Hace 140 años, Claude Monet (1840-1926) comenzó su estancia en la comuna de Giverny, al norte de París, afirmándose definitivamente como un catalizador del concepto de una pintura descentralizada mediante series inspiradas en los jardines que creó para su investigación y deleite.
El crítico de arte, Juan Carlos Flores Zúñiga, sostiene en el presente artículo que Monet consolidó en Giverny, que fue tanto una suerte de prisión autoimpuesta como un espacio único de experimentación, una propuesta pictórica protomoderna donde ningún aspecto de la pintura domina a otro, creando un estilo de pintura total que influyó tanto en el expresionismo abstracto como en movimientos posteriores.
En la primavera de 1883 Claude Monet se trasladó a vivir definitivamente con su familia de ocho hijos a Giverny, un adormilado pueblo de 300 habitantes bordeado por el Río Sena en la frontera con Normandía.
El artista era relativamente desconocido y su situación económica aún precaria. Eligió, sin embargo, alejarse del entorno cultural parisino y del movimiento pictórico del cual fue líder y al que dio nombre diez años antes con su obra Impresión, amanecer.
Monet se enamoró de la casa y el jardín que alquiló entonces y que luego pudo ampliar grandemente tras comprar la propiedad en 1890, gracias al éxito que tuvo su marchante Paul Durand Ruel con la venta de sus obras y las de otros artistas en los Estados Unidos a partir de 1885.
En 1890 el impresionismo en París aún no gozaba de credibilidad, pero en solo diez años se transformó en el estilo artístico de Francia y por primera vez se celebró a Monet como el gran pintor nacional. Mucho de esto se debe a Durand Ruel.
En Giverny, Monet creó un jardín japonés para contemplación y relajación y una laguna que llenó de nenúfares o lirios acuáticos cruzada por un puente arqueado. Escribió entonces:
Mi jardín es mi más hermosa obra maestra. Trabajo en mi jardín todo el tiempo con amor. Lo que más necesito son flores. Siempre. Mi corazón está siempre en Giverny, tal vez porque debo a las flores el haberme convertido en pintor.
Fue en ese lugar donde vivió por espacio de cuarenta y tres años, y disfrutó finalmente del reconocimiento de la crítica y el éxito comercial por la venta de sus obras. Pero también esta propiedad fue la fuente principal de inspiración para las últimas tres décadas de su vida.
Este período de su vida y carrera le permitió realizar un cambio conceptual que revolucionó su obra y dejó un legado para las siguientes generaciones de artistas, especialmente a partir de sus series de nenúfares o lirios acuáticos que he podido apreciar in situ tanto en los jardines de Giverny como en los museos de París y Nueva York.
Impresión y pérdida
El movimiento impresionista, del cual Monet era líder principal, se había enfocado inicialmente en pintar al aire libre desafiando los cánones académicos, para representar la impresión visual subjetiva del artista con respecto al sujeto o realidad que observaba enfatizando la atmósfera luminosa que lo rodeaba.
Pero cuando muere su primera esposa y modelo, Camille, en 1879, el trabajo de Monet cambia enfocándose más en experimentar el flujo del tiempo y los efectos de la atmosfera y personalidad que influyen en el tema de la obra. Su preocupación por la modernidad cede a su creciente interés en las atmosferas y el entorno.
Un ejemplo de ello son sus series de Almiares o montones de trigo formados en los campos después de la cosecha que pintaba en diferentes momentos a través del día. Estos estudios sobre los efectos de las variaciones de estado anímico, de la luz y de la atmósfera continuaron con su serie desarrollada entre 1892 y 1895 sobre la Catedral de Rouen.
Los resultados fueron docenas de telas de un colorido brillante y un poco exagerado que constituía un registro de percepciones acumuladas. «Lo que quiero es reproducir lo que se encuentra entre el motivo y yo», dijo Monet en 1895. O como declaró en otra oportunidad, «quiero hacer arquitectura sin usar líneas o contornos».
Origen de las series
¿Por qué Monet se sintió tan atraído por la idea de desarrollar series pictóricas? Los estudiosos indican dos factores: primero, aún antes de 1890, Monet había retornado a ciertos motivos, como acantilados, puentes, campos agrícolas y ríos. En segundo lugar, la luz en la naturaleza está en constante cambio, pintar el movimiento de la luz era una forma de realismo.
Además, las series desafiaban la pintura académica con su precisión lineal y estructura fija y reforzaban el argumento de los impresionistas sobre la naturaleza cambiante y atemporal.
Es en la naturaleza que Monet descubrió, paradójicamente, una forma de estar comprometido con el cambio, como modernista, y demostrar su insatisfacción con la vida moderna.
Sus series hasta esta etapa están marcadas por una lucha entre la luz natural y otra luz identificada con la religión. Monet era claramente republicano y ateo como muchos de los impresionistas. Nunca entraba a las catedrales que pintaba hasta que su obra estaba muy avanzada.
La luz que representaba disolvía la estructura del edificio suavizándolo como si la luz natural transformara la religión en algo orgánico, convirtiéndola en una forma natural. Para Monet la naturaleza reemplaza a la iglesia organizada mientras él se convierte en su principal sacerdote.
Retiro edénico
Es evidente en la obra de Monet la huella dejada por la pérdida y la desilusión, no obstante, había dejado de pintar gente desde 1890. Estaba muy molesto con su país por el affaire Dreyfus que estalló en 1898 y Giverny le ofreció un retiro a su propio mundo edénico.
A su dolor y desilusión se suma la muerte en 1911 de su segunda esposa, Alice, seguida de la muerte de su hijo Jean, y el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914. Afectado por todas estas pérdidas, Monet cesa prácticamente de pintar.
Pero entonces, su amigo, el estadista francés George Clemenceau, le pide que desarrolle una obra que levante al país de la pesadumbre creada por la gran guerra en la que murieron millones. Monet se resiste alegando que está muy viejo, pero su amigo logra levantarlo de su luto animándolo a pintar lo que Monet llamó luego «la gran decoración».
Es cuando concibe una serie de paisajes acuáticos secuenciales, basados en los recursos que ofrecían sus jardines en Giverny que deberían situarse en dos salas ovales como un mundo dentro del mundo.
Monet experimentó una transformación que dejará un legado sin precedentes en otros movimientos artísticos como el expresionismo abstracto, el pop y el minimalismo. Lo hace abandonando el enfoque del impresionismo de representar la percepción subjetiva de la luz y la atmósfera y capturando en su lugar el espacio y el tiempo, un mundo dentro del mundo.
Con ese propósito, construye un nuevo estudio con un muro de vidrio a través del cual ve el jardín y se mueve con un caballete portable para capturar la luz y perspectiva cambiante de sus nenúfares. No dejará de trabajar en estas pinturas hasta el final de su vida.
Nenúfares para la paz
Monet ofreció al Estado francés sus paneles de nenúfares como un símbolo de paz poco después del armisticio del 11 de noviembre de 1918.
Los lirios acuáticos fueron instalados de acuerdo con el plan de Monet en el Museo L’Orangerie en 1927, pocos meses después de su muerte.
El conjunto tanto en dimensiones como en concepción acompaña al espectador a lo largo de casi cien metros lineales que develan un paisaje salpicado con los lirios acuáticos o nenúfares, ramas de sauce, reflejos de árboles y nubes, creando en palabras de Monet: «la ilusión de un todo sin fin, de una ola sin horizontes y sin costa».
El Museo de L’Orangerie cerca de la plaza de la Concordia en París, alberga ocho composiciones basadas en los lirios de agua pintadas por Monet en varios paneles ensamblados con la misma altura (1.97 m), pero diferentes en longitud, para que puedan ser colgados conforme a los deseos de Monet a lo largo de las paredes curvas de las salas ovaladas.
El concepto de la instalación nos permite como espectadores disfrutar de dos zonas tonales diferentes pero complementarias: escenas del amanecer al este y del atardecer al oeste en un continuum de tiempo y espacio materializado. Las salas reciben luz natural desde los techos ovalados sin afectar la atmósfera.
El primer salón consta de cuatro composiciones que muestran los reflejos del cielo y la vegetación en el agua, desde el amanecer hasta el atardecer, mientras en la segunda sala las pinturas se caracterizan por contrastes creados por las ramas de un sauce llorón alrededor del margen del agua de la laguna.
Legado imperecedero
Esta serie en particular ha impactado a artistas identificados con el expresionismo abstracto como Mark Rothko y Jackson Pollock, artistas pop como Andy Warhol en sus retratos repetidos con distinta luz y atmósfera y muchos minimalistas que usan la misma técnica de la serie de Monet exhibida de manera permanente en el Museo parisino L’Orangerie.
No obstante, dicho museo ha expuesto en distintas ocasiones pinturas claves de artistas como Jackson Pollock, Mark Rothko, Barnett Newman, Clyfford Hill, Helen Frankenthaler, Morris Louis, Philip Guston, Joan Mitchell, Mark Tobey, Sam Francis, Jean Paul Riopelle y Ellswoth Kelly que permiten redescubrir la influencia del maestro de Giverny y su serie de lirios acuáticos con la escuela de arte abstracto de Nueva York.
Monet fue definitivamente un catalizador al dar a luz el concepto de una pintura descentralizada, en sus series, donde ningún aspecto de la pintura domina a otro, creando el estilo de una pintura total. No obstante, las dos salas en L’Orangerie que contienen su serie de ocho pinturas murales evocan el símbolo de lo infinito considerando que las pinturas representan el ciclo de la luz a través del día.
Monet quería que su serie sirviera también para llevar sanidad a las personas heridas. Quería que los visitantes fueran capaces de sumergirse completamente en las pinturas y olvidaran el mundo exterior, así como él lo hizo en Giverny para sublimar su dolor, pérdida y desilusión. Su deseo era ofrecer belleza a las almas heridas.