Si fueras mis ojos,
dibujarías un mundo vacío de hipocresía y lleno de ti.
Si fueras mis ojos, se borrarían para siempre las palabras vacías.
Si fueras mis ojos, nunca te alejarías,
pues verte marcharte para mis ojos sería
dibujar sin pincel,
la mirada de un ciego, oscura, perdida.

Si en cada paso que dieras mis ojos te guiaran,
andaríamos el mismo camino.
Maridar con las horas entre sueños y sin esperanza de algo que no es y, sin embargo, significa.

En ese momento donde todo gira sobre el mismo punto y, sin embargo, cada giro supone el mismo atisbo de felicidad efímera.
Pero no importa, sabes que cada giro será único e irrepetible. El corazón se agita, cabalga lento, sin prisa, escucha callado tu ausencia. Esa inevitable, no hoy, en este segundo, pero sí mañana. Un mañana que decidirá por nosotros.
Sólo en mi recuerdo ha existido y hoy, ni siquiera yo estoy segura. Borré todo de mi memoria cada día.

El tiempo juega al escondite. Se esconde en su guarida, cuenta hasta diez y corre, veloz. Busca su sitio,
no permite que lo atrapen. De pronto, dormita, y cuando por fin me acerco, vuelve a jugar.
Cuando se detiene el tiempo, cuando las horas desaparecen por momentos y sin poder impedirlo,
se esfuman, sigilosos, los minutos; como segundos airosos se escapan entre tus dedos que no pueden
tocar los míos.
Solo observan, observan cabalgando como la arena del reloj no se detiene y yo, que intento perpetuar ese instante, no puedo más que mirar, desde fuera, ausente, la ausencia del tiempo.

Sin ser capaz, observo, callada, hablo con tus dedos, esos que, de forma escurridiza, se esfuman, cuando, después de un instante, en forma de tarde y luego noche y luego, siempre luego, distantes, despintan mi sentido del tiempo.
Lo atrapan sin que yo pueda hacer nada, me atrapan en mi reloj de arena. Y yo, caigo lentamente, como
las horas, los minutos, contando los segundos para empezar de nuevo sin saber si habrá horizonte en este instante compartido, hoy, sin tiempo, tan tuyo y tan mío, tan nuestro y tan de nadie.

Atrapada en una etérea sonrisa, de ese último sentir de algo que ni empieza ni acaba, que ni suma ni resta, y, sin embargo, hace que se detenga un tiempo que hoy, no existe.
Hoy cabalgan los minutos, furiosos, intentando frenar los segundos, intentando detener el reloj de arena.

Borra la pasión, el amor impetuoso,
la broma franca, la parida parodia
y aumenta el odio sin sentido.
Aumenta el vació de la tarde
y aumentan
las noches sin fin en compañía.

Galopando
imprevista,
furiosa avispa
de contrabando,
se acerca:
sabor a muerte
el horizonte siempre
sin estrellas.

Coro infernal
de carcajadas,
jinete atroz,
zarandeando,
abollando
el sol.

Amigo eterno:
cada vez más cerca;
penetras
muy adentro.
El relicario
iridiscente:
tiempo presente,
tiempo pasado,
radia su música
perdido
en el tiovivo
de la lluvia
y de la risa
imprecisa.

Estréchame fuerte:
Aquí está la muerte
y el vacío.

Tuvo que ser así, fue inevitable. Lo que mal empieza mal acaba. Y si nunca empezó no pudo terminar.
Sólo bajo la nube del “Show de Truman” llueve. Cuando no hay espectadores reales, bajo esa nube solo estamos nosotros, lo de verdad importa y lo demás, está demás. Cortinas de humo difuminan nuestra nube
y se despide de forma eterna.
Cuando un hasta pronto, es quizás un hasta nunca o un hasta siempre.
Solo es eso, un quizás, y algo se detiene en mi sabiendo que ese instante durará y, quizás, sólo para siempre.