En la historia de la Filosofía, según la versión más común, se sostienen dos tesis: primera, que la Filosofía se originó en la antigua Grecia, alrededor del siglo VI a. C., y que esa fase inicial de consolidación y desarrollo se subdivide en tres etapas: período presocrático (Escuelas de Mileto, Éfeso, Pitagórica, Eleática y Pluralista), transición (La Sofística y Sócrates) y período clásico (Platón-Aristóteles). En tal tesitura lo observado en otros puntos geográficos del planeta no pasó de ser mera especulación, mito y religión; segunda, pensadores presocráticos como Pitágoras de Samos, Heráclito de Éfeso y Parménides de Elea, expresan cosmovisiones opuestas entre sí e irreconciliables.
En cuanto a la primera tesis, me limito a postular una interpretación distinta a la que, como hipótesis, le dedicaré un ensayo posterior. La historia de la Filosofía trasciende el ámbito geográfico griego e inicia, por lo tanto, mucho antes, incluyendo tradiciones en Japón, India, China, Babilonia, Egipto, civilizaciones prehispánicas, América, Mesoamérica y otras regiones. Constituye una prueba de soberbia monumental desconocer las muchas reflexiones de carácter filosófico identificadas en otras configuraciones civilizatorias distintas a los orígenes griegos de la civilización occidental, y esto conduce a la necesidad de estudiar los orígenes de la Filosofía no como una suerte de «milagro griego», sino como un proceso multicivilizatorio que conoce distintos momentos y etapas de crecimiento y expansión, y distintos puntos geográficos de génesis. Esta hipótesis implica cambios radicales en los conceptos comúnmente aceptados de Filosofía, historia de la Filosofía, Historia e Historia Universal, superando unilateralidades como el eurocentrismo o cualquier otro reduccionismo historicista sea occidental u oriental, y obligando a un esfuerzo de síntesis en la pluralidad de las muchas civilizaciones.
Lo dicho no desmerece los gigantescos méritos de los primeros filósofos en Grecia, que sin duda configuran una etapa en extremo luminosa de la reflexión filosófica, pero sitúa ese momento como uno entre otros en la historia general de la Filosofía. Convendría, por lo tanto, que en las historias de la Filosofía se incorporen estudios sobre la filosofía china, la filosofía india, la filosofía budista, la filosofía coreana y la filosofía japonesa, con sus correspondientes escuelas y ramificaciones singulares, y sería necesario revisar las tesis más comunes sobre el carácter filosófico o no de las contribuciones egipcias, de India, Caldea, Fenicia y los pueblos mesopotámicos, regiones geográficas, económicas, sociales y culturales con las cuales mantenían interacciones las colonias jónicas del Asia Menor, donde según se dice comúnmente surgió la Filosofía. El tema es complejo, pero estimo que los abordajes dominantes hasta el momento representan simplificaciones bastante superficiales, muchas de ellas condicionadas por intereses y sectarismos políticos y religiosos. La Historia Universal de la Filosofía, para construirse con sentido de integralidad, objetividad y pertinencia, requiere construirse bajo un paradigma realmente universal y multicivilizatorio.
En cuanto al segundo planteamiento en comentario, sostengo una tesis distinta a la tradicional: los pensamientos de Pitágoras, Heráclito y Parménides presentan muchos contenidos comunes y complementarios, lo que hace necesario establecer concordancias y complementariedades. A este segundo tema me refiero en lo que sigue.
Nota introductoria sobre la etapa presocrática de la Filosofía en Grecia
Recuérdense los nombres de los más conocidos presocráticos: Tales, Anaximandro, Anaxímenes, Pitágoras, Heráclito, Jenófanes, Parménides, Zenón, Empédocles, Anaxágoras y Demócrito. Estos personajes del pensamiento griego abordaron los siguientes temas comunes:
El fundamento o substratum: todos se preguntan si existe o no un fundamento o substratum del mundo fenoménico y, al intentar responder, introducen distinciones tales como apariencia y realidad, inmutabilidad y movimiento, unidad y pluralidad. De este enfoque surge el concepto de «Naturaleza» como esa realidad estable subyacente a lo percibido por los sentidos, y raíz que hace ser a los seres particulares.
El primer principio: al interior de esa Naturaleza que subyace al mundo fenoménico tratan de identificar un primer principio de todo lo existente, que siempre es de carácter material o relacionado con elementos materiales como por ejemplo el fuego, el agua o el aire.
Sobre el enfoque de investigación: los presocráticos, unos más otros menos, desconfían de los sentidos, y esto los lleva a construir perspectivas racionales o racionalistas. Su enfoque analítico es, por lo tanto, racional, hasta el punto de que en algunos casos se considera que el mundo percibido por los sentidos es una mera ilusión.
En un sentido general puede afirmarse que los presocráticos se esforzaron por crear narrativas desde donde fuese posible descubrir un fundamento inmutable del universo mutable. A continuación, resumo la solución encontrada a este tema en tres de ellos.
Pitágoras de Samos: un cosmos matemático
De Pitágoras, la persona, se sabe poco; su figura se diluye en la leyenda, y no siempre es posible separar lo imaginado y ficcional, pero del pitagorismo se conoce mucho más.
En un sentido general puede afirmarse que, según el pitagorismo, al movimiento y el devenir que se observan a través de los sentidos subyace, como esencia inmutable, la matemática. Dicho de otra manera, según el pitagorismo, el principio primordial de lo real es el pneuma ilimitado dentro del cual se forma un Cosmos esférico, limitado, lleno, compacto y no fragmentado, que posee vida y al respirar genera el vacío y el No-Ser. De este modo el Uno primordial es dividido por el No-Ser y surge la Díada o el Par. A partir de la interacción contradictoria del Uno primordial y de la Díada surgen los demás números y las figuras geométricas. Todo lo cual subyace, como su sustrato y regularidad matemática universal, a los movimientos percibidos por los sentidos.
Heráclito de Éfeso: armonía oculta universal en un sistema de contradicciones
El pensamiento de Heráclito sostiene la existencia de un ser único a cuya verdad se llega por la razón, no por los sentidos. Los sentidos atestiguan sobre las cosas particulares y las presenta como en constante devenir, son y no son al mismo tiempo, pero estas se rigen por la ley cósmica del Logos o Razón universal que permanece inmutable a través de los cambios, y gobierna todas las cosas. El Logos de Heráclito es una ley inmanente, interna, del Universo, cuyo dinamismo transcurre a través de un abigarrado sistema de contradicciones. No obstante, en el Cosmos de Heráclito no predomina la lucha de contrarios, sino lo que él denomina la «armonía oculta universal» que subyace a los sistemas de contrarios, y resuelve las antítesis y contradicciones parciales. Esto significa que lo contradictorio es el núcleo de lo real percibido por lo sentidos, pero se encuentra subordinado a la «armonía oculta universal» donde los contrarios se sintetizan.
Parménides de Elea: el ser sin semejanza
Parménides radicaliza la diferencia entre razón y sentidos hasta el punto de que construye una narrativa sobre la Naturaleza que subyace al Cosmos, que suprime el valor positivo de los sentidos y construye una teoría del Ser nacida por entero de la razón. La realidad es percibida por los sentidos como plural, en movimiento permanente, limitada y contingente, pero todo esto es un efecto engañoso o aparente; la verdad es que lo real es un Ser único, no plural; compacto, no fragmentado; indivisible, no divisible; inmóvil e inmutable, no en movimiento; necesario, no contingente; eterno, no temporal; continuo y homogéneo, no discontinuo y heterogéneo.
Este Ser de Parménides, que es de forma esférica, no se diferencia del pensar. El Ser y el pensar son lo mismo, no solo porque el No-Ser, al no existir, no es pensable, sino también porque siendo el Ser lo único que existe, el pensamiento es un momento de eso único que existe.
Los tres paradigmas presocráticos que he referido, a pesar de las diferencias que los distinguen y singularizan, coinciden en un punto clave: postular la existencia de un sustrato ontológico que fundamenta el dinamismo universal, y esto con independencia de que a ese dinamismo universal se le considere como real o ilusorio. Este sustrato de lo fenoménico solo puede ser conocido por la inteligencia, no por los sentidos. En Pitágoras ese sustrato tiene carácter matemático; en Heráclito es la «armonía oculta invisible» que opera como fundamento no fundado del permanente y contradictorio fluir del mundo fenoménico; y en Parménides es el Ser uno y esférico, Ser sin semejanza, irreductible a los sentidos.
El dinamismo de lo no dinámico, la mutabilidad de lo inmutable
En la historia de la Filosofía y de la Ciencia, lo mutable y lo inmutable se presentan como contrarios, realidades excluyentes entre sí, y la inmutabilidad se asimila a la inercia. Este enfoque ha determinado interpretaciones del pensar humano que introduce divisiones, dualismos y polarizaciones ahí donde tales rasgos no existen. Es la subjetividad llena de sí misma la que crea estas divisiones hasta cosificarlas en dogmatismos de todo tipo. Desde una subjetividad versátil, abierta, vacía de sí y por eso ilimitada, se requiere inquirir sobre la validez de tales dualismos, e intentar crear un nuevo paradigma de inteligibilidad donde lo mutable y lo inmutable, lo dinámico y lo no dinámico, se unifiquen y fusionen. Existiría, según este nuevo paradigma, la mutabilidad de lo inmutable, el dinamismo de lo no dinámico, y todo esto sin división ni yuxtaposición de conceptos o de niveles de realidad, sino como totalidad unitaria permanente en su Ser.
Pitágoras, Heráclito, Parménides y otros presocráticos se situaron muy cerca de postular una tesis medular y disruptiva como la indicada, pero no lo hicieron, o no lo hicieron de manera clara y completa. La armonía invisible de Heráclito se expresa a través de los cambios y los sistemas de contradicciones, en este sentido es dinámica en su no dinamismo; la matemática universal de Pitágoras implica una dinámica cuantitativa y cualitativa de carácter numerológico que es constante en su dinamismo matemático; y el ser de Parménides posee el dinamismo inherente a su presencia eterna, su inmovilidad es la movilidad de lo eterno. Nada de esto, sin embargo, fue indicado o desarrollado por estos pensadores, quizás bordearon el asunto, pero no lo probaron.