Posiblemente has escuchado hablar de la Pachamama, porque en los últimos años y décadas, esta expresión se ha popularizado y con ella se ha empezado a reconocer la sabiduría ancestral de los pueblos originarios por su relación armónica y equilibrada con la naturaleza, a la que consideran la Madre Tierra. Pachamama es una palabra compuesta que proviene del antiguo quechua, el idioma de los Incas que pervive en países andino-amazónicos, cuyo significado se traduce como la madre tierra porque al planeta tierra, a Gaia, se le ve como la madre que nos da la vida y cobija.
El concepto de Pachamama va mucho más allá de la traducción literal de madre tierra o de la referencia a una deidad andina que se encuentra en internet. Para empezar, «Pacha» tiene distintas acepciones y connotaciones que expresan una concepción holística del multiverso y por eso se traduce como la unidad entre el espacio y el tiempo, en donde se incluye el planeta tierra, la vida en todas sus formas, con lo orgánico y lo inorgánico. La Pacha es la energía universal que conecta con todo, en una interrelación de relaciones invisibles que sostienen la vida; y Mama es la madre, la fuerza vital que sostiene la vida.
Entonces la Pachamama nos lleva a reconocer a la tierra como nuestra madre primigenia, es como el gran útero que sostiene la vida, que nos nutre cuando nos conectamos a ella consciente o inconscientemente. Nuestra conexión con la madre tierra es como un cordón umbilical que alimenta no solo el cuerpo físico, sino todo lo que requerimos para vivir, desde el aire que respiramos, el agua que bebemos, la tierra que caminamos y cultivamos para nutrirnos de bienestar cuando conectamos con la vida en equilibrio en todo lo que somos. Por lo mismo sin una conexión con la Pachamama estamos desequilibrados, enajenados de nuestras raíces y esencia que nos lleva a vivir desarticulados del entorno que habitamos y somos.
La visión de la Pachamama como útero se extiende a la relación que las mujeres tenemos a través de nuestro cuerpo territorio, con la tierra como una madre que nos sostiene y mantiene. Por eso se ofrendan los fluidos del cuerpo a la tierra (matriz, orines, menstruación), no como desechos sino como parte del fluir de la naturaleza que somos y a la que honramos sin asco ni prejuicios, guiados por la consciencia de que tenemos una conexión con el territorio sagrado que habitamos y que nos habita pues no hay separación entre la madre tierra y nosotros. Esto explica porque el periodo menstrual se puede vivir como un espacio tiempo de reflexión y de limpieza consciente que sucede trece veces al año, igual que las lunas de cada 28 días, como si fuéramos un perfecto fractal de los ciclos telúricos y cósmicos del planeta que se reproducen en el territorio cuerpo de las mujeres. Así, funcionamos como un reloj biológico que no solo tiene que ver con la fecundidad de la vida que crece en el útero, sino que se extiende a la relación del planeta con la luna y el cosmos.
De esta manera, la Pachamama todo lo conecta: el masculino y el femenino, lo telúrico y lo cósmico, borrando las fronteras que nos separan de la vida en nosotros mismos, llevándonos a una mirada más profunda y armónica de la experiencia que es habitar este espacio tiempo en el planeta tierra, en la Madre Tierra. La visión de vivir en este maravilloso planeta que nos sostiene, alimenta y provee de todo cuanto necesitamos implica un enfoque muchísimo más amplio de la vida en la tierra, pues hay una relación animista o vitalista al estar conectados con los ciclos de la naturaleza. Esto significa que nos conectamos con esa energía que nutre al ser humano y a todas las comunidades que habitamos la tierra, porque no solamente estamos aquí nosotros, los humanos, sino que compartimos el espacio vital con nuestros hermanos los árboles, los animales, vegetales, minerales y todos los seres de la naturaleza que son parte de la vida en la Pachamama.
También la Pachamama es parte del multiverso, de este pedacito del cosmos que habitamos gracias al planeta Tierra, y por tanto existe una estrecha relación con las estrellas, con las Pléyades, las constelaciones, la Cruz del Sur y el taita inti o padre sol, y por supuesto con los solsticios y equinoccios que marcan los ciclos de la vida en la tierra que los celebramos, aunque sea inconscientemente. Esto nos da una visión holística o relacional de la vida. ¡Que palabra más bonita es esa: relacional! Porque nos hace conscientes de que nos relacionamos con todo, y todo se relaciona con nosotros. Esto nos da una dosis de humildad muy necesaria para una humanidad perdida en el individualismo y en el espejismo de la competencia que nos alejan de la cooperación y la colaboración en colectivo como la vía para tejer en comunidad una vida armónica y equilibrada para uno y para todos, sin diferencias.
Todo lo anterior nos hace pensar en cuán desconectados hemos vivido de la Pachamama, de los conocimientos antiguos que nos acercan a la esencia de la vida en el planeta y de nuestra propia vida. De hecho, confieso que cuando empecé a acercarme a estos saberes, hace más de veinte años, estaba tan desconectada de mí, de mi cuerpo y de la tierra, que agacharme para extender mis raíces como un árbol era algo raro, difícil e incluso absurdo de imaginar y realizar, porque mi vida estaba anclada en un escritorio, con la mirada en un computador, encerrada en las paredes del tener para asegurar el ascenso social y profesional, de modo que olvidé mi origen terrenal y mi esencia humana. Así de desconectada estaba con la tierra, con la madre, que es nuestra propia energía o sea desconectada conmigo misma.
Afortunadamente cada vez más surge la posibilidad de reconectar con esa matriz, con ese útero que habitamos y que, como buena madre, nos acoge y cura las heridas cuando retornamos a ella para volver a ser humanos. Ahora es el espacio tiempo para volver a conectar con la tierra, con nuestras raíces y esencia, para renacer como seres humanos que habitamos conscientemente en la Pachamama. Esto es urgente, no solamente por nosotros, sino por todas las relaciones que tejen la vida en la madre tierra. Y como está de moda pensar en nuestra responsabilidad con el planeta, quizás es el momento de darle un giro a ese enfoque para empezar a hacernos responsables con nosotros mismos, porque nosotros somos la tierra.
La maravillosa Pachamama nos habita y nosotros la habitamos a ella, le pertenecemos, somos parte y, por lo tanto, armonizarla y limpiarla pasa por limpiarnos a nosotros mismos.