Siempre que el poder político incursiona en el arte y la cultura para asimilarlo a su agenda ideológica, el resultado es nefasto para la creatividad y el espíritu humano. Pero cuando una sociedad no aprende de los errores está condenada a repetirlos, como ha pasado nuevamente con el Salón Costarricense de Artes Visuales 2021-2022. Con motivo de la selección y exhibición de 66 obras de 62 autores en el salón citado, se examina en este artículo cómo el temor a la libertad se fomenta con las acciones políticas y normativas legales de autoridades gubernamentales que han mediatizado el patrocinio económico, la participación y creatividad artística, así como la independencia de los jurados.

La libertad es consustancial a la expresión artística. No se puede ni debe concebir el arte exento de libertad creativa y de expresión. Es un axioma que, en la civilización occidental, por lo menos, consideramos intocable para vivir y crear en una democracia funcional capitalista.

Pero, ¿qué pasa cuando las reglas del juego —las condiciones de participación—, son cambiadas de manera tal que, para recibir patrocinio económico o incentivos de origen público estatal, el artista debe someterse previamente a una agenda ideológica de moda como la teoría de la identidad de género, acciones supuestamente contra la discriminación como espacios seguros o afirmativas o políticamente correctas en favor de una minoría en particular?

En una fase de postpandemia, el auxilio estatal se ha vuelto crítico para la supervivencia de muchos de los productores de bienes culturales, en particular los artistas, pero si el requisito para recibir ayuda en medio de la desesperanza implica mediatizar la obra renunciando a la libertad de expresión en favor de enfoques sociológicos y antropológicos contemporáneos desde el Estado, nunca debatidos públicamente, estamos en presencia de una abusiva política autoritaria que amenaza de manera flagrante la libertad.

Si algo ha dejado claro la pandemia que vivimos por poco más de dos años es que, cuando a los ciudadanos se les pone a elegir entre la salud y la libertad, la mayoría sacrifica sus derechos humanos y constitucionales esenciales en favor de la promesa de la sobrevivencia sanitaria y económica.

Sobran los ejemplos en el contexto reciente como las vacunaciones obligatorias con base en drogas experimentales, el uso de mascarillas en espacios abiertos o cerrados, las restricciones horarias de movimiento, las amenazas de despido del trabajo a quienes no cumplieran con órdenes sanitarias u otros requisitos dictados por decreto ejecutivo, la censura a voces disidentes, etc. A modo de justificación, se argumentó, en su momento, que el interés público definido por autoridades de gobierno y justicia justificaban violar el derecho a libertades básicas garantizadas por la constitución política y al consabido derecho de todo paciente a no recibir tratamiento.

Estemos o no de acuerdo con las medidas que adoptaron nuestros gobiernos, la realidad es que la mayoría las aceptamos tácitamente por temor a la muerte y en aras de una frágil promesa de seguridad.

Vivimos con el pánico alimentado por una prensa parcializada y mediatizada. Algunos se rebelaron y pagaron el precio por su no conformidad, incluyendo expertos en salud y científicos establecidos en varios países. Unos fueron sancionados, otros despedidos, y la mayoría vilipendiados por los medios de prensa como ignorantes y aficionados a las teorías de conspiración. Hoy sabemos que las vacunas protegen parcialmente, no curan, y que aun vacunados y con boosters podemos contagiarnos una o varias veces. Además, revistas científicas han confirmado que originan serios problemas inmunológicos en el mediano plazo.

¿Qué tiene que ver todo esto con la libertad artística y la libertad de expresión en la escena cultural? Mucho más de lo que se imagina. Hemos aprendido a pactar nuestra libertad a cambio de beneficios temporales. En el caso de la producción artística la opción es aceptar el estipendio a cambio de silenciar el alma para transformar el arte en un espacio seguro que exprese solamente lo «políticamente correcto».

Claramente lo ha puntualizado el psicoanalista alemán Erich Fromm (1900-1980) en su obra El miedo a la libertad, publicado en 1941.

Cada paso nuevo encierra el peligro de fracasar, y esta es una de las razones por las que se teme a la libertad… El ser humano moderno vive bajo la ilusión de saber lo que quiere, cuando en realidad, desea únicamente lo que se supone socialmente que debe desear.

Ante el miedo a la libertad, galopante en el medio artístico nacional en estos tiempos, Fromm sugiere la desobediencia como un acto de libertad que da comienzo a la razón. Y, como crítico, agregaría a la creación artística.

El arte, producto del balance entre la investigación, la disciplina, la independencia y la creatividad, ha sido y debe ser un acto de desobediencia, de no conformidad, para ensanchar la mente, las emociones y la espiritualidad del creador y los espectadores que lo experimentan.

Para Fromm, existen dos tipos de libertad: la positiva y la negativa. La primera envuelve la creatividad del individuo e implica una conexión con los otros que va más allá de los lazos superficiales de las interacciones sociales. La segunda libertad es destructiva porque entraña la lucha por la emancipación de las restricciones que suponen las convenciones sociales implantadas por otras personas o por la sociedad. Se requiere un balance entre ambas para vivir en verdadera libertad.

Cuando no somos verdaderamente libres nos sometemos a un sistema autoritario que reemplace el orden anterior con una apariencia exterior diferente, pero con la misma función para el individuo: eliminar la incertidumbre prescribiendo qué pensar y cómo actuar.

Los artistas han experimentado esa dimensión con el comunismo, el fascismo y las dictaduras de izquierda y derecha, y más recientemente con el globalismo y la cultura de cancelación o woke.

El problema de fondo es que una minoría cultural quiere imponer a la mayoría serios límites a su libertad, censurando y persiguiendo a priori todo lo que ofenda a unos cuantos, fomentando obras contemporáneas vacías, anodinas, pero «políticamente correctas».

En respuesta a este entorno crecientemente hostil a la diversidad de ideas y pensamientos, el novelista y ensayista estadounidense, Bret Easton Ellis, en su obra White (2019) afirma correctamente que: «Un arte que no ofende a nadie no es digno de su nombre».

Pero seguimos sin aprender la lección. Nuestra memoria es flaca pero el temor a la libertad aún mayor. No obstante, es más fácil «ir a la segura» y conformar con las tendencias de moda, abandonando toda disidencia o no conformidad con el statu quo estatal.

Lo que está en juego

Las 66 obras correspondientes a 62 autores que conforman la muestra del Salón Nacional de Artes Visuales 2021-2022 expuestas en el Museo de Arte Costarricense hasta agosto, están permeadas en su mayoría por la ausencia de equilibrio entre la libertad creativa y la libertad de expresión. Son el resultado de una política cultural de izquierda que pretende regular «el espíritu libertario» del arte para acomodarlo a las conveniencias de minorías.

En los dos períodos de gobierno precedentes se establecieron las nuevas reglas del juego para el sector cultura para reemplazar el orden anterior. Una de las metas ideológicas fue articular una política cultural enfocada en la diversidad y la identidad de género dirigida a colectivos en lugar de hacia las artes a partir de individualidades y movimientos artísticos.

Para ser parte del nuevo orden, los artistas que quieran participar en eventos organizados por entes estatales o recibir patrocinio y reconocimiento deben obedecer.

La cabeza de playa fue la Política Nacional de Derechos Culturales 2014-2023, establecida mediante el Sistema Nacional de Protección y Promoción de Derechos Culturales aprobado mediante el decreto N.º 38120-C del 17/12/2013. La normativa estableció en el artículo N.º 5 un primer eje estratégico sobre la «Participación efectiva y disfrute de los derechos culturales en la diversidad» con base en cinco temas: 1) disfrute de los derechos culturales; 2) diversidad e interculturalidad; 3) equidad cultural; 4) democracia y participación efectiva en la vida cultural; y 5) corresponsabilidades culturales.

El objetivo estratégico de la iniciativa fue: «Fortalecer la participación efectiva de las personas, grupos y comunidades, para avanzar en la construcción de una democracia cultural, que reconoce la diversidad y promueve el disfrute de los derechos culturales».

Luego, mediante el Decreto Ejecutivo N.º 38601-C la administración Solís el 5/08/14 estableció el reglamento del fondo becas-taller para el desarrollo de proyectos culturales enfocado en comunidades y agrupaciones de la misma vena.

En su artículo 5, fija una política pluralista y respetuosa de la diversidad que indica que:

No apoyará proyectos que fomenten el desorden público, el odio y/o la discriminación de las personas por razones de etnia, raza, edad, religión, afiliación política, ideología, preferencia deportiva, nacionalidad, género, orientación sexual o identidad de género o cualquier otra condición social o personal.

El decreto citado en el artículo 11 restringe el financiamiento estatal para a) fomentar la diversidad sociocultural y la pluralidad de identidades.

En el segundo gobierno del PAC, mediante el decreto N.º 43132-C la administración Alvarado estableció el «Reglamento para la convocatoria, celebración y premiación del Salón Nacional de Artes Visuales» que declara la inclusividad de todas las manifestaciones de artes visuales tradicionales, modernas y contemporáneas, pero en su artículo N.º 4:

Respetuosa de la diversidad, velará porque toda postulación que pretenda acceder a la exposición y premiación, no tenga dentro de sus contenidos, objetivos o discursos que fomente el odio y/o la discriminación de las personas por razones de tenia, raza, edad, religión, afiliación política, preferencia deportiva, nacionalidad, género, orientación sexual o identidad de género o cualquier otra condición social o personal.

Para coronar los cambios, en el 2022 se cambió el nombre de la Dirección de Cultura a «Dirección de Gestión Sociocultural», con la aprobación del Ministerio de Planificación Nacional y Política Económica (MIDEPLAN) mediante el oficio N.º MIDEPLAN-DM-OF-0013-2022.

Este programa del Ministerio de Cultura y Juventud (MCJ) cambia su giro de acción de apoyar a los artistas y las manifestaciones artísticas hacia iniciativas para el ejercicio de los derechos culturales de las personas de las comunidades, las personas jóvenes, gestoras y organizaciones socioculturales con base en metodologías participativas en las que la responsabilidad del proceso, la división de trabajo, la toma de decisiones, la realización y evaluación del trabajo cultural, es asumida por las contrapartes comunitarias, acompañadas por gestores de la dependencia.

El esfuerzo claramente apunta más a la cogestión y desarrollo comunitario que a una dinámica de desarrollo artístico por lo que los artistas dejan de ser protagonistas como en el colectivismo comunista.

Asalto normativo a la libertad artística

El marco normativo resumido ha impactado directamente la libertad creativa y de expresión en el medio cultural, al abandonar el estímulo a las bellas artes y visuales a menos que se sumen «temáticamente a las identidades cultural, de género y sexuales» como identifica el acta final del jurado del Salón Nacional de Artes Visuales 2021-2022.

Como ya hemos indicado en ediciones anteriores del Salón Nacional, cada jurado suele filtrar conforme a su experiencia, conocimiento y preferencias subjetivas lo que quiere mostrar como fruto de su esfuerzo examinador. No es cierto que exista la objetividad en este ámbito.

De hecho, es natural que quienes tienen la oportunidad de servir como jurados en un certamen como el presente, conforme más conocen de conceptos, historia y prácticas artísticas más padezcan de «parálisis paradigmática». Es decir, «su opinión experta constituye criterio profesional válido».

Por ello, es que, para ejercer el criterio saludable y profesional, conforme más conocemos, más necesitamos «desaprender» intencionalmente para evitar los juicios y prejuicios que impiden y/o restringen la libre experimentación del producto artístico sin metodologías críticas. Eso es lo que distingue al historiador y/o curador del crítico de arte esencialmente, como ya hemos explicado ampliamente desde el 2018.

Si hay algo que el pasado puede enseñarnos es a no menospreciar las oportunidades de mejora continua en este tipo de convocatorias artísticas. Si se quiere la participación tanto de artistas veteranos como nóveles, la convocatoria debería cumplir realmente con la promesa de «promover la pluralidad de visiones», pero esto se incumple tácitamente por la composición del jurado, la normativa legal en curso y la organización de las bases del certamen.

¿Cuáles fueron los criterios de selección del jurado?

En el acta que suscribieron, los jurados repiten como en el acta del 2019 que en la selección no primaron «criterios previamente acordados ni preconcebidos», pero que, sin embargo, se alinearon con las intenciones del marco normativo del salón y la política cultural estatal implementada «para promover y fortalecer, una vez más, la producción de artes visuales en Costa Rica».

Para ello, recurrieron a los textos aportados por los artistas visuales como memoria para el acercamiento a sus propuestas. Sin embargo, el jurado integrado por María José Chavarría Zamora, Roberto Guerrero Miranda y Ana Muñoz Quirós estableció como prioridad «valorar e integrar, en la muestra, obras alineadas tanto al paradigma moderno como al contemporáneo».

Cabe preguntarse ¿cómo evitaron que pesara el sesgo de sus criterios personales y los impuestos por la política cultural centrada en las identidades culturales, de género y sexuales? ¿Cómo pueden considerarse expertos si apoyan tácitamente una expresión artística alineada ideológicamente, transformada en una manifestación segura e inocua para no ofender a ninguna minoría?

Las inconsistencias del jurado del último Salón Nacional son patentes principalmente en dos venas:

1) Participación limitada por criterios acordados y preconcebidos. Como se ha establecido en el marco regulatorio en general, y el reglamento del salón, en lo particular, el jurado del certamen está obligado a ejercer una censura a priori de los contenidos que resulten disonantes o contrarios a los derechos culturales y la política de no discriminación (Art. 4). Este acto constituye en sí mismo una violación de la libertad artística y de expresión al filtrar las potenciales participaciones con base en una agenda ideológica en lugar del supuesto «diálogo entre distintos modos de concebir y realizar la práctica artística» de que habla el acta final.

No hay consistencia, en su objetivo de «no discriminación», ya que el jurado termina sirviendo a la censura y a la discriminación. Además, hay un rotundo desalineamiento con el inciso b) del artículo 11 del reglamento del salón que indica que entre las funciones del jurado está seleccionar las mejores propuestas con base en la calidad conceptual, formal y técnica.

2) Becas que obligan a la inclusión y la premiación sin rigurosidad. Un factor crítico en la credibilidad de cualquier jurado es su independencia y ética profesional. Estos tres profesionales fueron responsables totalmente de la selección de las obras expuestas y premiadas como se informa en el boletín oficial del Museo de Arte Costarricense (MAC) el 4 de mayo del presente año. Sin embargo, se otorgaron 35 «Becas de producción de obras de arte» a razón de medio millón de colones por beneficiario para que «pudieran trabajar en sus propuestas presentadas para el certamen».

En otras palabras, cada uno de los 35 becarios tenía garantizada su selección simplemente por haber recibido los fondos. Cuando escribí al MAC para aclarar este punto, me indicaron que la totalidad de los becarios fue incluida en el salón por el jurado.

A raíz de lo expuesto surgen dos interrogantes: primero, ¿el jurado estaba obligado a seleccionarlos, aunque el resultado fuera deficiente? y, segundo, ¿el jurado permitió una ventaja desproporcionada para los becarios en comparación con los que no recibieron tales becas y debieron pasar el escrutinio previo? La respuesta lamentablemente en ambos casos es sí. El inciso e) del artículo 11 del mismo reglamento del certamen permitía al jurado «seleccionar propuestas presentadas como obras en proceso» y esto determinaba si el MAC les daba becas o no.

Dos clases de participantes en un mismo certamen supone favoritismo y, por lo tanto, una clara discriminación a los otros 27 finalistas no favorecidos. Por cierto, aunque pregunté, nadie me pudo indicar cuál fue el criterio para otorgar las becas de producción, sobre todo por tratarse de «obras en proceso».

Es claro que este nuevo salón está muy lejos de ser el crisol prometido en el que se mezclen las distintas contribuciones de los artistas visuales residentes localmente, y que estimule a las nuevas generaciones de productores de bienes artísticos.

La medianía de recursos agotados

El comportamiento de un sistema complejo y dinámico como el del sistema artístico contemporáneo representado parcialmente en el presente Salón Nacional, puede ser completamente determinado conociendo sus condiciones iniciales. En otras palabras, la ausencia de desviaciones con respecto a la normativa dominante permite pronosticar un sistema dominado por el facilismo, y la degradación de las fórmulas dictadas por la agenda ideológica de moda y mercadológicamente por la nueva «economía naranja» adoptada por los gobiernos anteriores.

Como prolijos inversores, los miembros del jurado distinguieron con premios y menciones a seis miembros del selecto grupo de becarios que fueron preseleccionados con base en la promesa de «obras en proceso». No solo las propuestas son ideadas para participar en el salón, sino que las ideaciones seleccionadas constituyen la terna de la que oximorónicamente se eligen los premiados para reducir, tal vez, la fatiga mental de los jurados.

El colectivo Hapa integrado por Ana Matteucci Wo Ching, Jennifer Karczynski Tant y Karen Olsen Yu recibió una mención por su serie fotográfica de tres composiciones inspiradas en un útero, una triada femenil que evoca una vasija griega y una casita que, por la cruz, parece evocar un templo formada primitivamente a partir de vegetales.

Apegados al guion de la política cultural en boga sobre multiculturalismo el jurado sostiene que se trata de una reflexión sobre las relaciones de poder (órgano sexual femenino), identidades culturales (mujeres en vaso tipo griego) y de género (la cruz y la construcción vegana).

Si ocultáramos los apellidos de ascendencia china ¿que nos quedaría de la perspectiva multiculturalista que pregona la lectura del jurado? Igual que no se debe juzgar una obra por su título ni por el origen de sus autores, o sus preferencias personales, sino por su concepto, técnica y resolución formal esta serie fotográfica no agrega nada a la supuesta reflexión antropológica y sociológica tan en boga. Sus recursos limitados iconográficamente no aportan nada nuevo.

La siguiente mención correspondió a Renán Calvo por su escultura en madera Useköl inspirada en el máximo jefe religioso de las etnias Bribri y Cabécar de Talamanca, Limón. Como otros antes que ellos, el jurado con ocurrencia justifica la obra no por sus calidades formales y conceptuales, sino por su aparente tributo a representaciones precolombinas que son más resultado del texto de presentación de la obra que de la representación misma.

La obra es una talla en madera de oficio decente, formalmente alambicada, que explora en cierto grado el zoomorfismo, pero que está bastante lejos de los logros afirmados por escultores precedentes en la talla en madera que se han inspirado también en motivos precolombinos como Domingo Ramos, Aquiles Jiménez y Herbert Zamora, entre otros.

La tercera mención, en orden, fue otorgada a José Rosales por su instalación Museo de historia artificial donde retoma mediante jaulas de aves la técnica del ensamble de figuras para ensayar con ingenio una crítica a los museos de historia natural locales y foráneos. El jurado transcribe la narrativa de Rosales y la convierte en su razonamiento sin mayor miramiento.

El conjunto por sí mismo abre ante el espectador atento distintas significaciones diferentes a la del jurado y por ello tiene su mérito, pero se vale para comunicar de un recurso estéticamente agotado que hace de su propuesta general algo previsible.

Me tocó de niño cuando estudiaba en La Salle visitar el museo que sirve a Rosales como uno de los puntos de partida en su indagatoria. Lo artificial siempre ha sido y será parte de la vida civilizada, pero su construcción a partir de esos cuerpos extraños como los llama nunca impedirá al ser humano exponerse a las diferencias del mundo real de origen. La narrativa adoptada por el jurado revela el artificio de su superflua justificación.

Si por «la víspera se saca el día» las menciones solo abonan el camino hacia una decepción mayor con los tres premios principales otorgados. En el caso de la categoría bidimensional en que se premió a Ivanna Yujimetz, quien ya había participado en el salón 19, el jurado se vuelca con fervor sobre lo que identifica como «minucioso trabajo pictórico de veladuras y texturas» que en su perspectiva integra «coherentemente la expresividad de la técnica». Tal vez soy injusto, pero puede ser que el jurado esté más acostumbrado a las veladuras en la pintura al óleo, y haya visto pocas pinturas al acrílico con veladuras. Luego, debe aclararse que la técnica no puede ser en sí misma expresiva, sino lo que hace con ella el autor para comunicar expresividad.

El acrílico es un medio de secado más rápido que el óleo, y puede ser muy desafiante crear capas semitransparentes o transparencia de color sobre el color ya aplicado. Pero es una técnica cuyo dominio no justifica un premio de un millón de colones además del medio millón de beca para hacer la obra. Quienes hayan visto el programa de la «Tía Flory» sabrán lo patético que resulta en perspectiva, especialmente cuando vestía como un hada.

Dicha memoria tal vez puede haber sido traumática para alguien del presente, pero en nuestra época no teníamos que pedir cita al psicólogo después de ver el programa. Por ello, resulta pretencioso y artificial enlazar tal experiencia con un imaginario femenino o afectivo. Tal vez esa sea una de las diferencias claves entre baby-boomers y millennials, el exagerado peso que se asigna contemporáneamente a la individualidad egocéntrica.

Las tres obras de Yujimetz son aceptables como estudios, pero están lejos de ser obras meritorias por concepto y oficio técnico.

El premio en la categoría tridimensional —no confundir con escultura en estos tiempos— le correspondió a Emmanuel Zúñiga por su instalación La pecera. Se trata ciertamente, como detectó el jurado, de un encierro donde uno puede intentar sumergirse con ayuda del sonido en una experiencia inquietante. Si todo espacio lúgubre, minimalista y disfuncional provocara una experiencia patológica seguramente más psicólogos estudiarían la instalación de Zúñiga y provocarían estudios sobre el control provocado por la angustia.

Pero, realmente es una instalación extrañamente aburrida e incómoda de recorrer más por un tema de ubicación que de pavor. No hay nada escondido, no hay misterio que descubrir, solo la pretenciosa aspiración adolescente de sentirme existencialmente solo y vacío.

Finalmente, en la categoría «Otros medios», se galardonó a Andrés Murillo, otro becario, por su intervención Rojo sobre rojo. No estamos realmente ante una pintura o nada que se le parezca. Es más bien un subproducto del «arte» visual callejero con base en una suerte de esténcil sobre una reproducción del clásico Portón rojo de Quico Quirós. Si lo hubiera hecho sobre el original —Dios no lo permita ni el jurado—, tal vez estaríamos ante una intervención provocadora y desobediente como diría Fromm.

Sin embargo, el trabajo está construido en un plano seguro, dejando que el ingenuo jurado compre la narrativa del autor y secunde su supuesta denuncia del capital económico extranjero. Pero el jurado no se queda ahí. Eso sería imprudente. Va un paso más allá para explicar que la intervención de Murillo es una denuncia también de «la aplicación ambigua de políticas estatales para defender el patrimonio cultural».

Golondrinas que pueden hacer verano

A pesar de la continuidad del «caos determinista» identificado en el anterior salón costarricense la presente edición, en el contexto de la postpandemia, dominada por «el miedo a la libertad» de autores y autoridades culturales por igual, permite identificar al menos algunos autores con potencial artístico.

En el contexto de la exhibición se seleccionaron dos artistas, aún en proceso, y a quienes pondré atención más adelante en una crítica sobre arte emergente. Uno de ellos, Felipe Keta, no fue favorecido por el jurado y la directiva del Museo de Arte Costarricense (MAC) por lo que no recibió patrocinio estatal. Lo cual en realidad es bueno, porque le permite seguir investigando sin cortapisas políticas.

Keta, diseñador y pintor cartaginés, es un autor cuya obra está progresando hacia un concepto menos «pop» y gráficamente decorativo. Es un autor con oficio técnico cuya indagatoria lo lleva gradualmente hacia una conceptualización dramática y hasta nostálgica de la memoria y la cotidianeidad. Ojalá que su técnica no lo sumerja en un nicho comercial por causa de su creciente popularidad.

En el salón se exhiben pinturas de su serie 1 y 2 de óleos sobre tela Meditaciones sobre el vacío que sustenta filosóficamente en una meditación taoísta, pero que más tiene que ver con una propuesta existencial que busca regresar a lo básico mediante su expresión plástica.

La segunda excepción, es Walter Rojas Hidalgo, quien sí fue becado, pero que viene desarrollando de unos años para acá un concepto abstracto-geométrico consistente sin concesiones a un entorno enfrascado en la narrativa postconceptual y didáctica.

Rojas expone dos pinturas sobre tela en técnica mixta Rompecabezas IV y Rompecabezas V que, además de su exploración sobre las formas plásticas, suma la integración de medios como la fotografía y la gráfica para producir una obra que debe mucho a Feininger y a la Bauhaus. Además, reconecta con una tradición rota por la emergencia de la neofiguración en la década del setenta.

Como advertí cuando escribí sobre el salón anterior, se requieren jurados competentes, no solo curadores —no se debe ser juez y parte— y un espacio libre del control político para atraer a los creadores que completan el mundo de las artes visuales costarricenses.

La obsesión con la creación de «espacios seguros» mediante producciones «políticamente correctas» donde ninguna minoría se sienta ofendida puede operar en ámbitos universitarios y gubernamentales, pero es inconveniente en el artístico a menos que decidamos volver a experimentar la depuración autoritaria de la derecha o de la izquierda.

Si hay algo que merece enfatizarse en medio de la complacencia ideológica que gravita sobre la selección, premiación y exhibición de este nuevo Salón Nacional, es la intención tanto del MAC como del jurado de construir un discurso o narrativa (llámese lectura, fallo, o curaduría) en un espacio de exhibición oficial, para justificar la inversión de poco más de 25 millones de colones (aproximadamente USD $ 40,000) para «promover» signatarios de la agenda ideológica de moda mediante el posicionamiento de una producción sociocultural reunida con una curaduría aséptica e inocua que pretende disimular la pérdida de norte en los salones nacionales.

Mientras no exista una confrontación estética tangible entre diversas narrativas representativas del contexto nacional y el quehacer técnico y conceptual de artistas, tanto veteranos como noveles, el Salón Nacional seguirá siendo un terreno estéril para el desarrollo de las artes visuales con base en una participación melindrosa, un jurado con garras de papel y un entorno crecientemente temeroso de la libertad.