Ila Coronel es un joven fotógrafo cuyo nombre «Ila», derivado del sánscrito y que significa «tierra», encaja a la perfección con su manera de contar historias y capturar momentos a través del ojo penetrante de su cámara.
Nació en Guayaquil, la ciudad más grande y poblada de Ecuador que, gracias a su puerto marítimo, ha experimentado un desarrollo comercial, por el que se la conoce como «La Perla del Pacífico». Ila nació en los suburbios y creció en el bullicio de la metrópolis y la Bahía, en la parte más poblada de la ciudad donde su padre vendía cámaras.
Como él mismo cuenta, aunque su padre le había regalado una cámara siendo él niño, su interés y su vocación por la fotografía se manifestaron muchos años después, a los 22 años, cuando ya estaba casado, tenía dos hijos y residía en otra ciudad. Lejos de la confusión y leyendas del Guayas (se cuenta que el Cacique Guayas y su esposa Quil lideraron las fuerzas de resistencia nativa y fueron grandes guerreros. Capturados por los españoles, prefirieron morir antes que ser prisioneros: con una estratagema Guayas pidió un cuchillo para poder sacar un tesoro, en cambio lo clavó en el corazón de Quil y luego en el suyo propio, es de ahí que se fue llamando la ciudad Guayaquil), comenzó a capturar momentos cotidianos, primero en su entorno familiar íntimo y luego expandiéndose a su ambiente externo.
Este joven artista no se considera a sí mismo como tal, prefiere considerarse comerciante con vocación de fotógrafo; sin embargo, no cabe duda de que el talento está presente en toda su obra, sus fotografías se publican en las mejores revistas internacionales de fotografía.
En la actualidad ha elegido vivir en Sígsig, un cantón de la provincia del Azuay, ubicado a unos 60 kilómetros de la capital Cuenca, cuya economía se basa principalmente en la agricultura y la artesanía. En esta espectacular región andina, rica en recursos naturales, arqueológicos, arquitectónicos y artísticos, se ha asentado desde la época prehispánica una comunidad portadora de un conjunto de valores y tradiciones que la hacen diferente a otros pueblos. En Sígsig se producen artículos de paja toquilla, cerámica, ropa, jarabes enlatados, productos de madera, instrumentos musicales como guitarras, bandolas, charangos, deliciosos quesos y su bebida tradicional se llama canario. Además, las sugerentes ruinas de Chobshi, Shabalula, Cueva Negra, son mensajeras de antiguas culturas: un conjunto urbano de templos, plazas, casas de gruesos muros encalados, tumbas decoradas, edificios antiguos rodeados de balcones, una multitud de característicos patios, conforman el lugar evocador y mágico.
Es por eso que este rincón del mundo se ha convertido en fuente de inspiración para la obra de Ila, quien está tan arraigado en el cosmos encantado de la cultura sigseña hasta fundirse integralmente en ella, como se puede desprender de sus planos hechos de belleza, color, armonía y sobre todo conexión con el elemento natural.
Una de las obras más extraordinarias de nuestro fotógrafo es Los Sucos de Sarar realizada el 2015 y expuesta en el Museo Fotográfico de la Humanidad.
Se trata de una serie de imágenes «SUCOS», donde el artista crea el sueño genético de un mundo formado por rubias de ojos claros, absolutamente fuera de lugar en un contexto como el andino, de mujeres y niñas de piel oscura y ojos intensos y profundos. La transparencia de los ojos azules, el color claro de la piel, el pelo dorado, dan a estas fotos una estructura de hiperrealidad, porque su misma imagen es una mentira, no porque estas rubias no existan, sino porque en una etnia especial como la suya, cuyo andamiaje sociocultural nos enseña que sólo pueden ser pobres y necesitados (porque así son los pobres: oscuros, latinos y grotescos), Ila trastorna la razón y les otorga a la pobreza y la necesidad características genéticas opuestas, incluso con rasgos arios, casi un Nazi-fascismo al revés, es decir, que el hombre blanco debe mirarse a sí mismo y meterse en su pellejo para tratar de comprender lo doloroso que es la pobreza. Es como si dijera: ¿y si te pasara a ti? ¿Qué tal te sentirías?
Pero en el portafolio de Ila también hay imágenes de esos lugares con gente real, con su propia piel, ambientados en su entorno natural, que realizan sus oficios habituales, tejiendo canastas, haciendo sombreros de paja toquilla, con sus variegadas y espectaculares vestimentas tradicionales.
Y estas caras contrapuestas a la realidad, o más bien a la posibilidad de otra realidad, atrajeron a una importante marca como ‘Vogue’ que quiso ser representada por estas originales tomas llenas de belleza.
¿Ila, por qué esperaste 22 años antes de tomar una cámara? ¿Qué evento te inspiró?
Parto siempre de la idea de evolucionar en mi vida, es decir, que tengo mucho que aprender y aceptar que los cambios realmente puedan traer algo mejor a mi existencia. Antes era músico y tenía mis aficiones, pero cuando me casé, lo dejé y me convencí de que a veces hay circunstancias en las que renunciar a algo puede traer un bien mayor.
¿Por qué decidiste cambiar de ciudad y mudarte a un pueblo lejano de la civilización moderna?
Mi padre nació en Sígsig, en un pueblecito mágico y con mucha historia. Tenía solo 10 años, sin exagerar, cuando conocí a mi esposa y este lugar nos fascinó a los dos, así que cuando nos casamos, decidimos quedarnos en este pueblo lleno de belleza, naturaleza e historia. Hay algo en este lugar que siempre me ha llamado la atención, sin duda serían las historias que nos contaban nuestros abuelos cuando éramos pequeños. Lo aprendí todo y conozco las tradiciones, las costumbres y lo que no se aprende en los libros y que te permite improvisar en la vida, muchas veces con acierto. Lo que más cuenta para mi es valorar las raíces de mi viejo y las de mi esposa y se las quiero transmitir y contar a mis hijos.
¿Cómo pasas el día en Sígsig? ¿Cuántos habitantes sois?
Es un cantón que está creciendo mucho por las migraciones, lo cual es positivo para nuestra economía. Si no estoy en mi trabajo, estoy en alguna manifestación cultural, ya sea de mi pueblo, ya sea de alguna institución que esté interesada en trabajar por nuestra cultura, no solo en la cabecera del cantón, sino también en muchas parroquias, comunidades o caseríos.
Recientemente fuiste a Italia para una importante exposición en la Galleria della Pigna de Roma con otros artistas ecuatorianos ¿Qué despertó en ti esta experiencia?
Como artista todo fue un sueño, que despertó en mí el deseo de seguir creando y creyendo. Agradezco a Gladys Rosado la invitación a Italia y a Alexandra Tercero. Ambas se han comprometido en valorar el trabajo de muchos ecuatorianos como yo, sentando las bases para cooperaciones futuras entre artistas ecuatorianos e italianos. He apreciado mucho también la participación del público que acudió a la bella manifestación. Estoy seguro de que gracias a este encuentro se pueden crear conexiones mágicas con otros mundos y otros artistas y puedan nacer nuevas obras. También es interesante enseñarles a quienes supieron apreciar nuestro trabajo, otras imágenes poéticas que traigan aquí la esencia de mi cantón Sígsig.
¿Qué compromisos artísticos persigues en este momento?
Poder crear algo concreto, algo material para trabajar en las comunidades usando la fotografía como conexión entre niños y jóvenes.
¿Cuál es el sueño que te gustaría realizar?
Mi mayor anhelo artístico sería crear un museo itinerante que no tenga mucho pero que esté equipado con las mejores tecnologías para que se le pueda enseñar a la gente el valor de nuestra cultura, llevando el mismo museo un mes para un lado y un mes para el otro. Y en lo personal, mi sueño sería poder manejar mis emociones de una forma positiva para saber despedirme de la vida sin hacerle daño a nadie, para mis hijos, para mi esposa y para mi madre.