Mientras investigaba para mi artículo sobre Lolita, me topé hace unas semanas con un ensayo en formato vídeo analizando nuestra obsesión, como sociedad, por la figura de Marilyn Monroe. La ensayista en cuestión, Mina Le (fácilmente reconocible por su curada estética vintage, sus finas cejas dibujadas a lápiz, y su alegre pero mordaz crítica tanto de la moda como de la cultura pop), analiza y crítica, con carisma desmesurado, la influencia del icono del cine. Sin embargo, lo que más llama mi atención es un fragmento de un documental en el que una mujer vestida de rosa admite, orgullosa, lo empoderada que se siente al ver a Monroe hacerse dueña de su sexualidad. Inmediatamente busco el nombre del documental: Reframed: Marilyn Monroe, y me dispongo a verlo.
Me sorprende, principalmente, la nueva tendencia a reescribir las narrativas de personajes reales, de leerlos en clave contemporánea y adscribirles un sentido que, en su día, tal vez no tuvieran. ¿Era Marilyn Monroe dueña realmente de su sexualidad? Me parece una pregunta difícil, sino imposible, de contestar. Actualmente, ¿qué mujer es cien por cien dueña de su sexualidad? ¿Y en los años 50? Si hoy en día aún nos estamos haciendo estas preguntas, ¿no es lógico mirar con cierta aprensión las experiencias vividas por Monroe y sospechar de sus motivos y consecuencias? Pero, como bien nos dicen en el documental, Marilyn es un icono que refleja los pensamientos de una sociedad: cómo la percibimos y cómo hablamos de ella es también cómo percibimos a las mujeres por norma general.
No niego que Monroe luchara encarnizadamente por ser dueña de sí misma (de su cuerpo, de su talento, de su intelecto), pero no podemos obviar que Marilyn es un producto construido por Norma Jeane (su verdadero nombre) y 20th Century Fox y, como todos los productos, estaba pensado para ser consumido por las masas. Así fue: desde su concepción hasta el día de hoy, Marilyn Monroe es consumida compulsivamente por un público fiel que sigue obsesionado con su imagen; desde recreaciones de sus momentos más icónicos en películas y videoclips (el personaje de Harley Quinn en Birds of Prey o Madonna en Material Girl) a cuadros y tazas estampados con su figura. Hasta Kim Kardashian, a quien se la ha comparado numerosas veces con la figura de Marilyn, protagonizó hace poco una polémica por emular a la actriz vistiendo el traje, pieza de museo, con el que le cantó feliz cumpleaños al presidente Kennedy. Mientras Kim Kardashian cruzaba la alfombra roja, las redes ardían. Y para quien no puede permitirse los trajes originales, siempre quedan los disfraces de carnaval y Halloween.
Es normal (dentro de lo que cabe), o por lo menos está socialmente aceptado, que un personaje público se convierta en un icono y que su figura sea engullida por la maquinaria del capitalismo. Pero me parece de mal gusto que en el mismo documental donde se ensalza la figura de Marilyn por hacerse dueña de su sexualidad, se llegue a decir también (y aquí traduzco las palabras textualmente del inglés al español) que Marilyn era consciente de que para conseguir sus objetivos en Hollywood, debía relacionarse (la palabra es date: salir, que funciona perfectamente como eufemismo de mantener relaciones) con la gente correcta y, aunque nadie debería verse obligado a tomar esa decisión, por lo menos en su caso fue una decisión activa, consciente. Un gesto irónico por parte de quien menciona estas palabras, puesto que Marilyn publicó en 1952 un artículo titulado Wolves I Have Known donde hacía un recuento de todos los hombres que habían intentado aprovecharse de ella hasta la fecha. Pero no me extraña que se caiga en ese error; en nuestro afán por otorgar voluntad propia a las mujeres, por evitar la palabra «víctima» (como si fuera un insulto), nos volvemos cómplices de los propios mecanismos del patriarcado. ¡Qué feminista por parte de Marilyn Monroe explotar su cuerpo para conseguir sus objetivos! ¿Pero quién sale realmente ganando? La explotación del cuerpo femenino beneficia a unos pocos, pero tiene un sin fin de consecuencias económicas, emocionales y sociales que, en un comentario inocente como el del documental, no se han tenido en cuenta. No queremos ver a nuestros ídolos como sujetos pasivos, sino como agentes activos de su propio destino: Marilyn «eligió» explotarse a sí misma y a su cuerpo y, por lo tanto, en su elección, lleva a cabo un acto feminista. Pero no toda elección se hace libre de influencias, ni todo acto individual llevado a cabo por una mujer puede ser considerado un acto feminista. Y de todos los actos feministas que llevó a cabo Marilyn Monroe (y fueron muchos, pues era una mujer adelantada a su tiempo), precisamente el de explotar su cuerpo para el consumo mayoritariamente masculino no fue uno de ellos.
Tal vez se traten de un par de comentarios desafortunados, puesto que, en sí, el documental intenta ser lo más respetuoso posible con su persona, pero son un par de observaciones que hablan por sí solas. Incluso cuando queremos empoderarla, tanto a ella como a su sexualidad, la acabamos reduciendo a su cuerpo. Por eso es peligroso hablar en nombre de una persona real que ya no está aquí para defenderse, ponemos palabras y pensamientos en su boca que no podemos estar seguros de que sean acertados o precisos. Me molesta, principalmente, porque para encajar en una narrativa (la del girl power, la del girl boss), deformamos la realidad. No hace falta que todo sea un acto feminista, a veces una mujer (una mujer de los años 50, además) tiene derecho a existir de forma contradictoria, sin que sus éxitos y, especialmente, sus penurias sean reconfigurados para el consumo ajeno. A veces, también, es bueno que nos detengamos a pensar antes de hablar, que usemos el filtro que existe entre el cerebro y la boca, que nos preguntemos por qué una mujer se ve obligada a hacer uso de su cuerpo para sobrevivir, para ganar, para alcanzar el éxito, a quién le interesa que percibamos nuestros cuerpos como armas y a quién le interesa que desaparezca el concepto de víctima del vocablo popular… Pero, sobre todo, como bien dijo Mina Le: dejemos a esta mujer descansar en paz.