Hace apenas semanas, «surfeando» en Internet, me encontré con un video filmado muy recientemente en la Estación Biológica de Rancho Grande. Mostraba el área del edificio perteneciente al Instituto Nacional de Parques (INPARQUES) en total abandono. Dos banderas se mostraban tristes, la de INPARQUES y la de Venezuela, ni siquiera ondeaban por la falta de viento. Ventanas y marcos destruidos, varias habitaciones invadidas por plantas y murciélagos. Muy similar a mis recuerdos de las primeras veces que visité al edificio, a mediados de 1970.
Recién comenzaba mi cuarto semestre universitario; cursaba la que sería una de mis materias favoritas, entomología. Desde niño había estado leyendo sobre insectos, pero carecía del conocimiento que se adquiere al recolectarlos y manipularlos. Esta materia me ofrecía ese discernimiento práctico. Comencé a contactar a los profesores de la materia, les comenté de mi interés, me abrieron las puertas del Departamento de Entomología, muy especialmente Francisco Fernández Yépez (1923-1986). Eventualmente se convertiría en guía y tutor.
Hasta ese momento yo había realizado excursiones a diversos lugares de Venezuela. Esto me motivó a inscribirme en el Centro Excursionista Universitario (CEUM), cuyo periódico (El Natural) algún día yo crearía y cuyos primeros números yo escribiría completamente. Sin embargo, en esas excursiones, aunque me había deleitado con paisajes, ambiente y la observación de animales, incluyendo insectos, por supuesto, nunca los había recolectado. Uno de nuestros compañeros de clase, Iván Jaspe, también emocionado estudiante de la materia y con conocimientos entomológicos, me comentó de la existencia de Rancho Grande.
Parte de ese edificio, en medio de la selva nublada, a menos de una hora de nuestro núcleo universitario, era la sede de la Estación Biológica de Rancho Grande, perteneciente al Ministerio de Agricultura, y luego de 1974 al Ministerio del Ambiente. Había sido fundada en 1950, a instancias del respetado naturalista y botánico Henri Pittier. En la sección completamente opuesta a esa estación gubernamental, en el tercer piso, funcionaba la Estación Biológica de la Universidad Central de Venezuela, utilizada no con tanta frecuencia por el Departamento de Botánica, y un poco más frecuente por el Instituto de Zoología Agrícola, especialmente por algunos de los entomólogos que nos daban clases.
Uno de esos primeros días como estudiante de entomología, el amigo Iván, habiendo conseguido permiso para visitar la estación, me invitó a la misma, para pasar la noche recolectando insectos que llegaban a la luz de mercurio. Quizás con un poco de suerte, en la mañana podríamos caminar por la selva y llegarnos al Paso Portachuelo, a poca distancia de la estación. Esta vía migratoria de numerosos insectos y aves había sido explorada en detalle por William Beebe (1877-1962), quien había convertido al entonces abandonado edificio, en estación biológica veraniega de la Sociedad Zoológica de Nueva York, durante los años 1940.
Atravesar el bosque por la zigzagueante carretera y entrar a los predios del edificio, fue una tremenda experiencia. La tarde estaba algo nublada, parecía que entrabamos a un lugar misterioso. Subimos a la estación de la universidad, dejamos nuestros morrales en la entrada, fuimos a uno de los laboratorios, saludamos a un par de estudiantes quienes habían llegado antes que nosotros y salimos a explorar el edificio. Entre las dos partes remodeladas del edificio, había numerosas habitaciones nunca finalizadas, ni utilizadas. En el primer piso, del lado del Ministerio, visitamos una enorme cocina, en desuso. Varias de las habitaciones estaban invadidas por plantas, artrópodos, murciélagos, pequeños réptiles. Un riachuelo cruzaba el centro de la zona curva del edificio. La noche cayó rápido, comimos las vituallas que habíamos traído. Juvenal Salcedo, excelente y recordado técnico del museo entomológico del instituto había preparado café y amablemente nos lo ofreció. Frente a la luz de mercurio, una lona no muy blanca reflejaba la luz hacia el vacío. Teníamos luna nueva. Curiosos, no dejábamos de preguntarle a Juvenal que era cada insecto que él recolectaba. Nosotros tratábamos de recolectar lo que él nos indicaba.
Terminamos acostándonos a eso de las 2 de la mañana, ya Juvenal hacía rato que roncaba en su cuarto. Poco después de las 6 de la mañana nos despertamos somnolientos, oliendo café recién colado. Había que regresar a la Universidad, teníamos clase a las 9 am. Aquella noche, aquella experiencia, ese edificio, marcarían el comienzo de mi carrera como entomólogo.
¿Pero, que hacía este edificio parcialmente abandonado en medio de esta selva nublada? Juan Vicente Gómez (1857-1935) fue un dictador autoritario venezolano quien gobernó al país desde 1908 hasta su muerte en 1935. Si algunos méritos debemos concederle es haber conformado un Estado moderno, eliminar a los caudillos y sus guerras civiles, cancelar la deuda externa de la nación y haber ejecutado numerosas obras públicas relevantes.
Durante sus primeros años de mandato, Gómez intensifica su interés en la agricultura y la ganadería (él había sido exitoso productor cafetalero en su natal Táchira), transformándose en propietario de grandes extensiones de tierra en la ciudad de Maracay y sus alrededores. Aunque Caracas era (y es) la capital de Venezuela, es en Maracay donde decide instalarse y despachar los asuntos de gobierno. La situación geográfica de este pueblo, en el centro del país, cercano a Caracas y a la entrada a los Llanos, estimuló a Gómez a convertirlo en una gran ciudad, digna de ser la capital de facto.
Al lado de su casa, en El Castaño, al noreste de Maracay, construye un zoológico. Pronto se inaugura un hipódromo y luego un circo-teatro. Se repara y amplía la carretera entre Villa de Cura y San Juan de los Morros. Instalaciones militares y cívicas comienzan a ser develadas. En 1917 se eleva a Maracay como capital de Estado. Se construye la plaza Bolívar (la más grande de Venezuela, por cierto) y el Hotel Jardín.
Durante los 1920 se viene desarrollando tremendamente la industria petrolera venezolana. A fines de esta década y comienzo de la siguiente, vemos un gran auge en la construcción de la infraestructura turística del país. Muchas de estas inversiones se dan en Maracay. Consolidada la ciudad como centro del poder político y militar, se hace necesario construir un puerto internacional para no depender de La Guayra o Puerto Cabello. Turiamo, a unos 35 kilómetros de Maracay, es una bahía de aguas profundas ideal para tal fin.
Turiamo contaría con un puerto libre, playas, hoteles y recreaciones, moderno urbanismo. Una nueva ciudad costera, al este del puerto, lo acompañaría. Al oeste, estarían las instalaciones turísticas del futuro Balneario de Turiamo. Una refinería petrolera con un oleoducto surtiría el producto a los barcos tanqueros para su exportación. Esta zona costera se conectaría con Maracay gracias a una carretera, un cable aéreo y un servicio de hidroaviones.
A mitad de camino entre Maracay y Ocumare, en medio de la exuberante vegetación que cubría la región montañosa que la carretera atravesaba, a unos 22 kilómetros de Maracay y 1100 metros de altura, a poca distancia del abra geográfica de Portachuelo, y desde donde podría divisarse la ciudad de Maracay, el Lago de Valencia, y en días despejados, los Morros de San Juan, se encontraba el punto llamado Rancho Grande. Parte de una vieja hacienda cafetalera, era lugar de descanso obligado, donde el dictador había alguna vez pernoctado. Allí se había instalado el campamento del Ministerio de Obras Públicas desde donde se dirigió la construcción de la carretera. No fue difícil convencer a Gómez para construir justo allí un hotel que contase con todas las comodidades requeridas para atender al turismo y a quienes quisieran venir a visitar al máximo dirigente de la nación.
La construcción le correspondió al ingeniero francés André Potel, quien había coordinado obras en Maracay. Se comenzó a construir el edificio en forma de hoz (semejante a un signo de interrogación) en 1933. Aunque el futuro hotel estaba muy adelantado, al morir Gómez el 17 de diciembre de 1935, es abandonado. Hecho sin duda algo positivo. Haber desarrollado el hotel habría sido nefasto para la fauna del lugar y la migratoria que cada año pasa por el cercano Paso Portachuelo. Habría promovido un verdadero desastre ecológico.
El geógrafo y botánico Henri François Pittier (1857-1950), residenciado en Venezuela desde 1917, quien coordina investigaciones y estudios agro-botánicos en el país, había insistido ante el gobierno para que finalmente el sucesor de Gómez, el presidente Eleazar López Contreras (1883-1973), declarara una sección de la cordillera de la costa como Parque Nacional en 1937. Esta, la primera zona protegida del país sería conocida como Parque Nacional de Rancho Grande.
El reconocido ornitólogo estadounidense Alexander Wetmore (1886-1978), de visita en Venezuela ese año, y alojado cerca del abandonado edificio, reconoció su potencial como base para investigaciones, observando y recolectando aves alrededor del mismo. Tiempo después, sería reconocido por Jocelyn Crane (1909-1998) como un lugar perfecto para establecer la estación Biológica de Verano de la Sociedad Zoológica de Nueva York, dirigida por William Beebe durante los años 1945, 1946 y 1948. Abandonado de nuevo, el edificio se convertiría en la Estación Biológica y Museo de Flora y Fauna Henri Pittier, mejor conocido como Estación Biológica de Rancho Grande, fundada en enero de 1950, a instancias del Ministerio de Agricultura y Cría (MAC), por el zoólogo alemán Ernst Schäfer (1910-1992).
La estación, tanto en los tiempos de Beebe y como con Schäfer, funcionaría en la sección originalmente planificada para usos comunes, al oeste del edificio. El área curva del edificio, donde habrían estado las habitaciones permanecería literalmente abandonada. Una vez establecida la estación, con Schäfer dirigiéndola, investigadores de la Facultad de Agronomía (FAGRO), a la entrada de El Limón, comienzan a frecuentar el lugar, pero se alojan para sus investigaciones y recolectas, en una casa al sur de la estación. Apoyados por el Decano de la FAGRO se encarga al profesor Alberto Fernández Yépez (1918-1970) para gestionar, ante el MAC, que se les permita el uso de un laboratorio de la estación. El MAC mostró poco interés en compartir la estación con ellos, pero ante la insistencia de la Universidad, decide otorgarle en 1959, en el extremo más occidental del edificio, cuatro habitaciones inconclusas sin servicio eléctrico, ni aguas blancas, ni aguas negras. Las mejoras a esta sección quedarían a cargo de la universidad.
Con el apoyo inicial del Ministerio de Obras Públicas, y posteriormente del Consejo de desarrollo Científico y Humanístico de la UCV, se concluiría el proyecto de remodelación de esa sección, la Estación Biológica de Rancho Grande de la UCV, en 1965. Esta estación comenzaría a funcionar entonces, con AFY dirigiéndola. Lo sucedería su hermano Francisco. Investigadores, principalmente de la Facultad de Agronomía, algunos estudiantes, e investigadores extranjeros, utilizarían estas instalaciones de manera más o menos intermitente. El Museo propiedad del MAC y luego del Ministerio del Ambiente y los Recursos Naturales, sería mudado a la frontera sur de parque, y su sección del edificio básicamente abandonada. Un par de obreros se mantuvieron por algún tiempo cuidando dichas Instalaciones. La sección del edificio entre el antiguo Museo y Estación del MAC y la Estación de la UCV estaba a merced de la fauna y la flora del área. Así la encontré en mi primero y posteriores encuentros con el edificio, durante mis tiempos de estudiante universitario, para recolectar material que sería depositado en el Museo del Instituto de Zoología Agrícola. Mi última visita entonces sería poco antes de irme en 1982 a los Estados Unidos a realizar mi maestría. Fue por esta época, entre 1980 y 1982 que hice amistad con el botánico Andy Field (1955-1984), quien realizaba investigaciones para su tesis con los enormes arboles niño. Quisiera pensar que Andy es hoy, de alguna manera, parte del edificio y del bosque.
A partir de 1984 comienza una época de mucha actividad en la estación, con aumento significativo de estudiantes de pre y postgrado, pero también de bachillerato, realizando investigaciones diversas. Institutos educativos de toda Venezuela llevan a sus estudiantes a estudiar la biota y los ambientes del Parque Nacional Henri Pittier, usando como base la estación de la UCV. Con el apoyo de INPARQUES y la Sociedad Científica Amigos del Parque, y por supuesto la Facultad de Agronomía, se hacen algunas remodelaciones, se conecta la electricidad (antes se generaba electricidad mediante el uso de una vetusta planta eléctrica) y el uso de buena parte del edificio. Grupos de turistas y observadores de aves visitan con frecuencia a la estación. Yo regresé a Venezuela a fines de 1985 y luego de una no muy agradable experiencia laboral con una empresa de agroquímicos, comencé mi doctorado en el Postgrado en Entomología en la UCV en Maracay. Sin dudarlo, me integré a apoyar al entonces director de la estación, el recordado amigo, Alberto Fernández Badillo (1948 - 2022). En 1987 se nombra a la estación en honor a su padre, Alberto Fernández Yépez. Esa época de febril actividad culminará en 1995 con el retiro de Alberto quien fuera su director desde 1982 (entre 1982 y 1984 habría compartido el cargo con otro investigador del Instituto de Zoología Agrícola, pero designado como único encargado desde 1984). Luego de su partida, se reducen notablemente las actividades de la estación.
El deterioro de la nación, sin duda ha acelerado el deterioro de las ciencias en Venezuela. Esto es fácil de notar en numerosos ámbitos científicos y académicos del país. La estación Biológica de Rancho Grande, tanto la perteneciente a INPARQUES como la de la UCV, no han podido escapar a tan lamentable situación. ¡El viejo edificio de la estación hoy vuelve a ser reclamado por el bosque nublado que lo circunda… quizás sea lo mejor!
Notas
Beebe, C. W. (1949). High Jungle. Nueva York: Duell, Sloan and Pearce. 379 pp.
Crane, J. (1945). Shopping for a Jungle. Animal Kingdom. 47: 3- 13.
Fernández Badillo, A. y González, J. M. (2021). Alberto Fernández Yépez (1918-1970): mastozoólogo y ornitólogo venezolano. Anartia. 33: 77-87.
González, J. M. (2010). Ernst Schäfer (1910-1992) – from the mountains of Tibet to the Northern Cordillera of Venezuela: a biographical sketch. Proceedings of the Academy of Natural Sciences of Philadelphia. 159: 83–96.
González, J. M. (2011). Del Tíbet a Rancho Grande. A 100 años del nacimiento del investigador Ernst Schäfer. Revista Museos.Ve. 1(3): 20–22.
González, J. M. y Fernández Badillo, A. (2020). Francisco Fernández Yépez (1923-1986). Entre el vuelo de las mariposas y la sencillez de la sabiduría. Biografía y bibliografía comentada. Anartia 30: 49–61.
Manara, B. (1983). Nuestro Primer Parque. Caracas: FENACUP. 48 pp.
Sánchez, Javier y Bisbal, F. J. (2002). Museo de la Estación Biológica de Rancho Grande. Memoria de la Fundación La Salle de Ciencias Naturales. 158: 5-28.