Se conoce a Carlos Martínez Rivas como uno de los poetas cuya fresca partida nos mueve a sentir el alto aleteo de su letra y pensamiento aún cerca de nosotros, pues le encontraron a viva voz otros artistas y amigos que ahora comparten testimonios, llevándonos a atender aspectos no solo de su obra, sino además de su personalidad.
Conocidos del poeta, hacedores de un tiempo imbuido en la lectura de periódicos, revistas culturales y libros, cuando los profusos párpados literatos seguían las líneas, manteniéndolas y recitándolas de memoria en los círculos citadinos.
Allí también cabrían, cerca del “insurrecto”, las persistentes vivencias que se percibían en sus disertaciones, el insoslayable encuentro en los cenáculos o quizás, con mayor intimidad, en uno u otro de sus convenientes crepúsculos etílicos.
La secuencia que conforma el legado de Carlos, atravesando varias generaciones desde el giro de la denominada posvanguardia en los años 40, ha logrado colocarlo (como lo menciona el poeta y escritor Pablo Centeno Gómez en su breve y sustancial libro Al Pie de la Cátedra) en el centro de la cultura nicaragüense contemporánea.
Aquí se emprende una coexistencia de la huella viva del poeta, la cual llega a separarse del mundo físico en 1998, con una historia más reciente que recibe a las nuevas generaciones, lindantes con la presencia del portentoso creador.
El peso de la gracia del Poeta podría suscitar ahora, como parte de lo que se dice de él, la tendencia a la mitificación, una propensión que aparece en la tradición oral alrededor de personalidades cuando estas aportan una acción memorable en el tiempo que les toca vivir.
Sin embargo, al explorar la realidad que alumbra dentro de su obra y concatenarla a su entorno, sabemos que se estimulan múltiples posibilidades perceptivas donde caminaría el autor atrayendo miradas subjetivas, incluso capaces de concebir los rasgos de su arte y su comportamiento vivencial como una sola pieza, sin poder truncar sus recónditos y agitados pensamientos poéticos, de su presencia inmersa también en guiños nobles y tempestuosos, revestido este además con el halo del anonimato premeditado, las irreversibles carencias materiales y el aislamiento a toda costa.
Para empalmar a la circundante búsqueda del Poeta y el ser, definimos en este escrito dos acontecimientos que nos llegan de forma anecdótica, los cuales surgieron en dos períodos: viniendo uno de un casual encuentro con la artista costarricense Zulay Soto en 1976, y del oportuno abordaje cuyos rizomas conllevan una crítica de arte que realizaría el Poeta sobre la muestra fotográfica de la artista nicaragüense Claudia Gordillo en 1982.
Dado que el aprecio manifestado a Carlos en el vecino país en aquella época era muy considerable, Zulay nos empieza a relatar :
Al Poeta todos se lo peleaban. Él en San José se impregnaba de todo lo que estaba pasando, visitaba galerías, exposiciones, recitales. Pero esto lo hacía a modo de incógnito. O sea, llegaba cuando no había gente. No en el día de la inauguración, sino después. Era muy huraño, no así como esas personas que vienen a buscar fama o llamar la atención. Él era muy humilde. No se daba a conocer tanto, pero igual todo mundo lo conocía a él, se lo peleaban.
A los costarricenses nos encantaba la poesía de Darío, Carlos, Cardenal. También en pintura se admiraba a los nicaragüenses, era lo mejor, era lo máximo. De Nicaragua hacia Costa Rica, se adoraba la literatura de Yolanda Oreamuno, Eunice Odio, Paco Amighetti, Joaquín Gutierrez. Él estaba aquí feliz porque tenía ese mundo literario maravilloso. Era amigo de todos ellos, lo apreciaban mucho.
Zulay Soto, entregada al espectro artístico de su país, usaba su talento y sensibilidad moviéndose en distintas expresiones, tales como la pintura matérica, grabados y escultura.
Para aquel entonces, dirigía la Galería Amighetti, en el corazón de San José. Además, protagonizaba en la promoción y organización de encuentros musicales, dándole forma a lo que sería el escenario del rock clásico costarricense, donde se desplegaron por primera vez todos los sueños de libertad tras la afloración melodiosa de la filosofía hippie.
Sus aptitudes también le permitirían erigir el sentido museográfico y nombrar lo que hoy comprende uno de los salones arqueológicos más grandes de Centroamérica, conocido como El Museo del Jade.
Desde el espacio Amighetti, Zulay mantenía interacción con artistas centroamericanos. Transitaban por allí artífices nicaragüenses, como Alberto Icaza, José Luis López, Armando Morales, Alejandro Aróstegui y Alfonso Jiménez.
La galería propiciaba, además de exposiciones, ventas de libros, charlas artísticas, clases de idiomas y hasta conciertos de rock. Ante aquel eclecticismo cultural, traslucía siempre la imagen de Zulay, cuyo donaire y simpatía le llevarían a despertar el afecto del gremio, llegando a reconocerla como “la Marilyn Monroe de Costa Rica”.
El encuentro con Martinez Rivas resultaría tras una invitación de Flor Guerrero, prima del Poeta y amiga de Zulay.
Aquí ella nos relata:
Mi relación con Nicaragua empezó desde los años 60. Yo viajaba mucho allá, tenía una amiga que se llamaba Flor Guerrero, prima de Carlos Martinez. Cuando Flor vino a Costa Rica, una vez en 1976, me dijo: “Yo quiero que me acompañes a ver a mi primo que está viviendo acá en San José, en la calle 36. Yo feliz.
Para entonces, yo sabía de CMR por Alfonso Chase y Laureano Albán, quienes siempre lo mencionaban. Incluso ya me lo había topado en algunos conversatorios, pero sin llegar a interactuar. También era sabido que él iba mucho a las cantinas. ahí se encontraba con Gerardo Gonzalez, en las cantinas era donde más se le conocía.
Al llegar al lugar, el apartamento donde él habitaba tenía un frente de madera vieja, un aposento muy sencillo. Empezaron ellos a conversar de la familia y del ambiente político de Nicaragua. Luego, hablamos de otros temas. Recuerdo su espontaneidad. Era abierto, de mucho conocimiento, un hombre muy culto, de todos los temas se podía hablar con él. ¡Era un personaje!
Me sorprendí mucho al entrar a su compartimiento. Estaba desprovisto de todo, contaba solo con una cama y una pequeña mesa en la cual mantenía sus medicinas. Pero mi asombro fue mayor cuando vi que en la pared se sostenía un recorte de periódico, pegado improvisadamente: era uno de mis grabados de La Izquierda Erótica, publicado en La Nación, dado a una reciente exposición de mi trabajo. Él había agarrado el cuadro, lo recortó del diario y lo pegó con una cinta adhesiva (como ejemplo de su austeridad). Solo eso tenía. Aquello era un honor para mí, ¡tan grande!
La artista se dio cuenta que el Poeta ya sabía de sus quehaceres creativos. En sus pensamientos se lamentaba no haberlo conocido antes, pues así ella le habría brindado un corte original y debidamente encuadrado de dicha pieza.
La Izquierda Erótica, un movimiento literario que pregonaría inicialmente en Guatemala, llegaría a manifestarse en la plástica de Zulay. Dentro de aquel grabado, se deslizaban dos cisnes nocturnos y habitaba un delicado encuentro de hombre y mujer: abrazados, poseídos por un capricho armonioso que parecía solo inducido por el viento.
De Costa Rica a la Tierra del Fuego
Ubicamos a Carlos en los años posteriores a la revolución, cuando él decidió establecerse en su país de forma permanente, asentándose en una tierra de plena transformación.
La constelación artística que aquí se formaba emergía de las convulsiones bélicas.
En la configuración de su entorno asomaban los rostros de artistas intelectuales, músicos, escritores, pintores, actores, y una renglera de dirigentes políticos.
Acostumbrados todos a tratar al poeta como un “gurú” viviente que dignificaba el alma de la palabra escrita, sin ser este exento de tener severas diferencias con otros importantes autores, o de cargar con una repentina vehemencia narcisista, y desde la estirpe maldita: otro que no saldría incólume de la autodestrucción.
Para sus amigos del gremio, resultaba muy atractiva la posibilidad de que la lírica de Carlos pudiese eventualmente alcanzarlos: ¡Una crítica de arte!, ser un ejemplar creativo que pudiera inquietar el pensamiento y el tintero del Poeta.
Sería esto un gesto relevante, una entrega hacia una dimensión más amplia. Buscaban así el reconocimiento escrito de él, pero he aquí, esto, un cometido difícil; quizás, dado al compromiso que la mirada del autor mantenía con los creadores universales, o bien, el rechazo a sentirse presionado, o acaso allí algunas causas de las que solo él podría percatarse.
En 1982 aparecería una situación distinta.
El Poeta mantenía una especial relación, acercándose a la versada actriz y escritora, Eva Gastiazoro Rivas.
Después de sus largas charlas, dormiría él esta vez en casa de Eva, en el barrio Serranía de Managua; encontrando, al despertar en la sala, habitando también dicha vivienda, a la fotógrafa Claudia Gordillo, en plena faena: clasificando y ordenando las imágenes que en días posteriores estarían figurando en un salón expositivo.
Gastiazoro había decidido alojar a Claudia en su casa, después que la fotógrafa le contara de las desavenencias que recientemente ella tenía con su padre en un cruce de ideologías políticas, llegando este a despacharla de su hogar.
La artista en casa de Eva se disponía a organizar su primera exposición en Nicaragua, tras haber permanecido estudiando el arte de la imagen en Roma, Italia.
Gordillo habría ejercitado su ojo sobre las sacras edificaciones de una ciudad que había sido la sede del Papado durante toda la Edad Media, ejecutando ella un relevante trabajo fotográfico sobre el cuerpo pétreo de la iglesia Sant’Ivo alla Sapienza, un bastión contra el pecado erigido por Francesco Borromini.
Tal antecedente marcaría la senda de su muestra inicial en Managua, apuntando hacia las cúpulas y restos abandonados de la vieja Catedral.
Mientras Gordillo desplegaba una serie de imágenes sobre el piso del recinto, aparecería Carlos, dejando dormir a Eva, husmeando el quehacer de la fotógrafa, permitiendo que su fascinación por el arte alimentaran su mañana, escudriñando cada captura.
La sede de aquella exposición propuesta para Managua, sería impulsada por la Asociación Sandinista de Trabajadores de la Cultura.
La artista haría aquí su debut, sin saber en ese entonces, que su trabajo como fotógrafa documental la llevaría los próximos años a los sitios más recónditos del país, encaminada sobre los terrenos abruptos de la guerra.
El Poeta, por su parte, profeso en las creencias católicas, juntaba ese día su complacencia por la imagen, la historia, la omnipresente deidad y el espectro terrenal, encajando este último con ciertos escabrosos dominios que las letras le habían entregado.
La artista, conocedora ya del comportamiento de Carlos, charlaba en ámbito ameno con él, sin lograr fijar hasta dónde llegaría el interés del Poeta por la construcción visual que ella plasmaba.
Enterada Gordillo de la habitual renuencia del autor por compartir sus criterios estéticos en el ejercicio crítico hacia sus cercanos, no meditaba ella en tal posibilidad.
Ínclito y robusto, sobre una tabla de madera, minutos después, aparecían las líneas sobre el papel, el impulso visual acometía el nervio del Poeta.
Gordillo, en suma impresión, buscaba el orden necesario, sugiriendo la compatibilidad de las imágenes con el pensamiento.
Avanzaba un texto expositivo sin previo aviso, inesperado ante los surcos del destino.
Después de algunos capítulos de escritura, el Poeta querría descansar sus manos. Fue entonces cuando Eva, ya despierta y enterada del asunto, le exigiría al autor no detener aquel ímpetu, retomando ella el lápiz para que él prosiguiera dictándole.
El malestar y desafecto del gremio ante la preferencia del Poeta por el arte de Claudia Gordillo resonaría, manifestándose en todas las concavidades de la ciudad y en periódicos.
El galardón inesperado de la artista conllevaría al desprecio de muchos, desatando públicamente todo tipo de especulaciones desfavorables, un aperreamiento hacia su presencia.
La muestra fotográfica llevada a cabo ese año sostenía cada lámina con las letras del Poeta, entroncadas a lo que él consideraba que era: “el acercamiento más atrevido que haya emprendido en nuestro país, un fotógrafo profesional”, dando pase a una de las pocas críticas de arte que atañen a aquel ser irrepetible:
Ángeles extraordinarios que nadie vio antes de su destrucción; y que sus ojos y su cámara rescataron para este álbum y nosotros, el pueblo.
¿Cómo supo, ella, retratar en el fondo de un ventanal encendido, la figura de cualquiera? (lámina N.20). Porque este álbum es la fotografía de la “Cualquieridad”. La fotografía de lo desconocido que nos es íntimo. Como ejemplo (lámina N.23), véase los restos de pavimento que ilumina la prolongación de un campo perdido de luz; donde un árbol posa ante la sabia cámara fotográfica, aceptándose como única Vida.
Lámina 20 (izquierda) y lámina 23 (derecha) de la serie "La Cualquieridad de Claudia Gordillo
Notas:
Aguirre,E. (2016) "Panorama de la literatura nicaragüense". Repositorio Institucional UNAN-Managua.
Alfaro Roca,J.(2015) "La Postvanguardia… los tres Ernestos”.
Centeno Gómez, P.(2002) "Al Pie de la Cátedra-Carlos Martínez Rivas". Edición al cuidado del autor.
"El Frente Ventana y la Generación Traicionada" (1995) Entrevista a la fotógrafa documentalista y reportera gráfica nicaragüense Claudia Gordillo Castellón. (2024)
Entrevista a la artista plástica y curadora costarricense Zulay Soto Méndez (2024)
Maranhao, B. (2011) "Traiciones a Carlos Martínez Rivas". Edición al cuidado de la autora.