Diciembre 2022, nuevamente nos sorprende un incendio en la región de Valparaíso, esta vez en Viña del Mar, la hermosa vecina ciudad-jardín de otrora. Sus cerros se fueron poblando, como en Valparaíso, con la vivienda de gente modesta que hoy lamenta sus hogares consumidos por las llamas. Vayan estas líneas para saludar la paciencia estoica de esos ciudadanos, «habitantes de latas y cartones» … y sacudir la inercia de algunas autoridades.
«Eres un arcoíris de múltiples colores»
Así lo cantó el bolerista peruano Lucho Barrios… Antes la llamaron «la Perla del Pacífico». Fue el Valparaíso de Salvador Reyes1 con sus marinos de paso, venidos de los cuatro mares, sus lanchas y barcos «surtos en la bahía»; sus carretones fruteros en las esquinas más frecuentadas; sus repartidores de vinos en chuicos, a lomo de caballo; sus «carros» sus «micros» y después sus «troles», en fin, una verdadera paleta cromática que desembocaba en la feria de la avenida Argentina2, columna vertebral del abasto popular. También con sus ascensores repletos de gente, con sus filas en las horas de punta y sus veraniegos caballeros, de diario y sandía en la mano que viéramos, desde niños, mucho antes de ser inmortalizada por el gran dibujante Lukas3. ¡Era el puerto activo!
Valparaíso fue una colección de febriles talleres industriales artesanales, de panaderías, de carnicerías, de elegantes emporios y todo tipo de comercio; desde burreros y camiones areneros a los trenes transportando incesantemente todo tipo de cargas; de esa Bolsa de Comercio donde a diario se transaba el futuro de las finanzas con la sirena de mediodía, y los bares -de media o mala muerte- donde los parroquianos podían ofrecerse un «alto a la jornada» símbolo del trabajo y el descanso… no todo fue Bar Inglés en el viejo Valparaíso.
Los hombres de la calle
Contra todo folklorismo, nuestro puerto fue también un abanico de comportamientos difíciles de definir con realismo y muy fácil de caricaturizar a través del elogio estético de la pobreza… A pesar de las teorías sobre la miseria digna4, dicho flagelo ha existido siempre en nuestros cerros, ante los miopes ojos de la muy confortable clase media porteña... al punto de sublimar ese «miedo inconcebible a la pobreza» que cantó el «Gitano» Rodríguez5.
Poca gente recordará a los vagabundos que nos eran familiares, eternos y célebres caminantes del paisaje porteño, como Sciaccaluga, Oscar Kirby; Werner Hoffmeister, don Juan Marengo, el «viejo de los tarros», improvisado baterista que oficiaba en la Plaza de la Victoria, en fin, como el «Pope Griego», sonriente y simpático, pero pro-nazi y antisemita. Viña del Mar tuvo su propio personaje… el Cristo de Palo, pícaro errante y bromista que deambulaba por sus calles discurseando incoherencias…
Todo ese caleidoscopio humano, compuesto de lugares y personajes, iban puntuando a diario el transcurso de la vida porteña que se cerraba con la edición de «La Estrella» … y los diarieros que salían pregonando el vespertino… Pero la flora popular porteña fue muriendo de muerte natural; sus grúas reemplazadas por contenedores, ya sin estibadores ni talleres artesanales, Valparaíso se tornó soñoliento, cesante, triste, sin sus hijos obligados al exilio en los perversos años de la dictadura. La fisonomía de la ciudad cambió y algunas de sus bellas arterias se han ruralizado, con mercaditos de baratillos y chucherías someramente cubiertos, tanto en Valparaíso como en Viña del Mar.
Los porteños de los cerros quedaron, como siempre, perpetuándose, de padres a hijos, al margen de la vida activa de la ciudad, viviendo a saltamatas en el anonimato, amarrados a la galera peatonal, con sus sacos y vituallas al hombro por las interminables escaleras, en los pocos funiculares que quedan… o enlatados como sardinas en inadecuados taxis.
Caballeros del fuego: honor a sus tradiciones de elegancia cívica
Cuenta aparte son las numerosas y antiguas compañías de bomberos, con sus solemnes desfiles de antorchas fúnebres, según se ironizó un día... ¡una por cada diez habitantes! La realidad demuestra hoy que se necesitarían veinte o treinta compañías de bomberos para nuestro puerto. Los abnegados herederos de aquellos mártires del 1° de enero de 1953, nuevamente se hicieron pocos para luchar contra las llamas.
Pero el modelo del ejército suizo sería lo adecuado, es decir, que cada habitante fuera un bombero más en los días de fuego... Esta última podría ser la consigna de hoy, la prevención, porque si en nuestra literatura existen los «marinos de la pluma» (Reyes, Coloane, Subercaseaux, etc.), también podemos pensar en los «bomberos sin fuego» trabajando en términos de higiene ambiental. Nuestro puerto tiene una deuda de honor con la higiene urbana. Sus perros vagos, sus basurales en las quebradas, sus «ratones de cauce», el enjambre de sacos de polietileno, etc., son los elementos de la irresponsabilidad compartida de la ciudadanía.
Probablemente siga habiendo desidia edilicia en la materia, pero también irresponsabilidad ciudadana en el comportamiento cotidiano de nuestros habitantes. Aquí, de un lado y del otro, pagan justos por pecadores… Ediles atentos a las aspiraciones de la ciudadanía que recogen su popularidad, voto a voto, y que pagan por los otros, cuyo único interés ha sido la figuración social y el trampolín de influencias que ello comporta.
Los abnegados
En el otro sentido, conviene agregar a los eternos «vecinos buena gente», líderes naturales según la sociología, preocupados del bienestar del barrio, de los modestos muros de la escuelita, de las escaleras a geometría variable, de las veredas a veces inexistentes, de la kermesse a beneficio de la Junta de Vecinos para entonar sus escuálidos fondos, etc.
Las sucesivas administraciones han ido acumulando un solo y grave error, la práctica del viejo recurso de medio pelo, es decir, ocultar el polvillo debajo del tapiz -o lo que es lo mismo en urbanística- suponer que la hermosa estética de los cerros porteños, su impresionante vista a distancia y su contrapartida popular, la poética visión de la bahía con su cromático movimiento naviero, bastaban para asegurar la felicidad popular.
El paisajismo reminiscente
Es la heterogénea murga de poetas, artistas y soñadores que ven en Valparaíso, una textura anfiteatral, un pasado feliz o un gran cabaret (para evitar la inelegancia)... los grafiteros, cultores de una réplica de la calle Caminito de Buenos Aires, han pintarrajeado sus muros al punto de trasformar la poética ciudad en una calle caminazo.
Esta última creencia pervive latente en el espíritu de algunos reminiscentes que, obnubilados por un irreversible pasado y por la declaración de patrimonio universal de la UNESCO, se han improvisado historiadores, estetas de la nostalgia o, en el mejor de los casos, conservadores del Museo Grévin porteño6. Han cantado los cerros y sus ascensores, desde lejos… pero fue la TV francesa (France 3) que entrevistó a Juan Loyola Sanhueza, el mecánico ascensorista del Cerro de las Monjas, conocedor y actor de la historia de dicho medio de transporte, hijo funicular de la mítica cobradora del mismo ascensor, doña María Sanhueza que aquí recuerdo con afecto.
Que nadie tire primero la piedra, sin hacer antes un examen de conciencia. La trastienda porteña es un tema de sociedad que nos concierne a todos. Y si durante décadas no se pudo hablar de esto, es hoy un tema de alta política, en el más sano sentido de la expresión.
Valparaíso de Arriba y Valparaíso de Abajo
Campos del Paraíso, municipio de la provincia de Cuenca, en Castilla-La Mancha, está compuesto por los pueblos de Carrascosa del Campo, Valparaíso de Arriba, Valparaíso de Abajo. En la iglesia de San Miguel Arcángel, reposan los restos de Juan de Saavedra, el fundador de nuestro Valparaíso.
Designios o simple condición topológica, en nuestro puerto existe esa dicotomía, pero es social. Valparaíso alto, sus cerros, son el hábitat de los pobres. Valparaíso bajo o el Plan, es la ciudad de economía activa. Nada es absoluto, hay pobres y ricos abajo y arriba. Lo que está en juego hoy, no es la reconstrucción de la textura urbana de la pobreza, sino el futuro económico de nuestro deteriorado puerto y su hinterland, única fuente objetiva de ingresos, creadora de empleo, capaz de absorber la cesantía y facilitar dicha integración… la base económica social. El problema es la integración de los sectores marginales de los cerros a la vida económica y cultural de la región.
El paisaje regional y urbano no se fabrica, es la traza espacial de la actividad humana la que crea el hábitat, «sustentable» (en la jerga de moda) la estabilidad y, en suma, el patrimonio. Es lo que el siglo XIX y el comercio internacional hicieron de Valparaíso.
Planificación: remodelar los cerros
En esta perspectiva, si la irresponsabilidad y el inmovilismo pueden ser identificables, las responsabilidades para forjar un futuro mejor deben ser, inevitablemente, compartidas. El Desarrollo Urbano implica necesariamente crear infraestructuras que permitan estimular una «base económica local», único factor que puede incentivar la creación de actividad productiva y empleo.
Aun cuando se logren calmar los ánimos y evitar el descontento y la desconfianza popular, un Plan de desarrollo integral se hace imprescindible para evitar que los cerros continúen en condiciones de precariedad al origen de los sucesivos incendios. Lo que se ha ido quemando ha sido el patrón de habitabilidad precaria, producto de la acumulación de más de un siglo poblacional de trabajo marginal de hormiga.
El saneamiento: remodelar los patrones de densidad, ensanchar la vialidad, pavimentar las calles, implementar un sistema de grifos de incendio y también las redes de agua potable, es algo que va más lejos que reconstruir las casitas donde habitaban los damnificados. No es erróneo pasar el bulldozer «doble cero» para despejar rápidamente el terreno y construir conjuntos habitacionales modelo que sirvan, mutatis mutandis, para renovar toda la parte alta de ambas ciudades.
La necesidad de la planificación territorial
En lo que concierne al polémico antagonismo porteño, entre la expansión del área portuaria y la legítima defensa del patrimonio local, todos los sectores debieran dar pruebas de altura de miras para resolver el nudo gordiano que envenena el clima social de la ciudad. El desarrollo urbano es mucho más complejo que las simples expectativas de rentabilidad en el uso del suelo. La planificación urbana debe recobrar su rol orientador de la actividad regional, y en forma participativa. Las soluciones técnicas existen para desmadejar la maraña circulatoria que se ha creado, a golpes de soluciones puntuales en el plan de Valparaíso.
No errar el tiro
No hay fatalismo en la desgracia, sino muy por el contrario, los siniestros ofrecen una preciosa oportunidad para enfrentar el futuro de las ciudades con visión y determinación. Es el desafío a las nuevas generaciones de profesionales de todas las disciplinas convergentes en materia de desarrollo regional. El camino es largo y dificultoso, pero sería triste quedarse en la simple cosmética urbana. Si la inmediata solidaridad es una reacción digna de reconocimiento, no es menos cierto que el rol de urbanistas y arquitectos es el de pensar y proyectar la nueva realidad… lo que requiere serenidad y visión a largo plazo.
Es el momento de dar pruebas de altruismo, más allá de las fracturas partidarias, tanto a nivel de autoridades nacionales, regionales y municipales, como entre los medios de información, y en aquel dominio mucho mas difícil de cambiar, la práctica individual, en términos de civismo y de solidaridad activa.
La creación de un eventual Ministerio de la Reconstrucción o la restitución de la Corporación de Mejoramiento Urbano dotados de medios consecuentes es una necesidad imperiosa. El país no está al abrigo de nuevas catástrofes a lo largo de sus 5.000 km. de accidentada geografía, tanto física como social. Por otra parte, la alta tasa de urbanización de nuestras regiones, cuyo asiento son las numerosas ciudades intermedias de más de 50.000 habitantes, exige poner coto a la ley de la selva en materia de especulación y extensión urbana (cuantitativa), que no es necesariamente sinónimo de desarrollo social (cualitativo).
Una experiencia piloto en este sentido, podría inspirar soluciones en las numerosas ciudades del continente expuestas a catástrofes en diversas circunstancias, inundaciones, sismos, deslizamientos o derrumbes.
Referencias
1 Salvador Reyes. Premio nacional de literatura 1967; estimado el mejor escritor del mar. Una de sus célebres obras ha sido Valparaíso, puerto de Nostalgias parafraseada en el título del presente artículo.
2 Feria : mercado semanal al aire libre.
3 Renzo Pacchenino «Lukas». Dibujante que ha inmortalizado Valparaíso en sus magistrales caricaturas.
4 Oscar Lewis, antropólogo norteamericano, introdujo el concepto de cultura de la pobreza. Para Lewis, la subcultura de la pobreza es un estilo o modo de vida, con sus propias causas y estructuras, que se transmite de generación en generación a través de la socialización familiar.
5 Osvaldo «el Gitano Rodriguez» cantante porteño, en su canción Valparaíso.
6 Museo Grévin, es el museo de cera de París.
Léxico
A saltamatas: actuar de manera ocasional según lo que venga.
Ascensores: cabinas de transporte accionadas por funiculares.
Burreros: transportistas pedestres que cargaban sus mercaderías a lomo de burros (asnos).
Camiones areneros: medio de transporte de la arena para la construcción.
Carretones fruteros: carros de mano de los vendedores ambulantes de frutas.
Carros: tranvías.
Chuicos: grandes vasijas de vidrio de 18 lt., protegidas por un cesto de fibras vegetales.
Diarieros: vendedores ambulantes de diarios que pregonaban la salida de la publicación. «Canillitas» en Argentina.
Estibadores: antiguos cargadores de las naves en los puertos.
Hinterland: en urbanismo, área de influencia de las ciudades.
Micros: apócope de microbuses. Hoy simplemente buses.
Medio pelo: dícese de la clase media pretenciosa y arribista.
Ratones de cauce: ratas gigantes que se multiplican en los grandes colectores de alcantarillado.
Troles: o trolebuses; chilenismo de trolleys o buses de tracción eléctrica.