La vida y el amor son inseparables el uno del otro. Donde hay vida, hay amor. Incluso la consciencia más rudimentaria siempre está tratando de salir de sus limitaciones y experimentar algún tipo de unidad con otras formas.
(Meher Baba)
Nuestras formas como olas en vaivén, las gargantas derramándose en ecos, reverberando la canción del encantamiento. Como pájaros migratorios aterrizamos en aquel paraje. Después de innumerables y diversas peripecias realizadas en nuestra excitante travesía hacia la luz.
Reímos y hablamos incesantemente, sobre todo y sobre nada, pero nuestros ojos sabían de la alegría y secretamente nos abrazamos, más allá de nuestros brazos. Momentáneamente miramos adentro. Con una sonrisa para todos. En la orilla, en un breve aterrizaje de almas.
Nos congregamos. Como siempre. Al partir, al llegar, iniciar o terminar algo que consideramos importante. Para celebrar y recordar. Cada uno, con su punto de vista, sazón y corazón. Es un abrazo consensuado entre los que nos hemos reconocido en algunos otros, y nos sumamos con diferentes grados de reticencia e identificación a sus penas y alegrías. A esos que vemos en cercanía de nuestros libretos, de nuestra partitura, en este concierto teatral particular que compartimos, en este estrado que llamamos mío y nuestro.
Todo el tiempo nos congregamos en dúos, tríos, cuartetos y orquestas sinfónicas, para cantar, reír y llorar. Cada uno desde su cuento, logramos zafarnos por un momento del entorno individual y participar en un abrazo colectivo que abarca más que a nosotros mismos. Y por unos instantes se nos derrama encima esa sustancia común que inspira la vida, el amor.
Nos congregamos en bodas, bautizos y funerales. En momentos de guerra y de carnavales.
Nuestras vidas están entrelazadas de una manera incomprensible para nosotros. Todos los contactos que uno tiene al vivir, desde los más íntimos hasta los más remotos, son parte de una historia colectiva de gotas que viajan juntas en una ola que nace de un único océano, en una búsqueda misteriosa de ser lo que uno ya es y siempre ha sido. En una manifestación del amor, que nace del amor y que es la esencia de la existencia.
Nacemos, a través del vehículo que nos ofrecen nuestros padres, a través de su juego de amor y de sus conexiones con nosotros. Y en esos tumbos largos de ola, a través de cambiantes disfraces, alternancias de género, personalidad y tantas otras características, vamos progresando en nuestra consciencia de amar, en nuestra búsqueda de saber lo que somos en realidad.
Pero nos confundimos todo el tiempo. En la elaboración del edificio de la consciencia, de estar conscientes de que somos, a través de la evolución de las formas, vamos construyendo el andamiaje de la mente y del ego que enmarca la autoconsciencia. Al llegar a la forma humana, nos hacemos conscientes, por primera vez de que estamos plenamente conscientes, y nos damos cuenta de que somos. El propósito de la evolución de la forma parecería quedar logrado. Sentimos ese yo soy, pero malinterpretamos, y en vez de darnos cuenta de que somos el océano mismo, nos pensamos gota separada, nos creemos el andamiaje construido, por la evolución de la consciencia, en búsqueda del pleno amor unitario, que es la consciencia suprema.
Todo en el universo está hecho de lo mismo, energía, átomos, los mismos átomos que nacen en las estrellas, de ahí se van formando elementos más complejos, los planetas, los mares; las grandes moléculas de que están hechos nuestros cuerpos se combinan, se juntan se aman, se aparejan, y van evolucionando en células y formas de vida desde las más simples, hasta las más complejas, más sensibles, cada una experimentando más consciencia, más capacidad de amar hasta llegar a la forma humana —forma que tiene plena capacidad de autoconsciencia, de amor pleno, de darse cuenta que solo es océano—.
Pero nos confundimos con el andamiaje. Y creyéndonos gota buscamos completarnos, definirnos, identificarnos, cada uno en relación con las otras gotas, gotas que ya en el camino evolutivo nos habíamos encontrado inconscientemente y con las cuales ahora en la forma humana, conscientemente establecemos intercambios de impresiones, experiencias, historias, y conexiones. Y continuamos construyendo sobre el andamiaje natural de la evolución; jardines colgantes, murales, castillos y relaciones profundas. Hay a su vez un profundo sentimiento, que crece lenta y subrepticiamente, con las experiencias que van naciendo, adentro de la esencia de cada gota, un amor que se presiente, y que va abriendo grietas en el andamiaje. Por otro lado, hay relaciones tan identificadas con el andamiaje, que solo reflejan las esquinas y las paredes de este, más que la esencia del diseño de unicidad, y se enredan los andamiajes en una interacción vana, de andamiaje a andamiaje, de puro cuerpo a cuerpo.
Y nos creemos el cuerpo, y nos creemos los pensamientos que nacen relativos a su andamiaje, y nos olvidamos de nuestra esencia de gota, de nuestra naturaleza oceánica. Nos enredamos a tumbos de andamiaje, nuestros cuerpos y mentes haciendo cada vez más nudos, que van cubriendo como enredaderas los andamiajes de la evolución, y obstaculizando la visión del mar de amor que somos en realidad. El propio mar se confunde en su imaginación de gota, pero inconscientemente se sigue moviendo hacia sí mismo en su impulso de realidad de mar.
Las gotas aledañas van desarrollando una relación que trasciende el cuerpo, y las impresiones de experiencias de pasado, basadas en cada manifestación momentánea de nuestros cuerpos, de estos arreglos moleculares efímeros que nos creemos, de estos nombres que nos dieron, de estas culturas transitorias que suscribimos, quedan grabadas como discos de música y tienen que ser tocados para completar ciclos, desenredar entuertos, y cancelar deudas de interacciones.
Todo este andamiaje subconsciente queda almacenado en nuestra mente de gota, que es receptáculo y cárcel de nuestra consciencia de mar. Y cuando nacemos de nuevo, lo hacemos en donde sea más fértil nuestro momento, para continuar la trayectoria hacia el océano, rodeado de las gotas aledañas, que vienen en nuestro impulso de ola y con las cuales hemos compartido tantas transacciones, que es imposible explicar y entender. Pero de alguna manera, más allá del pensamiento, del raciocinio, a veces se pueden sentir.
Yo no sé cómo explicarlo ni explicármelo. Pero voy a tratar.
Toda mi vida yo he vivido, como me decía un gitano chileno que una vez me leyó la mano, en una pelea de perros, entre mi tendencia a pensar en el porqué de la existencia, a buscar mi espíritu, mi esencia de mar, versus mi apasionamiento sensual hacia la vida.
Hoy a mis casi 80 años, después de mis cirugías de corazón, cuando vivo en la sala de espera del vuelo que sigue, reflexiono sobre esta dualidad. Y no es arrepentimiento, de esos que nacen de la polarización del bien y el mal, de ese mundo enjuiciador que le enseñan a uno sobre moralidad y religión, como un proceso de culpa y castigo.
La vida, nos trae momentos intensos de andamiajes quebrantados, que nos dan la oportunidad de recapacitar, de buscar ir más allá del andamiaje, y darnos cuenta del mar. Y es desde la orilla de ese mar que ahora escribo, con un cariño profundo. De donde puedo ver la ternura de sus almas de gota y sus enredos de andamiaje, los de ustedes y los míos.
Yo le pido a ese amor personificado que vive dentro de cada uno de nosotros, a ese océano donde nace nuestra gota, que nos ayude, que nos siga dando esa brisa de mar, que nos ayude a llevarla a otros, para que sientan su sal, y que un día celebremos todos juntos en el mar nuestra naturaleza oceánica, en un marullo de amor sin final.
Deja que tu amor fluya incesantemente, como un arroyo que baja de la montaña hacia el océano. Habrá obstrucciones de placeres y dolores. Pasa por ellas como fases pasajeras. Habrá flores y espinas en el flujo del agua y en las riberas. No te apegues, no te afectes. Sigue, sigue hasta que el arroyo se vuelva un rio. Las dudas te asaltarán, la autocomplacencia te atraerá, pero con amor en tu corazón sigue fluyendo hacia el océano del amor. No te preocupes, no temas.
(Meher Baba)