Desde hacía tiempo Mary venía encontrando irregularidades en su casa, ya sea una baldosa rota o fuera de lugar, un pedacito de pared rodando por el piso, una puerta o portón que no abría o cerraba, y lo llamativo es que los cambios ocurrían siempre por las noches.
Una mañana encontró un montoncito de tierra sobre su acolchado, miró asustada hacia arriba y la primera idea que cruzó su cabeza la aterrorizó: una rata. Con la fobia que les tenía a aquellos bichejos. Quedó paralizada queriendo captar algún sonido, cuando de pronto comenzó a oír cientos de pequeñas pisadas y dientes royendo la madera. Su pulso se aceleró y por un momento vio el techo derrumbarse y su habitación minada de pequeños roedores. Salió corriendo. Cuando pensó en llamar a su hermano, se dio cuenta de que se había olvidado el teléfono en la habitación.
Para ese entonces su imaginación se había apoderado de ella y no se animaba a entrar. Cerrando los ojos, puso un pie dentro y nuevamente sus oídos se llenaron de pisadas y dientes. Se maldijo por haber decidido quedarse soltera, respiró hondo y entró como un rayo, tomó el teléfono y casi atropelló el ropero. Una vez fuera se sintió aliviada y más aún cuando escuchó a Juan del otro lado diciéndole que no se preocupara, que en un rato estaría por allí.
Fue una media hora la que demoró su hermano y ella prefirió esperarlo en el portal de entrada. Él sabía la fobia que ella tenía desde pequeña, cuando sus primos la encerraron en un cuarto oscuro con una rata, para jugarle una broma.
-Subo a mirar. Traje veneno por las dudas- le dijo.
Al cabo de un rato bajó informándole que no había encontrado absolutamente nada, que la causa podría ser el movimiento de la casa.
-¿El movimiento de la casa? -se preguntó Mary- Nunca se le hubiese ocurrido.
Las noches siguientes se dio a la tarea de quedarse despierta para ver el momento exacto en que se daban las mutaciones. Una noche cuando ya la abatía el sueño escuchó una especie de carcajada gutural que la hizo abrir los ojos de inmediato, se quedó en silencio y volvió a escucharla, esta vez de manera clara. Efectivamente era una carcajada. Pensó en los vecinos, se levantó a verificar, pero la calle y casas aledañas eran un desierto, miro la hora: 3am.
-Claro- se dijo.
Y un pensamiento volvió a su mente: «el movimiento de la casa». ¿Y si efectivamente era la casa? Aquella casa con la que había soñado desde niña, que había dibujado y diseñado tantas veces y de mil maneras, a la que dio forma en cada uno de sus recovecos, quien se había constituido como su predilecta compañía. Era una idea que lejos de asustarla la animaba y le simpatizaba.
Con los días descubrió que la felicidad de su casa era la causa de su insomnio de años, pero también supo que había días donde le dedicaba susurros como arrullándola e invitándola a un tranquilo sueño.