Es un verano atípico en el hemisferio norte del planeta Tierra, tanto calor que no se puede ni dormir por las noches, porque no refresca y, mucho peor que eso, los incendios están deforestando nuestras tierras. Los políticos siguen peleándose entre ellos y haciendo caso omiso a las voces que claman en el desierto (nunca mejor dicho porque el sur de Europa pronto será un desierto si no se hace nada al respecto). Yo, mientras tanto, descubro que para lanzar un disco ahora es necesario contactar con una plataforma de distribución digital, ya no con una distribuidora o una discográfica; que si queremos podemos olvidarnos del disco físico y que nuestras canciones solo serán unos y ceros volando por el espacio, transformándose en sonidos para volver a ser parte del viento y que se venderán por reproducciones; que cada vez que alguien de a un clic con el ratón o apoye su dedo en una pantalla se registrará de forma automática una cuenta que irá subiendo y, a final de año, recibiremos unos céntimos como reconocimiento a nuestros meses de creatividad y ensayos e inversión en el estudio de grabación.
El calentamiento global es un hecho y la tecnología ha venido para quedarse, a menos que un gran meteorito caiga en nuestro querido planeta y desaparezca la tecnología actual por el gran pulso electromagnético que generaría y por la deforestación debida a los incendios generalizados y la gran nube de ceniza que, junto con el cambio de posición del eje de la tierra, harían que nuestras estaciones terminaran de descontrolarse llevándonos a una nueva glaciación. Por suerte, tengo una trompeta y, para entonces, estaré cubierto por cueros de animales tocándola en medio de la desolación de nuestra vida de cazadores y recolectores con algunos libros de papel y poco más. No habrá más guitarras eléctricas porque la electricidad y la distribución digital serán recuerdos de un pasado mejor, o peor, porque teníamos incendios forestales debidos al calentamiento global; ese calentamiento que tanto desearemos en medio de una glaciación que llegará hasta el ecuador en los inviernos bianuales.
«Te miro a los ojos» será la canción que me recuerde cuando te ibas pensando en otro, Varosha será solo un recuerdo de esas ciudades que estaban en medio de dos estados y que no pertenecían a nadie, porque durante la glaciación ya no habrá ni siquiera ciudades y el único sonido no gutural que volveré a oír será el de mi trompeta llamando a las fieras, a mis hermanos hijos y amigos a congregarnos en mi cueva castellana donde comeremos carne asada y vestiremos pieles de los animales que se hayan dejado cazar. Y, cuando anochezca, les contaré historias a la luz de la hoguera. Les contaré que los incendios consumían Europa durante las olas de calor. Atusaré mi larga barba mientras intente explicarle a mis nietos lo que era la distribución digital y cómo uno podía grabar música, convertirla en unos y ceros y después, a través de un ordenador, subirla a una página web y hacer que todo el mundo pudiera escuchar las canciones de Varosha por un módico precio de unos pocos euros para subirla y unos pocos euros al mes para poder escuchar miles de canciones, no solo las nuestras. Los niños abrirán los ojos porque ni web, ni distribución ni euros les dirán nada, y preguntarán una y otra vez sobre qué era esto y qué era aquello y por qué mi trompeta suena raro y por qué mi barba es tan larga y qué era el calentamiento global.
Y yo les diré, simplemente, «a dormir», que al día siguiente tenemos que cazar, que tenemos que cambiar de sitio el campamento, que mi trompeta suena así porque todavía no la sé tocar.