La idea de espacio, en el tardogótico, cambió el arte y abrió la puerta al Renacimiento. Al espacio siguió la perspectiva y con esta el punto de vista del observador desde donde pasamos a la persona, sus gestos, emociones e individualidad llegando a la posibilidad de considerar visiones alternativas o puntos de vistas divergentes. Todo esto engendró un pluralismo y un mundo abierto. Al mismo tiempo, con el tardogótico y en particular con Giotto, la observación directa del objeto nos permitió una relación empírica y concreta con el mundo y las cosas, que estimuló el desarrollo de la técnica y con esta la capacidad de mejorar las condiciones económico sociales, pasando del Medioevo al Renacimiento, donde la estética griega vuelve a ser dominante, como el David de Miguel Ángel que pone nuevamente el ser humano en el centro, o como también en la primavera de Botticelli. La anatomía del cuerpo humano y las vicisitudes personales fueron el nuevo epicentro.
El estudio de la geometría del espacio en la pintura refleja y nos da cuenta del inicio de un cambio radical. Las observaciones se hacen reales, fuera del dogma. Se impone el método experimental, el intento de medir y calcular los fenómenos naturales y del tardogótico pasamos a personajes como Leonardo da Vinci, Galileo Galilei y muchos otros, que echan las bases de la ciencia moderna y del desarrollo de nuevas técnicas, que indudablemente mejoraron las condiciones de vida de un número mayor y creciente de personas. El Medioevo fue caracterizado por el hambre, epidemias, muerte prematura y una cosmología cerrada, que excluía el pensamiento crítico y el perfeccionamiento del método. El modernismo en vez, cambió las reglas del juego y en ciudades como Florencia, la visión del mundo se amplió, alejándose poco a poco del poder omnipresente de la Iglesia.
La belleza como concepto se disocia de una divinidad estática y se hace vida, naturaleza, emoción y movimiento. El espacio y el tiempo se subordinan a la perspectiva humana y resurgen las ciencias, el arte y el comercio. En un período breve de tiempo cambia la historia y desde Asís en Umbría, la tierra de San Francisco hasta Florencia, observamos como el arte redefine nuestra visión del mundo. Entre los tres últimos decenios del 1200 y los primeros del 1300 el mundo cambia radicalmente. Los protagonistas fueron Petrarca, Dante y Giotto, que con palabras y colores crean el espacio y definen la escena del drama humano con la lengua, la representación figurativa y el amor, rescatando el propósito, el proyecto de vida de cada persona con todo su drama y sentimientos.
De la búsqueda de la expresión, los detalles y la perspectiva tridimensional que nos da el espacio en el arte gótico con Cimabue y después con Giotto, surge el ser humano como observador, negociador y arquitecto de su propio destino en vez de víctima de un orden inalterable y prestablecido como el arte plano y ritualístico bizantino. El tardogótico representa un cambio radical del lenguaje. El tiempo como dimensión existencial altera su significado y se convierte en un plano abierto que nos permite dar forma al futuro, liberándolo del pasado y también del presente. La Iglesia construye un templo para adorar a San Francisco y someterlo a su propio poder y los artistas de entonces, lo liberan, abriendo las puertas a un nuevo sueño, el del hombre moderno. La historia del arte es la historia de las ideas. En Giotto surge el espacio y con Botticelli este expande sus alas y se alza en vuelo, usando como motivos la naturaleza y los seres humanos.