El ahora de la paz como forma de vida preexistente a cualquier acuerdo o negociación, no es una utopía, sino unas prácticas que en el presente se concretan, transforman y prevalecen: las prácticas de la paz. Interioricémoslas, practiquémoslas, expandámoslas, en ellas nos transformamos, y por ellas se concreta la vida interminable y bella en medio de la corrupción guerrerista. La paz prevalece y prevalecerá, se la busca, construye y vivencia en esta Tierra, en las estrellas y más allá, en la eternidad y más allá. La humanidad no necesita utopías, sino una pragmática de ideales; no requiere ideologías, sino conocimientos y sabiduría.
(Fernando Araya)
Es habitual denominar «paz» al resultado de negociaciones y acuerdos entre los financiadores y perpetradores de las guerras. En los días que corren, por ejemplo, se habla de un «nuevo orden mundial» y de la «paz» que se le asocia, pero conviene no ser cándidos, de lo que se trata en esas narrativas es de un cambio en la correlación de fuerzas entre los imperios, y de unas negociaciones y acuerdos para que ese cambio se consolide y determine la evolución de las sociedades y las civilizaciones en las próximas décadas. Lo que interesa es el poder, no la paz, y mucho menos la «paz esencial» que es a la me refiero en este ensayo.
Como ha ocurrido en otros momentos de la historia universal, y para no ir muy lejos, en el recientísimo siglo XX, el advenimiento del «nuevo orden mundial» y de la «paz» asociada, está marcado por el asesinato de cientos de miles de seres humanos, innumerables genocidios, desigualdades sociales, torturas, represiones, y la destrucción de la naturaleza. Es la violencia genocida la raíz del «nuevo orden mundial» y de su «paz». Los datos que lo prueban son abundantes, y pueden ser consultados en muchas fuentes confiables. La producción, distribución, consumo, exportaciones e importaciones de armamentos, incluidos los nucleares, químicos, biológicos y de destrucción masiva, evidencian que en el mundo existe un complejo militar industrial, financiado y justificado por los Imperios, y por muchos otros Estados, gobiernos y organizaciones privadas, cuya rentabilidad económica depende del número de asesinatos y de las guerras que se produzcan. Una alianza de burocracias políticas, ideológicas, empresariales, religiosas y de cooperación internacional, es el soporte de las narrativas que anuncian un «nuevo orden mundial» y no censan de hablar de paz.
Pero ese remedo de paz a la que se refieren, antesala y preparación para nuevas conflagraciones, no es la que interesa en este ensayo. Lo que este texto se propone es llamar la atención sobre la paz que en su ser es una forma de vida sin odios ni fanatismos, preexistente a cualquier negociación o acuerdo. Es esta paz la que prevalece en el ahora de la vida humana y de la naturaleza. No se trata de una utopía situada años luz de distancia, mucho menos del resultado de un concilio de poderes políticos, militares, económicos, ideológicos y religiosos, que se complementan entre sí aun cuando se presenten como adversarios irreconciliables. La paz a la que me refiero es un rasgo decisivo de las realidades humanas cuando permanecen libres de las ideologías y de los narcicismos egolátricos. La mejor prueba de la presencia de esta paz esencial es su eficacia transformadora experimentada y vivenciada al practicarla. En lo que sigue enuncio seis tesis sobre la paz en este sentido esencial, y lo hago como prolegómeno para construir una filosofía de la paz.
Primera: la paz esencial es indisociable de la dignidad humana, y las raíces de la dignidad son la libertad, el pluralismo, la autonomía, la autogestión
La paz como forma de vida sin odios ni fanatismos preexistente a cualquier acuerdo o negociación, se expresa a nivel histórico-social en los principios de la libertad, el pluralismo, la autonomía y la autogestión. Estos principios no son decretos estatales o gubernamentales, ni concesiones graciosas de los políticos e ideólogos; se trata, por el contrario, de condiciones ontológicas y antropológicas de la condición humana que operan como límites a la acción de los Estados y gobiernos, y que estos deben respetar. Sobre esa base se asienta la vigencia universal de los derechos humanos que se concreta de conformidad a las singularidades históricas de las sociedades. La vida humana y la vida de la naturaleza son plurales per se, en ideas, experiencias e intereses, y los principios del pluralismo y de la unidad en la diversidad, no hacen otra cosa más que reconocer como esencial tales circunstancias. Es por esto por lo que las corrientes ideológicas y políticas que promueven el autoritarismo, el despotismo y el centralismo, se posicionan a contrapelo de la dignidad humana, de su profundización y desarrollo.
Segunda: detener la barbarie del irracionalismo
En todas las épocas suceden cambios, pero los cambios que están teniendo lugar en la actualidad implican un cambio de época. Las coordenadas de la historia universal están modificándose de forma acelerada, y en ese contexto la vida, en sus distintas expresiones, está siendo oprimida y avasallada por el sistema-mundo militar industrial, en cuyo marco se desatan los impulsos guerreristas, egolátricos y genocidas de las irracionalidades humanas y de las sociedades irracionales. Es en el contexto de esta dramática circunstancia que desde la dignidad de la vida resulta imperativo escuchar la voz de la conciencia para decir basta a la barbarie de las guerras en curso. Desde lo más profundo de las entrañas de la dignidad humana y de la naturaleza debe exigirse el fin del sufrimiento originado en la violencia genocida, y en la opresión de las personas que padecen represiones, prisión, tortura y muerte por razones de raza, religión, ideas, género y orientaciones sexuales. Aniquilar vidas humanas, destruir los entornos naturales y las infraestructuras de ciudades y pueblos, violentar la dignidad de las personas, son actos de barbarie que ninguna narrativa de comunicación y de propaganda debe justificar.
El concepto sistema-mundo es crucial para mejor comprender el sentido de esta segunda tesis, porque se trata de que la producción, distribución y consumo de armas se hace posible en un sistema-mundo que de modo permanente alimenta egocentrismos, exclusiones y narcicismos que conducen a dinámicas sociales marcadas por la violencia verbal y física. La crítica al sistema militar industrial de los imperios y de sus redes internacionales es también una crítica al sistema-mundo que fundamenta la creación de instrumentos tecnológicos para la destrucción de infraestructuras, de la naturaleza y de la vida humana.
Tercera: vivir de tal manera que los fanatismos y los odios sean imposibles
La condición humana nos hermana en la misma raíz que es la libertad, y nos hace escuchar las voces que vienen del pasado, que se levantan en el presente y nos visitan desde el futuro, convocándonos a vivir de tal manera que los fanatismos y los odios sean imposibles (Contraportada del libro «Abandonar los fanatismos, vivir sin odio»).
Esto es la paz esencial: una forma de vida sin odios ni fanatismos donde las guerras no son circunstancias que se renuevan de manera permanente, como si fuesen eternas, sino imposibilidades históricas en un mundo plural y fraterno, signado por los conocimientos y la sabiduría, no por las ideologías. Comprendo que un mundo así no es algo que pueda realizarse de manera inmediata, quizás se requieran milenios y eternidades borgeanas para concretarlo, pero al ser pensado debe plantearse de manera constante, un día sí y otro también, a tiempo y a destiempo, como parte del camino que conduce a su realización. Es mejor plantear esto que permanecer prisionero en las narrativas ideológicas de la geopolítica del odio.
A lo largo y ancho de la historia, en el conjunto de sus dimensiones y direcciones, se ha impuesto la agresión recíproca como metodología para resolver diferencias, y de ese modo se ha desperdiciado el tiempo para la paz esencial, paz entre los humanos y paz con la naturaleza. Es por esto por lo que la historia es un gigantesco panteón donde yacen vidas violentadas, laceradas, torturadas y destruidas. En este sentido, la incapacidad para coexistir unidos en la diversidad de intereses, experiencias e ideas es la principal insuficiencia que conviene superar a fin de que la paz como forma de vida preexistente resplandezca en las sociedades humanas.
En esta época transitiva, lacerada por la violencia genocida, cuando el horror del mal pretende imponerse, es en la conciencia humana donde se encuentran los valores y principios de la dignidad, y es en la unidad de esa conciencia «con» y «en» la naturaleza, donde la vida hace patentes su gozo, belleza y grandiosidad. Apoyarse en estas dos columnas (la dignidad humana y la naturaleza) es la vía para resistir y vencer a la podredumbre guerrerista.
Cuarta: que la confusión, el sufrimiento y la manipulación mediática no nos engañen
Puede pensarse que la violencia genocida es inevitable, que las guerras son expresiones inexorables de los instintos más destructivos de la especie, que las exclusiones sociales, las gigantescas desigualdades y la destrucción de la Naturaleza, son los resultados indetenibles del egoísmo y de la voluntad expansiva de los humanos. No es así. No es inevitable. No es inexorable. La destrucción y autodestrucción no son un determinismo natural y absoluto del destino humano. Si fuese cierto semejante himno al genocidio fatal y perpetuo este texto nunca hubiese sido pensado ni escrito. Si la maldad manifestada en la destrucción de la naturaleza, en la represión y el asesinato de los humanos fuesen realidades férreamente condicionadas por el destino natural, entonces la libertad, el arte, la creatividad y el amor no hubiesen creado tanto gozo y tanta belleza en medio del sin sentido de las guerras. Que el dolor, el sufrimiento y las narrativas de la manipulación mediática e ideológica, no nos confundan, que no nos hagan olvidar la dignidad de ser humanos, ni la lucidez que nace cuando se dice no a la barbarie, no a las guerras, no a las desigualdades sociales.
Al utilizar el vocablo «desigualdades sociales» no me refiero a las desigualdades inherentes a la condición humana, sino a las originadas en mecanismos de producción y reproducción social y económica que generan de manera permanente desequilibrios y desproporciones en el uso y disfrute de las oportunidades de desarrollo. El ideal de una sociedad de oportunidades que englobe a todos los segmentos poblacionales sin exclusiones de ningún tipo es también un componente de la paz esencial.
Quinta: no violencia
Al extenderse e intensificarse la violencia y la destrucción de la naturaleza, es imperativo ofrecer una respuesta. En esa respuesta el camino de la no violencia es clave. Frente a los poderosos aparatos militares internacionales, cuyas rentabilidades económicas se mezclan con las lágrimas de la inocencia, la sangre, el sufrimiento de los humanos y la destrucción de la naturaleza, la no violencia surge como un sendero que nos retrotrae a la paz esencial como forma de vida, lo que bien se expresa en el apotegma de Mahatma Gandhi: «No hay camino para la paz, la paz es el camino». Aquí la «…paz es el camino» equivale a la paz como forma de vida sin odios ni fanatismos. Es desde la no violencia que se descubre el rostro de la paz que es y permanece aun en medio de la destrucción guerrerista, y que dice si a la esperanza, y no al sistema-mundo militar industrial. La no violencia es la respuesta a la irracional dialéctica amigo-enemigo que subyace a las interacciones humanas cuando se dejan condicionar por las ideologías pervertidas y pervertidoras que rinden pleitesía a la degradación de la violencia. Realidades como la negación de los derechos humanos, así como los múltiples obstáculos a la paz en las familias y hogares, centros de trabajo, instituciones, empresas, gobiernos y Estados, encuentran en la no violencia el imperativo ético de una vida digna donde se concreta el ideal de que cada ser humano sea libre y desde la libertad se transforme en la paz y en el sujeto de la historia.
El concepto «transformarse en la paz» es cardinal. En un sentido esencial de lo que se trata es de vivir sin odios ni fanatismos en la paz que permanece en su ser no violento. La paz, desde esta perspectiva, es un rasgo metafísico u ontológico del ser humano que prevale aun cuando ese ser humano se comporte como víctima y cómplice de sus irracionalidades.
Movilizarse desde este espíritu transformado en la paz, que se descubre y redescubre en ella, es vencer al odio sin odio, al fanatismo sin fanatismo, a la guerra sin guerra. Lograrlo es una genialidad monumental del humanismo más radical, libre y liberador en el crisol de la no violencia.
Sexta: el ahora de la paz que en su ser es, permanece y transforma
Es urgente fortalecer y desarrollar la esperanza como resistencia y como victoria de la Vida en el presente, donde se experimentan las alegrías, los gozos y la belleza de la dignidad humana y de la naturaleza. Esto es lo que se realiza en el ahora de la paz como forma de vida, no se trata de algo situado en un lejano futuro, sino de unas prácticas que en el presente se concretan, transforman y prevalecen: las prácticas de la paz. Compasión, generosidad, fraternidad, cooperación, libertad, justicia, unidad, verdad y concordia en la diversidad. Interioricémoslas, practiquémoslas, expandámoslas, en ellas nos transformamos, y por ellas se revitaliza la vida interminable y bella en medio de la corrupción de las guerras. A la vida no la mata la muerte buscada por el sistema-mundo militar industrial. La vida nunca muere porque en un sentido profundo permanece en la correlación y unidad de la vida y la muerte. Que cada ser humano se transforme en la paz esencial. Esa paz que es, prevalece y prevalecerá, y que cada día se la busca, construye y vivencia en esta Tierra, en las estrellas y más allá, en la eternidad y más allá.
En este punto es imperativo abandonar y superar el concepto de utopía según el cual el ideal es algo lejano, a siglos y milenios de distancia, sin existencia real, que inspira la acción presente desde un horizonte vaporoso e irrealizable. Entendida de esta manera la utopía es una trampa del sistema-mundo utilizada para desorientar y engañar, porque convierte el ideal en algo imposible, y a quienes lo proclaman en unos utopistas ingenuos, incoherentes y mal intencionados. De lo que se trata, por el contrario, es de concretar el ideal en el presente de la resistencia y de la victoria, de la vida en todas sus manifestaciones. Este es el ahora de la paz esencial que en su ser es, permanece y transforma, y que se la experimenta en sus prácticas, cualquiera sea el momento histórico, o la circunstancia de las guerras y de las violencias genocidas. No son utopías lo que la humanidad requiere, sino una pragmática de ideales capaz de concretar en el presente las prácticas y realidades de la paz. No son ideologías lo que necesitan nuestras sociedades, sino conocimientos y sabiduría.