El popular ballet de El cascanueces representa la cúspide de una historia tradicional centroeuropea que se ha repetido con variaciones en cuentos, leyendas locales, obras musicales y teatrales, titiriteras, fábulas y el cine, entre otros. Como muchas de estas historias medievales, busca educar a las nuevas generaciones sobre los valores vigentes en la sociedad de la época. El cascanueces es un capítulo más de la eterna lucha entre el bien y el mal, las paradojas de la belleza y lo grotesco, la luz y las sombras.
Hoy en día, El cascanueces, una historia navideña muy especial, nos recuerda que compartir en familia, el triunfo del amor verdadero y la lucha común en amistad contra la adversidad, siguen siendo valores tan vigentes, necesarios y rescatables, como en siglo XIX en que floreció. El compositor ruso, Peter Ilyich Tchaikovsky escribió la música de este maravilloso ballet en 1892. Había tomado prestado el relato original del autor alemán, Ernst Theodor Amadeus Hoffmann, quien lo había publicado en 1816, bajo el título El cascanueces y el rey de los ratones.
En el libro se cuenta que la familia del consejero médico Stahlbaum celebraría la Nochebuena. El padrino Drosselmeyer, un mágico artesano de juguetes y artefactos mecánicos como relojes, llega a la fiesta con regalos muy especiales para sus ahijados Stahlbaum; Marie de 7 años, su hermana Luise, y Fritz, su hermano mayor. En el ballet, la protagonista junto al cascanueces de Tchaikovsky es Clara, una de las muñecas de Marie.
Regresando al libro, su padrino les regaló varios juguetes. Entre ellos, un catillo lleno de figuritas mecánicas que simulaban un baile y juego de niños que, rápido, aburrió a los pequeños, a pesar de ser una maravilla funcional. Muñecos varios y un desproporcionado cascanueces, que a Marie le gustó, ya que, siendo feíto, le recordaba a su padrino y creador quien, con deslucida apariencia, tenía un gran corazón. Fritz, jugando con él y quebrando nueces, le rompió un diente y le desmontó la quijada y hombros. Marie, valiente y determinada, lo protegió y su padre la apoyó, sin titubeos. En el ballet, su padrino lo repara, mientras Marie duerme.
Luego de jugar hasta el cansancio, agotados los niños, se fueron a dormir y Marie, se durmió abrazando al cascanueces. La luz de las candelas se desvaneció y la oscuridad y las sombras abrazaron el ambiente. Marie entró en el mundo de los sueños y vive uno de ellos, como si fuera un día más en su vida. En el mundo de los sueños, todo es posible, inclusive ser como realmente somos. Entre las sombras, aparece el Rey de los ratones y su ejército de roedores. Atacan y la batalla se desata. El cascanueces defiende y lo hace liderando los ejércitos de juguete de su hermano Fritz.
En el libro, el cascanueces pierde su primera batalla, aunque triunfan al final, luego de muchas aventuras como el cuento de la nuez dura, otro cuento dentro del cuento, y el reino de las muñecas. En el ballet de Tchaikovsky, Clara mata al Rey de los ratones de un zapatazo en la cabeza. Su ejército de roedores le efectúa un digno funeral y los ganadores disfrutan su victoria. La gozan en sueños aún más profundos y lejanos. El cascanueces se transforma en príncipe y juntos, Clara y él, viajan a dos lugares espectaculares. Primero, a las tierras del norte, siempre nevadas. Toda una experiencia mística. Segundo, al mundo de los dulces y caramelos. Su regente, el Hada de azúcar, organiza una fiesta con seis bailes en honor de la pareja.
La primera danza, la más deliciosa de todas, es la danza española. Hispana en todo sentido. Mestiza como el chocolate y las castañuelas. Luego, envuelve como elegante velo, la danza árabe. Misteriosa y prudente. La danza rusa es cosaca y vigorosa. La danza china o danza del té, juguetona y curiosa. Finalmente, dos muy bellas y populares, la danza de las flautas y el vals de las flores. Sublimes y sutiles. Toda una fantasía en los años 40 para el mundo de Disney.
Desde que se inauguró este ballet en 1892 en San Petersburgo, Rusia, su popularidad no ha dejado de crecer, inicialmente, en Europa y luego en América. Probablemente, la falta de atención que la revolución bolchevique le prestó al compositor zarista Tchaikovsky produjo el efecto contrario en Occidente. Hoy en día, es una de las representaciones artísticas obligatorias en Navidad de todo el mundo.
El cascanueces nos recuerda que todos fuimos niños alguna vez, que siempre llevamos uno dentro y que disfrutamos la magia de la Navidad al máximo en nuestra circunstancia. Muchos, no hemos querido madurar al escuchar la música del compositor ruso y otros, regresamos a la infancia cada año, en esta época de amor, sueños y desprendimiento.
¡Feliz Navidad para todos!