Hace unos días, uno de los impresentables de la política mexicana, el bufón y merolico disfrazado de diputado Gerardo Fernández Noroña chilló otro de sus discursos, ultranacionalistas. Desde la tribuna del Congreso mexicano llamó a declarar los Estados de California, Arizona, New Mexico, Texas y otros territorios ocupados militarmente, exigir el retorno a México de los territorios cedidos en el Tratado Guadalupe Hidalgo (1848) y/o dar a los inmigrantes, legales e ilegales, mexicanos en EE. UU. la nacionalidad americana.
Detenerse a pensar, escribir y leer sobre las ideas del noroñismo es una terquedad, sin embargo, en esta ocasión sirven para introducir una de las piedras angulares del triste y enfermizo nacionalismo mexicano. A saber, un espíritu antiyankee con el corazón en la Guerra de 1846-1847 donde los «Estados Unidos Mexicanos» perdieron sus provincias del norte en favor de los Estados Unidos de América. En México tanto de la izquierda revolucionaria, autodenominada antiimperialista, como los conservadores, ultramontanos e hispanistas, comparten un desprecio hacia nuestro vecino del norte, su política, su presencia e influencia en nuestra vida y cultura. Es verdad que los mexicanos no llegamos a la ridiculez de Argentina frente a las Islas Falkland, (donde se habla inglés), pero sí se nos enseña a fruncir el ceño frente a los americanos.
Dos cosas deben decirse del sentimiento antiyankee del nacionalismo mexicano. En primer lugar, que ante los lazos económicos, culturales, sociales y familiares que existen entre ambas naciones, es una gran hipocresía. Segundo, apelar a la Guerra de 1846-1847 como una de las afrentas sufridas por México es ridículo. Es verdad, en 200 años de relaciones diplomáticas han existido afrentas de los EE. UU. a México, por ejemplo el apoyo del entonces embajador a los golpistas contra el presidente Francisco I. Madero o su apoyo a la dictadura, blanda, del PRI durante el siglo XX. Hasta parece que los EE. UU. quieren democracia dentro de sus fronteras y de las naciones que considera sus iguales, mientras que, para las demás naciones impulsan dictaduras que detengan las «pasiones» de «esas personas» y protejan los intereses económicos de América.
Sin embargo, la narrativa nacionalista mexicana, con respecto a la guerra entre México y Estados Unidos es ridícula. Pareciera que sentimos envidia pues ellos quedaron con la parte pavimentada; olvidamos quiénes la pavimentaron. Nos rasgamos las vestiduras tricolores mientras lloramos al cielo: «nos robaron la mitad de nuestro territorio». Se nos olvida que entre las palabras y los hechos hay un tramo, que entre las reclamaciones territoriales y el control de este hay una brutal diferencia.
John Locke justificaba la propiedad, privada, en el uso y transformación. México solo tenía esos territorios de nombre.
México no perdió territorio, porque no era dueño de nada, carecía del control real y del uso de esas tierras. Resultado del desinterés de la corona española y el virreinato de la Nueva España, la destrucción que implicó la Guerra de Independencia, la catastrófica consumación de la independencia y el paupérrimo protoestado o cuasiestado mexicano que se tuvo de 1820 a 1867.
Vamos por partes. Geográficamente México es un país sin comunicación, sin ríos navegables, marcado por accidentes geográficos que complican el tránsito. Sin rutas naturales de comunicación. Y la única ruta marítima era entre Manila y México. El norte de México se encontraba aislado del centro del país, tanto como lo estaba Yucatán por las selvas y pantanos de Tabasco. La geografía tenía efectos demográficos.
En México, a inicios del siglo XIX, se encontraba poca población y esa población muy concentrada en el Centro, Bajío y Jalisco: mientras que tres cuartas partes del territorio estaba despoblado. Se tenían 7.5 millones de habitantes, de los cuales 5 millones se encontraban en las zonas ya mencionadas. Mientras que el norte estaba prácticamente vacío y sin posibilidades de poblar. Según datos del historiador Pedro Salmeron en sus libros y conferencias en video, en 1840 Baja California Sur contaba con, más o menos, 6,000 habitantes; Baja California 15,000; Chihuahua 80,000; Sonora 40,000 y Coahuila 70,000. Contrasta mucho lo que se vivía en Texas, que en 1836 contaba apenas con 35,000 mexicanos, pero con 40,000 americanos, 15,000 esclavos y estimados 90,000 comanches, el verdadero poder político de esas zonas.
Así que el Estado mexicano era uno mal comunicado, despoblado, sin control de los territorios que terminan en el bajío y con algunos enclaves norteños.
Y para terminar de complicar la escena, como resultado de todo lo anterior, del patético proyecto Trigarante y del subsecuente conflicto entre yorkinos y escoceses, México vivía una crisis política constante. Misma que se vio acentuada con la Constitución conservadora y centralista de 1836 que terminó con la balcanización de México. Se vivieron, al menos, siete procesos de independencia de territorios y Estados, en intentos por formar nuevas naciones:
- Zacatecas en 1836.
- Texas en 1836 (única exitosa).
- Yucatán en 1840.
- República de Río Grande (los actuales Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas) en 1840.
- Tabasco en 1845.
- Baja California en 1850.
- Sonora en 1854, estas dos últimas por filibusteros dirigidos por W. Walker.
Uno debe preguntarse: ¿ante tantas revueltas e intentos de independencia, existía la nacionalidad o identidad mexicana?
Si superamos una visión eurocentrista y el supuesto que los pueblos nativos e indígenas fueron sujetos pasivos, debemos reconocer que el verdadero poder político del norte de México, Texas y Nuevo México eran los pueblos nativos sobre todo el Imperio comanche, y en menor medida navajos, apaches, utes. Su control sobre el territorio y sus asedios sobre las ciudades novohispanas y mexicanas marcaron la historia de la región más que cualquier otra cosa. En su momento de mayor poder llegaron a atacar tan al sur como Querétaro, las Guerras de 1846-1847, 1857 y 1862-1867 coinciden con épocas de debilidad del Imperio comanche y la intención de permitir la entrada de inmigrantes americanos a Texas era para que sirvieran como protección de las ciudades y pueblos mexicanos en Nuevo México. Los inmigrantes prefirieron irse a la costa este de Texas.
Para más detalles de los poderosos comanches leer El imperio comanche del historiador Pekka Hämäläinen.
Una revisión de lo que pasaba en cada actual Estado nos mostrará con mayor dramatismo la debilidad de la República Mexicana en esas regiones.
Utah fue el proyecto de inmigración de los mormones a pesar de que era «territorio mexicano» cuando iniciaron su escape hacía el Salt Lake.
Nuevo México, fue quizás en el momento la única pérdida real. En 1692 fue la última misión colonizadora hispana, hasta que en 1769 se retomaron los esfuerzos por colonizar California. Nuevo México tenía las únicas ciudades en los Estados cedidos, sobre todo Santa Fe. Y junto con los pueblos, ranchos y misiones de Texas eran las víctimas de los comanches. En Texas, los tejanos (origen mexicano) eran superados numérica y económicamente por los texanos (origen americano).
La revolución texana no fue sólo movida por texanos. El primer vicepresidente de la Texas independiente fue el mexicano Lorenzo de Zavala.
El actual Estado de California es el ejemplo más dramático del abandono mexicano de la región. Territorio que despertó muy poco interés del Imperio español, abandonado de 1602 a 1769 cuando se retomaron los intentos por colonizar. Primero con misiones franciscanas y jesuitas, todas en la costa y con la intención de concentrar a la población indígena, después la cesión de grandes extensiones de territorios a rancheros para la crianza de ganado, atendidas por vaqueros de origen indígena y mestizos. El proyecto de los rancheros fue impulsado por el nuevo gobierno mexicano con la intención de debilitar a las misiones. El tercer grupo que colonizó California eran inmigrantes extranjeros de origen americano.
Para 1846 en California había 10,000 habitantes, pero contaba con más de 150,000 cabezas de ganado.
El poco control del Estado mexicano sobre California implicaba que el verdadero poder eran los líderes locales, los rancheros eran como señores feudales con control sobre grandes terrenos. California era un territorio sin ley, añorado por fuerzas potencias extranjeras; Estados Unidos, Reino Unido y Rusos, desde Alaska. En 1812 los rusos ponen al norte el fuerte Fort Ross, sin autorización de México.
El abandono del territorio generó poca legitimidad del Estado mexicano en California, provocando una serie de guerras y revueltas. La primera entre 1820-1830 en favor del retorno del control a España. Posteriormente en 1834 una segunda revolución contra el gobernador mexicano, que concluyó en 1836 cuando Juan Bautista Alvarado declara la independencia de California; con una bandera blanca con una estrella roja solitaria. Alvarado fue el gobernador de facto de una California Independiente. Hubo dos intentos mexicanos de recuperar California derrotados por las fuerzas de Alvarado. En la de 1844 hubo una intervención, por error, de la marina americana que tomó por la fuerza la capital Monterey. Alvarado terminó firmando la paz con el gobierno mexicano donde California quedó como un territorio autónomo de facto.
En 1846 los filibusteros americanos declaran la independencia de California y proclaman la República del Oso, con una bandera con un oso californiano y la estrella de Alvarado. Al inicio de la revuelta las tropas americanas por la región no intervienen, pues no sabían que se había iniciado la guerra entre México y los EE. UU. Cuando se enteran del inicio de la guerra, la marina americana interviene con el apoyo del general Stephen Kearny, quien invade California desde Nuevo México. Hay pequeñas batallas, prácticamente todas ganadas por los americanos, derrotando a los californianos mexicanos.
Para finales de 1846, la guerra entre México y Estados Unidos estaba prácticamente terminada. Los americanos ya habían ocupado, con muy poca resistencia, los territorios que querían anexionarse; pero la necedad e irracional terquedad mexicana no permitía la firma de la paz y la cesión del territorio. Y a los americanos les urgía firmar la paz para contener las pasiones ocasionadas por la fractura entre el sur esclavista y el norte abolicionista. La anexión de territorio implicaba una tentación para la incorporación de nuevos Estados esclavistas o abolicionistas, y si la anexión del norte era un catalizador del conflicto la anexión total de México habría sido catastrófica.
Sin embargo, la fácil victoria americana movía peligrosamente a la opinión pública para anexar todo México. Por lo que los políticos sensatos americanos urgían la derrota de México y la solución que encontraron fue abrir un nuevo frente en el centro de México. Por un lado, Winfield Scott comandando una exitosa invasión, y Nicholas Trist como negociador secreto.
Militarmente la invasión fue un éxito. E incluso dio un ejemplo del fracaso del proyecto político mexicano; los comerciantes de Tamaulipas preferían venderles a los americanos que pagaban de contado, los ejércitos americanos iban acompañados por caravanas de comerciantes «mexicanos», las ciudades de Monterrey (California), Santa Fe (Nuevo México) y Puebla fueron tomadas sin un solo disparo. Es verdad que sí hubo batallas fuertes y ciudades que se defendieron sobre todo Monterrey (Nuevo León), Veracruz y la Ciudad de México, pero vale la pena preguntar si estas defensas no responden más a factores locales que a una supuesta identidad nacional.
El caso de Veracruz es interesante. El ataque, el bombardeo, el sitio fueron trágicos y extremadamente violentos donde las principales víctimas fueron la población civil. Pero una vez rendida la ciudad portuaria, Scott hizo un gran esfuerzo por ganarse el corazón y la mente de los veracruzanos: se vistió con su mejor uniforme para asistir a misa en la catedral. El puerto fue reabierto con funcionarios de aduanas estadounidenses, en un intento de recuperar algunos de los costos de la guerra. Los soldados que cometieron crímenes fueron severamente castigados: un hombre fue ahorcado por violador. Dejó una guarnición en cada uno de los fuertes y emprendió la marcha: al poco tiempo se encontraría con el general Santa Anna en la Batalla de Cerro Gordo.
Como chilango, habitante de la Ciudad de México, creo que la férrea defensa de los habitantes de esa época de la ciudad responde más a factores religiosos que nacionalistas. Los chilangos de mediados del siglo XIX eran fervientes católicos que veían en los invasores a peligrosos protestantes que podrían poner en riesgo la fe verdadera de Cristo y su Iglesia.
El resultado del enfrentamiento entre las dos águilas, la creciente calva y la decadente real, era inevitable. No por determinismos dialécticos o por el destino manifiesto. Sino los factores económicos , sociales y políticos que lo hacían inevitable. Fueron hechos necesarios en el proceso de la formación de México y EE. UU.
Por último, ¿qué se perdió México? Nada. Pero ahora tenemos la capacidad de tomar aprendizajes para el siglo XXI: los peligros de abandonar el territorio, la necedad política y la ineficiencia del Estado. Sobre todo, en un país tan polarizado y en proceso de destrucción y desintegración.