Vuelve el Salón de Artes Visuales 2022 del Museo de Arte Costarricense (MAC), desafiante para la interpretación y lectura. El jurado lo conformó María José Chavarría (curadora del MAC), Ana Muñoz (directora de la Facultad de la Imagen en Véritas), y Roberto Guerrero (investigador y artista independiente). Equilibrado pero intenso, lo expuesto evidencia abordajes para que la visita al museo sea memorable y toque la fibra del espíritu al repasar las experiencias creativas, como aquel cubo de espejos de Gustavo Herrera, «Apología del vacío» que, al querer rastrear nuestra imagen reflejada, no está, y eso nos engulle en mayor incertidumbre, quizás hasta metafísica, y nos empuja a cuestionar: ¿en qué posición de la jugada me ubico? Por su parte Andrés Cañas con «Piedra para ver caer la lluvia», 2022, supone que el temporal erosione la tierra alrededor de la piedra, soportada por un pedestal que será esculpido por la lluvia. Contempla la materia origen del planeta: la tierra, conjugando circunstancias como el tiempo meteorológico, el tiempo reloj, y el tiempo fractal, cuya métrica emocional es mediada por el espectador al sentir la poética del arte.
Ocurre además un sensible lapso de ensimismamiento, como si de pronto nos quedáramos atorados mirando entre sí, dentro de un círculo que a su vez rota esperando un algo más, impele a preguntarnos ¿en qué me afecta? Quizás, lo expuesto adentra en una mundialización de visiones de la cultura en la emergencia de esta compleja actualidad, ante un crudo endurecimiento de los ejes políticos del mundo. Son repercusiones que, por lo general, han impactado al arte, y esta no es la excepción, pero también reta, y eso lo entendieron muy bien los artistas al presentar propuestas bien elaboradas, a pesar de presenciar referencialidades a la manera de Rodríguez del Paso, Rolando Castellón, Priscilla Monge, Kcho, Mendieta, entre otras influencias perceptibles.
Incisividad crítica
Entre las piezas más incisivas, pero a la vez jocosas, Yamíl de la Paz García instala un mapa del país hecho de confites y de carácter efímero, que el público desbarató, desdibujó a priori. Y digo «a la manera tica» en tanto recuerda el cuestionamiento a uno de los presidentes de la República, quien supuestamente sustrajo un millón de colones de las arcas estatales. Al confrontársele, la respuesta fue simple: «Me lo comí en confites». El mapa de golosinas fue desfigurando cuando el público restaba uno a uno aquel dulzoso botín.
La nave principal, un poco abarrotada en la pared del poniente, acaparaba la instalación de Alfonso Ureña, titulada «A veces simplemente tengo que dejar ir», 2021, con flores artificiales y una proyección de video sobre el vacío de la silueta en la que se aprecian destellos de fuego interior. Está resuelta «a la manera de» la cubana Ana Mendieta, (La Habana, 1948-Nueva York, 1985), cuando ella cayó de un piso alto y su cuerpo quedó marcado en el pavimento, precisamente como unos de sus performances de la serie «Siluetas». El motivo lo retomó la también cubana, Tania Brughera (La Habana, 1973), en sus liminares, cuando en un acto de apropiación del pensamiento estético de su connacional, cavaba su silueta en la tierra, simbolizando el nicho existencial donde al nacer en ese útero del mundo se desea retornar, pues se tiene lo necesario alrededor.
El colectivo Hapa participa con «Chinese plating, 2021», tres fotografías resueltas en este caso a la manera de la cultura oriental. Comenta la ficha técnica: «Las artistas instrumentan el chinese plating o emplatado chino para crear narrativas visuales híbridas acerca de las identidades étnica, cultural y de género». Invitan a reflexionar sobre la diáspora oriental y la centroamericana, que a diario transitan estas vías de tantas indiferencias y desidias, armas de la discordia las cuales por lo general suelen ser dagas de doble filo.
Ivanna Yujimets, con una técnica de delicadas capas elabora una evocación quizás a sueños, memorias y vivencias fantásticas o ficciones a la manera cinematográfica, recordando entre otras películas El Mago de Oz y a la actriz Judy Garland, con «Tía Flori no me suelte la manita 1 y 2», y la acuarela «Lechuguitas», distinguidas con el Premio del Salón Nacional 2022 en la categoría bidimensional.
Con la instalación, «La pecera», Emmanuel Zúñiga gana el Premio Salón Nacional 2022, categoría tridimensional. La visión de la pecera aprecia una máquina recubierta por una membrana de plástico, mangueras o tuberías que nos evocan las salas de cuidados intensivos de un hospital, y a un hombre que representa al arte a la manera de los años noventa del siglo pasado, cuando, con la entrada de las prácticas artísticas actuales, se predicaba la muerte de la pintura e incluso del mismo arte. Dicha complejidad conforma un espacio ilusorio para ese homenaje póstumo a la creatividad, a la manera quizás del fallecido Pedro Arrieta con su singular tratamiento de objetos, espacios y materiales para la instalación.
Andrés Murillo, distinguido con el Premio del Salón Nacional, categoría «otros medios», y la intervención «Rojo sobre rojo», sobrepone a la pared dos capas de realidades distintas: una reproduce la obra «El Portón Rojo» de Teodorico Quirós, colección del MAC, y la otra conforma la palabra inglesa Sir (señor), vaciada en blanco, marca a su vez de una cadena de tiendas de ropa barata. Pienso que hasta ese nivel de la cultura aparecen los signos de violencia que se advierten en las comunidades nacionales. Esa plasta roja aplasta la poesía de un símbolo de lo patrimonial e idiosincrasia de un tiempo.
«Museo de Historia Artificial», 2021, es una instalación de José Rosales, con jaulas de pájaro de madera, metal, y figuras de animales de plástico. «En este proyecto, aclara el autor, las pequeñas esculturas de especímenes animales hechos de resina epoxi y figuras de plástico, que he estado cortando y volviendo a ensamblar generan nuevas criaturas». Recibe Mención del Salón 2022 —que me parece se queda corta a lo merecido por el artista—, y amarra ese acercamiento que el arte en la emergencia del presente observa respecto a la ciencia y al arte, acercando sus visones de mundo y posibilita reflexionar en esos tesoros y entornos tan amenazados por el calentamiento global y las eternas pugnas de poder.
Adquiere sentido el inquietante dibujo de aquellos perros guardianes, dibujo ST, 2021, de José Castillo, impele a reflexionar acerca de la violencia y agresividad y el maltrato animal, a pesar de una ley que lo condena, persiste el desmembramiento y agresión hacia estas criaturas que, si no se saben tratar, pueden volverse contra nosotros, como aprecia el dicho «ojo por ojo, diente por diente».
La presencia de un gran árbol de Guanacaste, Enterolobium cyclocarpum, representado por las chorejas modeladas en barro, con semillas de su especie botánica provoca la reflexión de la amenaza del calentamiento global. «Árbol Amori» de Ariane Garnier, es una instalación sonora que evoca el desprendimiento de las semillas como el caer de la lluvia. La artista argumenta: «como una reverberación, un trémolo, una onda de vida que se expande».
«Asentamientos», 2022, de Ivania Lasso, fija nuestra sensibilidad en esa cualidad de las maderas que devienen de demoliciones, pero que son portadoras de sus paradojas y contingencias. Afirma que, a pesar del tiempo, pérdida de consistencia y valor de la materia desechada, al reutilizarla en una obra de arte enciende la voluntad de dar una segunda vida a las cosas: Escenarios —aprecia Ivania—, paisajes multiformes, pero también deformes de una urbe construida a partir de los despojos y hacinamiento de una ciudad colapsada por el tiempo, pero que, en la visión y acción reconstructora del arte, fijan conmueven la sensibilidad del visitante al museo.
La obra de Alejandro Ramírez, «Proyecto Turista», 2022, procede de una investigación acerca de los turistas que visitan al país y que a su vez él invitó por redes sociales a tatuarse un avión en el brazo, para diferenciar a los sujetos observados. «El acto de inscripción, comenta el artista, es el pretexto para abrir un espacio de conversación y para el surgimiento de relatos en los que —según Ramírez—, se desdibuja la diferencia entre verse como turista o como migrante».
Con la instalación «Balseros en la tierra», 2022, Marcela Araya focaliza el conflicto del cierre en 2015 de las fronteras entre Costa Rica y Nicaragua que afectó los flujos migratorios, sobre todo de los caribeños quienes atraviesan el istmo a pie. Es jocosa la interpretación respecto a aquellas barcazas con pies y vistas como caminantes en el espacio de la desidia e indiferencia con que son tratados estas personas en las diferentes fronteras y territorios. Trabaja a la manera de Kcho, y lo hace para reflexionar sobre el racismo y la xenofobia, comportamientos de las poblaciones que ven pasar a los migrantes vistos apenas de reojo.
Alessandra Sequeira instala una «matriz sagrada» hecha de fibras orgánicas, e invita a dejarnos engullir hacia la interioridad simbólica de donde siempre deseamos retornar, y evocar los tiempos de nuestra propia gestación, sinuosa, sensual, sensorial, experiencia perceptiva entre transparencias, sombras, y destellos de luz que aporta el material y que despliega la noción de un tránsito interior en las salas del museo.
«No territorio» de Andrea Bravo consiste en fragmentos o matrices móviles del mapa centroamericano, movido como un ajedrez, en el espacio de lo político, social, cultural con la idea de reconfigurar el territorio, o el no lugar en la teoría antropológica de Marc Auge de finales e inicios de este siglo. Según sean reacomodados esos fragmentos devienen nuevos discursos, geopolíticas, escenarios y diversos grados de la poética de la crisis del lugar.
En esas mismas coordenadas podría plantear las fotografías y collages de Luis Diego Ramos, «Registro de Registros», 2022. Capta detalles de lo que encuentra en la ciudad y urge documentar de una urbe recargada, rasgada, violada, superpuesta en esa tipología de mensajes y vivencias tan propios del sitio y que tanto interesan a los comentarios sociales en estos tiempos de crisis.
La idea de bulbos vegetales origina la visión de Christian Wedel, inspirada en una naturaleza interior agigantada, y que domina tanto en la escultura cerámica como en la pintura, bien resuelta, atinada, rigurosa, con un hálito vivificador que el artista anda buscando para pacificar tantas tensiones y angustias.
Norma Gutiérrez exhibe «Palo seco», 2022, fotografías y recomposición de un paisaje, tendedero a su vez donde las ropas corresponden a distintas vivencias y memorias de la superficie, lo que añoró o vivenció, o que conforma el imaginario de algo que se mueve en alguna táctica, como lo hacen las piezas del ajedrez.
Me atrevería a llamar este proyecto 2022 del Salón Nacional de Artes Visuales del MAC, y con esto cierro el comentario, como aproximación a un «manierismo a lo local», «a la tica», en tanto hay senderos como caminantes reconocibles en la obra de algún maestro, que es posible referenciar, imprimir intertextualidad, transparentar, sobreponer, mientras el producto artístico se haga bien, llene los vacíos remanentes de la interpretación y la mirada crítica, es posible valorarlas.
Se exhibe además mucha más obra de interés en esas paredes del antiguo aeropuerto, pero difícil de calzar con los requerimientos editoriales que solo publican un límite de palabras, pero ahí existe mucho más que ese límite, como también aprecio propuestas que no me estimulan a mover un dedo para analizarlas. Esto ocurre en toda muestra, en todo comentario y en toda lectura del arte actual.
Encuentro insinuantes para romper el criterio, las pinturas del río de Álvaro Gómez, las telas de Jorge Zamorán basadas en una sensibilidad de la gramática del formato, o los sugestivos y envolventes dibujos de Felipe Keta hablándonos de las vicisitudes de la vida, y los cuadros de Walter Rojas que no dejan de instigar la asimilación de toda esa carga de sentido y emocionalidad que provoca el poder del arte, pero también concurren sus limitantes para interpretarlos con propiedad.