La relación entre naturaleza y cultura es un espacio inexorable en el accionar del desarrollo de la vida cotidiana de nuestros pueblos originarios de Mesoamérica. Generan un patrimonio biocultural tangible e intangible, que marca un significado en toda la cosmovisión que el sistema neoliberal y otras formas de dominio del capital directo, indirecto, encubierto, mediatizado, o descarnado expolian y atentan contra la memoria de estos pueblos, los cuales sostienen un imaginario colectivo que se basa en sabidurías y saberes ancestrales ligados al amor a la tierra, al acre convertido en milpa.
Proteger el acre
Existe la urgente necesidad de explorar lo que acontece en nuestro propio acre, que marca un paraíso el cual, con frecuencia, tales potencias insisten en silenciar sus voces más críticas, y que protegen el sistema biocultural. Los últimos años testimonian que muchas de estas vidas se han ofrendado. Sus vidas han sido truncadas y han sido silenciadas por asumir la elemental osadía de defender y proteger su territorio. Líderes indígenas y activistas que han soñado con conservar su hábitat y cosmovisión ancestral, hoy son semillas que constituyen parte de las memorias que una y otra vez intentan ser borradas.
Semillas y eternos ejemplos que germinarán
Hoy evocamos el ejemplo eterno de activistas indígenas y campesinos como la hondureña Berta Cáseres, ambientalista asesinada en 2016. Los costarricenses, Jairo Mora —defensor de las tortugas— muerto en la provincia de Limón en 2013; Sergio Rojas, muerto en Salitre —territorio indígena Bribri—, en 2019, y a Jehry Rivera en 2020, fallecido en Borán territorio Térraba, así como otros que ofrendaron sus vidas por la defensa de estas nobles causas que implican proteger la Tierra, entendiéndola como la casa común de la humanidad.
Se recuerda en la memoria cultural internacional a Francisco Alves Mendes Filho, más conocido como Chico Mendes, recolector de caucho, sindicalista y activista ambiental brasileño. Luchó de manera pacífica contra la extracción de madera y la expansión de los pastizales sobre la Amazonía hasta que fue asesinado por rancheros en 1988.
Estos son tan solo algunos de los nombres más recordados, pero gran cantidad de líderes sociales o dirigentes comunitarios fueron asesinados en Brasil, Colombia y Centroamérica.
Romper impunidad
Los autores intelectuales de todos esos asesinatos, lo mismo que los sicarios, autores materiales, pretenden permanecer en el anonimato y en la impunidad. Sus aberrantes magnicidios convierten a América Latina en uno de los lugares más peligrosos para los defensores de la Tierra, del ambiente y de los derechos humanos.
La muestra apreciará la noción de la tierra como territorio (fertilidad), como cultura (pensamiento y acción); pero también como simbólica, como metáfora, y superficie destinada al cultivo agrícola y la permacultura, prácticas e interacciones con el ambiente. Además de enfocar la importancia del suelo, barro, arcilla, agua, fuego, aire, que son elementos que dan origen al planeta y corresponden a esta sabiduría mesoamericana rescatada por siglos.
Serán consideradas las tierras comunales como posesión respetuosa con el hábitat; el suelo como pertenencia y sentido de identidad, economía, factor productivo, el principio de no extracción de recursos naturales tan impactados por contaminantes y residuos no orgánicos.
Motiva, también, la conciencia de proteger la flora y fauna, el bosque, los ríos, que inciden en el clima, humedales y fondos marinos.
Así también las nociones de trabajo como capital y/o mercado. Importan los frutos de la tierra que ofrecen productos como la alfarería, textiles naturales; valorizar la inventiva popular y sensibilidad de los artistas al visualizar un entorno en constante transformación.
Importa conocer el contexto histórico y biocultural que deriva el título de esta propuesta expositiva.
Su relación con el país, y con el Centro Cultural de España en particular, por la celebración de treinta años de presencia en Costa Rica, aspecto que requirió al equipo de curaduría formado por Luis Fernando Quirós e Illimani de los Andes, una investigación relativa para visualizar y comprender la complejidad del binomio: En junio de 2002, en este mismo Centro Cultural de España en San José se realizó la primera muestra de la serie Espacios, en la cual Joaquín Rodríguez del Paso (1961-2016), instaló Pequeño Acre de Dios, signo de reconocimiento de nuestro contexto geopolítico en el continente, y que cuestiona la posesión de las propiedades, territorialidad y entorno natural.
El artista referenció el título de la película de comedia dramática del cine norteamericano de 1958 con el mismo nombre, y la novela de Erskine Caldwell de 1933.
La reflexión sobre estos factores influye en la identificación de tres abordajes curatoriales, en la selección de los artistas y las obras intentando generar pensamiento crítico que regenere nuestra conciencia acerca del valor de esta biocultura, el entorno y el tiempo en que nos toca vivir y defender como memoria cultural mesoamericana.
Importan los diálogos que emerjan de este discurso e incluso la intertextualidad con otros proyectos regionales, como «Estrecho Dudoso», tal y como denominó la gestora y crítico cultural Virginia Pérez-Ratton en 2006, a aquella exposición internacional montada en el Museo de Arte y Diseño Contemporáneo y otros espacios de la capital San José. Por esta razón apreciamos a «Pequeño Acre» como un mapa de relaciones, diálogos y poéticas referidas a lo nuestro en términos de problemáticas y desafíos de la cultura, sociedad y naturaleza.
Ejes de abordaje
Para efectos estructurales, la propuesta expositiva aborda tres ejes en los cuales se aprecia el interés por el binomio naturaleza/cultura, pero también fluyen nociones geográficas, políticas, sociales, incluyendo factores como idiosincrasia y maneras de ser de los ciudadanos que habitan estos territorios y que, en tanto son hilos de pensamiento, hilvanan una teoría cultural, social o antropológica que importa esculcar para comprender.
Naturaleza, agro, geopolítica
La metáfora del «Pequeño Acre» es una alusión que focaliza al país, a Costa Rica, el cual se distingue por ser un singular territorio en el istmo centroamericano, cuyas características pueden compararse a una isla en medio de las aguas turbulentas de la política mundial, del comercio global, o ante las economías usureras del mundo contemporáneo que aún mantienen presiones hegemónicas y filibusteras.
Actitudes de rapiña internacional que se suceden independientemente de que se usen lenguajes demagógicos y de que, no pocas veces, intenten disfrazarse con ropaje ideológicos trasnochados, en un intento de domesticarnos para mantenernos alienados sumidos en inmovilidad y ceguera social.
Implica observar la tierra como un organismo vivo que está en constante transformación. Se propone visualizar las problemáticas de la agricultura, las contradicciones ambientales y ecológicas, que se relacionan con el bosque, los ríos, los humedales, los mares y materias primas autóctonas y vernáculas.
Se trata de una denuncia-advertencia al nefasto rol extractivista y depredador de individuos, empresas y transnacionales «civilizadas» y «modernas» que en nombre de la ganancia y en aras del desarrollo ultramoderno destruyen, envenenan, sangran y explotan este pedacito de terruño y todo el orbe.
Será considerada la tierra como territorio o propiedad, y atender a los reveses por la tenencia del suelo, usurpadas a los pueblos originarios desplazados por los terratenientes, cambiando sus modus vivendi, caracteres culturales y sociales que prevalecen desde la conquista y colonización.
Estamos ante una propuesta de un abordaje verde, tolerante con los territorios y las culturas y sus orígenes, pero también observa los peligros de la política internacional, la cual tienen en su haber un interruptor que sí se activa, sobrevendrá la hecatombe y debacle mundial.
Juegos prohibidos, instalación móvil creada por Maurizio Bianchi, impele a observar la función del arte como gran ficción y que toca con ello el carácter de un paisaje escatológico, o visión de los últimos tiempos. El interruptor que lo accionan los políticos pone en jaque a la humanidad temerosa por la devastación, u otro apocalíptico Big Bang que puede poner fin a la galaxia como disyuntiva en la cual actúan hoy líderes como Putin, Biden, o Xi Jinping capaces de accionar ese botón, para que tal aparataje suba o baje y devele estas grandes tensiones.
Cultura e idiosincrasia
El eje aborda las relaciones entre el objeto de arte y la influencia que ejerce en el medio cultural y social, ante las formas que definen e implican nuestra idiosincrasia e identidad costarricense. Avista y propone reconocernos en nuestras contradicciones, para motivar a preguntarnos lo que creemos ser, lo que se dice ser, y lo que realmente somos en el contexto de la región y del mundo.
Las piezas seleccionadas para ofrecer contenidos a estos abordajes motivan a reflexionar y asumir dichas formas de ser tan ambiguas, observadas en los tratamientos de los asuntos culturales y sociales que atañen a las comunidades, a los grupos étnicos, a las minorías, pero que luchan por ser vistos en el concierto de diversidad en un país que se adecúa hoy a tales transformaciones.
Se relaciona en este núcleo la pieza de Andy Retana la cual crítica la cultura machista y aduladora hacia figuras del deporte o la política, e incluso a sí mismo.
Roberto Guerrero con su habitual dosis de humor hacia dicha mismidad, pone su acento e ilumina otros senderos para avistar hacia esta cultura.
José Alberto Hernández, criticando una actitud cultural desmemoriada en pro del comercio y la industria edilicia, es un termómetro para valorar la temperatura de estos álgidos discursos tan de actualidad y de los lindes en que nos ha tocado vivir.
Sila Chanto (1969-2015) con Haga fila 2021, xilografía impresa en tela de 258 x 700 cm, colección del Museo de Arte Costarricense, consolida el carácter crítico y burlón, pero a la vez generador de conciencia acerca de muchos matices de la idiosincrasia e identidad costarricense. Observa el acto democrático de hacer fila para acceder a los servicios colectivos, como ir a sacar cita al Ebais, ir a la iglesia, subir al bus o al tren, votar, pero además resignifica un laboratorio de las conductas humanas, donde algunos aprovechan el espacio y tiempo para saciar sus instintos malévolos como robar, codiciar al otro(a) o a lo ajeno, visitar una casa de citas, «ligar» en media fila, orinar, e incluso hasta la ingesta de bebidas espirituosas mientras se espera. Desdibuja el acto de ponerse uno(a) atrás de otro(a) y asumir licencias al margen, sustancial en la obra de Chanto, pero que se comprende como grito de auxilio dentro de ese lapso existencial que provoca esperar el turno para que la vida continúe.
Biocultura y arte originario
No se puede perfilar a un país sin considerar y respetar sus orígenes. Lo que fuimos antes de la conquista y colonización europea, o ante las tantas presiones actuales.
El arte de Costa Rica no se inicia con la llegada de los maestros europeos que fundaron la Escuela Nacional de Bellas Artes a finales del siglo XIX e inicios del XX; se originó desde tiempos inmemoriales cuando fue poblado el continente y empezaron a descubrir su naturaleza, a aprender de sus lenguajes interpretando lo que les hablaba con signos naturales propios de la tierra, los ríos, las montañas, los mares, lagos y vertientes, pero también las nubes, los árboles, las criaturas del bosque, el fuego y el volcán. Visualidad y significado que influyó en la forma de la cultura que vivimos y somos en tanto el arte depende de esta visión de mundo.
Es importante apreciar los diálogos que se pueden gestar entre las obras de un mismo eje o entre los otros, la intertextualidad y la poética de las relaciones que referencian a las culturas de todo el continente de norte a sur, sumando al archipiélago del Caribe.
Acá aparecen las piezas «bioculturales» de Juan Carlos Zúñiga, artista originario de Nicoya que retrata la animalística del bosque seco; Verónica Navas y Saúl Morales, de la zona del Térraba en el sur del país, quienes comparten esos rasgos de identidad de una biodiversidad ligada a la tierra y, por ende, al planeta.
En esta perspectiva histórica, política y social que hoy explora el arte, importa agregar que dicha visión e interpretación de los signos de estos tiempos —que diezman valores e idiosincrasia y que ponen en relieve estas propuestas exhibidas en el Museo de Arte Costarricense—, en el Parque Metropolitano de La Sabana, tal y como se adelantó, inciden al ver al arte como la gran ficción que acusa el colapso del Acre de Dios que visionó Rodríguez del Paso al exponer en 2003 un jardín de flores artificiales, que no solo habla de aspectos contraculturales y sociales, sino de un kitsch manifiesto en lo popular, y en las capas poblacionales más amplias, además de la vivencialidad de la otredad que hoy impacta, introduciendo modelos que proponen remediar nuestras carencias y desarrollo, pero que algunas son portadoras de un signo que —como un nuevo caballo Troya—, las desestabiliza.
Importa revisar en el contexto actual, el pensamiento de la curadora y crítica de arte Tamara Díaz-Bringas (La Habana 1973-Madrid 2020), respecto al proyecto «Espacios» 2002, dado en el texto del catálogo de esa muestra tan referenciada hoy:
El pequeño acre de Dios planta así una inquietante paradoja: naturaleza y artificio comparten e intercambian lugares, en una operación que pone en duda la misma distinción entre ambas.
En un primer momento, advertimos cierta perversión en las flores plásticas, sembradas en tierra plantada sobre la loza. Es de algún modo la fabricación tanto de lo natural, como de lo artificial, en una lógica de simulación cercana a lo que expresa uno de sus más enfáticos portavoces, Jean Baudrillard: «La simulación vuelve a cuestionar la diferencia de lo ‘verdadero’ y lo ‘falso’, de lo ‘real’ y de lo ‘imaginario’» (Díaz Bringas, T. «Espacios» 2002. p.14).
Y, como conclusión a estos discursos de una nueva sensibilidad en el arte actual costarricense, consideramos importante razonar el tono del acercamiento a las obras, a los ejes, a los artistas, al tiempo como mediador. A lo que interiorizamos al escuchar voces que hoy atendemos para emerger de la propuesta expositiva con la actitud de revisión constante de nuestro potencial y fortalezas, y/o asumiendo las debilidades con propiedad: en la conciencia que nos cuestiona a nosotros mismos a indagar qué hacemos, cuál es nuestro papel ante la trasformación que está afectando no solo a dicha naturaleza y cultura, a este «acre» y que celebra el Centro Cultural de España en estos treinta años de regar la semilla para potenciarlo del lado de la ciencia y del arte de este nuestro amado, pero amañado terruño.
(Artículo en colaboración con Illimani de los Andes)