Esta es una verdad indiscutible: las obras artísticas de Rosamar Corcuera habitan la belleza permanentemente. De allí vienen y hacia allí van.
No hay nada más atractivo para un amante del arte que visitar una galería y quedar impactado por la calidad, la creatividad y la hermosura de las obras que se presentan en sus salas. Esto es algo que siempre me ha ocurrido, desde hace una década, cada vez que he visitado una exposición de la fantástica ceramista peruana Rosamar Corcuera (Lima, 1968). Inevitablemente, he tenido la sensación de que sus inconfundibles obras poseen alma y que en cualquier momento podrían despertar e irse hacia la ensoñadora tierra de fantasía de la cual provienen.
De barro y fuego es la última y esperada muestra artística de Rosamar, luego de tres años, tras la memorable Canto y gemido de la Tierra. Ocupa dos ambientes (la sala Siete Setenta del primer piso y la sala Alicia Cox de Larco en el segundo piso) del miraflorino y concurrido Centro Cultural Ricardo Palma en Lima, Perú. Son más de 40 bellas obras suyas que pueblan de originalidad y magia este reconocido espacio cultural.
Es preciso efectuar aquí un breve repaso sobre la carrera de Rosamar Corcuera: ha realizado exposiciones individuales o colectivas en Francia, España, Chile y el Perú (en Cusco y Lima). Fue invitada a participar en el Festival Internacional de Arte Artifariti, realizado el año 2008 en el Sahara Occidental. Fue segunda finalista en el concurso Arte en libertad (2006). Obtuvo una Mención Honrosa en Ilustración, en el concurso Water House (1997). Fue seleccionada para la muestra itinerante Iberoamérica Pinta, que se exhibió en 23 museos y galerías de diversos países, y cuya inauguración tuvo lugar en la Casa de América de Madrid. Ella expuso allí su cuadro El sueño y la naturaleza.
Además, estudió artes plásticas en la Pontificia Universidad Católica del Perú y ha ilustrado una gran cantidad de libros de cuento y poesía, así como también textos para Radda Barnen, UNESCO y UNICEF. Tal vez el libro más importante que ha ilustrado sea A bordo del arca de Arturo Corcuera, el cual ganó el Premio Casa de las Américas 2006. Otra importante obra de su padre que ha ilustrado bellamente es Declaración de amor o los derechos del niño (1996, 2021). Además, en agosto último participó con una intervención artística en el Gran Teatro Nacional, con motivo de los 30 años de trayectoria del reconocido músico Chano Díaz Límaco.
Tuve la oportunidad de conversar con la destacada artista sobre su muestra y ella me confesó sentirse «renovada con esta exposición» (donde ha utilizado la técnica japonesa raku) porque asegura que se ha «comunicado con el fuego» a la hora de elaborar sus piezas de cerámica. Para ella, todos los seres humanos «somos de barro y fuego» y está convencida de que el barro concede la armonía y el fuego otorga «el aliento de vida».
Rosamar también me comentó que cierta cantidad de sus obras las creó durante la terrible pandemia y en medio de una buscada soledad. Porque ella necesita aislarse del mundo para crear arte en su taller. Aparte, aclaró que su actual exposición «no es una retrospectiva» de su valiosa carrera artística (aunque algunos puedan pensarlo así por la gran variedad de personajes exhibidos) y agrupa varias series creativas: la Constelación de los pallares (inspirada en los Moches), las Mujeres montaña, Noé delirante (aquí hay una obra dedicada a su madre Rosi Andrino), Espíritus de la Tierra (inspirada en los jardines de su casa de Santa Inés), los Colibríes de luz (imponentes y hermosos), las Máscaras guardianas (de evidente influencia africana) y las Infinitas soledades.
Algo muy bonito a la hora de conversar con la artista en el segundo piso fue que el público iba llegando y muchas personas la saludaban desde lejos o la felicitaban por sus obras y ella respondía con una gran sencillez y una sonrisa a todos. Incluso, una señora algo mayor, acompañada por su esposo, le comentó que había conocido a su padre (el famoso y premiado poeta Arturo Corcuera) y le habló durante varios minutos sobre diversos temas (no solo artísticos), pero Rosamar nunca perdió la cordialidad y el buen ánimo. Me parece importante destacar la calidad de ser humano de la artista, porque he conocido y entrevistado a muchos pintores y escultores a lo largo de mi carrera periodística y no todos son excelentes personas. Estoy seguro de que esta evidente calidez humana suya es una de las razones (aparte de su enorme talento creativo) por las cuales Rosamar es una artista muy querida en el Perú. Al respecto, debido a la gran afluencia de público, en más de una oportunidad se ha extendido la duración de sus exposiciones en las galerías limeñas.
Otro momento fantástico ocurrió casi al final del diálogo con ella, cuando bajamos a la sala Siete Setenta del primer piso y la señora Teresa Fuller Granda, la hija de la inmortal compositora peruana Chabuca Granda (autora de La flor de la canela, José Antonio, Cardo o ceniza y Fina estampa) estaba allí, visitando la muestra. Rosamar se le acercó gentilmente, se presentó y conversaron un rato de forma amena. Después, doña Teresa fue a ver el resto de la exposición en el segundo nivel y regresó a los pocos minutos preguntando entusiasmada: «¿Dónde está la artista?» y cuando la ubicó de nuevo en la sala le dijo en voz alta, con una enorme sonrisa: «¡Todo es bello, tu arte es muy bello!» y se retiró junto a unas amigas.
Finalmente, Rosamar me explicó que «cuando uno se enfrenta al fuego está en una batalla». Recordó que el inquieto fuego «llegó a lamerme» durante el proceso de creación de sus últimas cerámicas, lo cual fue un tanto peligroso, pero eran gajes del oficio. En lo personal, creo que ningún despistado fuego se atrevería a dañar a Rosamar, una ceramista que va dejando una huella profunda en el arte nacional y debería, muy pronto, ser más reconocida en el resto del mundo. Sería un acto de verdadera justicia para su talento.
Nota
Todas las fotografías que acompañan este artículo fueron tomadas por Gianmarco Farfán Cerdán.