Desde el punto de vista de la esencia universal la guerra es destructiva, destruye personas, estructuras, construcciones, organizaciones, en suma, todo lo que se destruye es materia. El agente que forma y destruye la materia es la energía. La energía surge de la desintegración de la materia. Un misil como arma destructora es creado por la energía que es la mente creadora. Un misil es solo un instrumento portador de la destrucción, el autor de la destrucción es la mente humana. ¿Por qué la mente humana orienta su creación para destruir a su propia especie? La causa está en su energía débil, el pensamiento débil, la moral débil. En cambio, la energía fuerte tiene la capacidad de integrar, unir, conducir a la humanidad.
La fuerza moral de la humanidad depende de sus valores universales. La humanidad de hoy se rige por valores individuales, por ello, la energía es débil, el pensamiento es débil y la moral es débil, en consecuencia, está destinada a perecer, la evidencia es el conflicto como parte de su destrucción. Así, la guerra es inevitable, la autodestrucción es inevitable. La única especie que se autodestruye es la humanidad. En la naturaleza la solución a la guerra es la integración, donde una organización menor se integra a una organización mayor, y ésta a otra superior, así sucesivamente las organizaciones se integran al orden universal. El problema de la humanidad es su falta de organización como especie integrada al universo. Esta falta de organización se debe a su pensamiento débil.
La especie humana no puede apoyarse en sí misma, tampoco el ser humano puede ser gobernado por el mismo ser humano. Todo gobierno del hombre por el hombre tiende al fracaso. Así como las estructuras físicas son consistentes porque se sostienen en leyes físicas, la especie humana para tener consistencia debe sostenerse en principios y leyes universales. Unos países pueden considerarse potencias destructoras, pero no son potencias de esperanza y de conservación de la vida; por tanto, no son referentes de valores de vida a seguir. Un país o una organización insignificante puede ser una potencia de vida si se rige por valores universales. La debilidad de los países que pretenden gobernar el mundo se manifiesta en la crisis del individuo, en la crisis familiar, en la crisis social, la crisis internacional y la crisis mundial. La crisis significa la desintegración y toda desintegración libera energía. La liberación de la energía implica a la vez la alteración del equilibrio del entorno de interacción. Este es el proceso de las guerras que tienen su fuente en la debilidad existencial. Esta debilidad como en los átomos terminan en la desintegración. Las guerras son manifestaciones de la desintegración, por ello, son inevitables.
Generalmente, donde hay vencidos y vencedores se da la capitulación, y se establece un nuevo orden. La fortaleza de un nuevo orden depende de la fuerza superior de integración. Esta fuerza superior está sostenida en valores universales. Con base en los valores universales, la primera regla que tenemos que adoptar como humanidad es nuestra dependencia del orden universal. Es decir, el orden de la humanidad no depende de sí misma, sino del orden universal. Bajo esta premisa es necesario reconstruir todo. Así, los nuevos jueces se basarán en los principios y leyes universales. Los nuevos maestros serán los que conducen a la sabiduría universal por medio de los principios y leyes universales. Los gobernantes conducirán a la sociedad en base a los principios y leyes universales.
En efecto, la humanidad de hoy tiene la tarea de cultivar la paz basada en los principios y leyes universales, ésta es la energía fuerte que ordena a todas las energías débiles que han fracasado a lo largo de la historia. Fracasaron las ideologías, las fuerzas políticas, y las corrientes filosóficas. La causa común de todos los fracasos es la desconexión de la esencia y los principios universales. En la actualidad, la humanidad experimenta la guerra como único recurso que dispone porque no ha previsto una solución real desde sus organizaciones creadas para la paz. La declaración universal de los derechos humanos ha demostrado su debilidad ante los conflictos globales. La debilidad de la declaración universal de los derechos humanos refleja la debilidad de sus fundamentos. Esta debilidad es el enfoque filosófico de la modernidad que tiene como centro el individuo, la persona.
El siglo XXI exige un fundamento filosófico sólido basado en la esencia universal. Los seres humanos tenemos que integrarnos al orden universal por medio de los principios y leyes que rigen el universo. Al margen de los principios y leyes del universo, cualquiera sea el resultado de las guerras en curso que hoy está experimentando la humanidad, seguirá siendo un problema latente que desencadenará en guerras sucesivas. La humanidad tiene que ser consciente de que la vida depende de la energía, y la energía fuerte está en los valores universales. Los valores universales están representados en la verdad universal, en la sabiduría universal y en la moral universal del ser humano. La sabiduría universal debe ser la rectora de la humanidad. Hasta hoy la humanidad se ha conducido por la fuerza física, las fuerzas políticas, las fuerzas sociales y diversidad de normas de convivencia. Todas estas fuerzas son débiles, por ello, en su aplicación se tornan en destructoras para la humanidad y la naturaleza. Se necesita fuerzas superiores que ordenen a las fuerzas inferiores. Estas fuerzas superiores son los valores universales que tienen fundamento en los principios y leyes universales.
Mientras la humanidad no reconstruya su paradigma de vida en base a la esencia universal, seguirá siendo débil como organización que entrará en nuevos conflictos donde la guerra será inevitable aun cuando no es la solución.