De todos los grandes genios compositores de la música clásica occidental posiblemente el más escuchado, el más interpretado y seguramente el más malinterpretado de toda la historia, es Ludwig van Beethoven (1770-1827). A todos nos es familiar su nombre e independientemente de que tengamos afición o no por la música clásica, también tenemos presente muchas de sus melodías.
Para muchos, el desconocimiento del origen y procedencia de estas melodías no ha sido obstáculo para que esta música sea utilizada en un sinfín de escenarios de lo más diversos. Desde anuncios de publicidad de Halloween y videos en TikTok, hasta en grandes obras del cine como la Naranja Mecánica o la serie española La Casa de Papel. Es sorprendente como hasta en el lugar más inesperado puede sonar el “tta-ta-ta-TAAA” de la quinta sinfonía beethoveniana o la archi-recontra conocida melodía del final de la Oda a la alegría.
Con decirle que ese tema de la Oda a la alegría es actualmente el Himno de la Unión Europea, pero que también fue uno de los Himnos de la Alemania Nazi de Adolfo Hitler y que años después, exactamente esa misma melodía, sirvió como soundtrack para la caída del muro de Berlín.
Tenemos entonces que este compositor enigmático ha sido capaz de traspasar casi cualquier frontera hasta el punto en que sus melodías son reconocibles por cualquiera en cualquier lugar. Su obra musical es tan universal, que es ejemplo único de cómo se puede ser a la vez música culta de arte y también música popular.
En Beethoven sí que podríamos aplicar la frase bíblica “de oídas te había oído”.
No obstante, su catálogo de composiciones es mucho más que eso. Consta de cerca de 700 obras, en las cuales se encuentran todo tipo de géneros musicales, donde encontramos no solo obras para orquesta, sino también para instrumentos solistas, dúos, tríos, cuartetos, música de cámara, óperas, conciertos y corales.
Aunque toda su música es de alta factura, en este artículo abordaremos, aunque sea de forma superficial, sus sinfonías. Las usaré a modo de hilo conductor para compartir un poco más sobre la vida y mensaje de este compositor. Y por qué no, de las nueve sinfonías que escribió, nos enfocaremos en las favoritas de todos, las impares.
Hablaré de la primera, la tercera también llamada Heroica y la Quinta Sinfonía, y en un siguiente abordaremos la Séptima y la Novena Sinfonía, mejor conocida como Oda a la alegría.
Para nuestros lectores que no están familiarizados con el lenguaje musical académico, basta con entender que una sinfonía es una composición musical, la cual lleva reglas más o menos específicas sobre la estructura y la manera en la que se desarrollan los diversos elementos musicales. En la época clásica (s. XVIII), una sinfonía era por lo general una composición de mediana duración, desde 10 hasta 30 minutos, la cual se dividía en diferentes partes, llamadas movimientos. Usualmente una sinfonía constaba de 4 movimientos y cada uno de ellos tenía a su vez, un orden y características bastante estrictas.
Por decirlo en palabras sencillas, lo común era que una sinfonía tuviera un primer movimiento de carácter extrovertido y rápido, un segundo movimiento de carácter lento, largo y reflexivo, el tercer movimiento tendía a ser un movimiento corto y dansable y el cuarto movimiento era por lo general un movimiento enérgico a modo de rondó o danza circular.
La genialidad de un compositor sinfónico consiste, entre otras cosas, en cómo ordena y da coherencia a todos los elementos del discurso musical sin salirse demasiado de las reglas.
Para tener una idea de la cantidad y complejidad de las composiciones de Beethoven, tomemos como ejemplo su sinfonía más famosa, la novena, la cual se compuso para ser interpretada por más de cien músicos y la obra completa tiene una duración de más de una hora ¡Y eso cuenta sólo como una de las 700 composiciones!
Entre 1800 y 1824 Beethoven nos heredó sus monumentales sinfonías. Los hechos históricos, su sordera, las situaciones amorosas, los reflejos de la naturaleza y las epifanías espirituales del compositor permean sobre la creación de estas obras, llenándolas de leyendas, misterios y de hechos interesantes que siguen siendo motivo de estudio.
La primera sinfonía fue estrenada en 1800 cuando el compositor tenía 30 años de edad. Aunque era su primer trabajo sinfónico, Beethoven no era para nada un compositor amateur. Si bien gozaba desde años antes de reconocida trayectoria, seguramente quiso esperar al momento adecuado donde se sintiera lo suficientemente maduro para abordar el lenguaje orquestal y comenzar un proceso revolucionario de la música. Al momento de escribir su primera sinfonía, Beethoven ya había estrenado con éxito por toda Europa 2 conciertos para piano, 6 cuartetos de cuerdas, 10 sonatas para piano, entre muchas otras obras.
La primera sinfonía está aún dentro del lenguaje de la época clásica, más no tardaría mucho en que se considerara como las puertas que mostraban el camino para la transformación hacia una modernidad romántica.
Sin embargo, desde el primer acorde se anuncia intencionalmente que la tradición de las sinfonías clásicas, al estilo de Haydn o Mozart, estaba por terminar. Esta sinfonía inicia con una serie de acordes disonantes, inestables y modulantes, que se desarrollan de una manera audaz e intrépida. Sin duda, Beethoven sabía que estaba estableciendo una nueva forma de construir el espacio y el discurso sonoro. Es una delicia escuchar cada uno de sus temas melódicos. ¡Prueba escucharla!
Abordando el tema de la sordera de Beethoven, esta fue una enfermedad que progresivamente le hizo perder su capacidad de percibir sonidos de manera sensorial. Es decir, que no fue una enfermedad de nacimiento, sino una enfermedad degenerativa que inició cuando el compositor tenía cerca de los 25 años de edad.
Es importante aclarar, que el hecho de que llegó a ser completamente sordo, no significa que no tuviera el pleno conocimiento de saber exactamente como sonaría lo que estaba componiendo. Para un músico, sobre todo de la talla de Beetthoven, es parte fundamental de sus habilidades el tener la capacidad de escribir o leer música y saber exactamente como suena la partitura, sin necesidad de hacerla sonar, pues con la práctica se pueden oír los sonidos dentro del pensamiento. Algo así como lo que todos hacemos cuando leemos un texto en voz baja.
Sin embargo, esta pérdida gradual del oído fue trastornando la personalidad y los sentimientos de Beethoven, haciéndolo parecer como una persona mustia, agria y un tanto huraña. Pero nada más alejado de la realidad. En 1802 el compositor escribió una carta, la cual la posteridad nombró como el Testamento de Heiligenstadt, donde el compositor, le escribe a sus hermanos para narrarles lo agotado, deprimido y la terrible y cruel soledad que sentía a causa de su enfermedad.
…tales situaciones me empujaban a la desesperación, y poco ha faltado para poner yo mismo fin a mi vida. Es el arte, y sólo él, el que me ha salvado. ¡Ah!, me parecía imposible dejar el mundo antes de haber dado todo lo que sentía germinar en mí…
(Ludwig van Beethoven)
Un poco repuesto de su depresión, Beethoven estrena en 1804 su tercera sinfonía, mejor conocida como la Sinfonía Heroica. Se dice que el asombro de los asistentes al estreno de esta sinfonía fue, si pudiera decirse, aún mayor de lo que había sido en sus previas obras. Sorprendió no sólo la magnitud y dimensiones de la obra, la cual tiene el doble de duración de lo que tenían las sinfonías de sus antecesores, sino que también sorprendía la potencia y las innovaciones técnicas y estéticas que daba al discurso sonoro. Beethoven reventaba los elementos tradicionales de la música y proponía ya desde aquí formas del lenguaje musical nunca antes vistas.
No saben lo que yo daría por subirme a la máquina del tiempo e ir a ver las caras de los asistentes del estreno ¡Imagínese cómo la potencia de la música de Beethoven hacía volar por los aires las pelucas blancas garigoleadas de los asistentes!
El Clasicismo había quedado definitivamente atrás e iniciaba la época del Romanticismo, el cual se definió como un movimiento espiritual e intelectual surgido a principios del siglo XIX, donde los artistas llevaron su lenguaje y sus experiencias al límite para mostrarnos un mundo de pasiones y emociones que no habían sido explorados aún.
Sabemos, porque aún se conserva el manuscrito original, que la Sinfonía Heroica estuvo inspirada y originalmente dedicada a Napoleón Bonaparte, quien en un principio era reconocido como el reformador liberal de Europa. Es tal vez por esta razón que encontramos en la Sinfonía Heroica esa magnitud colosal de gran fuerza expresiva, con pasajes tan gloriosos y potentes, cual si se tratara de la caballeriza de una de las campañas napoleónicas. Sin embargo, el hecho de que Napoleón se autoproclamara Emperador, hizo que el panorama sociopolítico de Europa se cimbrara y Beethoven decidiera borrar la dedicatoria de la carátula. En el manuscrito aún se pueden apreciar los tachones y borrones de esta dedicatoria.
Si bien la dedicatoria de esta obra era para un solo hombre, Beethoven en realidad tenía la intención de llevar al terreno musical los principios de la revolución francesa, “Libertad, Igualdad y Fraternidad”. La Heroica es contundente y explícita en la búsqueda de la libertad de la forma musical, de la igualdad de elementos del discurso musical y de la fraternidad de todos los instrumentos musicales de la orquesta.
No deje de poner atención al segundo movimiento de la Heroica, hay cuatro sonidos repetitivos y persistentes de los que hablaremos más adelante.
Ahora bien, aunque había prometido sólo abordar las sinfonías impares de Beethoven, aquí tenemos que hacer una excepción, pues para hablar de la Quinta sinfonía también tenemos que hablar de la Sexta.
Beethoven escribió ambas obras —Quinta y Sexta— en el periodo de 1804 a 1808 y consideró que ambas sinfonías eran, por así decirlo, hermanas o las dos caras de una misma moneda. Ambas sinfonías se estrenaron en el mismo concierto en la ciudad de Viena el 22 de diciembre de 1808. Pero, curiosamente, lo que hoy conocemos como Quinta Sinfonía fue concebida y estrenada como Sexta Sinfonía y la que hoy conocemos como Sexta fue estrenada como Quinta. Es decir, estaban en el orden inverso.
Algo pasó en el momento de la edición y al publicarse años después, quedaron en el orden actual. Lo que hoy conocemos como Quinta Sinfonía es la llamada la Sinfonía del destino y la sexta es conocida como Pastoral.
La Quinta Sinfonía representa, según Anton Schindler, —quien fuera el primer biógrafo de Beethoven— la manera en que el ser humano se enfrenta a su destino a lo largo de su vida. Asegura Schindler que fue el propio Beethoven quien le confesó que ese motivo musical de cuatro notas que inicia la Quinta Sinfonía representan los golpes del destino llamando a nuestra puerta ¡tta-ta-ta-TAAA…tta-ta-ta-TAAA!
Hagamos una pequeña pausa estimado lector y probemos como suena mejor llamar a la puerta con nuestros nudillos ¿golpea usted dos, tres o cuatro veces? Yo, a lo mejor por la influencia beethoveniana, inconscientemente siempre llamo a la puerta con esos cuatro golpes, ¡tta-ta-ta-TAAA! Trato de hacerlo no tan tempestuoso, eso sí.
Dentro de las cartas y anotaciones que se conservan del archivo de Beethoven, hay una anotación al margen de un libro donde Beethoven cita al filósofo Immanuel Kant, y deja una frase de bastante interés para entender la Quinta Sinfonía:
En el alma, como en el mundo, actúan dos fuerzas. Ambas igualmente grandes, ambas igualmente simples y ambas emanadas del mismo principio.
Beethoven llamó a una de esas fuerzas como la fuerza de resistencia y de oposición y a la otra como la fuerza de súplica, las cuales, según el compositor, están presentes en toda la naturaleza y por lo tanto, están presentes y en constante conflicto en la vida del ser humano.
Durante toda la Quinta Sinfonía se escuchan y se sienten estas fuerzas superiores, ambas igualmente grandes, ambas igualmente simples y ambas provenientes del mismo principio. Ese principio, del que emanan todas las fuerzas, yo lo llamaría el silencio. Si pone mucha atención, se dará cuenta que la quinta sinfonía no inicia con sonidos, sino en realidad inicia con un silencio.
Cuando escuché esta sinfonía, busque esos cuatro sonidos, como se reproducen inexorablemente una y otra vez por todos los instrumentos de la orquesta, a veces arriba, a veces abajo, unas veces como oposición y otras como súplica. También preste atención a esos respiros de silencio y la manera en que hilan de forma tan dramática el discurso musical.
Después del inmenso conflicto del primer movimiento, Beethoven decide dar en el segundo movimiento un poco de alivio, con un carácter melódico y cantable, casi balsámico y purificador. Es interesante, que dentro de esa tranquilidad y reflexión, siempre existe el tema de los cuatro sonidos, a veces en los contrabajos, a veces en los alientos, siempre presente, pero aquí no se presenta como oposición, como sucedía en el primer movimiento, sino más con un carácter y significado de oportunidad y esperanza.
A lo largo de la construcción del tercer movimiento los mismos cuatro sonidos hilan el discurso de una forma solemne y reflexiva, proyectados con un diferente significado que en los movimientos anteriores. Si bien en el primer movimiento teníamos oposición y en el segundo, oportunidad, en el tercero hay un significado de imperativo categórico, como un postulado de ley natural del cual es imposible sustraernos.
Al final de este tercer movimiento, cuando la oscuridad se ha instaurado y todo pareciera tinieblas, surge desde lo profundo de la orquesta una centelleante afirmación de triunfo y esperanza. Digo triunfo no en el sentido de vencer, sino en sentido de transformación, de cómo es posible usar el destino como una fuerza a nuestro favor. Aquí los cuatro sonidos que antes eran oposición ahora se manifiestan de manera llena de esperanza y júbilo, llenos de empuje y luminosidad.
Por su definición más simple, podemos entender al destino como una serie de sucesos irremediables e irresistibles, tal vez como una fuerza sobrenatural que conspira de manera inevitable sobre los seres humanos. Todos nos hemos preguntado alguna vez ¿qué podemos hacer cuando el destino golpee nuestra puerta?
Beethoven posiblemente se hacía la misma pregunta una y otra vez durante los años en que su enfermedad degenerativa lo atormentaba, pero posiblemente entendió que en vez de echar la mirada al pasado, había que mirar de nuevo hacia el futuro.
Para nada le deseo el mal, pero la próxima vez que suceda algo lamentable, como romperse una pierna —toco madera—, en vez de fijarnos en el pasado ¿Por qué me pasó esto?, aprendamos de Beethoven y miremos hacia delante y preguntémonos ¿Para qué me pasó esto? A lo mejor mirando hacia el futuro podamos encontrar una mejor respuesta.
Si usted no ha tenido la oportunidad de escuchar completa la Quinta Sinfonía de Beethoven, le recomendaría amablemente que al menos una vez en su vida, se regale la oportunidad de presenciar este monumento sonoro al espíritu humano. Pero en vivo, con la orquesta frente a usted. Lamentablemente es poco probable que mediante la reproducción de la música en un celular o en unos audífonos podamos dimensionar la magnitud de una sinfonía.
Cuando esté frente a la orquesta ponga atención al espacio físico que se necesita para que esta obra tome vida, desde el número de integrantes de la orquesta, sus instrumentos, el virtuosismo técnico de cada uno de los músicos y en el lenguaje corporal que el director de la orquesta debe de usar para revivir las notas de este gigante. Ponga atención al espacio, a la forma y a los sonidos. Pero sobre todo ponga especial atención al silencio que antecede y sucede a la obra, pues como todas las grandes obras, estas sólo son posibles cuando existe la quietud y el silencio.
Y ya después de eso, si por casualidad anda usted por Madrid en un fin de semana y tiene un poco de tiempo libre, pase a visitar la Quinta del Sordo, y no me refiero a Beethoven, si no a la finca donde Francisco de Goya vivió y guardaba originalmente sus famosas Pinturas Negras. Hay una pintura de esta serie que es llamada Las Parcas, donde aparecen las tres diosas del destino: Cloto, diosa que hebra el hilo de la vida, Láquesis, diosa que mide el hilo de la vida, y Atropos, la diosa que inexorablemente cortará el hilo de la vida. También hay una cuarta persona en el cuadro, con las manos en la espalda, quizá maniatada, quien tal vez pudiera ser usted o yo…
Qué curioso: dos quintas, dos sordos, una pintura sobre el destino, cuatro personas en el cuadro, una sinfonía, cuatro sonidos…