No debería ningún hombre ponerse al lado de los dioses.
(Johann Wolfgang Goethe, escritor alemán)
En la mitología griega, un titán, Prometeo, contribuyó a que los hombres superen la condición de bestias, constituyéndose en benefactor de la humanidad por antonomasia. Su heroico rol civilizatorio incluyó enseñar arquitectura, astronomía, matemática, navegación, medicina, metalurgia y otras artes. Pero, lo más importante fue que entregó a los hombres el fuego divino, símbolo de vida, energía y esencia, cultivando la inteligencia para que fuesen como dioses.
Como titán, Prometeo descendía de Urano y Gea, siendo tan antiguo como Cronos. Fue un dios primordial de fuerza excepcional, violento y caótico de naturaleza hostil. Pero, diferente de otros titanes, Prometeo fue inteligente y prudente. Según Robert Graves, su nombre significa en griego antiguo (Προμηθεύς) previsor: quien se anticipa a los hechos por conocimiento y experiencia; aunque el origen sánscrito del nombre, lo relaciona con una esvástica o taladro de fuego 1. Epimeteo, su hermano opuesto, representaba el impulso y necedad, reaccionando tardía e irracionalmente.
Ambos hermanos se encargarían de la creación del hombre. Los mitos del siglo IV a. C. narran que Prometeo tomó barro de la tierra y moldeó al hombre erguido, asemejándolo a los dioses. Epimeteo le dio distinciones animales, otorgándole la fuerza, la astucia, el valor, la rapidez y otras cualidades; tanto como los animales tendrían garras, plumas, pieles o alas. Pero, la estulticia de Epimeteo le impidió reservar alguna facultad como exclusivamente humana. Su hermano le otorgó entonces un don preciado y superior: el fuego de los dioses; para hacerlo, lo robó del Cielo, escondiéndolo en el hueco de una férula2. Encendió una antorcha del carro ígneo del Sol y arrancó un trozo de carbón incandescente que escondió en una cañaheja. Obtuvo el fuego gracias a la ayuda de Atenea, evidenciándose como un titán rebelde.
Hesíodo, en Teogonía3, cuenta la labor civilizatoria y benefactora de Prometeo. Ayudó a los hombres engañando a los dioses en el tributo que debían rendirles. Con la piel de un toro, Prometeo hizo dos sacos de boca ancha. En uno, juntó los huesos del animal y los cubrió con grasa abundante. En el otro, introdujo la carne y las vísceras, cubriéndolas con el estómago del animal. Preguntó a Zeus qué parte correspondería a los dioses, a lo que el dios del Olimpo respondió que la grasa, eligiendo también los huesos. Así, los hombres se quedaron con el saco de la mejor parte: carne y vísceras.
Si la tercera humanidad fue de hombres carnívoros, según Hesíodo en Los trabajos y los días, Prometeo creó la raza de bronce, superando la condición animal impuesta por Zeus, privándoles del fuego. Prometeo facilitó que los hombres se queden con la mejor parte de las ofrendas; irritando a Zeus. Después, robó el fuego divino, precipitando el castigo de la humanidad que desapareció por la peste o la inundación, exponiéndose él mismo a un severo escarmiento.
Para castigar a la humanidad, Zeus urdió la creación de Pandora y el desbordamiento de los males sobre la Tierra. A Prometeo lo escarmentó encadenándolo a una roca del Cáucaso. Un águila le devoraba las entrañas cada día eternamente: crecían durante la noche y eran devoradas de nuevo al día siguiente. Heracles liberó a Prometeo y, ulteriormente, Zeus lo perdonó si llevaba un anillo con una piedra del Cáucaso, manteniendo así, simbólicamente al menos, la condena de sujeción.
Que el titán rebelde fuese encadenado eternamente muestra las prerrogativas del cruento poder divino universal de Zeus, enfrentando y venciendo a los titanes y a Cronos. Zeus domina el rayo; impone el orden, la justicia y la civilización; gobierna el Cielo como rey de los dioses y rige la Tierra como señor de los mortales. Es panhelénico, con una fuerza lujuriosa insaciable que reducía al mundo a su disposición, debiendo las ciudades griegas ofrendarle directa o indirectamente. Frente al bochorno del engaño por Prometeo, ante la trasgresión del orden dictaminado; el dios político recayó su poder ejemplarmente sobre el titán imperdonable, rebelde e inteligente, al menos por un tiempo.
Que el castigo lastime reciamente siendo Prometeo devorado por una bestia alada y depredadora, con dolor inenarrable y eterno en un escenario lacerante de humillación, obligaría la subordinación de los hombres inferiores ante los dioses. Pretender parecerse a ellos sería una trasgresión gravísima y si la humanidad pretendiese con soberbia compartir el fuego de exclusividad divina, se precipitarían castigos extremos; máxime, contra el promotor y autor material del despropósito. Fue simbólico que, por el engaño de las vísceras del toro, Prometeo pagase con sufrimiento extremo, el desgarramiento de sus propias entrañas diaria y ferozmente.
Que Zeus sea compasivo con Prometeo después de que Heracles lo liberó, puede interpretarse como rectificaciones del poder sobre sí mismo. Cediendo por compasión, imagen deseable, el dios político debía mantener su palabra, aunque sea solo simbólicamente con la roca en el anillo.
Zeus mandó a Hefesto, el herrero de los dioses, que modelara con arcilla a la primera mujer: Pandora. Hay versiones de Hefesto forjando una criatura de bronce para que ella consumara el castigo a la humanidad que recibió la albricia de Prometeo. El castigo consistía en propagar los males sobre la Tierra y que la humanidad, constituida por varones, tuviese que compartir el mundo con mujeres, siendo indeseable vivir con ellas e imposible vivir sin ellas.
Hefesto amasó una mezcla de greda y lágrimas y con ella formó a Pandora, una mujer hermosa. Los dioses del Olimpo le otorgaron sus primores. Afrodita le regaló la belleza femenina y los encantos que subyugan. Atenea, arrepentida por ayudar a Prometeo en contra de su padre, Zeus, le dio un vestido hermoso e insinuante, un velo para el rostro sereno y una guirnalda de flores de colores para su cabeza; también le otorgó sabiduría y habilidades notables. Las Gracias le brindaron el encanto de los movimientos, adornando sus pechos. Hermes le confirió el don de la palabra y el ingenio irrefrenable e imbatible, con la voz aguda que Apolo le confirió, otorgándole talento musical y el don de sanación. Pandora concentró las mejores y más variadas albricias de los dioses.
Según Robert Graves, Hefesto tenía una habilidad excepcional y antes de que Zeus le encomendara modelar a Pandora, habría confeccionado mujeres mecánicas de oro como ayudantes para la fragua de herrería. Estas, las primeras de la mitología griega, colaboraban en las actividades técnicas de progreso social, siendo autómatas hablantes que realizaban tareas difíciles4, siempre obedientes con su creador, responsable del avance civilizatorio.
Iluminada por los astros del Cielo, Pandora descendió a la Tierra para cumplir la tarea que Zeus le encomendó: seducir a Prometeo y si no, a su hermano, Epimeteo. En cualquier caso, Hermes le entregó una jarra o una caja cubierta con una tapa para que la llevara a la Tierra, con el instructivo de Zeus de que no la abriera, lo que acrecentó la curiosidad de Pandora.
La inteligencia de Prometeo le permitió adivinar las intenciones de Zeus. Pandora se le ofreció y la rechazó. La mujer acudió a Epimeteo, a quien su hermano le advirtió que rechazara cualquier regalo divino. Pero, cuando el torpe titán vio la belleza de la criatura, se enamoró de Pandora y la tomó como esposa, recibiendo la caja peligrosa. Existen dos versiones sobre quién habría abierto la caja. La primera indica que fue Pandora consumida por la curiosidad, pese a que su marido le habría pedido que no lo hiciera. La segunda responsabiliza a Epimeteo, olvidándose del juramento a su hermano de no aceptar regalo alguno de los dioses. Como fuera, abrir la caja expandió los males por el mundo, responsabilizando a la primera mujer de esparcir la envidia, el despecho, la venganza y las miserias; además de los dolores y las enfermedades que minan el cuerpo hasta destruirlo.
El sufrimiento y las desgracias humanas emergieron del regalo de Pandora y abruptamente terminó el tiempo edénico de la humanidad con reinado de Zeus. Cundieron las plagas, la tristeza, la pobreza, el reumatismo, la gota, el crimen y toda laya de males y desolación. Pandora inició el tiempo de las desgracias, la caída y el ostracismo; aunque en el fondo de la caja quedó la esperanza revoloteando como consuelo para los hombres ante tal transformación del mundo.
En la cultura occidental, la esperanza aparece como consuelo después de que los males invadiesen la vida de los hombres. Hay versiones que señalan que, temporalmente, Pandora encerró la esperanza, dejándola posteriormente libre, permitiendo que a la época de desolación prosiga la quimera. Se señala también que, pese a los males sobre la Tierra, Zeus destruyó a la humanidad con un diluvio universal. El hijo de Prometeo, Deucalión, aprendió cómo construir un arca para evadir la furia de Zeus y con la hija de Epimeteo y Pandora, Pirra, siendo sobrevivientes, renacieron la humanidad.
Prometeo, afanado por el bienestar humano, narran versiones alternativas, aisló los males en una vasija prohibiéndole abrirla a Epimeteo. Pandora se casó con Epimeteo y por curiosidad abrió la caja. Incluso hay la variante de que Epimeteo, pese a su estulticia, no trató con Pandora; por lo que Zeus, enfurecido, condenó a Prometeo.
Para Hesíodo, Pandora fue la «bella calamidad», la «trampa profunda y sin salida», «pues de ella procede la raza, la ralea maldita de las mujeres», «azote terrible» para los mortales5. Según Rober Graves, se trata del relato antifeminista entronizando el androcentrismo y la misoginia, culpando a las mujeres de la mortalidad humana y responsabilizándolas por los males, su frivolidad e infidelidad. Pandora sería la primera de una larga «casta» de mujeres6: tan tontas, haraganas y malévolas como bellas. Πανδώρα mienta «la que da todo», sosteniendo una relación primordial con la Tierra, en medio de tribulaciones, males y desdichas como la vejez, el trabajo, la enfermedad, la locura, el vicio y la pasión7. Epimeteo, para salvar a su hermano, se casó con Pandora y al abrir la caja, los males dañaron los cuerpos de ambos. Que la esperanza engañosa quedara dentro, disuadiría del suicidio masivo ante las desgracias.
Prometeo fue el escultor que robó el fuego de los dioses para insuflarlo al primer hombre. Con el fuego robado dos veces, su obra adquirió la fuerza del león, la ferocidad del tigre, la astucia del zorro, la timidez de la liebre y la vanidad del pavo. Para Esquilo, Prometeo es el personaje civilizador que enseñó a los hombres los oficios y las ciencias8. Zeus tramó vengarse porque Prometeo tomó su lugar. Promovió que los hombres sean orgullosos y se levanten contra el poder divino. Los males desatados por Pandora responsabilizan a la primera mujer de impedir que el hombre se divinice, quedando atado a la sexualidad animal, extraño a lo trascendente, lo sobrenatural, la omnisciencia y la eternidad; debiendo cargar su temporalidad y lastre femenino.
Así surgió en Grecia la imagen negativa que constela la subjetividad femenina de Occidente y las relaciones entre hombres y mujeres. Ocasionando la decadencia de la historia, esparciendo las desgracias sobre la humanidad, las mujeres serían las madres del género humano y las facilitadoras del gozo sexual masculino por sus gracias divinas. Pero, pese a las connotaciones de manipulación y relación nefasta y fatal generada por las mujeres, a pesar de la prevalencia de las exigencias y las veleidades femeninas, finalmente, en el imaginario occidental se mantendría la centralidad masculina con poder y prerrogativas gracias a su dominio.
Notas
1 Los mitos griegos, Vol. I, Trad. Luis Etchavarri. Losada. Buenos Aires, 1967, p. 170.
2 Mircea Eliade cita la Teogonía y Los trabajos y los días de Hesíodo. Cfr. Historia de las ideas y de las creencias religiosas. Vol. I, Trad. Jesús Valiente Malla. Cristiandad. Madrid, 1978, p. 272.
3 Mircea Eliade refiere la Teogonía. Ídem, p. 271.
4 Los mitos griegos, Op. Cit., p. 99.
5 Teogonía, citada por Mircea Eliade, Op. Cit., p. 272.
6 Teogonía, citada por Mircea Eliade, Op. Cit., p. 166.
7 Los mitos griegos, Op. Cit., p. 166.
8 Mircea Eliade cita a Esquilo, Prometeo encadenado, Op. Cit., p. 273.