¡Hay que joderse con la estúpida piedra! En posición estable, inestable, ¡indiferente! Para más vacile. Y, naturalmente, ajeno a mi voluntad, como siempre. Soga de nacimiento, cadena perpetua. Soga sosegada pocas veces.
Un pequeño desvío hacia el lado equivocado de la mayoría aún silenciosa y el final es el mago, profundo e inexplicable.
¿A qué juegas, hombre impaciente? ¿Temes al miedo? ¡Ten cuidado, pueden verte! ¿Sientes las manos sudadas, el corazón atronando, la boca reseca? Separa las hierbas y mira: piernas de hembra al aire, falda en los riñones, negro desconocido entre bragas blancas sobre piel morena de labradora. Arrancando patatas de la tierra y sueños de los sueños. ¡Te han visto! ¿Hay suficiente agua en el río para la huida definitiva? ¿Hay suficientes noches en blanco para quedar en paz?
Piedra, soga y cuello. Indivisibles. Y el cristal de la vida en blanco. Y los dedos aprendiendo a escribir sobre el polvo acumulado. Y la sociedad, asfixiando. No significan nada los esfuerzos titánicos para arrastrar la piedra hacia la otra frontera. ¡Siempre indiferente! El lago está cada vez más cerca, cada vez más visible, cada vez más atrayente.
Y a un full de ases, apuesta vital, lo barre un color inoportuno. Y un grupo de amigos inoportunos hacen la pregunta inoportuna en un momento inoportuno: ¿buscamos el vacío siguiente con el dinero del aprendiz, como todos, de vida? ¡Robar el barro!
El cuello dolorido gira y gira, impreciso. La piedra crece, insensible, insatisfecha. ¿Qué hay en el fondo del lago?
Todos los errores se pagan. ¡Incluso los que permitan conocimientos para evitarlos! Y las decisiones aparecen. Las que permiten deslizarse de la piedra según su no escrita voluntad, hacia la muerte y el vacío no buscado. Hacia el dolor insoportable, hacia el deseo del lago. ¿Estarás esperándome, hay algún cristal para ti? ¿Existe el sexo? ¿Llegan a alguna parte los sueños perdidos?
Quiero recuperar la ilusión de todos y cada uno de esos sueños desterrados ya en el olvido, esa inocencia de niño.
La piedra, indiferente, resbala y se hunde y te hunde. No hay oxígeno en tu mente, no hay mañana. Sólo la corbata gen que arrastra la cariátide bio. Y sobre el limo del fondo una última podadora corta la soga a la altura de la piedra y te libera, jadeante, aterrorizado. La lengua y la soga se hacen uno buscando la salida. Y otra vez en el acantilado, con la podadera en la mano, esperando. ¡Qué eterno se hace vigilar las sustancias que nutren la piedra!
Galopando
imprevista,
furiosa avispa
de contrabando,
se acerca:
sabor a muerte...
El horizonte siempre
sin estrellas.
Hijo mío
hazme sitio,
dame cobijo
qué tengo frío.
El futuro,
espina seca,
estrecha su diestra
con disimulo:
con risa cruel,
gesto cansado,
abandonado,
sucia la piel.
Hijo del alma:
lava mis sienes
que aquí me tienes
sin esperanza.
Venda en los ojos,
dolor profundo,
sendero oscuro;
tristes matojos
de pesadilla:
¿Dónde el mañana,
dónde la vana
vida?
Mi buen amigo:
oye el lamento
del viento
en mis oídos.
Por el aire
viene la sombra:
preñada alfombra
de sangre
y de ilusiones;
oh, ironía:
falaz fantasía
sin razones.
Amado hijo,
camarada,
en mi almohada
gime el rocío.
Hijo mío,
balandro al viento
en mar tranquilo,
brisa suave
acama tu cuerpo,
quema tu sangre.
Conato de incendio,
futuro en llamas
en mar inquieto,
raíz de aliaga
arañando el sendero
de tu mañana:
la luz de día aurora en tus hijos
y tu sonrisa.
Hijo mío,
canto de alondra
adormecida,
rompe los hilos
despliega tus alas,
busco tu nido.