista perdida en el horizonte, casi no pestañea, está completamente inmóvil. Angelina lentamente se acerca con su mirada fija en él. Valente aún no la ve. Ella se acerca más y más, hasta que él finalmente la ve. Angelina grita amor. Valente da un salto, y se funden en un abrazo desesperado e interminable. Creo que estas escenas podrían perfectamente reflejar parte de la vida de uno de los protagonistas de este proyecto de film.
Entre otros papeles y textos que encontré en mis libretas había un pequeño párrafo de Sergio Vieira. En mis años en Mozambique, este personaje, era miembro del comité central de Frelimo. Partido que ha gobernado el país desde la independencia del colonialismo portugués.
Sergio decía: Era siempre un choque cultural cuando íbamos a estudiar a la metrópolis y veíamos, al desembarcar en el aeropuerto, al primer mozo blanco. Nos deteníamos todos para mirarle, porque no entraba en nuestro horizonte cultural. De la misma manera no entraba en el horizonte cultural de estas buenas personas el que un ministro pueda ser negro.
A propósito del hombre colonizado, y el hombre negro. Entre los libros mozambiqueños de mi biblioteca consulté uno titulado Nos matámos o cão tinhoso. De Bernardo Honwana, Exministro de Cultura. En el cuento titulado As mãos dos pretos, hay varios relatos recopilados de voz de los viejos de las tribus.
«Dios hizo a los negros porque también debían existir negros. Luego se arrepintió de haberlos hecho porque los blancos se reían de ellos y se los llevaban a sus casas para hacerlos esclavos. Como no podía hacer a todos blancos, porque los blancos se habían acostumbrado a utilizar a los negros, y se quejarían, entonces les hizo las palmas blancas exactamente iguales a las palmas de los blancos. ¿Y sabes por qué? Para demostrar que todo lo que hacen los hombres, es el resultado de manos iguales».
«¿Sabes porque Dios nos hizo con las manos más claras? Antiguamente, hace muchos años, Dios, Nuestro Señor Jesucristo, la Virgen María, San Pedro, algunos santos, y ángeles estaban en el cielo con algunas personas que habían muerto y que habían ido al cielo, pues decidieron hacer negros. Cogieron arcilla, la metieron en los moldes que se usan para hacer personas, como tenían prisa y no había ningún sitio libre cerca del brasero, los colgaron de las manos, sobre mucho humo, fue así que quedamos oscuros como carbón. Pero por estar colgados de las manos, nuestras palmas quedaron blancas».
«Los negros tienen las manos más claras porque vivían agachados, recogiendo algodón blanco en Virginia, Carolina del Sur y Georgia en Estados Unidos». Recuerdo cuando estaba en la preproducción del film Pintores Mozambicanos, después de largas conversaciones con los expertos en arte Eugenio Lemos y Paolo Soares, surgió el nombre de Jacobo Estevâo Macambaco, que, según Paolo, sería el primer pintor negro que habría realizado una exposición durante el periodo colonial. Este dato me alentó a solicitar permiso en el Instituto de Cine para visionar en una moviola los noticieros cinematográficos realizados por los portugueses durante décadas de colonialismo. Fue como entrar en el túnel del tiempo. Fueron horas y días mirando kilómetros de película en la pequeña pantalla que me introdujeron a ese mundo en blanco y negro, no por el color del celuloide, sino por el apartheid reinante en Mozambique, Sudáfrica, y Rhodesia. Logré localizar el noticiero portugués con aquella exposición de pintura en la galería del Núcleo de Arte de la otrora capital Lourenço Marques. La voz en off del locutor portugués presentaba así la nota periodística:
Inaugurada por el señor encargado del gobierno general, se realizó en Lourenço Marques una exposición de tres artistas indígenas de Mozambique, discípulos del pintor Rodrigo Alves. Elías Estevâo, el más joven de los tres alumnos pintores, con escasos años de convivencia en su atelier, mostró un ingenuo primitivismo escolar. Jacob Estevâo demostró, con sus 26 telas, ser un alumno de personalidad más afirmativa y sumisa. Vasco Campira es el más dócil de los discípulos del maestro Alves, de más suave sensibilidad, el más receptivo ante el espectáculo del paisaje. Esta exposición constituye una notable demostración del interés por la cultura artística de este pueblo mozambiqueño.
Feliz por haber encontrado aquellas imágenes, partí para el barrio Xipamanine en busca del pintor Jacob Estevâo. El viejo artista, muy emocionado por ser parte de mi film, me comentó que aquel noticiero solo pudo verlo mucho tiempo después, ya que ellos, los negros, no podían entrar a los cines de la ciudad de cemento, debían esperar que fuera exhibido en los suburbios.
El apartheid era legal, la esclavitud era legal, el colonialismo era legal. La legalidad es una cuestión de poder, no de justicia…