Este año se cumplen 30 años de una de las mejores películas del siglo XXI, dirigida por un clásico vivo del cine, Clint Eastwood. El 3 de octubre de 2003 se estrenó otra obra maestra del director norteamericano, Mystic River. Fue una muestra más de la sensibilidad del último de los directores clásicos, que pondrá fin a su carrera con Juror#2, a sus 93 años.
La efeméride es la excusa perfecta para repasar la faceta menos comentada o incluso valorada de Eastwood, y sin embargo más extensa, en realidad. El público lo relaciona siempre con el pistolero implacable de los espagueti westerns, empuñando su Magnum y disparando sin piedad sobre los delincuentes, o soltando toda clase de improperios a los soldados en El sargento de hierro.
Dos Clint Eastwood que son uno
Sin embargo, la filmografía de Clint Eastwood es tan extensa, que, al menos entre los más cinéfilos, el maestro nacido en San Francisco se sacudió el sanbenito. Será recordado y valorado sobre todo por sus películas más profundas y sensibles, si bien todas ellas con el sello duro, áspero y amargo de la condición humana.
La fama de Clint, para muchos, radica en sus papeles de pistolero, tanto en los westerns como en la saga de Harry el Sucio, dando vida al mítico Harry Callahan. Sin embargo, hay dos Clint Eastwood, dependiendo de los gustos del espectador, aunque en realidad hay uno solo, que en el imaginario colectivo se le recordará más por los espagueti westerns o el «alégrame el día», pero que cinéfilamente será el eterno autor de Mystic River, Los puentes de Madison, Un mundo perfecto o Million Dollar Baby.
Pero, salvo en Los puentes de Madison, al más puro drama romántico, pero no exento de «violencia del destino», el resto de títulos rezuman una dura sensibilidad, siempre desde ese prisma que da a sus films de inexorabilidad de la realidad, con el factor humano, sí, pero también con la convicción de que, a pesar de todo y de todos, las cosas suelen acabar mal o no como hubiéramos querido, debido al destino, a nuestras malas decisiones o la de otros.
El americano nada impasible
Clint Eastwood nunca ha tenido gran predicamento como actor de primera, y no porque destaque mucho más en la dirección, hasta el punto de ser uno de los mejores de la historia del cine. Una gran injusticia.
Todos recuerdan sus papeles delante de la cámara en Los puentes de Madison, Sin perdón o Million Dollar Baby, pero poco más, al margen de sus icónicos roles de tipo duro de poncho o de traje setentero. Fue nominado por las dos últimas mencionadas, pero no por su interpretación más sensible y desgarradora como es la de Los puentes de Madison, o por Gran Torino. Ninguneado en esta faceta, los más cafeteros sí captan los matices actorales, de microgestos, que el viejo maestro impregnó en cada fotograma de su carrera.
Pero también en la dirección no fue lo suficientemente valorado, al menos en cuanto a los Oscar, a pesar de ganar dos premios. Si alguien que desconozca su trayectoria, ve dos nominaciones como actor y tres como director, ve cierto equilibro. Sin embargo, cinco de sus títulos fueron nominados como mejor película. Parece increíble que no estuviera en la nómina de mejores directores por Mystic River, El francotirador o Gran Torino.
Los títulos del Eastwood más intimista
Veamos sus títulos más humanos o humanistas, tocando todos los subgéneros del drama, o el drama dentro de un género, como el caso de Banderas de nuestros padres y la versión japonesa de Cartas desde Iwo Jima, que veremos luego.
Repasemos cronológicamente. Clint Eastwood, a pesar de su clara evolución estética y formal, ya en su tercera película se sumergió en el drama romántico, con la poco conocida Primavera en otoño (1973), una historia de amor entre una joven hippie y un hombre maduro y amargado. Grandes interpretaciones de William Holden y Kay Lenz, con un tono ligero pero irónico.
Pasará casi una década de títulos de acción o thrillers, tanto de actor como director, en pleno boom del género, hasta llegar a 1982, que estrena El aventurero de medianoche, otro de los títulos menos conocidos de Eastwood. Ambientada en la Gran Depresión, él mismo protagoniza la historia de un cantante de country alcohólico que se gana la vida cantando en bares de baja categoría y que emprende un viaje con su sobrino (el debut de su hijo Kyle Eastwood) para una audición y cumplir el sueño de tocar en un legendario programa. Un film amable y ligero que no esconde su vocación de homenajear al pueblo sencillo y por supuesto al género country que ama.
Y llega El jinete pálido en 1985, donde por primera vez, como pasará con la definitiva obra maestra del género, Sin Perdón, auna western y humanidad, con una historia con aires mitológicos y casi místicos dentro de un argumento muy común: la llegada de un pistolero que acaba ayudando a una familia y una comunidad extorsionada y amenazada por unos facinerosos. Un film sombrío pero con personajes llenos de humanidad. Sin duda, su primera gran obra maestra y con la que se doctoró ante la crítica, ganando, entre otros premios, el Oscar a mejor película y director. Era su décimo título como director, tras su debut detrás de la cámara en 1971 con Escalofrío en la noche.
Años de prodigios
Clint Eastwood alcanza su madurez creativa y cotas que parecían insuperables (veremos que no era así tras pasar de siglo) en los años venideros, sin duda su década prodigiosa, donde coincide además con sus títulos más sensibles, además de variados y llenos de matices.
Comienza en 1988 con otra película que refleja una de sus pasiones: la música jazz. Recordemos la faceta musical de Clint, escribiendo las canciones y bandas sonoras de alguna de sus películas, a lo Charles Chaplin. Bird fue la primera película de Eastwood valorada verdaderamente por la crítica. Cuenta la dramática vida del saxofonista Charlie «Bird» Parker, con un inmenso Forrest Whitaker. Una cinta amarga y compleja, donde contemplamos el arte y la bajada a los infiernos de un genio. Está considerado uno de los mejores biopics de la historia del cine.
Clint Eastwood comienza la década de los 90 con la tendencia a abordar temas que le interesan y dándoles su toque personal, con su forma de rodar clásica y sencilla, aparentemente, pero siempre con un fondo de brocha fina, de matices. Aquí es donde se destapa definitivamente como un grande entre los grandes.
En 1990 rueda Cazador blanco, corazón negro, un drama de aventuras que narra, una vez más, desde un prisma diferente, no la vida sino el rodaje de un director con el que se le podría comparar a Eastwood: John Huston. Concretamente, el de otra película reconocida como parte del olimpo de grandes títulos: La reina de África. Pero lo original de la película radica en que lo que le interesa a Clint Eastwood no es la creación y rodaje de un film histórico, sino la anécdota de que dicho rodaje era solo la excusa para que Huston viajara a África y cazara un elefante. Para muchos críticos esta película es el punto de inflexión que marca un director ya notable a un creador que puede marcar la historia del cine. Y vaya si lo hace en sus siguientes películas noventeras.
En 1992 y 1993 Eastwood muestra de seguido, con dos películas portentosas, una maestría absoluta. Todas ellas tienen un trasfondo violento, es más, es el eje central realmente. Sin embargo, entre las líneas fluye un delicioso ejercicio de análisis de la condición humana: de la empatía, el miedo, la justicia y la redención. Hablamos de Sin Perdón y Un mundo perfecto, con un, valga la redundancia, perfecto Kevin Costner. Historias de violencia explícita o contenida, de las causas y las consecuencias de la misma, y del buen corazón de asesinos y ladrones que alcanzan la redención.
En plena etapa profunda e inspirada, llega dos años más tarde, en 1995, Los puentes de Madison, una de las historias románticas más impresionantes de la historia del cine, el último clásico del género, el Clint Eastwood que nadie podía esperar, a pesar de todo lo que había demostrado hasta entonces. Nadie entiende cómo no fue nominado al Oscar por su papel de fotógrafo de National Geographic que se enamora de una mujer madura casada, ama de casa insatisfecha pero que a la vez ama a su familia por encima de todo, incluso del amor total y profundo que acaba sintiendo por él.
El ritmo del director californiano parece ser propio de los más grandes, de gran obra cada dos años, porque en 1997 firma su película más larga y compleja en lo formal, otra lección de cine, demostrando que podía hacer lo que quisiera. Otra obra menos conocida, que no menor: Medianoche en el jardín del bien y del mal, con tres estrellas inmensas: John Cusack, Kevin Spacey y Jude Law. Un portento de densidad narrativa y de análisis de la sociedad decadente, aunque de difícil digestión para el gran público.
Un clásico más clásico en el siglo XXI
Si Clint Eastwood sorprende con su anterior película desde la rareza, en el 2000, tras rodar Poder absoluto y Ejecución inminente (nos centramos, recordad, solo en películas de corte más sensible, humano, intimista y romántico, aunque esos dos títulos no están exentos de ello), vuelve a sorprender, pero desde lo contrario, con Space Cowboys. Un film que une lo palomitero con el optimista y lleno de humor retrato de la vejez. Pero, en vez de escoger una historia íntima, logra tanto o más desde el blockbuster tan de la época, pero marca de la casa, con cuatro veteranos ex astronautas que deben de volver al espacio para salvar la Tierra. Mucho más profundo que lo que las palomitas hacían ver.
Eastwood había entrado en el siglo XXI sin perder su halo del siglo pasado, ni su pulso detrás de la cámara. Nada tenía ya que demostrar, pero aún le quedaban más lecciones magistrales.
La primera del nuevo siglo llegó con un título que puede formar parte de su repóquer de ases: Mystic River, la adaptación de un bestseller de Dennis Lehane que cumple 30 años desde su estreno. Por méritos propios está en la lista de mejores películas del siglo XXI, un tour de force interpretativo entre Sean Penn, Tim Robbins y Kevin Bacon. Ganadora de numerosos premios, si algún crítico aún tenía dudas del lugar en el olimpo cinematográfico de Clint Eastwood, con este film acabó por claudicar. Una asombrosa unión de thriller y drama, una tragedia casi griega de intrigas, rencillas, odio, redención y justicia. Brutal, sombría, desgarradora y perfecta.
Pero si con Mystic River, Clint Eastwood parecía haber alcanzado el techo, logró lo imposible, igualarlo o incluso superarlo. Apenas un año después estrena Million Dollar Baby, su obra más premiada junto a Sin perdón, logrando de nuevo el Oscar a la mejor película y director. Un maestro como él no podía dejar pasar un relato sobre el boxeo, logrando lo que en su momento hiciera Scorsese con su Toro salvaje, una cinta llena de amargura, verdad y con uno de los finales más desgarradores de la historia del cine. Hilary Swank realiza uno de los papeles femeninos de todos los tiempos.
Qué le quedaba por hacer al maestro tras la década prodigiosa de los 90 y el increíble comienzo de siglo, con dos obras de arte. Pues, por ejemplo, abordar otro género que no había tocado: el bélico. Pero, una vez más, como vemos recurrente en su filmografía a pesar de su fama de tipo duro, desde el punto de vista más humano y sensible, tanto, que decide hacer un díptico con una famosa batalla de la Segunda Guerra Mundial desde el punto de vista de vencedor y del vencido: Banderas de nuestros padres (Estados Unidos) y Cartas desde Iwo Jima (Japón). Resultado: más premios y nominaciones, filmando dos películas (la primera en inglés y la segunda en japonés) que ya están por derecho propio entre las mejores del género.
A partir de aquí, muchos consideran que el pulso o inspiración de Clint Eastwood bajó, rodando alguna buena película y otras fallidas, pero aún tenemos títulos notables, que para otro director serían grandes obras, llenas de sensibilidad, ojo clínico para el análisis social sea contemporáneo, como Gran Torino, o pasado, como El intercambio, ambas de 2008.
Pero lejos de perder forma, estos dos films, por ejemplo, lograron también varias nominaciones y premios. Sobre todo Gran Torino está considerada para muchos como su última obra maestra, con el último gran papel de Clint Eastwood, una vez más injustamente olvidado en los premios a la interpretación.
El prestigio del viejo maestro es tal, que 2009 de nuevo triunfa entre la crítica con Invictus, su visión del Apartheid y el episodio de reconciliación en 1995 con la celebración en Sudáfrica de la Copa Mundial de Rugby. Nadie puede olvidar la interpretación de Morgan Freeman como Nelson Mandela.
En sus siguientes títulos Clint ya definitivamente se queda con los relatos más íntimos, como Más allá de la vida; J. Edgar, basada en la vida de J. Edgar Hoover, que fue el primer director de la Oficina Federal de Investigación; Jersey Boys, sobre un grupo musical; o de nuevo el cine bélico pero desde el lado más humano, introspectivo y psicológico, con El francotirador, con la que ganó de nuevo el Oscar a mejor película, con un inconmensurable Bradley Cooper.
Clint Eastwood ya solo aborda o le interesan temas de la historia reciente americana, siempre desde el análisis social y también psicológico del protagonista, para seguir analizando las motivaciones y contradicciones humanas, sus miserias pero también sus bondades, con títulos como Sully, Richard Jewell y su testamento como director y actor: La mula y Cry Macho, dos neowestern crepusculares, testamento vital que acabará con Juror#2. Gracias, maestro.