Estimado lector, lejos del mero carácter expositivo, la razón de ser de este texto es registrar en la infinidad de lo digital una experiencia que viví y deseo reafirmar de todas las maneras posibles, pues ahora es parte importante de mi historia: estuve en siete ciudades distintas, durante siete años, dejándome arrastrar por siete pecados capitales en tan solo media hora. Este escrito es un recordatorio para mí misma, una nota sobre la entrega del ser.
Hace unas cuantas semanas, me uní al elenco de la que sería mi primera opereta como actriz y bailarina, contando con música de Kurt Weill y libreto de Bertolt Brecht, cuyo trabajo siempre me había atraído. Hablo de Los 7 pecados capitales, montaje que presentamos con la prestigiosa Orquesta Sinfónica Municipal de Caracas, la dirección artística del maestro Rodolfo Saglimbeni y la puesta en escena de Sandra Yajure en el teatro de la Asociación Cultural Humboldt, punto clave de encuentro entre las culturas germano-venezolana en nuestra capital latinoamericana.
Los 7 pecados capitales –Die Sieben Todsünden– es una opereta satírica en siete escenas y nueve movimientos compuesta en 1933 por Kurt Weill con libreto de Bertolt Brecht –última gran colaboración entre ambos alemanes–, por encargo de los poetas Borís Kojnó y Edward James.
La pieza aborda el tema de la ambición de lucro, convirtiendo a Anna en «dos hermanas»: Anna I, la cantante, la administradora de espíritu práctico que refrena cualquier impulso o deseo de Anna II, la bailarina que tuve el honor de interpretar. Ambas parten a una travesía de siete años por siete ciudades distintas con el fin de acumular suficiente dinero y construir una casa para su familia en Lousiana.
En cada villa, su cuenta bancaria se ve amenazada por la frágil personalidad de Anna II, provocada por cada uno de los pecados capitales. La trama está centrada en una mujer psicológicamente dividida describiendo la esencia de la feminidad de Anna.
«Mi hermana es hermosa y yo soy práctica; ella es un poco alocada y yo soy muy juiciosa. En realidad, no somos dos personas sino una. Las dos nos llamamos Anna, con un solo pasado y un solo porvenir, un solo corazón y una libreta de ahorro, y cada una vive para el bien de la otra. ¿No es cierto, Anna?».
Cada cuadro representa a cada uno de los pecados capitales: pereza, soberbia, ira, gula, lujuria, avaricia y envidia. En la sociedad burguesa los pecados asumen un significado opuesto al que tenían originalmente. Así, la pereza impide el ascenso en la escala social, la soberbia impide a una mujer desnudarse, la ira impulsa a oponerse a la injusticia, la lujuria le mueve a ir con un hombre que le gusta en lugar de otro que puede pagarle todo.
Anna I, que representa el «yo» racional, pide a Anna II, el «yo» instintivo, que se someta a todas las leyes sociales. Vencidos todos los escrúpulos morales y aceptadas las reglas del juego impuestas por la sociedad burguesa, las dos hermanas consiguen el dinero para construir una casa en Lousiana.
El elenco del cual tuve el gusto de ser parte estuvo conformado por Marilyn Viloria –Anna I, mezzosoprano–; Domingo Balducci –el padre, tenor I–; Arturo Bocarruido –hijo, tenor II–; Abraham Camacho –hijo, barítono–; y Martín Camacho –la madre, bajo–. Además, la producción general y el vestuario fueron de Edisson Spinetti; la asistencia de dirección, de Paola Martínez; el diseño de iluminación, de Manuel Troconis; y el repertorio, de Sadao Muraki.
Tal y como sucede con las personas y las situaciones de nuestra cotidianidad, creo que cada personaje escénico llega para enseñarnos algo, y más aún si son diferentes a nosotros. En este caso, la intensidad emocional y el declive humano experimentados gracias, por supuesto, a la naturaleza teatral, en medio de contextos tan bestiales que vivimos sobre las tablas de Los 7 pecados capitales, en menos de una hora, es una muestra de que no siempre lo más antiguo y duradero es lo que más nos mueve las fibras.
Por todo esto y más, te escribo ahora a ti, querida Anna:
Emprendiste un largo viaje lejos de tu hogar, llena de muchas ilusiones y con una gran responsabilidad a cuestas: trabajar para, desde la distancia, ayudar a tu familia a construir una casa en Luisiana.
Querías ser artista, pero el mundo exterior te demostró lo crueles que podemos llegar a ser como seres humanos, y aunque tu lado juicioso te recordara tu deber constantemente, la irreverencia en ti no te dejaba olvidar que las verdaderas fieras se hallaban bajo el mismo techo que tú.
Estarían presentes tentaciones de todo tipo en tu camino, originadas por los siete pecados capitales con los que luego Weill, Brecht y Balanchine honrarían y satirizarían tu historia.
Querida Anna, emprendiste un largo viaje lejos de tu hogar, llena de muchas ilusiones y desconociendo lo que te esperaba en la cuerda floja. Viviste tanto que sería un atrevimiento de mi parte creer que comprendo todo lo que afrontaste durante siete años, condensados en solo media hora; sin embargo, gracias a la magia de las artes escénicas, me quedo con la dicha de haber podido ofrecerte mi ser para cargar tu maleta de sueños convertida en yunque y comunicar tu travesía, la cual ahora es parte de ambas.
Volveremos a encontrarnos pronto, artista.
Y a ti, estimado lector que, desde donde quiera que te encuentres, ojeaste estas líneas, quiero agradecerte por hacer de tu tiempo mi cómplice dentro de esta intención de, simplemente, recordarme, y a todo el que lea, que lo mucho que entregamos nuestro ser con genuinidad a aquello que nos apasiona es lo que dejará las huellas más profundas en este camino que todos transitamos, cada uno desde su vereda.