Para muchos críticos, curadores e historiadores de arte actuales el «gran arte» no parece ser más relevante, ya que lo que domina su interés son las ideas expresadas por medios artísticos o no, una noción modernista introducida por Marcel Duchamp que como un vórtice ha revuelto y consumido la mayoría de las tendencias contemporáneas.
A principios del siglo pasado, los artistas visuales se alejaron de los intentos de lograr el realismo físico en su trabajo y comenzaron a buscar algún tipo de realismo psicológico en su lugar. Este movimiento alejó al arte de los estándares tradicionales de belleza visual que habían prevalecido durante siglos.
El urinario de Marcel Duchamp, que a modo de anécdota nunca fue realmente exhibido y sobrevivió como idea gracias a una fotografía, fue influyente por ser la primera «obra de arte» que rechazó por completo el placer visual y afirmó que la idea o el concepto era todo lo que importaba para hacer arte. No obstante, Duchamp explicaba en 1942:
Me interesaban las ideas, no solo los productos visuales. Era cierto que me esforzaba por establecerme lo más lejos posible de las pinturas físicas «agradables» y «atractivas».
Este hito en los criterios de grandeza es tan notable que ha perpetuado, divisivamente, en la producción artística dos expresiones principales: la objetivista y la subjetivista. La primera es considerada tradicional ya que se sustenta en la filosofía de que el arte es «la imitación de las cosas más bellas de la naturaleza», como sostuvo Giorgio Vasari en 1568. De hecho, por tres siglos hasta la era victoriana se mantuvo que el arte consistía en comunicar una comprensión de la naturaleza. En palabras del crítico inglés John Ruskin:
Vayan a la Naturaleza con toda sencillez de corazón… rechazando nada, seleccionando nada y despreciando nada; creyendo que todas las cosas son justas y buenas, y gozándose siempre en la verdad.
Así que, en el pensamiento tradicional objetivista, las formas principales de la belleza son el orden, la simetría y la precisión.
La visión subjetivista, en cambio, se opone a la explicación objetivista de la belleza al sostener que esta es una construcción sociocultural como afirmó en 1757 el filósofo David Hume:
La belleza está en el ojo del espectador, es decir, la belleza no es una cualidad en las cosas mismas: existe meramente en la mente que las contempla; y cada mente percibe una belleza diferente.
En pocas palabras, la belleza para los objetivistas reside en el objeto mismo, mientras para los subjetivistas se desarrolla en la mente del espectador mediante la educación y la experiencia. Por ello, el historiador del arte Ernst Gombrich usó el término «participación del espectador» para referirse al papel de la mente y el cerebro del espectador en su experiencia del arte.
No sabemos con certeza si lo que vemos hoy en galerías, museos y espacios públicos dentro y fuera del país es o no arte y, mejor aún, si merece nuestra atención. La mayoría de los bienes culturales particularmente artísticos que se consumen en el mundo entero tienen más que ver con el primer paradigma por corresponder a medios de expresión tradicionales con representaciones no abstractas. Las muestras de este tipo son evidentemente más populares que las expresiones subjetivas sustentadas en ideas más que aquellas sustentadas en el oficio, la técnica y el concepto. Pero, valga la paradoja, los espacios públicos y privados de exposición están dominados globalmente por ideas y agendas ideológicas en lugar de arte.
En medio de tal paradoja, hay artistas jóvenes y resilientes como Phillip Anaskin que se posicionan colocando sus pies en dos realidades aparentemente opuestas, pero complementarias. Por una parte, apela a una audiencia joven con propuestas bidimensionales de gran dramatismo que tocan la fibra de las preocupaciones existenciales y cierto nihilismo imperante en el presente y, por otro lado, se apropia de los conceptos plásticos y técnicas de escuelas figurativas y realistas como el impresionismo, el expresionismo, el realismo socialista y realismo pop para comunicar su propia síntesis.
Sustentada a menudo en un dibujo académico, ejecutada con rapidez sobre la tela que se despliega junto a otras obras que realiza paralelamente como en serie, Anaskin se nutre de la memoria multicultural propia y colectiva para comunicar con un tono satírico unas veces y nostálgico otras, la resiliencia del dolor, la pérdida, la doble moral, las amenazas y los horrores del presente.
Legado del tiempo pasado
Philipp Anaskin Dushakoa nació en Moscú un 8 de mayo de 1988 en medio de uno de los procesos más turbulentos de cambio político y sociocultural en la historia occidental.
Mijaíl Gorbachov asumió ese mismo año el presídium del Soviet Supremo de la Unión Soviética fortaleciendo formal y simbólicamente su posición para implementar dos políticas de Estado, la «perestroika» y la «glasnost», que acabarían con el régimen comunista establecido por Lenin con la revolución de octubre de 1917. Mientras que la perestroika se ocupaba de la reestructuración económica de la Unión Soviética, la glasnost pretendía atenuar las políticas restrictivas que impedían la libertad de expresión y la libre circulación de las ideas.
Sus padres deciden, entonces, autoexiliarse en 1990 cuando Philipp tenía poco menos de tres años para intentar un nuevo comienzo en la pequeña, pero menos turbulenta Costa Rica, pero sin renunciar a la memoria de una nación que nunca volverá a ser la misma.
El pasado repetido nostálgicamente en el entorno familiar, mediante relatos y viejas fotografías, transforma gradualmente a Philipp en un híbrido multicultural que intenta sublimar el pasado mientras trata de abrazar el presente de su nueva realidad, mediante una aguda observación de los cambios en las vidas de sus modelos familiares —padres, hermanos y sobrinos— que aparecen representados desde sus primeras obras expuestas como autodidacta a los 16 años.
Su vocación artística es afirmada tempranamente al observar a su padre Alexei que dibujaba y pintaba y a su inmersión diaria en la biblioteca paterna traída de la «madre Rusia». Además, acompañaba a su hermana Olga, diez años mayor que él, a las clases de artes plásticas que recibía en la Universidad de Costa Rica. Otro estimulo no menos importante en su niñez fueron los filmes en VHS de Fellini, Kubrick y Tarkovski prestados por un amigo de la familia que reproducían en una vieja videocasetera de su padre, a falta de acceso a la televisión local.
Sin embargo, la situación económica que golpea a la familia de emigrantes desde su llegada a Costa Rica se vuelve una ominosa carga que lo obliga a la vida nómada del clan, coadyuvando con una rebelión en la adolescencia que culmina con su expulsión de un colegio público cuando estaba en cuarto año de educación secundaria. Dos años más tarde ingresará al Conservatorio de Castella para completar su bachillerato, afirmando sus habilidades como dibujante y pintor y exponiendo por primera vez en el 2004 y luego en el 2006.
La producción de esta fase se ha perdido en su mayoría con excepción de algunos ejemplos que sobreviven, como representaciones figurativas de familiares y paisajes en los que empieza a mostrar un trazo vigoroso y simplificado que evoca unas veces nostalgia y otras veces violencia. Sin embargo, el joven artista no se presenta como una víctima del desarraigo o de las asimetrías del sistema del país de acogida. Todo lo contrario. Hay una inspiradora asertividad en lo que proyecta a cada paso en su carrera.
Logra sostenerse como diseñador de textiles industriales y dando clases de arte hasta que ingresa a la Universidad Nacional de Heredia en el 2010 a estudiar artes visuales. Ese mismo año es premiado en el concurso «Una mirada joven a la migración» que visibiliza una vena temática que se volverá permanente en su quehacer y que será reconocida con el tríptico en óleo sobre tela del 2014 titulado Desplazamiento sobre el peregrinaje de Anaskin y su familia.
Mientras estudia en la universidad recibe una beca que le permite, entre el 2013 y 2014, estudiar en la Universidad Ortodoxa San Tikhon en Moscú donde aprende diversas técnicas, clásicas y modernas, para pintar murales como la clásica al fresco y la técnica contemporánea kimd, con un acabado menos demandante mediante polímeros de factura más rápida.
Reencontrarse con la tierra de su pasado profundiza su mirada en el drama de la memoria como revela su muestra «El regreso» ese año en el Museo Reutov de Moscú. En ese nuevo contexto, la Unión Soviética de la memoria familiar ya no existe y, en su lugar, ha sido sustituida por una Rusia con profundas asimetrías sociopolíticas y culturales. Por ello, su obra intenta resolver la disonancia cognitiva entre el recuerdo y la realidad con varias pinturas al óleo tituladas Desorden en el orden. Muchas tradiciones siguen vivas, pero el rumbo de la sociedad es otro.
Durante este tiempo conoce, además, de primera mano a los maestros rusos impresionistas, realistas y modernistas con lo que se familiarizó de niño a través de los libros de su padre. A partir de esta experiencia, retoma con fuerza la producción de murales en espacios públicos y la técnica del realismo socialista o socio-realismo con la intención de ejercer una crítica contemporánea a la doble moralidad, la violencia y la injusticia local y global.
En el proceso de apropiación despoja a la escuela dominante bajo el período comunista de su sentido propagandístico y productivista, pero sin abrazar los estilos «burgueses» que justificaron su existencia. Transmigración, un óleo sobre tela del 2014, nos sumerge en la ambivalencia de la nostalgia del pasado confrontada con las desafiantes realidades del presente. Volverá a representar esta paradoja en el 2016 con su díptico en óleo sobre tela El reflejo. Acota más tarde en una entrevista realizada en el 2018:
El realismo es mi referente, no solo en la pincelada, sino también en las escenas que son muy íntimas y no posadas, porque me interesa esa vivencia de lo cotidiano e íntimo.
Factura ecléctica
Hay tres tipos de influencias que el artista asimila tempranamente en su carrera a partir de su estudio del arte, el cine y la literatura de posguerra, de los que se vale para articular un análisis crítico más preciso en su producción. Por una parte, la influencia intelectual de tres figuras relevantes en el cine, el arte y la literatura, a saber, Tarkovsky, Bacon y Bukowski. Y, por otra parte, la influencia decisivamente plástica de Korovin, Deineka y Warhol.
De Andrei Tarkovski (Rusia, 1932-1986), que fue el primer cineasta soviético en recibir el León de Oro de Venecia por su primer filme La infancia de Iván en 1962, toma inspiración para su óleo sobre tela del mismo nombre que realiza en el 2015. La película narra la historia de un niño huérfano, Iván, y de su infancia durante la Segunda Guerra Mundial. Su familia ha muerto a manos de soldados alemanes. Él logra escapar y es adoptado por una unidad del Ejército Rojo en el frente oriental.
Anaskin por su parte, construye una narrativa visual de increíble paralelismo a partir del recuerdo de su abuelo Iván —héroe de guerra soviético— en un díptico que representa a un niño a la derecha del cuadro (¿su abuelo héroe?), mientras al fondo se revela la imagen de Stalin en su ataúd en medio del jardín de la memoria familiar. Es una composición asincrónica que mezcla presente y pasado en medio de la paradoja de la épica historia de una patria que ya no existe.
La identificación con Tarkovski es tanto estética como personal. Hay un paralelismo entre aspectos de sus respectivas vivencias. Por ejemplo, ambos salieron de la Rusia soviética y se forjaron una carrera en el extranjero, además de haber experimentado grandes penalidades económicas e incomprensión social. Pero lo más interesante es cómo en los siete filmes que realizó en su vida emerge un tema central que se alinea con el mundo conceptual de Anaskin: ambos ven el universo como un todo que se revela en cada lugar y a cada instante con la contemplación de cualquiera de sus puntos para obtener una imagen completa de su inmensidad y misterio.
Cuando dibuja o pinta, la figura humana es su preocupación medular, al punto de que los vastos fondos aparentemente inconclusos en la composición existen para crear una percepción del tiempo que fluye sobre el plano con una calidad cinemática integral que recuerda a Tarkovski. Uno de los ejemplos trazables es Olga, un óleo sobre tela del 2019.
La «escuela ecléctica» de Anaskin incluye, también, al artista Francis Bacon (Irlanda, 1909-1992) cuyo estilo figurativo idiosincrásico, caracterizado por el empleo de la deformación pictórica y gran ambigüedad en el plano intencional, atrae al pintor local por preservar un patetismo ante las heridas societales de la segunda guerra mundial. Bacon era ambivalente en palabras y obra:
Quisiera que mis pinturas se vieran como si un ser humano hubiera pasado por ellas, como un caracol, dejando un rastro de la presencia humana y un trazo de eventos pasados, como el caracol que deja su baba
Acaso algún día logre capturar un instante en toda su violencia y toda su belleza.
El autor local se siente desafiado cuando el irlandés aborda los temas de la pérdida y la condición humana en lo que denominó «un intento de traer la cosa figurativa sobre el sistema nervioso más violentamente y más incisivamente».
Además, tienen en común la esperanza de crear una pintura que represente el grito humano como se hace palpable estilísticamente en *Estudio para autorretrato 1 y 2+, óleo sobre tela que expone en Porto Alegre, Brasil, en el 2014.
Algunas de sus obras transmutan también el realismo sucio del escritor Charles Bukowski (Alemania, 1920-1994), considerado un «poeta maldito» debido a su excesivo alcoholismo, pobreza y bohemia. No obstante, Anaskin comparte en su obra la visión sobre la afectividad humana de Bukowski:
El amor es una niebla que se quema con el primer rayo de luz de la realidad.
Entre el 2012 y el 2013, el artista explora justamente la fugacidad del deseo con un tributo pictórico a Bukowski que expone en la Feria Internacional del Libro Universitario.
Es oportuno aclarar que la mirada retrospectiva e introspectiva a la memoria por parte del ruso-costarricense no tiene carácter romántico en su obra, ya que no anhela el pasado, tampoco es un acercamiento que busque levantar emociones epidérmicas, y mucho menos conceptualmente provocar la lectura subjetiva del espectador para que complete la historia a nivel intelectual.
Con un eclecticismo intencional, Anaskin resume sincréticamente en cada etapa o serie las influencias técnicas del impresionismo, el realismo social y el realismo pop a través de los movimientos liderados respectivamente por Konstantin Korovin (1861-1939), Aleksandr Deineka (1899-1969) y Andy Warhol (1928-1987).
La composición de sus pinturas, particularmente las representaciones del cuerpo humano y los fondos, debe mucho a la escuela del impresionismo ruso de Korovin, quien destacó con la creación de atmósferas sombrías y emotivas expresadas en pinturas sobre escenas teatrales. Además, la rapidez con que aplica el color en el plano recuerda la práctica impresionista de captar el instante bajo una luz cambiante.
Del «realismo socialista», especialmente de Deineka, adopta el concepto de que el contenido de una obra de arte marca su autenticidad, por lo que el arte debe progresar al mismo ritmo que la realidad misma.
Es interesante que, aunque Deineka es considerado uno de los pintores figurativos rusos más importantes de la primera mitad del siglo XX su formación al inicio de la revolución bolchevique fuera con maestros constructivistas y suprematistas como Kazimir M. Malévich.
Sueños perros, un óleo realizado en el 2015, refleja la influencia de la técnica asimilada en el ámbito de la cotidianidad. Es claro que el artista debe mucho formalmente al realismo épico de la era soviética, pero no está abocado a pregonar los triunfos de utopías marxistas o neomarxistas u otros contenidos de agenda ideológica de moda.
De hecho, cuando hace una crítica al autoritarismo militar o la injusticia social sus personajes son desplegados con narrativas complementarias progresando en un movimiento hacia adelante. No se queda a contemplar su miseria o a solazarse en sus pérdidas como podemos notar claramente en su serie «Ambientes hostiles» del 2022.
En cuanto a la influencia del pop estadounidense de la década del sesenta en distintos momentos de su carrera —el pop se había originado una década antes en Inglaterra— se confirma en su manera de ver y presentar sus obras con una perspectiva tanto global como social es decir no destinada a unos pocos, sino a todos valiéndose de imágenes populares separándolas, aislándolas o combinándolas con otras del contexto. Su sátira visual de los sistemas de comunicación masiva dominantes del óleo sobre tela del 2015 News trash ilustra tanto técnica como conceptualmente al realismo pop.
Como otros artistas de esa escuela, el color y el espacio descontextualizado tienen un tratamiento a veces banal con el fin de crear ironías del contenido que representan, pero Anaskin va más allá en su síntesis final al registrar impulsos anárquicos, satíricos e incluso destructivos en lugar de simbólicos para abordar distintas realidades que le ha tocado experimentar directamente.
Su intencionalidad es bastante clara: unir arte y vida mediante el enfriamiento de las emociones como en el pop. Por ello, refleja la superficialidad del entorno cultural con base en elementos reconocibles destacando así la inexpresión e impersonalidad del objeto y trascendiendo la subjetividad del artista.
Todo lo anterior, coadyuva al perfeccionamiento en su obra de madurez de un estilo personal con cuatro características principales, a saber:
- El sentido de lo inacabado en el plano bidimensional.
- El concepto de la urgencia por comunicar el drama humano de la memoria.
- El realismo pop del color en su representación figurativa.
- El espacio asincrónico de los fondos que envuelven sus figuras como un vasto plano teatral o cinematográfico.
Finalmente, y no menos importante, Anaskin adopta «el gran formato» recurriendo primero a dos, luego a tres y hasta cuatro planos hasta llegar a la máxima expansión mediante sus murales. Al observarle pintar en su estudio esas telas amplias y profundas desplegadas sobre la pared gira sus brazos en una suerte de danza que le hace sentir vivo.
Narrativa y proceso
Hay tres frutos de su proceso creativo cuyas diferencias parecen pasar desapercibidas para muchos espectadores y coleccionistas: los estudios o registros, los bocetos preparatorios y las pinturas finales. Anaskin dibuja muchísimo con fines preparatorios unas veces y como género gráfico otras, pero una buena parte de su producción son registros visuales de modelos, paisajes y edificaciones. No tienen otra pretensión que servir como repositorio de sus experiencias, por lo que carecen de intencionalidad artística.
Pero, también en sus cuadernos de dibujos hay bocetos con base en un dibujo neoclásico a lápiz, carboncillo y tinta que trasciende el registro y el boceto. Se trata de una obra gráfica gestual donde, a menudo, los trazos en tinta china y pigmentos de color denotan una factura artística con valor propio. Son obras que se sostienen por sí mismas, y que rara vez se convierten en representaciones sobre tela.
Es importante hacer notar que, cuando se trata de bocetos preparatorios, no los traslada a la tela como es práctica común en la pintura de caballete, sino que, con base en la idea general de la composición interiorizada en su trabajo previo, enfrenta la tela directamente mediante amplias pinceladas de color con las que completa en íntimo aislamiento la composición final.
En otros momentos, trabaja con modelos vivos —principalmente familiares— que prefiere a las fotografías a las que también recurre, pero prefiere el registro cromático de los primeros por ser mucho más real.
Otro tanto ocurre con su práctica de la pintura que se ejercita en el estudio y/o al aire libre, pero con una clara distinción entre lo que llama «estudios» de color, como ilustran muchos de sus paisajes de la campiña herediana en medio de la cual habita, y sus obras terminadas técnica y conceptualmente que se integran a sus series.
De hecho, su modo de producción se puede organizar con precisión por medio de series en lugar de etapas. Por ello, cuando revisamos la obra de las diecisiete muestras individuales que ha realizado hasta este año, nos enfrentamos a igual número de series con variables conceptuales y temáticas. La técnica, sin embargo, experimenta menos cambios bajo el peso del crisol de influencias ya analizado.
Mientras otros artistas vuelven a lo largo de sus carreras a etapas anteriores, Anaskin, no mira hacia atrás cuando completa una serie, por ello observar su taller sin obra disponible es su mayor anhelo —casi no conserva obra de series precedentes— por lo que se obliga a progresar en lugar de regodearse en sus ideas y logros previos. Mientras otros describen un círculo en sus carreras, este artista traza una dirección lineal de mejora continua hacia adelante.
Se pueden identificar al menos tres narrativas intelectuales en las que redunda creativamente a través de su proceso creativo de la última década: la tiranía del miedo, la nostalgia de la memoria y los dilemas de lo cotidiano. Para Anaskin su obra:
Es un canal que ayuda a entender cómo se construye una identidad, al aferrarse a la familia y enamorarse de lo cotidiano.
(«Repertorio Americano». N.o 30, ene-dic, 2020)
Sus tres narrativas se intersecan permitiendo que el tiempo pasado registrado en la memoria consciente se transforme gradualmente en imaginación o fantasía al probarse que ya no existe, que se ha transformado gradualmente en lo que el artista llama «un no lugar». No obstante, cuando un recuerdo deja de doler, no se olvida, pero se puede convivir con él como un cuento o una fantasía que se mira desde la mente, en lugar del corazón.
El miedo, en cambio, como medio de control social es satirizado por el artista para demostrar que su poder reside en que no se le exhiba o desnude. Si bien el miedo parece no tener fecha de caducidad en sus representaciones, su cuestionamiento implícito reduce el poder de la «verdad absoluta» que se pretende imponer, principalmente, a través del bombardeo mediático.
El artista ha comunicado esto una y otra vez a través de sus pinturas e instalaciones hasta convertirlo en una marca visual de su quehacer, como se confirma en su exhibición del 2021 «El embajador del miedo», realizada en plena pandemia.
Finalmente, la tercera narrativa envuelve lo cotidiano al enfrentarnos su obra a la interdependencia entre individuo y entorno, al ciclo de la vida y la muerte, a la tensión entre creación y destrucción. Tal vez por ello, afirma que:
En mi pintura siempre está la muerte de alguna forma porque es algo irreversible, es la misma vida a la vez. Vivimos sin estar conscientes de que nos vamos a morir y a la vez renacer de otra manera. Siempre nos crean esa idea de que vamos a vivir eternamente, consumimos y nuestra forma de vida es completamente vacía; muchas veces y la pintura para mi es un canal para la meditación.
(«El Observador», 11/08/19)
Su proceso creativo es íntimo y solitario. Trabaja en series que produce en paralelo en su estudio, como indicamos anteriormente, pero que no se completan totalmente hasta que se acerca su fecha de exhibición o venta.
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Philipp Anaskin es un pintor inclasificable hasta cierto punto. El sentido de urgencia que comunica con honestidad, inteligencia y vigor en sus representaciones bidimensionales resiste las tendencias ideológicas de moda, la dominancia modernista de la idea por encima del arte, así como la justificación de la práctica artística como terapia psicológica.
Además, al respetar los medios técnicos de expresión en el dibujo y la pintura heredados del «gran arte», que disciplinadamente ha interiorizado a lo largo de dos décadas, traza una línea crítica en la arena separando lo objetivo y lo subjetivo, asumiendo éticamente lo primero. Por ello, sin abaratar su mensaje al nivel de propaganda, trascendiendo las fronteras mentales y socioculturales, produce una obra creíble y accesible que puede ser experimentada por cualquier persona en cualquier parte exponiendo por antinomia la críptica exclusividad metalingüística y conceptual de mucho de la oferta visual contemporánea local e internacional.
Para lograrlo, representa con autenticidad la figura humana envuelta en un espacio atemporal donde las tensiones de una memoria resiliente, propia y prestada, sobre temas relevantes apelan a una audiencia ayuna de realismo e integridad oprimida por un entorno mediatizado por el miedo y la mentira.
Anaskin contribuye indudablemente a liberar al espectador de las ataduras y evasivas que limitan su libertad devolviéndole su derecho a experimentar el arte sin acudir a la interpretación de especialistas o la retórica curatorial.