El escritor y filósofo latino del siglo II D.C., Apuleyo, nos cuenta una fábula sobre dos personajes míticos que se enamoran sin quererlo, la mortal Psique, dotada de una belleza tal que la hizo ser comparada con la diosa Venus, y Cupido, hijo de la misma diosa.
La envidia siempre encuentra espacio en donde crear malestar, esto llevó a Venus a enviar a su hijo a castigar a Psique, haciendo que con el poder de sus flechas se enamorara del peor hombre. El padre de la joven, previendo las complicaciones que podía traerle a su hija la belleza que vestía, consultó al oráculo y grande fue su sorpresa al escuchar, prácticamente, una sentencia de muerte para ella: debía llevarla a la roca más alta del monte, vestida y adornada para una boda funeraria.
Mientras, al preparar las flechas para cumplir el encargo de su madre, Cupido accidentalmente se pinchó un dedo y se enamoró perdidamente de la hermosa Psique. Atropellando los requerimientos de Venus, Cupido, se casó con Psique y la llevó a su castillo, en donde mantuvo en secreto su identidad, no dejándose ver por su amada e introduciéndose en el lecho matrimonial con la complicidad de la oscuridad. ¿Podríamos hablar de la ceguera del amor?
Creyéndola muerta, la familia de Psique vivió un doloroso luto, sus hermanas desgarradas de dolor lloran y piden por su alma. La joven logra convencer a su amado de dejarla ver a sus hermanas y amainar así el dolor de su familia prometiéndole que no revelará nada acerca de él y de su vida en el castillo.
Es así como la bella esposa encuentra a sus hermanas, las que al ver el lujoso palacio y encontrarla más hermosa que nunca, no hacen más que crear en ella desconfianza hacia su enigmático marido, instándola a descubrir su identidad. ¿De esto podemos deducir que no es bueno hacer alarde de lo bien que estamos?
Una noche, Psique, ayudada por la tenue luz de una vela, descubrió finalmente el rostro de su amado, de forma también accidental se pincha con las flechas de Cupido, enamorándose profundamente de él. Pero ya es tarde, pues, el único requerimiento que este había solicitado explícitamente a su amada era el no indagar quién era él y la abandona.
Luego de pasar por pruebas dictaminadas por la diosa Venus, quien llena de ira por el engaño sufrido y la afrenta de saber que una mortal igualaba su belleza divina, Psique se entrega a su destino. Es entonces cuando reaparece Cupido, quien había escapado del encierro al cual lo había conminado su madre, logrando salvar de una muerte inminente a su amada. ¿Finalmente triunfa el amor?
Con la intervención del dios Júpiter, la mortal Psique, luego de beber un especial brebaje, consigue la inmortalidad que sella en un matrimonio a perpetuidad con su amado Cupido.
Después de este relato podemos concluir que el amor ha siempre estimulado la creatividad. Por siglos ha sido cantado, musicalizado, pintado o esculpido. Todas las artes, en todos los tiempos, han recurrido a representarlo de alguna manera y más aún, todos de una u otra forma lo hemos vivido de modo más o menos intenso, más o menos glorioso o doloroso.
¿Por qué hace bien hablar del amor? Sobre todo, ¿en momentos tan álgidos como los que vivimos en estos tiempos?
Al invocar el placentero recuerdo amoroso o, para los más afortunados, vivir en un estado de «amor de pareja», o contar con una red de apoyo emocional, se ha transformado en un tesoro inconmensurable en la vida del ser humano. Es tal la vulnerabilidad que enfrentamos en algunos momentos de nuestras vidas que en ocasiones vemos amor en personas que solo son atraídas por lo que poseemos, por conveniencia. En casos extremos, sobrevaloramos la toxicidad, con tal de sentirnos «parte de…» o «considerados por…».
¿Por qué el amor a veces lo vivimos como una adicción similar a una droga? Porque en estos dos estados, el del enamoramiento y bajo los efectos de drogas o alcohol, liberamos hormonas del placer, como la dopamina, la oxitocina, conocida también como «la hormona del amor» y responsable de los sentimientos de satisfacción, calma, plenitud, empatía, por nombrar algunos. Por esto hay relaciones insanas que nos cuesta tanto superar, es necesario entender que por muy necesitados de amor que estemos, hay un amor intrínseco, el que nos ayudará a mantener el equilibrio: el amor propio.
Es parte de la condición humana, contar con una red de intercambio de gestos y cercanía con personas que nos activan estas sensaciones para un correcto estado de equilibrio emocional.
Que el amor no sea un accidente sino una liberación, que transforme nuestras debilidades en fortalezas, para sentirnos inmortales frente a las dificultades que encontremos en nuestro camino. Que la psiquis suelte la razón por un momento y nos deje sucumbir en ese estado tan placentero como es el fluir, el amar. Porque como dijo Blaise Pascal: «El corazón tiene razones que la razón ignora».