El amor es un baile donde nos estamos moviendo paso a paso, sin saber si nuestro líder es derecho o izquierdo. ¿Quién nos lleva? Es lo menos, ante una coreografía que no se puede explicar.
Pienso en el amor como un vals, en el que no puedes sentarte; un baile irreductible entregado a una melodía imparable, que espera hasta ser bailada, y no pierde su ritmo aunque esté en silencio. Piruetas y giros no ensayados, agitan sensaciones en las venas para circular un secreto compartido entre manos sujetadas.
El amor le da la vuelta al miedo. Nos guiamos mutuamente, nos movemos fluyendo como arpegios, para danzar rozándonos entre movimientos ligeros, intensos, cortos y largos. Nuestras voces se regocijan en silencios sostenidos, y nos dejamos llevar por las canciones que habitan debajo de la piel.
Una pista de baile es el amor, una rumba de verbos:
coincidir, sentir, gustar, enamorar, enloquecer,
tocar, seducir, estremecer, besar, erizar, apretar,
soltar, extrañar, llorar, despedir... terminar.
Y aunque no rimemos, lo vivimos todo,
hasta el último compás.
Llevamos tambores en la pelvis, en la espalda, en el pecho y en las manos; un mambo extasiado. Tenemos inscritos en el cuello pentagramas para ser interpretados por el instrumento humano que sepa amarnos.
Somos bailarines balanceándose,
a tiempo y a destiempo,
avanzando y retrocediendo,
entre abrazos y desencuentros.
Un, dos, tres... de nuevo.
El romance es un baile insondable, una fiesta en vivo que no se cansa de invitarnos a brindar con la boca, y a celebrar descalzos sin importar que estemos fuera de práctica. Un pie orienta al otro, las caderas se intuyen, y los dedos se siguen, abandonándose a la sonoridad de los abrazos. Zapateamos el espacio para olvidar el tiempo en el conteo, y perdernos en la sinfonía de las palabras. El deseo es una partitura exclusiva de los cuerpos.
El amor no para, incluso si cambiamos de pareja. El pulso y la métrica los lleva el corazón, que nació para querer una y otra vez. El dar y el sentir, vuelve a pasar, como una discoteca sin fin; no existe limite en el carrete de sentimientos.
Nos encanta ser un cuento cantado, que a veces desafina y otras veces, se sublima en la nota más alta. La cadencia está en nuestra sangre, vamos juntos de un lado al otro entre el amor y el desamor sin detenernos. Fuera de tono, no importa en qué dirección volvamos, la música al revés, igual suena.
La vida, el amor y el romance,
son bailes que no cesan,
nos bambolean cada forma oculta y aparente...
silueta, sombra, reflejo, perfil, estampa,
alma, espíritu y fantasma.
Vaivén de intenciones, pensamientos y emociones, orquestan nuestro repertorio de experiencias, llenas de momentos que aplauden o abuchean, mientras nos deslizamos por el escenario de la existencia. Cada historia es un baile distinto, y al ritmo que vaya, hay que llevarle el paso mientras suena.
El amor nos mueve,
mientras hacemos y nos hacen señas,
para bailar en carne viva hasta el último aliento.