El centro absoluto fueron los hombres en el poder y sus guerras. Hoy, sus alrededores se niegan a seguirlos. Los estamos enfrentando día a día en este mundo donde ellos y ellas, jóvenes, niños, animales y plantas con lluvia, calor o frío, mano a mano se enfrentan, por una parte al miedo que provoca y cubre la luz vestida de hierro y óbito en una guerra, nuevamente europea, que desparrama hambre, gases tóxicos, crisis y pobreza globalizadora; por otra a una defensa de la naturaleza y el derecho a vivir en paz amenazados por la sobreproducción y el maltrato.
No dejo de añorar los tiempos en que se luchaba por y con el saber, conocer y amar a más no poder. Mi generación que se armó de libros, se vistió de violeta y elegía el divorcio frente al derrotado matrimonio, que criaba a sus hijos en guarderías o colectivos, que creía en los cambios acompañados de poemas musicalizados y cantados a coro, a pesar de desviaciones y gritos amenazantes tan juveniles, pero que logró que las mujeres se educaran, fueran a la Universidad para después trabajar ocho horas y ser regaladas con una economía independiente acompañada de un pensamiento libre.
Y, ¿por qué añoro?… hoy nuestras hijas estudian lo mismo o más que ellos, pero el trabajo las incomoda cada día más y el sueño de independencia se ha transformado en necesidad de criar a los hijos en casa y perder año tras año lo logrado para encontrarse de pronto «abandonadas».
Hoy Europa, la moderna, abre sus puertas a millones de hijos y mujeres ucranianas que vienen huyendo del suelo ensangrentado y lleno de escombros que las vio crecer para verse obligadas a vivir y trabajar donde y en lo que sea dejando atrás a sus hombres que hacen frente a un enemigo exorbitante y una separación forzosa. Aquí no existe la comodidad ni la elección. Nadie, nunca, está ni estará preparado para afrontar una guerra.
Muy probable, no quisiera fallar, la última guerra masculina e imperial contra una nación que para su desgracia existió y sigue existiendo aunque se le nieguen, amenazan e intimidan los derechos a serlo, cualesquiera sean las razones enarboladas a su favor o en su contra. Mariúpol hará honor a su nombre y se va a escuchar y oír de un extremo al otro. Un día será el centro de Ucrania, sus mujeres volverán a mirar su mar y mis nietos la visitarán recordando a la abuela de su abuela y los muertos, siempre muchos, inútilmente demasiados, irracionalmente excesivos pintarán de rojo el trigo que volverá a crecer y alimentar el continente africano.
El caminar se dificulta, los caminos se llenan de agua y piedras, el norte se viste sureño y no quedan más alternativas que bajarse del caballo, del tanque o del asiento de director que exige producir a destajo, matar y correr más fuerte. Nada funciona como pensábamos. La energía maneja la política, la oscuridad se difunde más rápido que el Covid-19, un viejo virus amenaza nuevamente, el hambre acecha acompañado de temperaturas insoportables e incendios forestales.
Queridas abuelas, madres, hermanas, hijas y nietas, probemos una y otra vez. Repartamos: la comida en raciones iguales, la libertad aboliendo el sexo, las caricias, labores y sonrisas equitativamente. El resultado no tardará y nos dará la energía suficiente para reconstruir todas las ucranias necesarias.