El escritor portugués José Saramago profetizó que «los fascistas del futuro no van a tener aquel estereotipo de Hitler o de Mussolini. No van a tener aquel gesto de duro militar. Van a ser hombres hablando de todo aquello que la mayoría quiere oír. Sobre bondad, familia, buenas costumbres, religión y ética. En esa hora va a surgir el nuevo demonio, y pocos van a percibir que la historia se está repitiendo».
En abril de cada año se conmemoran dos acontecimientos trágicos del siglo pasado. A principios del siglo XX, los Jóvenes Turcos, comandados por Kemal Atartuk, ejecutó el genocidio contra el pueblo armenio bajo la mirada indiferente del resto del mundo: más de un millón y medio de muertos.
Veinte años después, quizás gracias a la impunidad obtenida por el Estado turco que nunca fue juzgado por sus crímenes, Adolf Hitler ordenaba la «Solución Final» que contempló el asesinato de seis millones de judíos (incluido un millón y medio de niños menores de 12 años), y cientos de miles de opositores políticos, gitanos, testigos de Jehová, homosexuales y discapacitados.
¿Armenia es víctima de qué, quién victimiza a Armenia, y quién la sigue victimizando hoy?, pregunta el ex juez de la Corte Suprema de Justicia argentina Eugenio Zaffaroni. «Sí, los turcos, de eso no hay duda, pero los turcos lo pudieron hacer por esa Europa que hoy agoniza en una guerra, con su cultura y su modernidad, que hoy carece de líderes, que nos vendió la modernidad con sus valores y una civilización que casi nos agota a los pueblos originarios, y traficó veinte millones de africanos esclavizados».
«Esa Europa que con lo que se robó de nuestra América, desarrolló su burguesía y se dedicó entonces a cometer genocidios por todo el planeta, hasta que se pelearon entre ellos en la Gran Guerra. Y terminó la gran guerra, claro, y condenaron a los turcos en Versalles, sí, pero al rato hicieron otra y los armenios que se la aguanten, ¿no?, ¿Y por qué?, porque los europeos se estaban distribuyendo el imperio otomano…», señaló.
Sí, el genocidio armenio fue obra de los turcos, pero el espacio se lo concedió la civilizada Europa, la misma que positivizó los derechos humanos, porque a uno de los contendientes en la Segunda Guerra se le había ocurrido hacer lo que habían hecho en el sur, o con los armenios, pero no era aprobable si sucedía entre ellos. Entonces hicieron una declaración universal de Derechos Humanos en 1948, pero tardaron 30 años en convertir esa declaración en ley internacional.
Negar el negacionismo
Se ha descrito el negacionismo como «el empleo de tácticas retóricas para dar la apariencia de argumento o debate legítimo, cuando en realidad no lo hay». Para los negacionistas los hechos son inaceptables: emplean distorsiones, medias verdades, tergiversaciones de las posturas rivales y convenientes cambios de premisas y lógica.
El auge de nuevos negacionismos (del genocidio armenio, del Holocausto, del cambio climático, del VIH/sida, de la pandemia del coronavirus, de la crisis de los migrantes) se verifica con el ascenso de extremas derechas en países de Europa, en Estados Unidos y también en Latinoamérica, que beben (y se emborrachan) de fuentes del pasado.
Lamentablemente, las hipótesis planteadas hace algunos años según las cuales el negacionismo contemporáneo era parte de un proceso de «regurgitación del pasado» se han evidenciado falsas. Hoy debemos hablar de una serie de negacionismos, en plural, que incluyen diversas áreas. El historiador francés Pierre Vidal-Naquet rechazaba discutir con los negacionistas porque consideraba que era como discutir con alguien sobre si la luna es de queso o no.
No es casual que en contextos críticos como los que viven nuestras actuales democracias, personajes como Donald Trump, Jair Bolsonaro o Javier Milei conciten atención. Se trata de políticos que, dirigiéndose directamente al pueblo, afirman que éste es estafado por poderes ocultos y que ellos los defenderán de esos poderes.
Antes de la estruendosa aparición de Milei, dos hechos marcarían esta apertura argentina hacia el negacionismo: El 10 de diciembre de 2016 el fiscal federal Gerardo Pollicita se refirió a las víctimas del atentado a la Asociación Mutual Israelita Argentina como producidas contra «israelíes». El 26 de marzo de 2017 Esteban Bullrich, ministro de Educación de Mauricio Macri, en su visita a la casa de Ana Frank, banalizó la Shoá y definió a los nazis como una «dirigencia que no supo unir».
Pero el negacionismo de las atrocidades contra los pueblos indígenas ha sido borrado casi por completo de la memoria histórica. La llamada Conquista del desierto constituye un genocidio que fue exitoso por más de un siglo en instalar tanto la versión de la guerra ganada a la «barbarie» y el «desierto» como en clausurar las preguntas en torno a los sobrevivientes de este evento y la repartición de tierras de la pampa húmeda entre las familias «patricias».
La internacionalización del negacionismo
En octubre de 2017, junto a Álvaro Verzi Rangel alertábamos que «la internacional capitalista existe, la moviliza el movimiento libertario de extrema derecha (en inglés los llaman libertarians) y, obviamente, está muy bien financiada: funciona a través de un inmenso conglomerado de fundaciones, institutos, ONGs, centros y sociedades unidos entre sí por hilos poco detectables, entre los que se destaca la Atlas Economic Research Foundation, o la Red Atlas».
La red, que ayudó a alterar el poder político en diversos países, es una extensión tácita de la política exterior de EEUU, los think tanks asociados a Atlas son financiados por el Departamento de Estado y la National Endowment for Democracy (Fundación Nacional para la Democracia – NED), brazo crucial del soft power estadounidense y directamente patrocinada por los hermanos Koch, poderosos billonarios ultraconservadores, añadían.
El portal brasileño The Intercept señalaba que en el Foro Latinoamericano de la Libertad de la Red Atlas, en mayo de 2017 en el lujoso Brick Hotel de Buenos Aires, con presencia del presidente argentino Mauricio Macri y el escritor peruano-español Mario Vargas Llosa, se debatió cómo derrotar al socialismo en todos los niveles, desde las batallas campales en los campus universitarios hasta la movilización de un país para abrazar la destitución de un gobierno constitucional, como en Brasil.
En noviembre del año pasado se celebró en la Ciudad de México una nueva edición de la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC), capitaneada por los estadounidenses Steve Bannon y Ted Cruz y el español Santiago Abascal, así como representantes de la derecha regional, como Eduardo Bolsonaro (Brasil), José Antonio Kast (Chile), Alejandro Giammattei (Guatemala) y Javier Milei (Argentina).
Allí, los líderes de la extrema derecha expresaron su «anticomunismo», el feminismo viliponizado y las comunidades LGTBI, llamaron a la libertad religiosa, y aplaudieron a Javier Milei, el último orador, que fue lanzado en un galimatías sobre la economía y sobre «esta basura llamada socialismo». Hoy su fuerza radica en el crecimiento del voto de protesta de los jóvenes que ya no confían en los políticos y que están hartos de la crisis económica.
El negacionismo llegó a la región
El nuevo mapa político latinoamericano revela el auge de las fuerzas de extrema derecha en toda la región. El poder ya no es claramente identificable, y esto favorece el complotismo. Los negacionistas manejan la tesis de que si los gobiernos cambian, pero las políticas se mantienen y ya no es posible diferenciar a unos de otros, debe ser porque estos políticos son agentes del Nuevo Orden Mundial que viene desde fuera.
Hoy podemos ver muy claramente el negacionismo, por ejemplo, en relación con temáticas como la del cambio climático: rechazan que estemos ante una situación crítica en términos ambientales. Luego del rechazo, responsabilizan a ambientalistas y a ecologistas de imponer una agenda que responde a algún tipo de poder.
Los textos, análisis y diccionarios señalan que el negacionismo es el proceso que funciona usando una o más tácticas con el fin de mantener la apariencia de una controversia auténtica. Por ejemplo, la teoría de conspiración, que significa desestimar la información o la observación sugiriendo que los rivales participan en «una conspiración para esconder la verdad».
Otra, la falacia de evidencia incompleta, que consiste en seleccionar un artículo aislado apoyando su idea, o usar artículos obsoletos, defectuosos o desacreditados para hacer parecer la postura opuesta como si estos apoyaran sus ideas en una investigación débil.
Usan expertos falsos: pagar a un experto en el campo, o en otra área, para que dé evidencia de apoyo o credibilidad, además de cambiar las reglas, desestimando la evidencia presentada en respuesta a una afirmación en específico, solicitando continuamente otra pieza de evidencia. Utilizan otras falacias lógicas: usualmente una o más falsas analogías, argumento ad consequentiam, falacia del hombre de paja, o red herrings (maniobra de distracción, falacia de la pista falsa).
El hilo conductor del negacionismo –que constituye en sí mismo un fenómeno de propaganda política y, en tal sentido, concierne al espacio público– es el del rechazo de una verdad considerada «oficial» y el de la inversión de roles entre víctimas y verdugos. Obviamente, la diseminación de tesis negacionistas favorece cada vez mayores teorías de la conspiración o del complot.
Estos grupos usan la «mayoría de sus esfuerzos en criticar la teoría convencional» en una clara creencia de que, si logran desacreditar el punto de vista tradicional, sus propias «ideas sin apoyo llenarán el vacío». La discusión sobre las cifras es, para ellos, de una importancia capital y es el caballito de batalla de una operación política muy concreta.
Ponen en duda los millones de judíos muertos por el nazismo, y también los desaparecidos durante la dictadura militar. Pueden decir: «¿Son 30.000? Porque si no lo son, usted miente». Obviamente, nadie puede saber el número exacto, aunque esto no cambia, en absoluto, la gravedad del crimen cometido. El punto fundamental es que este planteo instala una duda, nada constructiva.
Instalan una duda que contiene en sí el planteo negacionista, directamente planteada para negar o aminorar los acontecimientos. Una duda que se instala para destruir la memoria y aspectos sustanciales de la comunidad democrática que se ha construido, luego del genocidio armenio, la Shoah o luego de la genocida dictadura argentina.
Pero este tipo de pregunta es la piedra sobre la que se construye posteriormente una historia alternativa, y en ella son los familiares que han sufrido pérdidas los que son responsabilizados de mentir y engañar. El negacionismo invierte los roles y transforma a las víctimas en responsables de un engaño.
Las dudas de los negacionistas ni siquiera son dudas: son intervenciones políticas cuyo objeto es poner en tela de juicio el hecho histórico mismo a través de esa pretendida duda.
Algunos pensadores consideran que el negacionismo es, en sí mismo, una forma de complotismo y conspirativismo, en tanto nunca se limita meramente a negar, sino que introduce aquello que niega dentro de una teoría del complot: las víctimas son transformadas en culpables y en la supuesta vía de instrumentalización de fuerzas ocultas.