La Bretaña francesa tiene una de las costas más bellas que conozco. Situada en el flanco oeste de Francia, sus tormentas son espectaculares. El litoral despedazado, rocoso y variado hace la navegación extremadamente difícil y peligrosa. Allí fui –años atrás– a navegar en una de las más prestigiosas y populares escuelas de vela de Europa: Les Glenans.
Las rocas que apenas afloran en la superficie están indicadas con señales conocidas como cardinales: ellas te indican por donde pasar –al norte, al sur, al este, al oeste– para evitar un naufragio. De las cardinales depende tu seguridad y para resumir, tu vida. A lo largo de siglos, marineros y navegantes poblaron el inhóspito mar de cardinales para proteger la vida de las futuras tripulaciones.
Lamentablemente, tal abnegación, tal precisión, son raras en otras actividades de la especie humana…
En el curso de esta, la enésima crisis económica del siglo XXI, los expertos disienten a propósito de la dirección del viento, no saben dónde estamos ni hacia dónde vamos y perdieron Alpha Ursae Minoris (UMi), más conocida como Estrella Polar, esa que le permitió a Colón el descubrimiento de un nuevo continente aunque él mismo muriese sin saberlo. En la materia seguimos en la Edad Media, época en la que cada cual tenía sus propias unidades de peso y de medida, así como su propia moneda, o sea su estafa propia.
Hace años los economistas profesionales, tal vez aburridos de ser interrogados al respecto, formaron un comité destinado a indicar oficialmente el inicio y el fin de las recesiones. El comité NBER (Nation Bureau of Economic Research) considera una variedad de datos, pero su decisión final es subjetiva.
(John Mauldin, mi experto financiero preferido, escribe a propósito de los EE.UU.)
No escapa a tu sagacidad que tan eminentes profesionales examinan cuidadosamente todo tipo de datos –a priori objetivos– para adoptar finalmente un criterio basado en lo que les dice el dedo meñique. Por eso Mauldin señala:
Muchos de quienes se interesan en estas cosas prefieren una regla más objetiva, como por ejemplo «dos trimestres consecutivos de caída del PIB».
¿Por qué? El argumento principal se resume en otra pregunta: ¿Porqué no? John Mauldin es cáustico y definitivo: «Ese (indicador) es tan bueno como cualquier otro, pero, por supuesto, el PIB mismo es una estadística imperfecta».
El propio Simon Kusnetz, inventor del índice conocido como PIB, alertó sobre su inutilidad para medir el bienestar de la población. Simon Kusnetz, economista ruso avecindado en los EE.UU. en los años 1930, especialista de estadísticas, creó el PIB y –peor aún– la curva que lleva su nombre, la curva de Kusnetz. Esta última sugiere que al principio (¿de qué?) la riqueza se concentra en pocas manos, lo que es útil, visto que los afortunados pueden invertir y crear empleo, para luego distribuirse generosamente entre los pringaos, que se casan, tienen hijos y viven felices comiendo perdices.
Hubo que esperar la segunda mitad del siglo XX y a Thomas Piketty (Les Hauts Revenus Français au XXème Siècle) para saber que la curva de Kusnetz, en la práctica, no ha existido jamás: la riqueza se acumula en las ávidas manitas de los grandes capitalistas per secula.
Dicho sea de paso, Simon Kusnetz nació en Pinsk (1901): hoy sería bielorruso. Al publicar El Amo y Margarita de Mikhaïl Bulgakov en el año 2009, la gran editora francesa Robert Laffont precisó: «nació en Kiev en Rusia, en 1891». Nadie pretende que Bulgakov era ucraniano. Si las cardinales tuviesen la precisión de la propaganda occidental, o la de los índices económicos… no habría veleros.
La precisión y la Economía son como el aceite y el vinagre. Bruno Le Maire, ministro de Economía y Finanzas galo, declaró hace un par de días «las pensiones fueron aumentadas de 1,1% a fines de junio y serán revalorizadas en el segundo semestre en un 4,0%, o sea un total de 5,1% en el año 2022». Un periodista hizo el cálculo exacto: la revalorización es de apenas un 3,12%. Un diputado, doctor en matemáticas, adujo: «Lo mejor para un ministro de Economía y Finanzas, sería aprender a contar». Consejo transmitido a nuestros expertos del banco central y de Hacienda que no lo hacen mejor.
Te lo cuento porque en EE.UU. se verificó una caída del PIB en dos trimestres seguidos lo que indica que el Imperio está en recesión según le creas o no a estadísticas que nadie respeta mucho. Siglos de «ciencia económica» no han logrado definir lo que es una recesión, ni explicar cómo se entra en ellas, y aun menos cómo se sale del entuerto.
Ya he comentado que la misión de la casi totalidad de los bancos centrales se limita a combatir la inflación, de modo que una recesión les toca una sin mover la otra. Visto que no existe ni siquiera una definición irredargüible del fenómeno llamado recesión, los expertos evitan nadar en esas profundidades. Por otra parte los bancos centrales, imitando simiescamente a la FED (banco central de EE.UU.), decidieron que existe un objetivo de tasa de inflación: un 2% anual. ¿Por qué un 2% anual? El argumento es el mismo que el ya evocado más arriba: ¿Porqué no?
Como hace el comité NBER (Nation Bureau of Economic Research) a propósito de la recesión, los bancos centrales «consideran una variedad de datos, pero su decisión final es subjetiva».
A pesar de que los bancos centrales reúnen «los mejores economistas del mundo» (Michel Camdessus, Director del FMI 1987 – 2000 dixit) para combatir la inflación día y noche, he aquí que los EE.UU. y la Unión Europea, que le dan consejos a todo dios, conocen un fenómeno inflacionario que se aproxima al 10% anual, o sea cinco veces el objetivo que tan trabajosamente definieron observando el vuelo de las aves.
Desde luego no tienen la más mínima idea relativa a las razones que provocaron este desastre, y se aferran como siempre al salvavidas de la Ley de la Oferta y la Demanda. Demasiada oferta versus poca oferta es una situación que genera inflación. Es una suerte de reflejo pavloviano.
Aumentar la oferta, o sea la producción, para equilibrar su volumen con el volumen de la demanda no es plan. ¿Ya has visto trabajar a un banquero central? Los bancos centrales disponen de una única herramienta para combatir la inflación: reducir la demanda. Para ello reducen la cantidad de moneda disponible en los mercados mediante el conocido expediente del aumento de las tasas de interés, o dicho de otro modo generando inflación en el precio del alquiler del dinero (el crédito). Tan inteligente movida reduce la demanda, lo que gracias, una vez más, a la maravillosa Ley de la Oferta y la Demanda, reduce los precios, ergo la inflación. ¿En serio?
Aumentar las tasas de interés es como consumir demasiado acétaminofeno, más conocido como paracetamol: provoca efectos indeseables, entre ellos profundizar las recesiones. O aun peor, genera un fenómeno llamado estanflación: la recesión continúa, la demanda se reduce más y más (mientras aumenta el desempleo), y los precios continúan subiendo.
La FED, el banco central del Imperio, anuncia nuevas subidas de la tasas de interés, mientras sus homólogos del Banco Central Europeo hacen lo propio. Ellen Brown en el SheerPost, en un artículo titulado Las alzas de interés no nos salvarán de la Inflación asegura: «La prescripción de la FED consiste en suprimir la demanda (el crédito y el gasto) subiendo las tasas de interés».
Por su parte John Mauldin escribe:
Los últimos datos muestran que la inflación aun está aquí a un ritmo del 8,5% anual. Eso significa que podemos esperar que la FED continúe apretando, intentando reducir la demanda para aliviar la presión en los precios al consumidor.
Al mismo tiempo vemos declinar el PIB en los últimos dos trimestres… puedes decir que tenemos un PIB estancado. Sus débiles cifras no sugieren que sea urgente «enfriar» la economía. Pero eso es lo que está haciendo la FED.
Al parecer los gobernadores de la FED no tienen la intención de detenerse en tan buen camino. Las declaraciones de Neel Kashkari, presidente de la FED de Minneapolis (la FED de los EE.UU. es la reunión de 12 FED regionales), son muy claras:
La idea de que vamos a parar de subir las tasas a principios del año próximo, cuando es muy probable que la inflación esté lejos de nuestros objetivos, es poco realista.
Pienso que un escenario más probable es que seguiremos aumentando las tasas de interés hasta un cierto punto y que luego nos sentaremos hasta que estemos convencidos de que la inflación está regresando al nivel del 2%, antes de que pensemos en bajarlas.
Kashkari es muy claro cuando dice que la FED «está lejos de cantar victoria sobre la inflación, y mientras no vea que los precios van en la dirección correcta no cambiaré mi opinión sobre las tasas».
Nada de esto tiene la precisión de un cálculo efectuado por el maestro Povedilla para obtener un ángulo recto de cabales 90º, ni uno más ni uno menos. Como hace un chapuza cualquiera, utiliza el teorema de Pitágoras (nacido 580 años antes de nuestra era), ese que determina que en todo triángulo rectángulo, el cuadrado de la longitud de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de las longitudes de los catetos.
Los economistas no han llegado tan lejos… por eso –entre otras cosas– estamos como estamos. Si mi memoria no me traiciona, fue John Maynard Keynes quien dijo: «Los economistas van conduciendo el vehículo planetario, pero debiesen ir sentados en el asiento trasero». O en el maletero, digo yo.
Sin saber qué ha generado la inflación, sin saber qué provocó esta recesión, no pudiendo echarle la culpa a Putin… los bancos centrales pedalean en vano.
Por mi parte, después de navegar en el Golfo de Morbihan y en el mar abierto de la Bretaña francesa, regresé sano y salvo al bello puerto de Vannes: gracias a las cardinales.