Es necesario aclarar que este es un ensayo desde una perspectiva personal sobre el grotesco criollo en el río de la plata concentrado en Armando Discépolo, dramaturgo argentino nacido en 1887. Falleció en Buenos Aires, en 1971, dejando una estela de obras y textos que marcarían una época.
Las fuentes de información fueron profesores de historia eruditos en el tema, sus textos de cabecera y el rápido análisis de las obras Stéfano y Muñeca.
El tema tratado aquí es muy específico dentro de la teoría teatral y no pretende reseñar ninguna obra en particular.
Estampas introductorias
Si tuviera que describir una imagen de la masculinidad en el grotesco criollo a modo de didascalia, sería de la siguiente manera:
Hombre de edad media, de nombre pomposo y pinta de galán de bar de quinta, sentado en una silla de piernas bien abiertas, con whisky en una mano y la otra en la bragueta, un cigarro muriendo en el cenicero más próximo. Detrás suyo, paredes descascaradas, a su alrededor, una nada roñosa. Ambientando el paisaje sonoro hay una vieja grabación de carrera de caballos, con el trote repiqueteando.
Es una masculinidad tana, del hombre cabecilla, del hombre patriarcal que es libre de desplegar su ira cuando quiera, hacer lo que se le plazca, básicamente, pero que al final termina siendo esclavo de las presiones externas.
Nada es gratis, y en este género se puede ver que, así como gozan de cierta impunidad o libertad (dependiendo del carácter del personaje). También los hombres cargan todas las responsabilidades del mundo sobre sus hombros.
El Grotesco me suena a esos tangos agónicos que cuentan alguna historia no tan triste, como Por una cabeza de Gardel (letra de Alfredo Le Pera), que más allá de la eterna melancolía tienen una picardía:
Por una cabeza, de un noble potrillo
Que justo en la raya, afloja al llegar
Y que al regresar, parece decir
No olvides, hermano
Vos sabes, no hay que jugar.
¿A qué huele el grotesco criollo? A arrabal, a conventillo y a la crema de afeitar, al perfume de hombres que casi que son galanes, pero que son opacados por un dejo de patetismo propio del grotesco.
La primera imagen que ofrecí sobre la masculinidad fue bastante literal, si tuviera que usar una un poco más metafórica y abstracta, sería la de: Un hombre con el pecho abierto y su propio corazón en la mano.
El desgarro mismo del ser, de los sueños, las proyecciones de sí mismo. Un hombre roto por dentro, aunque lo que hace el grotesco es expresar esta ruptura con elementos caricaturescos, con humor muy parecido al sainete.
Contextualización histórica de los hombres de la época
Si bien a principios de 1900, donde están contextualizadas las obras de Discépolo, ya hay algunos avances sociales, no tienen comparación con lo que se vendría después de la década del 30’.
Aún la mujer no vota, aún todo el peso del mundo recae sobre la figura masculina. Y así como la mujer tiene el deber social de ser una esposa y madre ejemplar, por estas épocas el hombre debía ser fuerte en todos los sentidos, emocional, mental y físico, debía engominarse el cabello y caminar con la cabeza erguida, ser realista, mantener a la familia, no llorar por las noches ni mucho menos en el día. La masculinidad era muy rígida.
Con el grotesco criollo de Armando Discépolo (con sus bases en el grottesco italiano, el cual difiere del criollo por las características específicas de sus máscaras, entre otras cosas), toda esa rigidez masculina se tuerce, se deforma.
Aparece el fracaso de la idea de masculinidad idealizada que todo lo puede, hay un dejo de burla en la forma en la que Discépolo trascribe este fracaso en su dramaturgia, muestra a un mundo deforme y acabado, inundado de hemorragias internas que tarde o temprano se terminará desangrando por completo.
Quizás esta imagen patética del mundo y del hombre en sí mismo, sea producto de las consecuencias de la Guerra Mundial, de la devastación del mundo y la desilusión de la Ilustración, como les sucedió a tantos otros artistas contemporáneos que impulsaron las vanguardias.
Relación de las masculinidades con las «femeneidades»
Por lo visto en las obras de Discépolo, hay dos tipos de masculinidad que se pueden asociar con el ser verdadero y la máscara involuntaria del grotesco criollo. Por un lado, el hombre es el dador de destino, el que lleva las riendas y la mujer está a su merced, depende completamente de él.
Cuando hay un hombre cerca, es él el que decide, y también es él que lleva toda la carga sobre sus hombros. Lo mismo pasa en la obra Muñeca. Muñeca a penas y habla, es un adorno. En fin, esta es la máscara visible, pero ¿Cuál es la verdadera cara de la masculinidad dentro del grotesco criollo?
Se puede interpretar que el hombre es aún más dependiente de la mujer en una forma sutil pero innegable, y que su figura es casi que patética, detrás de los whiskies y la libertad para hacer de su vida lo que se le plazca, hay una sombra de fracaso.
Desde un punto de vista más personal, diría que a pesar de que la mujer parezca solo la friegaplatos, o la muñequita de juguete, ella depende de la masculinidad de una forma simbólica, depende porque así es la época, porque aún hay dogmas que las atan a un hombre, pero que perfectamente podrían vivir sin ellos. Sin embargo, los hombres, con todas las libertades que su condición masculina les confiere, tienen una dependencia muy profunda hacia las mujeres del entorno, que pareciera ir más allá del dogma.